Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.
Durante años, los discursos de victimización de los dirigentes israelíes han logrado poner a los judíos estadounidenses a sus pies, que los aplaudan y les abran sus billeteras.
En lo que respecta a la extraordinaria observación de AB Yehoshua de que «nunca había oído a los judíos hacer un análisis del Holocausto considerándolo un fracaso judío que no se esperaba», solo me queda preguntar dónde estaba el reconocido autor cuando el Primer Ministro, Benjamín Netanyahu, agitó las «Cartas de Auschwitz». ¿No oyó Yehoshua a Netanyahu cuando dijo que Mahmud Ahmadinejad es la nueva versión de Adolf Hitler? ¿No sabía que Netanyahu prometió que no permitirá, bajo ninguna circunstancia, que Irán lleve a cabo otro holocausto? ¿No entiende Yehoshua que Shoah significa victimización -no culpa, ni fracaso ni duda- y que la posibilidad de jugar a la víctima es un activo estratégico con un valor existencial?
En su nuevo libro Who is Afraid of Historical Redress: The Israeli Victim-Perpetrator Dichotomy (¿Quién teme una corrección histórica?: La dicotomía de Israel, víctima y perpetrador, N. de T.), la doctora Ruth Amir escribió que la percepción de victimización judía e israelí, que siempre estuvo presente en la narrativa y el pensamiento judíos, se hizo aún más fuerte después del Holocausto y sirve para legitimar la política de Israel.
La doctora Amir, que dirige el Departamento de Estudios Multidisciplinarios de la Facultad Académica de Jezreel (la información completa es que la autora es miembro de la Junta Directiva de la Universidad), señala que el hecho de que Israel se considere una víctima justifica sus agresiones e injusticias. Con la ayuda de mecanismos para la neutralización de la culpa, los israelíes desactivan el vínculo circunstancial entre una acción y sus consecuencias y se absuelven de la responsabilidad. Es la razón por la cual no están interesados en corregir las injusticias ni en reconciliarse con sus vecinos.
La muerte de John Demjanjuk recuerda la declaración de Shulamit Aloni que atribuye a la Primera Ministra Golda Meir, después del juicio a Eichmann, las palabras siguientes: «Ahora que todo el mundo sabe lo que nos hicieron podemos hacer lo que queramos y nadie tiene derecho a criticarnos ni a decirnos lo que debemos hacer». Al parecer, Meir incluso comentó que nunca perdonaría a nuestros enemigos por «forzarnos» a matarlos. Otro comentario típico de víctima.
El Primer Ministro Menachem Begin, antes del bombardeo de Beirut de la primera guerra de Líbano, dijo que «Ningún país de los que lucharon en la Segunda Guerra Mundial tiene derecho a darnos lecciones de moral, ya que no hicieron nada para detener la matanza y el exterminio de los judíos».
La victimización hace que el sujeto se libere de toda culpa y le permite reclamar empatía, incluso si se trata del partido más fuerte, victorioso y ocupante. Esta dualidad es la razón por la que desde hace años los discursos de victimización de los dirigentes israelíes han conseguido poner a los judíos estadounidenses a sus pies, que los aplaudan y les abran sus billeteras.
El problema es que desde la Segunda Guerra Mundial el lenguaje de los derechos humanos ha ido tomando el lugar del Holocausto en el discurso diplomático y moral. Incluso en Alemania se está volviendo cada vez más difícil desempeñar el papel de ocupante y víctima al mismo tiempo. Sigmar Gabriel, el presidente del Partido Socialdemócrata de ese país, que tiene sus ojos puestos en el asiento del canciller, visitó Israel y los Territorios la semana pasada y no dudó en escribir en su página de Facebook que en Hebrón hay un régimen de apartheid.
Si se eliminan del debate el Holocausto y el victimismo, la afirmación de Netanyahu de que «Israel tiene derecho a defenderse», se convierte en un arma de doble filo. ¿Qué responderemos a los líderes palestinos cuando clamen: «Un pueblo sin Estado tiene derecho a defenderse»?
Es cierto que hay una diferencia. Israel no amenaza con destruir a los palestinos. «Solo» se trata de arrebatarles sus tierras y «solo» de mantenerlos en un régimen de ocupación durante 45 años sin los derechos civiles básicos. Desde otra perspectiva, si se justifica la imposición de sanciones a Irán para disuadirlo de desarrollar su programa nuclear, ¿por qué está prohibido imponer sanciones a Israel para que detenga los asentamientos en los Territorios?
Quite el Holocausto y el victimismo de Israel y pregúntese: Si es aceptable que este país bombardee a Irán para librarse de una amenaza nuclear, entonces, ¿por qué los palestinos tienen prohibido lanzar cohetes contra Israel para liberarse de la ocupación? ¿Tiene la construcción judía en los Territorios Ocupados más aprobación de la ley y más consenso internacional que la petición de Palestina para que la acepten como miembro de la ONU? ¿Por cuánto tiempo salvará el Holocausto al último gobierno colonial del Tratado de No Proliferación Nuclear, cuando está tratando de evitar el desarrollo de la energía nuclear de Irán?
Sin entrar en una simetría justiciera, hay que decir que muchos palestinos todavía tienen que independizarse de su adicción a la Nakba (la «catástrofe» por la creación del Estado judío) y a su propio victimismo. La llave de su vieja casa de Sheikh Munis (ahora Ramat Aviv) que llevan alrededor del cuello no les abrirá las puertas de un Estado palestino. En esta batalla sin fin por la victimización, todos pierden.