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El talón de Aquiles de Israel

Israel, Obama y el Arma del Juicio Final

Fuentes: Counterpunch

Traducido para Rebelión por LB

Es ya un tópico decir que las personas que no aprenden de la historia están condenadas a repetir sus errores.

Hace aproximadamente 1.942 años, los judíos de la provincia llamada Palestina desataron una rebelión contra el Imperio Romano. En retrospectiva, parece un acto de locura. Palestina era una parte pequeña e insignificante del imperio mundial que acababa de ganar una victoria aplastante contra la potencia rival -el Imperio parto (Persia)- y que había sofocado una gran rebelión en Gran Bretaña. ¿Qué posibilidades de éxito podía tener la revuelta judía?

Solo Dios sabe lo que pasaba por la mente de los «zelotes». Eliminaron a los líderes moderados que advertían en contra de provocar el imperio y ganaron influencia sobre la población judía del país. Confiaban en Dios. Quizás también confiaban en los judíos de Roma y creían que su influencia en el Senado frenaría al emperador Nerón. Tal vez habían oído que Nero era débil y estaba a punto de caer.

Sabemos cómo terminó el asunto: al cabo de tres años los rebeldes fueron aplastados, Jerusalén cayó y el templo fue incendiado. El último de los zelotes se suicidó en Masada.

Los sionistas, efectivamente, trataron de aprender de la historia. Actuaron de una manera racional, no provocaron a las grandes potencias, en todas las situaciones se esforzaron por conseguir lo posible. Aceptaron compromisos, y cada compromiso les sirvió como trampolín para el siguiente salto adelante. Utilizaron hábilmente la postura radical de sus adversarios y se ganaron la simpatía de todo el mundo.

Pero desde el comienzo de la ocupación su mente se ha nublado. El culto de Masada se ha erigido en dominante. De nuevo las promesas divinas empiezan a jugar un papel en el discurso público. Una gran parte del público respalda a los nuevos zelotes.

La siguiente fase es también una repetición de lo ya vivido: los dirigentes de Israel están azuzando una rebelión contra la nueva Roma.

* * *

Lo que comenzó como un insulto al vicepresidente de los Estados Unidos se está convirtiendo en algo mucho mayor. El ratón ha parido un elefante.

Últimamente, el ultraderechista gobierno israelí Jerusalén ha comenzado a tratar el Presidente Barack Obama con un desprecio apenas disimulado. Los temores que surgieron en Jerusalén al inicio de su mandato ya se han disipado. Obama les parece una pantera negra de papel. Renunció a su exigencia de que la actividad constructora en los asentamientos sea congelada efectivamente. Cada vez que le escupían él decía que estaba lloviendo.

Sin embargo, ahora, aparentemente de forma súbita, el vaso se ha colmado. Obama, su vicepresidente y sus ayudantes de más rango condenan al gobierno de Netanyahu con creciente severidad. La secretaria de Estado Hillary Clinton ha lanzado un ultimátum: Netanyahu debe detener toda actividad de los asentamientos, también en Jerusalén Oriental; debe aceptar negociaciones sobre todos los problemas fundamentales del conflicto, incluyendo el tema de Jerusalén Oriental, y más.

La sorpresa fue completa. Al parecer, Obama ha cruzado el Rubicón igual que el ejército egipcio cuando cruzó el Canal de Suez en 1973. Netanyahu ha dado la orden de movilizar a todas sus reservas en Estados Unidos y de hacer avanzar a todos los tanques diplomáticos. Todas las organizaciones judías de los EE.UU. recibieron la orden de unirse a la campaña. El AIPAC hizo resonar el shofar y ordenó a sus soldados -senadores y congresistas- asaltar la Casa Blanca.

Parece que la batalla decisiva ha comenzado. Los dirigentes israelíes estaban seguros de que Obama sería derrotado.

Y entonces se escuchó un ruido extraño: el sonido del Arma del Juicio Final.

* * *

El hombre que decidió activar el Arma era un enemigo de un nuevo tipo.

