Traducido por Luis Montilla
El proyecto sionista necesita un entorno enemigo para alimentar la ficción de la amenaza a su existencia. Con el ataque sobre Gaza, Tel Aviv echa a perder al mismo tiempo el acercamiento a los estados árabes sunitas.
«¿Puede Israel sobrevivir a su ataque sobre Gaza?» Es una pregunta que se aleja extrañamente de la realidad, no sólo tras el primer, sino incluso, tras el segundo vistazo. Fue planteada el 8 de enero en Time por Tim McGirk, el jefe de los corresponsales en Jerusalén de esta revista informativa estadounidense.A este periodista, que ya estuvo destinado para su periódico en Irak, Afganistán y Pakistán, le ha llamado la atención que los efectos de la guerra contra la población de la Franja de Gaza sean en gran parte contraproducentes para Israel. Por ejemplo Israel, con la muerte de cientos de palestinos, socava «sus esperanzas de poder hacer algo junto con los estados árabes sunitas moderados contra las ambiciones atómicas de un Irán chiíta». «La ofensiva de Gaza ha eliminado considerablemente los pocos aliados árabes de Israel».
Sin embargo Israel podría, «incluso en una vecindad peligrosa» y a causa de su fortaleza militar, «sobrevivir todavía muchos años en una situación que no es ni de guerra total ni de verdadera paz, estando en todo momento preparado para disputar complicados, pero a la vez cortos conflictos como en Líbano o en Gaza». Sin embargo, McGirk da para pensar al decir que «el poder militar es inútil contra el peligro que acecha dentro de sus fronteras»: si se considera juntos a Israel y a los territorios palestinos controlados u ocupados por ellos, la población árabe tiene ya en la actualidad una ligera superioridad que, a causa de la mayor tasa de natalidad, seguirá aumentando.
Debilidad del gobierno de Abbas
Por eso a Israel no le que otra cosa que retirarse de una gran parte de los territorios ocupados y arreglarse con la fundación de un estado palestino. Los dirigentes de Israel, opina el autor de Time, deberían «reconocer, que, si Hamas no puede ser derrotado militarmente, debe ser integrado políticamente. Es decir, se tiene que aceptar la idea de tratar con algún tipo de gobierno unitario palestino, que implique a Hamas. Una coalición entre Hamas y Abbas es de significación decisiva para el futuro del Estado palestino y para la moderación del extremismo de Hamas». A esto le sigue la inevitable esperanza en el nuevo presidente estadounidense Barack Obama, que el 20 de enero comenzará la sucesión de la línea de actuación totalmente fallida de George W. Bush.
McGirk no está sólo en su preocupación sobre las consecuencias de la masacre de Gaza para Israel. En la segunda gran revista de noticias de EE.UU. Newsweek-online (10 de enero), Fareed Zakaria, uno de los redactores principales, se pregunta: «¿Qué es lo que le permite reírse a Ahmadinedschad?» Respuesta: «El ataque a Gaza ha reforzado a los halcones iraníes y ha dañado a los árabes moderados que se aproximaron a Israel». Las acciones militares israelíes han socavado una tendencia que se había desarrollado en su beneficio. En los últimos dos años algunos países como Egipto, Arabia Saudí y Jordania habían reconocido que su principal preocupación regional era el ascenso de Irán, y que en ese tema sus intereses y perspectivas estaban unidos a los de Israel. «El punto débil era, sin embargo, la opinión pública árabe y que, a causa de la masacre de Gaza, se dirigiría en la actualidad en sentido negativo para Israel». Algo parecido ocurriría con Irán: «Las posiciones fuertes se mueven. Los moderados, callan ahora. Los periódicos reformistas traen a sus portadas las fotos de los bebes palestinos muertos.»
En la página web de Antiwar.com, Helena Cobban, durante muchos años columnista de la Christian Science Monitor, pasó revista el 10 de enero a las campañas militares de Israel desde la Guerra de Octubre de 1973 (Guerra del Yom Kippur). De éstas, 5 en Líbano (1978, 1982, 1993, 1996 y 2006) y dos en los territorios ocupados (en el 2002 contra Cisjordania y la actual contra la Franja de Gaza). Conclusión de Cobban: en total, las consecuencias de estas acciones militares habrían sido las contrarias de las que se buscaban, diferentes de las intentadas alcanzar por los respectivos gobiernos israelíes. En Líbano, Hezbolá, organización vinculada con los chiítas de Irán, se habría fortalecido política, social y militarmente. En los territorios palestinos ocupados y controlados se habrían debilitado (no a causa de las últimas acciones israelíes) los grupos, en comparación más moderados, que están alrededor del presidente Mahmud Abbas, mientras que por el contrario, se habría fortalecido la islamista Hamas.
