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¿Otra vez sin jucio el genocidio?

Israel, ¿y ahora qué?

Fuentes: Rebelión

    El otro día un canal de TV internacional mostraba un intento de entrevista con dos niñas palestinas que habían perdido a sus respectivas familias, a la totalidad de ellas. Una de esas adultas a la fuerza con 12 años, traumatizada, había sobrevivido a un bombardeo de su casa en el que perecieron sus […]

 

 

El otro día un canal de TV internacional mostraba un intento de entrevista con dos niñas palestinas que habían perdido a sus respectivas familias, a la totalidad de ellas. Una de esas adultas a la fuerza con 12 años, traumatizada, había sobrevivido a un bombardeo de su casa en el que perecieron sus padres y sus 4 hermanos, y tuvo que pasar escondida horas y horas entre los cadáveres de todos ellos. Preguntada por el entrevistador en medio de su catatonía emocional, alcanzó a responder «ellos han matado a mi familia y yo ahora quiero matarles a ellos».

Esto es precisamente lo que quiere Israel. La perpetuación de la barbarie de la que vive como Estado. Los genocidas al frente del Estado israelí saben perfectamente que en una región en paz con democracia real, el Estado de Israel tal como existe hoy no tendría cabida. Y no porque se lo merendaran los Estados de la zona; ni siquiera harían falta dos Estados, uno israelí y otro palestino. Simplemente con que los palestinos pudieran decidir libremente dentro del Estado israelí, la clave racista en que éste se sustenta desaparecería. Como desapareció el «apartheid» en Sudáfrica una vez que la población negra pudo al menos depositar un voto en las urnas.

Un Estado basado en pilares racistas y militaristas es incompatible con la paz y la democracia. Y tengamos en cuenta que Israel es algo así como el departamento de I + D de la industria armamentística global. Es por eso que muchas veces, preocupados por lo que nuestros Gobiernos le venden a Israel, no somos conscientes de que este Estado es el proveedor de dispositivos de vigilancia y control del mundo, algunos de cuyos más sofisticados sistemas van a ser ya adquiridos por los países de la UE y de EE.UU. para sus «puntos sensibles» (pronto los padeceremos en los aeropuertos, por ejemplo, para sustituir toda esa anticuada tecnología de detectación que ahora nos hace casi desnudarnos en ellos). Y es que Israel es un Estado que no sólo aterroriza a los palestinos, sino que vive de sembrar el terror en todo el planeta y de contribuir a asesorar y proveer de dotación «inteligente» para la represión y el control poblacional en todo el mundo, colaborando con los regímenes dictatoriales y represores más sanguinarios, como fue el caso de la propia Sudáfrica y hoy lo es Colombia, por ejemplo.

Los Gobiernos llamados «occidentales», al continuar apoyando a este Estado con Acuerdos Preferentes y armas, con sus silencios y su falta de apoyo a las denuncias populares y de ciertas organizaciones valientes, pierden más y más legitimidad para acusar a otros de crímenes de guerra o de lesa humanidad. Sus tribunales evidencian cada vez más sólo estar destinados a juzgar a los que matan en contra de los intereses de «Occidente», mientras que la OTAN e Israel pueden asesinar a mansalva a favor de esos mismos intereses.

Por eso no podemos quedarnos tranquilos con haber salido ya a protestar a la calle. Toca ahora forzar las consecuencias políticas y judiciales de la nueva matanza.

En las casas donde habían estado los soldados israelíes, aparte de los excrementos de éstos y sus restos de comida, han quedado numerosas pintadas de los ocupantes en las que puede leerse (muchas en inglés, para que sean más entendibles y difundidas) cosas como estas: «podéis correr pero no esconderos», «os cazaremos a todos como a ratas».

¿Hasta dónde alcanza la animalización del otro, hasta dónde pueden llegar las cuotas de racismo de la Humanidad, en este caso de la mano de buena parte del pueblo que más ha hecho gala de ser objeto de racismo?

Acabar con el fundamentalismo étnico del Estado de Israel, con esta entidad podrida del sionismo, es cuestión de dar contenido dentro de él y en su región a esas palabras tan sublimes como adulteradas: democracia y paz. Y para ello hay que comenzar haciendo justicia.