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La industria israelí de la inseguridad

Israel prospera en el mercado de la seguridad aprovechando la inseguridad de algunas naciones en desarrollo

Fuentes: Al-Jazeera

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Según el gobierno israelí y las entidades que simpatizan con él, Irán plantea una amenaza apocalíptica para el mundo.

Por cierto, desde su concepción, la República Islámica se ha dedicado a una conducta destructiva que confirma su papel antagónico frente a la población del mundo.

En los años noventa, por ejemplo, Irán ayudó a los perpetradores del genocidio de Ruanda con armas y entrenamiento, mientras seguía vendiendo armas al dictador indonesio Suharto quien presidía el exterminio de cientos de miles de personas en Timor Oriental.

Aprovechando su propia experticia en desplazamientos forzados a gran escala, Irán contribuyó a la implementación de una política de tierras arrasadas contra comunidades indígenas de Guatemala, uno de los puntos culminantes de un conflicto que causó más de 200.000 víctimas mortales.

En otros sitios de Latinoamérica, Irán suministró útiles métodos de opresión a la dictadura homicida chilena de Augusto Pinochet, mientras ayudaba a concebir la encarnación contemporánea del paramilitarismo colombiano que ha sido responsable de un derramamiento indescriptible de sangre de civiles y otras formas de sufrimiento.

Era solo una broma

En realidad, nada de lo anterior es verdad. El verdadero culpable de todos los puntos enumerados en esa muestra no es otro que el Estado de Israel.

Por supuesto si esos sórdidos trozos de historia se debieran a Irán en lugar de Israel, podríamos contar con su explotación total por los medios globales que no se interesan por denunciar los crímenes israelíes.

En un nuevo informe titulado «el Papel Mundial de Israel en la Represión», la Red Judía Anti-Sionista Internacional (IJAN) se esfuerza por corregir los antecedentes históricos catalogando «el papel del gobierno de Israel, sus militares, corporaciones y organizaciones relacionadas en una industria global de violencia y represión».

Basándose en fuentes israelíes entre otras, el bien documentado informe cita numerosas manifestaciones de la industria mencionada más allá de los casos antes citados de una nefasta colaboración que va de Ruanda a Colombia.

Una referencia destacada es la del libro del difunto profesor de la Universidad Hebrea, Israel Shahak Israel’s Global Role: Weapons for Repression, que ilustra cómo «desde Rodesia a  la Sudáfrica del apartheid y a las monarquías del Golfo, Israel no asocia sus intereses a las masas que luchan por la libertad, sino a sus carceleros». Entre las masas previamente afectadas estaba la población de Nicaragua, donde, según Shahak, Israel suministró un 98% de las armas utilizadas por el dictador Anastasio Somoza durante el último año de su régimen, cuando fueron asesinadas cerca de 50.000 personas.

Israel también armó a los carceleros surafricanos ­-al gobierno así como a algunos de los regímenes de los bantustanes- y ofreció armas nucleares al país. Como señaló The Guardian en un informe exclusivo sobre el tema, Sudáfrica por su parte «suministró gran parte del óxido de uranio que Israel necesitaba para desarrollar sus [propias] armas».

El informe de la IJAN menciona otros ejemplos de la belicosa simbiosis en el continente africano, como los esfuerzos de Israel para equipar a Portugal en sus batallas contra los movimientos de liberación nacional de Mozambique, Angola y Guinea-Bissau. Fenómenos como las dictaduras y la represión militar de Costa de Marfil, la República Centroafricana, Benín, Camerún, Senegal, Togo, Uganda, Nigeria y Somalia también fueron reforzados por la llegada de fondos e instrucción técnica israelíes.

La observación de la IJAN de que Israel armó en varias ocasiones a las tres partes en la prolongada guerra civil de Angola parece subrayar la naturaleza oportunista de las contribuciones globales del Estado judío a la violencia, como su colaboración al terror estatal desencadenado por la junta militar argentina en los años setenta que, dicho sea de paso, atacó desproporcionadamente a residentes judíos en Argentina.