David Petraeus es el oficial más popular del ejército de los Estados Unidos. El cuatriestrellado general, hijo de un capitán marino holandés que se trasladó a EEEUU cuando los nazis invadieron su país, se destacó desde su primera infancia. En West Point fue «cadete distinguido» en el Comando del Ejército y en el General Staff College fue nº 1. Como comandante de combate cosechó aplausos. Escribió su tesis doctoral (sobre las lecciones de Vietnam) en Princeton y trabajó como profesor adjunto de relaciones internacionales en la Academia Militar de EE.UU.

Dejó su huella en Irak cuando era comandante de las fuerzas en Mosul, la ciudad más problemática del país. Llegó a la conclusión de que para vencer a los enemigos de los EE.UU. había que ganarse los corazones de la población civil, adquirir aliados locales y gastar más dinero que munición. Los irakíes le llamaban rey David. Su éxito fue considerado tan espectacular que sus métodos fueron adoptados como la doctrina oficial del ejército estadounidense.

Su estrella ascendió rápidamente. Fue nombrado comandante de las fuerzas de la coalición en Irak y pronto se convirtió en el jefe del Comando Central del ejército de EE.UU., que cubre todo el Oriente Medio, excepto Israel y Palestina (los cuales «pertenecen» al mando de Estados Unidos en Europa).

Cuando una persona así levanta la voz, el pueblo estadounidense escucha. Como pensador militar respetado no tiene rival.

* * *

Esta semana Petraeus transmitió un mensaje inequívoco: tras examinar los problemas en su ADR (Área de responsabilidad), que incluye, entre otros países, a Afganistán, Pakistán, Irán, Irak y Yemen, se centró en lo que denominó las «causas profundas de la inestabilidad» en la región. La lista la encabezaba el conflicto palestino-israelí.

En su informe al Comité de Servicios Armados declaró: «Las hostilidades permanentes entre Israel y algunos de sus vecinos presentan agudos desafíos a nuestra capacidad de promover nuestros intereses en la ZDR (…) El conflicto fomenta el sentimiento anti-estadounidense debido a la percepción del favoritismo de EE.UU. con respecto a Israel. La cólera de los árabes por la cuestión de Palestina limita la fuerza y profundidad de las alianzas de los EE.UU. con los gobiernos y pueblos de la ZDR y debilita la legitimidad de los regímenes moderados del mundo árabe. Mientras tanto, al-Qaeda y otros grupos militantes explotan esa ira para recabar apoyo. El conflicto también da a Irán influencia en el mundo árabe a través de sus clientes, el Hezbollah libanés y Hamas».

No contento con eso, Petraeus envió a sus oficiales a presentar sus conclusiones a la Junta de Jefes de Estado Mayor.

En otras palabras: la paz palestino-israelí no es un asunto privado entre las dos partes, sino cuestión de interés nacional supremo para los EE.UU. Eso significa que los EE.UU. deben renunciar a su apoyo unilateral al gobierno israelí e imponer la solución de los dos Estados.

El argumento como tal no es nuevo. Varios expertos han dicho más o menos lo mismo en el pasado. (Inmediatamente después de los ataques del 11S escribí en una vena similar y profeticé que los EE.UU. cambiarían su política. Eso no ocurrió entonces.) Pero ahora eso aparece plasmado en un documento oficial redactado por el comandante estadounidense a cargo.

El Gobierno de Netanyahu entró inmediatamente en modo de limitación de daños. Sus voceros declararon que Petraeus representa un enfoque militar estrecho, que no entiende los asuntos políticos, que su razonamiento es defectuoso. Pero no es esto lo que provocó sudores fríos a los dirigentes israelíes en Jerusalén.

* * *

Como es bien sabido, el lobby pro-israelí domina el sistema político estadounidense de forma ilimitada. O casi. Todos los políticos y altos funcionarios estadounidenses le profesan un miedo cerval. La más mínima desviación de la estricta línea marcada por el AIPAC equivale a un suicidio político.