Las comprobaciones de Cobban no se pueden discutir. ¿Se puede realmente deducir de esto que los diferentes gobiernos israelíes, desde por lo menos hace 30 años (realmente se debería incluir también los 30 años anteriores desde la fundación del estado) se aferran terca e incorregiblemente a comportamientos que añaden graves daños y se oponen a los intereses estratégicos y objetivos del estado sionista? ¿O no deberían darse muchas vueltas al asunto de que, esto que desde fuera pudiera presentarse como contraproducente y absurdo, es en parte inevitables efectos secundarios de la actuación de los dirigentes israelíes y parte incluso algo directamente intencionado?
Este enfoque explicativo no descarta, por supuesto, que algunas acciones militares, especialmente la guerra del Líbano en el verano del 2006, no transcurrieran de la manera más óptima desde el punto de vista sionista y que además, los políticos responsables de la misma resultaran considerablemente dañados.
Consideremos este contexto que se ha iniciado a finales de 2008, a pesar de que el ataque sobre la Franja de Gaza fuese planteado y preparado desde hace muchos años. Las repercusiones negativas sobre los países árabes de la región y en una dimensión mayor, sobre la mayor parte del mundo islámico, eran completamente previsibles sobre todo por la gran experiencia que ha sido recogida desde hace décadas. También, la circunstancia de que la masacre de Gaza ha desmontado el régimen colaboracionista de Abbas y que Hamas puede salir incluso fortalecido política y moralmente de esta guerra, no es realmente algo sorprendente. Se puede suponer tranquilamente que las autoridades israelíes han sopesado todos estos factores y consecuencias en los muchos meses de planificación y que todo esto lo han integrado en sus cálculos. Si por estos hechos eliminamos con objetividad la idea de que el Estado sionista aspira a un cese del permanente estado de guerra con los palestinos y a la pacífica integración de Israel en la región, no sorprende el hecho de que Israel provoque guerras aparentemente contraproductivas y se aferre a una manifiesta práctica de ocupación autodestructiva
Reanudación de los suministros civiles
Según la versión oficial, Israel no tenía otra opción que la guerra para detener los permanentes ataques con cohetes desde la Franja de Gaza. Políticos alemanes, desde Angela Merkel (CDU) hasta Gregor Gysi (Die Linke-La Izquierda) repiten el argumento sin pensar, como un lorito. Ante una argumentación basada sobre la falsificación de los antecedentes, el anterior presidente estadounidense James Carter (1977-1981) tiene razón cuando habla en el Washington Post del 8.01.2009 de una «guerra innecesaria», que hubiera podido ser evitada fácilmente. Carter sabe de lo que habla, porque él ha jugado directamente un papel importante en la mediación de la tregua que fue pactada el 19 de junio del 2008 entre Israel y Hamas. El ex-presidente también estuvo activo en el intento de reconstruir y salvar la tregua rota en diciembre.
Carter advierte lo que para la mayoría de los políticos alemanes o es en apariencia totalmente desconocido o no les interesa: para el entendimiento, por lo menos desde la visión de Hamas, es imprescindible la completa reanudación del suministro de los artículos fundamentales para que los civiles de la Franja de Gaza puedan sobrevivir (alimentos, agua, medicamentos, combustible). Es decir, en la dimensión que ese suministro había tenido antes de la unilateral retirada de Israel de Gaza en el año 2005; en aquel entonces entraban aproximadamente unos 700 camiones diarios. Sin embargo, según Carter, el gobierno israelí permitía tras el final del acuerdo, la entrada únicamente de un tercio de los suministros necesarios. En diciembre de 2008, cuando la tregua ya era muy frágil, Hamas se declaró preparada para renovar el acuerdo, en el caso de que los suministros volvieran a su dimensión habitual. El gobierno israelí declaró no estar preparado en esta situación para permitir más que el 15% del anterior volumen, escribe Carter, lo que para Hamas hubiera sido inaceptable y que por tanto tenía como consecuencia el final formal de la tregua.
