La tan anunciada determinación del gabinete de guerra israelí de ocupar Rafah, donde se refugian 1,4 millones de personas palestinas expulsadas por la fuerza del norte y del centro de Gaza, oculta la incertidumbre sobre lo que va a suceder cuando lo consigan.
El primer Ministro Benjamin Netanyahu no es el único que insiste en que “vamos a hacerlo. Vamos a acabar con los batallones terroristas de Hamás que quedan en Rafah”. El líder de la oposición, Benny Gantz, presiona también en la misma dirección: “A los que dicen que el precio es demasiado alto, les digo claramente: Hamás puede elegir. Pueden rendirse, liberar a los rehenes, y los residentes de Gaza podrán celebrar el Ramadán”. Esta bravata es para consumo interno.
Al ejército israelí le ha costado cuatro meses abrirse paso por un territorio de 41 km de largo por algo más de 12 km de ancho. En comparación, la coalición liderada por EEUU tardó poco más de cinco semanas en capturar Bagdad en 2003. Israel ha utilizado la misma cantidad de munición en cuatro meses que EEUU en siete años en Iraq. Obviamente, algo ha ido muy mal.
O los soldados israelíes no son las tropas de asalto que creían ser, o la resistencia de Hamás y de otros combatientes ha sido inesperadamente contundente. Una cosa es segura: las fuerzas israelíes no han luchado con una mano atada a la espalda. Resumiendo el estado de ánimo del país, el diputado del Likud, Nissim Vaturi, dijo en la Knesset la semana pasada que “quien haya recibido una bala probablemente se la merezca”. Y el ejército ha estado tratando de trasmitir precisamente eso.
Condiciones para el éxodo masivo
Los bombardeos, la artillería y los ataques con drones se han lanzado con calculada precisión para aterrorizar a los civiles y crear las condiciones para un éxodo generalizado. Las bajas masivas y los ataques a infraestructuras esenciales son objetivos de guerra, no daños colaterales. Así lo reconoció claramente la Corte Internacional de Justicia (CIJ) al imponer a Israel la orden de cumplir la Convención contra el Genocidio.
Bravuconadas aparte, en la campaña sobre el terreno se atisba una realidad más incierta. Por un lado, la inteligencia militar israelí cree que Hamás sobrevivirá como grupo militante con capacidad operativa. Afirma que Hamás sigue contando con un elevado y “auténtico apoyo” entre la población palestina de Gaza. Esas son las conclusiones que altos oficiales del ejército, responsables del Shin Bet [servicios de inteligencia interior] y miembros del Consejo de Seguridad Nacional presentaron hace una semana a los dirigentes políticos, según informó la periodista israelí Ilana Dayan, de Canal 12. Insinuó que “al menos en este aspecto, no habrá victoria absoluta”.
Fuera de Israel somos muchos los que llegamos a esa conclusión hace ya cuatro meses.
Hay otras cuestiones igual de apremiantes para el alto mando israelí: ¿cuentan con las tropas para organizar una operación de envergadura en Rafah y re-ocupar el Corredor de Filadelfia sin tener que llamar a más reservistas? El cansancio de la guerra debe de estar pasando factura.
Una segunda tanda de factores son los relativos a la situación con el vecino Egipto. Hasta ahora, el presidente Abdel Fattah el Sisi le ha hecho el juego a Israel en la frontera de Rafah. Sisi permite que Israel dicte el flujo de ayuda a Gaza mientras se prepara para una irrupción de refugiados: la Fundación Sinaí para los Derechos Humanos ha confirmado que las autoridades egipcias están habilitando una zona de seguridad de 10 kilómetros para acoger a la población palestina desplazada. Pero re-ocupar el Corredor de Filadelfia, una zona tampón de 14 km a lo largo de la frontera, supondría violar el Tratado de Paz que Egipto firmó con Israel en 1979, aunque no lo suficiente como para que Egipto lo impugne. El mayor temor de la inteligencia militar egipcia es la infiltración de militantes en el Sinaí, donde ya hay insurgencia arraigada.
Oleadas de resistencia
Un tercer factor que influye en la invasión terrestre de Rafah es Washington. Al igual que Ucrania, Israel sabe que su potencia de fuego supera en mucho sus propias reservas de municiones. Tiene que reabastecerse constantemente desde EEUU. Que el flujo de armas se detenga o se restrinja está en manos del presidente Joe Biden, sobre todo desde que parece haber marcado una línea roja sobre la necesidad de evacuar a los refugiados de Rafah. Nada indica, de momento, que Biden vaya a ir por esos derroteros. Todo lo contrario. Pero eso no significa que según se acerquen las elecciones presidenciales estadounidenses no amenace con hacerlo.