Sin embargo, en la armadura de este Goliat político existe una grieta. Igual que el talón de Aquiles, la inmensa fuerza del lobby pro-Israel tiene un punto vulnerable que, cuando se toca, puede neutralizar su poder.

Así lo ilustró el caso de Jonathan Pollard. Este judío estadounidense era empleado de una agencia de inteligencia y espiaba para Israel. Los israelíes lo consideran un héroe nacional, un judío que cumplió su deber para con su pueblo. Sin embargo, para la comunidad de inteligencia de EE.UU. se trata de un traidor que puso en peligro la vida de muchos agentes estadounidenses. No satisfecho con una pena rutinaria, el tribunal lo condenó a cadena perpetua. Desde entonces, todos los presidentes norteamericanos han rechazado las peticiones de los sucesivos gobiernos israelíes para que la pena sea conmutada. Ningún presidente se atrevió a enfrentarse a sus jefes de inteligencia en este asunto.

Pero la parte más importante de este asunto nos trae a la mente las famosas palabras de Sherlock Holmes acerca de los perros que no ladraron. El AIPAC no ladró. Toda la comunidad judía estadounidense se quedó callada. Casi nadie levantó la voz por el pobre Pollard.

¿Por qué? Porque la mayoría de los judíos estadounidenses están dispuestos a hacer lo que sea -exactamente lo que sea- por el gobierno de Israel. Salvo una cosa: no harán nada que se pueda interpretar como dañino para la seguridad de los Estados Unidos. Cuando se iza la bandera de la seguridad, los judíos, igual que todos los estadounidenses, se ponen firmes y saludan. Pende sobre sus cabezas la espada de Damocles de la sospecha de deslealtad. Para ellos, ésa es la peor pesadilla: ser acusados de poner anteponer la seguridad de Israel a la de los EE.UU. Por eso es importante para ellos repetir incesantemente el mantra de que los intereses de Israel y de los EE.UU. son idénticos.

Y justo en ese momento aparece el general más importante del Ejército de EE.UU. y dice que tal cosa no es cierta y que la política del actual Gobierno israelí está poniendo en peligro las vidas de soldados estadounidenses en Irak y Afganistán.

* * *

De momento, esa idea sólo es una observación marginal inserta en un documento militar que no ha sido muy aireado. Pero la espada ya ha sido desenfundada y los judíos estadounidenses han comenzado a temblar ante el lejano rumor de un terremoto que se aproxima.

Esta semana, el cuñado de Netanyahu ha utilizado nuestra propia Arma del Juicio Final. Declaró que Obama es un «anti-semita». El periódico oficial del Partido Shas ha afirmado que Obama es en realidad un musulmán. Esta gente representa a la derecha radical y a sus aliados, que sostienen de palabra y por escrito que «Hussein» Obama es un negro que odia a los judíos al que hay que derrotar en las próximas elecciones parlamentarias y en las próximas presidenciales.

(Sin embargo, una importante encuesta publicada ayer en Israel demuestra que el público israelí está lejos de creerse esas insinuaciones: la inmensa mayoría opina que el trato que Obama da a Israel es justo. De hecho, Obama obtuvo mejores notas que Netanyahu.)

Si Obama decidiera conraatacar y activar su Arma del Juicio Final -la acusación de que Israel pone en peligro la vida de los soldados estadounidenses-, las consecuencias serían catastróficas para Israel.

De momento solo se trata de un disparo realizado por encima de la cubierta, un tiro de advertencia lanzado por un buque de guerra para inducir a otro buque a acatar sus instrucciones. La advertencia es clara. Incluso si la crisis actual acaba siendo amortiguada de algún modo, es inevitable que vuelva a estallar una y otra vez mientras la actual coalición en Israel se mantenga en el poder.

Cuando la película «Hurt Locker» obtuvo sus galardones, el público estadounidense estaba unido en su preocupación por las vidas de sus soldados en Oriente Medio. Si este público se convence de que Israel les está clavando un cuchillo en la espalda, será un desastre para Netanyahu. Y no sólo para él.

Fuente: http://www.counterpunch.org/avnery03222010.html