Un tema similar se citó más recientemente en informes de que un empleado de Global CST -una compañía privada de seguridad israelí, fundada por el exefe del Directorado de Operaciones del ejército israelí, contratada por el gobierno colombiano para ayudar en la lucha contra las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y otros enemigos- había tratado de vender documentos clasificados del Ministerio de Defensa colombiano a las propias FARC.

En 2011, se afirmó que Global CST también había mercadeado sus servicios a las fuerzas armadas de Georgia así como a la república separatista de Abjasia.

Negocios con la inseguridad

Es casi una perogrullada señalar que la rentabilidad de la «industria de la seguridad» se basa necesariamente en la proliferación de la inseguridad.

Podríamos pensar, por ejemplo, en qué nivel de seguridad individual o general es posible, en el contexto de masivas ventas de armas israelíes a sitios como India, un Estado represor y racista que se publicita deshonestamente como un bastión de la democracia por los aduladores del libre mercado y criaturas semejantes.

En un discurso en la Conferencia Earth at Risk, la destacada autora india Arundhati Roy presentó un cuadro auténtico de las condiciones de su país:

La pobreza y el terrorismo se han combinado. En los Estados nororientales tenemos leyes como la Ley de Poderes Especiales de las Fuerzas Armadas, que permite que los soldados maten por sospecha. En toda India tenemos la Ley de Prevención de Actividades Ilegales, que prácticamente convierte en una ofensa criminal hasta un pensamiento antigubernamental, por el cual se puede encarcelar a alguien hasta siete años.

Roy afirma que, tal como está configurado el mundo actualmente, «las armas son absolutamente esenciales… no solo para mantener el funcionamiento del petróleo o de los recursos naturales, sino del propio complejo militar-industrial. El inagotable suministro en India de pobres-terroristas presumiblemente será lucrativo.

En un artículo de diciembre de 2012 en Al Jazeera titulado «Israel gets a kick(back) out of conflict», Charlotte Silver cita al economista político Shir Ever sobre la variedad de destinos globales de las exportaciones de seguridad de Israel:

Países con extrema desigualdad (Brasil, India, Guinea Ecuatorial, Gabón, etc.) parecen mercados naturales de los productos de seguridad interior. Es donde la tecnología puede utilizarse para reprimir a gente empobrecida.

El informe de la IJAN detalla la ayuda israelí a la represión en Brasil, donde los residentes de las favelas y otros sectores de la población son el blanco de la tecnología y del entrenamiento policial israelíes.

Como menciona Silver en su columna, sin embargo, el romance del Estado con el know-how de seguridad israelí contiene una paradoja perturbadora, en vista del apoyo declarado de Brasil a los derechos palestinos y su oposición a abusos israelíes como el bloqueo de Gaza.

Sobre la disposición de diversos países a cortejar a Israel en el campo de la seguridad mientras lo desafían en otros aspectos, como por medio de sus votos en la ONU sobre la condición de Estado de Palestina, Silver cita la observación del presidente israelí Shimon Peres: «Tenemos relaciones con países que no nos reconocen, pero quieren cooperar con nosotros en el terreno de la seguridad».

Ya que la opresión de Israel a los palestinos depende fundamentalmente de su industria de la seguridad, este tipo de cooperación termina por validar la opresión a la que tales Estados pretenden oponerse.

En cuanto a Estados menos preocupados por mantener fachadas de posiciones de principios, EE.UU. arroja miles de millones de dólares al año a Israel, alentando su perpetua belicosidad.

La recusación de la IJAN del «uso de beneficios [por parte de Israel] para reprimir y desplazar aún más a los palestinos, y desarrollar aún más armas letales al hacerlo», parece subrayar las implicaciones de esta rentable fórmula de seguridad interior para países de todo el mundo.

Belén Fernández es autora de The Imperial Messenger: Thomas Friedman at Work, publicado por Verso en 2011. Es miembro del consejo editorial de Jacobin Magazine y sus artículos se han publicado en London Review of Books, AlterNet y muchas otras publicaciones.

Fuente: http://www.aljazeera.com/indepth/opinion/2013/01/201311216555732158.html

rCR