También es posible que la pregonada amenaza de una sangrienta ofensiva terrestre en Rafah se entrevere, al menos por ahora, con negociaciones intermitentes con Hamás sobre un alto el fuego y el intercambio de rehenes israelíes por prisioneros palestinos.
Pero dejemos a un lado todo lo anterior. Supongamos que llega el momento en que Israel controla toda la Franja de Gaza. ¿Qué habrá obtenido, además de más de 30.000 muertos?
El primer error de Netanyahu es pensar que si acaba con lo que supone son los últimos cuatro batallones de Hamás en Rafah, todo habrá acabado. Hamás no es un ejército con un número finito de combatientes. Es una insurgencia, una idea, que puede transferirse de una familia a otra, de generación en generación, e incluso de un movimiento a otro. La OLP de Arafat era laica. Hamás es islamista. Poco importa qué bando lleve la antorcha: sigue ardiendo. Hamás no se hace ilusiones de vencer militarmente a una fuerza convencional mucho mayor. Pero ni los argelinos, ni el Congreso Nacional Africano (CNA), ni el Ejército Republicano Irlandés (IRA) vencieron en el campo de batalla. Todos lucharon hasta llegar a la mesa de negociaciones. Por tanto, aunque Israel obligue a Hamás a salir de Gaza, y no creo que pueda hacerlo, ¿habrá ganado?
En los 75 años que dura este conflicto Israel ha declarado varias veces su victoria. La declaró en 1948 al expulsar a 700.000 palestinos y palestinas de sus ciudades y pueblos. Creyó haber destruido tres ejércitos árabes en 1967. Ariel Sharon declaró la victoria 15 años después, cuando forzó la salida de Yaser Arafat y de la OLP de Beirut. Cinco años más tarde estalló la Primera Intifada. Cuando fracasaron las negociaciones de paz, estalló la Segunda Intifada. Israel volvió a creerse que podía aplastar la causa nacional palestina cercando a Yaser Arafat en su cuartel general de Ramala y envenenándolo. ¿Fue eso una victoria?
Hoy Israel cree que puede aplastar a Hamás en Gaza matando a cuatro hombres, entre los más relevantes, Yehia Sinwar y Mohammed Deif. La lista de dirigentes palestinos asesinados en este conflicto es ya larga. A Izz ad Din al Qassam, predicador musulmán y dirigente de la lucha nacionalista árabe, lo asesinaron los británicos en 1935. Kamal Udwan, uno de los máximos dirigentes de Fatah y de la OLP, cayó durante una incursión israelí en Líbano en 1973; a Jalil al Wazir, uno de los principales asistentes de Arafat, lo asesinaron en su casa de Túnez comandos israelíes; Ahmed Yassin, líder espiritual de Hamás, murió asesinado cuando un helicóptero israelí le disparó un misil al salir en silla de ruedas de la oración del alba en Ciudad Gaza. También murieron asesinados Abdel Aziz al Rantisi, cofundador de Hamás, por misiles disparados desde un helicóptero ‘Apache’; Fathi Shaqaqi, fundador y secretario general de Yihad Islámica Palestina (YIP), recibió cinco disparos en Malta de dos agentes del Mossad; y Abu Ali Mustafa, secretario general del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP).
Pero, ¿qué han conseguido con esos asesinatos sino provocar una nueva oleada de resistencia más tenaz y dar paso a otra generación de combatientes curtidos por la historia a manos de sus ocupantes?
La memoria de las masacres
La historia se alimenta de la memoria colectiva. El recuerdo de las masacres de la guerra de 1948, como las de Tantura, o las de Sabra y Chatila en 1982, se han transmitido de boca en boca. En aquella época no existía internet y casi no había grabaciones de vídeo. Las palabras fueron lo suficientemente poderosas como para inspirar a las futuras generaciones en la resistencia.
