Traducción: María Landi
Apenas me había dormido cuando desperté y encontré a un soldado israelí armado revoloteando sobre mi cama. Me ordenó que me levantara rápido y me pusiera una chaqueta. Medio dormida aún, me esposaron, me arrojaron adentro de un jeep militar y me llevaron para interrogarme. La noche anterior ya se habían llevado a mi prima de 16 años, Ahed, y ahora era mi turno.
Unos días antes, el ejército israelí allanó nuestro poblado de Nabi Saleh en Cisjordania ocupada para reprimir nuestra manifestación semanal contra la colonia judía ilegal construida en nuestra tierra y el robo de nuestra fuente de agua dulce por los colonos. Durante la manifestación, un soldado le disparó de cerca en la cara a nuestro primo Mohammed de 15 años y le rompió el cráneo. Fue llevado de urgencia al hospital y hubo que inducirle un coma médico.
Aproximadamente media hora después, todavía traumatizadas por lo que le hicieron a nuestro primo, encontramos soldados en el patio delantero de la casa de Ahed, donde estábamos sentadas, e intentamos que se fueran. Por exigirles que se fueran, desarmada, mi prima enfrenta cargos por confrontar a un soldado armado.
Cuando el video del incidente se mostró en Israel se volvió viral, y muchos israelíes exigieron que se nos castigara. Entonces, a la semana siguiente, los soldados llegaron a la casa de Ahed en mitad de la noche y se la llevaron presa. Al día siguiente, su madre Nariman también fue encarcelada cuando fue a averiguar por Ahed. Más tarde esa noche, yo también fui arrestada.
Me liberaron bajo fianza después de 16 días, pero Ahed ha estado languideciendo en prisión por casi dos meses, al igual que su madre. El 31 de enero, ella pasó su cumpleaños número 17 en una celda. El comienzo de su juicio en un tribunal militar se ha retrasado varias veces. El último aplazamiento se produjo el martes, cuando fue reprogramado para el 11 de marzo. En un evidente intento de eludir el escrutinio de los medios internacionales, el juez también dictaminó que los periodistas no podrán asistir. Las acusaciones a las que Ahed se enfrenta tienen una pena máxima de 20 años. Yo también enfrento cargos.
En la prisión nos trataron muy mal. Después de ser arrestada, Ahed fue llevada a una celda en el sótano e interrogada sin la presencia de su padre, madre o abogada. Ella y yo fuimos trasladadas varias veces de una prisión a otra, mantenidas con criminales israelíes comunes y sometidas a un acoso verbal degradante y sexista. El ejército sabe cómo ejercer presión psicológica para quebrarte. Nos privaron del sueño y de la comida, y me forzaron a permanecer sentada en una silla sin poder moverme durante largas horas cada vez.
Cuando nos llevaron al tribunal militar para una audiencia, fue muy duro ver a nuestros padres y madres sentadas en la parte de atrás, preocupadas e indefensas. Mi tío Bassem Tamimi, el padre de Ahed, y mi propio padre saben de primera mano cómo se siente y huele la prisión. Ambos han sido encarcelados varias veces debido a su resistencia no violenta a la ocupación israelí. Bassem fue nombrado preso de conciencia dos veces por Amnistía Internacional, que también ha pedido la liberación de Ahed. Ellos saben que nos mantuvieron en una celda helada mientras esperábamos la audiencia. Conocen el dolor de las esposas cuando aprietan nuestras muñecas y tobillos, y lo sucias que están las celdas, y el olor a comida podrida. Ellos entienden lo que se siente estar aislada en una celda: completamente sola, congelada y asustada, sin saber lo que te pasará. Al igual que sus padres, madres y hermanos, temo por el bienestar de Ahed y de las más de 300 niñas y niños palestinos actualmente encarcelados por el ejército israelí.
Ahed y yo somos la segunda generación de Tamimis que hemos pasado toda nuestra vida bajo el opresivo régimen militar israelí. Crecimos bajo la constante vigilancia y control de los soldados israelíes. A muy temprana edad tuvimos que aprender la resiliencia, la determinación y la tenacidad. Para poder sobrevivir, en todo momento teníamos que estar muy conscientes de nuestro entorno. Incluso las cosas más básicas, como poder movernos libremente o hacer un viaje de un día, no eran posibles para nosotras, debido a los checkpoints militares y otros impedimentos. No teníamos espacio para respirar, a veces literalmente, cuando las nubes de gas lacrimógeno disparadas por los soldados nos envolvían e invadían nuestras casas.
Tristemente, estamos acostumbradas a que los soldados entren por la fuerza en nuestros hogares, mientras sus cámaras toman fotos de los hombres de la familia, registrando cuántas ventanas y puertas tenemos, y robando y destruyendo nuestras pertenencias personales. No existe la privacidad. Además de mi padre, también mi madre y mi hermano estuvieron en prisión. Al tío de Ahed, los soldados le dispararon y lo mataron durante una manifestación en 2012, mientras que a su madre le dispararon en la pierna durante otra marcha, y desarrolló asma debido al gas lacrimógeno.
Nos han robado nuestra infancia, y nunca hemos conocido la sensación de seguridad y tranquilidad. La triste verdad es que ésta no es sólo la realidad de Ahed y mía, o de Nabi Saleh. Es la realidad de la mayoría de los palestinos y palestinas, especialmente si son jóvenes.
Cada año, Israel procesa a entre 500 y 700 niñas y niños palestinos en los tribunales militares, que tienen una tasa de condena de más del 99 por ciento. El doble sistema legal impuesto por Israel en Cisjordania ocupada ha sido condenado como «separado y desigual» por grupos de derechos humanos. Los colonos judíos, incluidos los menores, están sujetos a la legislación civil israelí, mientras que la población palestina, de todas las edades, está sujeta a la ley marcial.
Los niños y niñas palestinas en las cárceles militares israelíes soportan abusos sistemáticos -incluyendo amenazas y violencia física−, y son presionados/as a firmar confesiones en hebreo que no pueden leer, después de ser interrogados/as sin la presencia de un padre, madre o abogado. Estos abusos han sido bien documentados por grupos de derechos humanos; incluso miembros del Congreso de Estados Unidos están tomando medidas para frenarlos con un proyecto de ley destinado a asegurar que la ayuda estadounidense no financie el encarcelamiento de niñas y niños palestinos ni la violación de sus derechos.
No podemos hacer frente a Israel en soledad. La comunidad internacional y todas las personas de conciencia también deben defender la justicia y no tolerar estos abusos contra nuestros derechos, especialmente contra la niñez palestina. Me imagino vivir sin las penurias provocadas por el régimen militar de Israel, disfrutando de la simple libertad de poder llegar a clase a tiempo porque no hay checkpoints que encierren mi aldea. No tener que preocuparme de que me maten o maten a mis seres queridos, o nos lastimen, o seamos arrojados a una prisión militar por defender nuestros derechos. Al igual que todas las personas, simplemente queremos poder vivir en libertad.
Nur Tamimi es estudiante de periodismo y activista del poblado de Nabi Saleh, en Cisjordania ocupada.
Publicado el 13 de febrero en el Washington Post.