Los números oficiales que han sido divulgados por el Gobierno israelí, muestran que Hamas se mantuvo en la tregua durante meses, incluso a pesar de la fuerte reducción del suministro lo que equivalía a una hambruna planificada. Según una estadística del Centro de Información de Inteligencia y Terrorismo, que estuvo disponible desde el comienzo de la masacre de Gaza en la página web de Ministerio de Exteriores israelí, el número de lanzamientos de cohetes se desarrolló así: 257 en febrero 2008, 149 en mayo, 87 en junio (el 18 de ese mes se acordó la tregua); desde entonces, sólo uno en julio, ocho en agosto, de nuevo uno en septiembre y dos en octubre. Para todos los observadores neutrales, incluidos los de la ONU, estaba claro que el escaso número de los lanzamientos no tenían nada que ver con Hamas y que era imposible evitarlos al cien por cien incluso con las mejores intenciones y los mayores esfuerzos de sus fuerzas de seguridad.
Abiertamente descontentos con un desarrollo que amenazaba con eliminar un asunto populista y muy productivo, un tema permanente que provoca miedo, el gobierno israelí dirigió una grosera provocación en la que el 4 de noviembre de 2008 mató a seis miembros de Hamas con un ataque aéreo en la frontera. Esto provocó en el mes de noviembre el aumento del número de ataques con cohetes, de nuevo a 126. Sin embargo hay que advertir, que durante los seis meses de tregua, que fue anulada por Hamas el 20 de diciembre, no hubo que lamentar ni una sólo víctima mortal israelí.
5000:15
En total han muerto en los últimos 8 años, como el conocido orientalista estadounidense Juan Cole escribió el 5 de enero de 2009, a causa de los primitivos cohetes sin objetivo procedentes de la Franja de Gaza, 15 israelíes. En el mismo periodo las fuerzas israelíes habrían matado, según Cole, a cerca de 5.000 palestinos, entre ellos 1.000 niños y jóvenes.
La forma en la que Israel terminó el año pasado la tregua, cargando las culpas a Hamas, se iguala al modo ya aplicado en junio 2006. En aquel entonces se había mantenido una tregua con Hamas de 16 meses de duración. El gobierno israelí provocó la ruptura con dos acciones militares. El bombardeo de la costa de Gaza por buques de guerra israelíes costó la vida a siete personas en la playa; entre ellos había una pareja con tres niños pequeños. El suceso, para el que no hubo ningún pretexto conocido, provocó una gran tristeza y rabia en la población.
El mismo día, la aviación israelí, en un ataque dirigido, mató a tres miembros de los Comités de Resistencia Popular, entre ellos al fundador Abu Jamal Samhadana. El Ministerio del Interior dirigido por Hamas había hecho a Samhadana pocas semanas antes jefe de una tropa policial propia. El presidente Abbas, que trataba de concentrar en sus manos el control sobre todas las fuerzas de seguridad, había protestado enérgicamente contra el nombramiento y lo había declarado ilegal. Desde el punto de vista de Hamas, el asesinato premeditado era una clara declaración de guerra contra los miembros y funcionarios del gobierno.
Como recuerdo: Hamas ganó en las elecciones del 25 de enero de 2006 la mayoría de los asientos parlamentarios y formó en marzo de 2006 un gobierno bajo su gestión, ya que Fatah rechazó la entrada en una coalición. A finales de junio 2006 parecía que un gran ataque sobre la Franja de Gaza estaba al caer, por lo que Hamas, con motivo de las mencionadas provocaciones israelíes, declaró el fin de la tregua y comenzó de nuevo el lanzamiento de cohetes sobre el territorio israelí cercano a la frontera. Tras el secuestro del soldado Gilad Schalit el 25 de junio de 2006 los helicópteros de guerra israelíes destrozaron la única central eléctrica de Gaza, por lo que la mayor parte de la población se quedó sin electricidad. Grandes unidades de las fuerzas armadas israelíes entraron Gaza y permanecieron allí. El Primer Ministro Ehud Olmert anunció una gran y larga operación militar («Lluvia de Verano») por la que debía destruirse la «infraestructura terrorista» en la Franja de Gaza. Israel se concentró entonces en la campaña contra Hezbolá en Líbano que comenzó el 12 de julio de 2006, después de que la organización chiíta hubiera capturado a dos soldados israelíes en un combate.
Desde la victoria electoral de Hamas en enero de 2006 se esperaba un gran ataque sobre Gaza. Algunos opositores israelíes ya habían pronosticado tal acción después de que en septiembre de 2005, el gobierno de Ariel Scharon, hubiera disuelto a los colonos en la Franja de Gaza y hubiera retirado a los grupos de ocupación. De hecho el alejamiento previo de los colonos era una condición esencial para la desaprensiva acción militar ahora practicada.