Israel ha hecho un uso compulsivo de un vídeo recopilatorio de los asesinatos perpetrados por Hamás y otros combatientes de Gaza en los ‘kibutz’ el 7 de octubre. Si ese vídeo horroriza con razón a sus espectadores, imaginemos el efecto que tendrán en las futuras generaciones de palestinos y palestinas los vídeo clips de cuatro meses de masacres ejecutadas por las fuerzas israelíes en Gaza. La Nakba o la Catástrofe que Israel ha llevado a cabo en Gaza en los últimos cuatro meses está incomparablemente mejor documentada que la Nakba de 1948. Esas imágenes permanecerán en internet para siempre. ¿Por qué debería pensar Israel que esta Nakba desaparecerá de la conciencia popular cuando acaben sus ataques?
La población de Jordania cuenta con 11,15 millones de habitantes de los cuales, algo más de la mitad son palestinos descendientes de refugiados expulsados de Cisjordania, Jerusalén Oriental y Gaza. Aun sin contar a las tribus jordanas de la Cisjordania oriental –que se han manifestado tan enérgicamente a favor de Gaza como los palestinos–, hay tres veces más palestinos en Jordania que en la Franja. Están indignados, relativamente bien situados y tienen acceso a un floreciente mercado de armas. Además, Jordania tiene fronteras porosas con Siria e Iraq, donde existen organizaciones respaldadas por Irán con voluntad de intervenir. Esto hace de Jordania un potencial campo de reclutamiento para la siguiente oleada de combatientes palestinos.
Ahora bien, ¿quién, en su sano juicio, intentaría pacificar su frontera meridional frente a los ataques enemigos a costa de reactivar la frontera oriental, mucho más extensa? ¿Quién cambiaría 60 km de frontera insegura por 482 km?
Un ciego sentimiento de victimismo
Israel y sus partidarios solo ven su propia historia y solo escuchan su propia voz. No contemplan qué significa ser víctima del permanente expansionismo de su Estado. No ven que la población palestina de Rafah, ya desplazada múltiples veces en su éxodo hacia el sur, desciende a su vez de refugiados de los pueblos y ciudades que hoy forman parte de Israel: Beersheva, Yaffa, el Naqab… No ven el poderoso simbolismo de lo que está haciendo Israel. Al intentar destrozar la Franja, está intentando aplastar a la nación palestina en su conjunto. Si Israel consigue su propósito en Gaza no habrá palestino en Israel, ni en Jerusalén Oriental ni en Cisjordania ocupadas que no piense que ellos serán los siguientes.
El sentimiento de victimismo y de destino histórico de Israel le ciega ante el sufrimiento que causa. A sus ojos, solo hay una víctima de la Historia: los judíos. En su visión del mundo no cabe nadie más. Los palestinos y palestinas no solo son invisibles: no existen. Pero la causa nacional palestina sí existe.
El año pasado, Netanyahu prácticamente declaró el fin del conflicto con la inminente firma de los Acuerdos Abraham por parte de Arabia Saudí. Pocas semanas después, Israel se metió en la guerra más larga que ha librado desde 1947. Hoy en día, esta guerra ha impulsado a la causa palestina a lo más alto de la agenda internacional de derechos humanos.
Y sin embargo, igual que un jugador que tira los dados con apuestas cada vez más altas, el ejército de Netanyahu ha ido de hospital en hospital sin encontrar el escondite de Hamás pero destruyendo el sistema sanitario de Gaza con igual determinación. Ha avanzado de norte a sur anunciando que la victoria es inminente.
Benny Morris, antiguo historiador revisionista de izquierdas reconvertido en halcón, ha declarado al Frankfurter Algemeiner que Netanyahu no le gusta nada: “Es un sinvergüenza. Pero tiene razón en que la guerra debe continuar hasta aplastar a Hamás, aunque solo sea porque si no acabamos el trabajo seremos vistos como perdedores en toda la región”. Tengo noticias para Morris, el historiador: Israel nunca “acabará el trabajo”.
Solo tiene dos opciones: seguir a Itamar Ben Gvir y Bezalel Smotrich en su misión de convertir una guerra por el territorio en una guerra religiosa, o sentarse con un liderazgo elegido libremente por los y las palestinas, y discutir cómo compartir la tierra como iguales.
Yo sé qué opción elegiría.
David Hearst es cofundador y redactor jefe de Middle East Eye.
Artículo original publicado en Middle East Eye. Traducido para viento sur por Loles Oliván Hijós.
Fuente: https://vientosur.info/guerra-contra-gaza-israel-nunca-acabara-el-trabajo/