Objetivo: matar muchos palestinos.
La ofensiva contra la Franja de Gaza descrita desde el punto de vista de la dirección israelí es una lógica continuación de la «Operación Escudo Defensivo», que comenzó el 29 de marzo de 2002 con el ataque sobre Ramallah y que se concentró en Cisjordania. Al igual que la actual acción contra Gaza, se trató de la mayor acción militar sobre Cisjordania desde que esa zona había sido ocupada en la Guerra de los Seis Días de 1967. Durante la operación de tres semanas (aunque de hecho las acciones israelíes se extendieron a lo largo de varios meses), murieron por lo menos 500 palestinos y resultaron heridos 1.500. Por comparar: en la Franja de Gaza, tras dos semanas y media desde el comienzo de la ofensiva, se pueden contar más de 900 muertos y 4.000 heridos.
El rasgo común fundamental de ambas operaciones es que, sobre el populista pretexto de luchar contra el terrorismo, se están dirigiendo realmente contra las estructuras civiles palestinas que son acertadamente destruidas, incluyendo la muerte de todos los hombres posibles que trabajan en ellas. Se comienza con pequeñas estaciones de policía, se sigue con todo tipo de instalaciones sociales y termina con ministerios y otros edificios del gobierno. En primera línea están las instituciones autónomas palestinas, los núcleos del Estado, que son sistemáticamente arrasadas. En caso necesario, no sólo una vez, sino tras su reconstrucción, se destruyen de nuevo.
La razón es sencilla: Israel no puede y no quiere conformarse con un Estado palestino. Desde que los palestinos que habían quedado tras la gran expulsión de cientos de miles de ellos en la primera guerra en 1948/49 fueron ocupados en 1967 por las fuerzas israelíes, Israel ha provocado actuaciones planificada e incesantemente, lo que teóricamente quizá todavía lograría la «liberación» de Gaza, pero desde hace mucho no toleraría un Estado palestino viable en Cisjordania. Y ese desarrollo continúa su avance. El tiempo trabaja en favor de la anexión sionista de los territorios ocupados. Ganar tiempo, arrancar tiempo y al mismo tiempo hacer la vida de los palestinos en los territorios ocupados siempre insoportable, hasta hacerla finalmente imposible de mantener. Este es el fundamento de la estrategia de todos los gobiernos israelíes. Pero vale echar la culpa a los palestinos a pesar de las permanentes y repetidas promesas y de los siempre nuevos proyectos llenos de fantasía sobre el «proceso de paz». Para eso nada es más importante que las acciones palestinas como por ejemplo el disparo de cohetes, que por una parte no provocan ningún daño significativo a Israel, y por otro hace denunciable a una parte esencial de los palestinos.
Por eso es muy frágil la consideración, como muchas veces se atribuye, de que Israel quiera destruir a Hamas y a los pequeños grupos de militantes. Debilitar, también desorganizar, fragmentar, arrinconar en la irracionalidad a través de la frustración, pero no destruirlos o liquidarlos realmente. Porque a largo plazo, el proyecto sionista necesita para procurarse un futuro viable, de un entorno enemigo que no sea realmente peligroso, pero que pueda ser presentado así en la propaganda. La ficción, de que la existencia de Israel estaría amenazada (y que permanentemente debe impedirse una nueva repetición del holocausto) está en el centro de la razón de Estado israelí. Sólo el mantenimiento de esta ficción posibilita al Estado sionista manipular su propia estrategia y movilizar una y otra vez a gran parte de los judíos que viven fuera de Israel, que rigurosamente no son sionistas o no son sionistas consecuentes.
Sin duda, existe un abismo entre el lanzamiento de cohetes sin objetivo desde la Franja de Gaza, que en un 95% no causan grandes daños, y la evocación dramática de una amenaza sobre la existencia de Israel. Pero probablemente es determinantemente claro para todos los implicados que la actual movilización mundial de protestas de solidaridad contra Israel en general y sus fuerzas armadas y proezas en especial, es también una especie de prueba general para el acompañamiento de inminente confrontación militar con Irán.
Fuente: Junte Welt
Artículo original publicado el 14 de enero de 2009
Luis Montilla pertenece a los colectivos Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística, y Rebelión. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.