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Israel y Palestina: el conflicto de toda una vida

Fuentes: Tribunas

La relación entre Israel y Palestina parece que lleva siendo conflictiva toda su vida, desde la existencia del Estado de Israel en 1948, e incluso antes. Esta relación se ha denominado desde los años 70 como ‘conflicto israelo-palestino’, si bien esta definición no es ni arbitraria ni recoge toda la esencialidad de la misma. Llamarse […]

La relación entre Israel y Palestina parece que lleva siendo conflictiva toda su vida, desde la existencia del Estado de Israel en 1948, e incluso antes. Esta relación se ha denominado desde los años 70 como ‘conflicto israelo-palestino’, si bien esta definición no es ni arbitraria ni recoge toda la esencialidad de la misma. Llamarse ‘conflicto’ implica aceptar la existencia de dos partes que exigen lo mismo, y que las exigencias de uno son incompatibles con las del otro. Desde este modelo teórico desarrollado y explicado por los investigadores de la «paz», y adoptado por los políticos occidentales, se asume que sólo estas dos partes son los actores, y que tienen que encontrar la mejor solución para ambos; cuando sea necesario se puede introducir un tercer elemento legitimado que pretende buscar un acercamiento entre ellos. Ya en 1972 se hace el primer análisis de la relación Israel-Palestina desde el modelo del conflicto, análisis que desvela la desigualdad y desproporción entre las partes -que no podemos llamar ni estados (pues sólo uno es reconocido)-, y el desequilibrio en las soluciones planteadas -donde siempre pierde el mismo y siempre gana el mismo-. A pesar de ello, llevamos casi 40 años insistiendo en esta definición de ‘conflicto’, y consecuentemente adoptando las soluciones que desde ella se plantean, soluciones negociadas concretadas en un ‘proceso de paz’, y que se van gestionando paso a paso.

Tras 40 años se observa que la desigualdad, la desproporción y el desequilibrio no sólo no se han reducido, sino que se han incrementado; la ocupación del territorio palestino, construcción de un muro de hasta 10 metros de alto, demolición de casas, establecimiento de colonias israelíes en tierras palestinas, ataques leves, medios e intensos, situación de bloqueo permanente a Gaza, que sobrevive al bombardeo masivo durante la navidad del año 2008 (operación plomo fundido). Desde los análisis psicológicos hay más teorías y modelos que pudieran ser aplicables a esta relación entre Israel y Palestina, uno es el llamado modelo de la violencia desarrollado en el marco del estudio y la intervención de la violencia escolar o bullying. La definición de violencia implica que tiene que darse un desequilibrio entre las partes, una intencionalidad en los ataques, y una repetición de los mismos; de manera que siempre se repiten quiénes son los ganadores y quiénes los perdedores. Los actores son los directamente implicados, denominados ‘grupo agresor’ y ‘víctima’, así como un tercer elemento que no actúa ante esta injusticia, los llamados ‘espectadores’, que con su silencio contribuyen a que dicha violencia se perpetúe hasta la eliminación de la víctima. Las soluciones que se plantean no son negociaciones, pues poco puede mediar una violada con su violador, sino el detener lo antes posible esta violencia, para prevenir la muerte (física o psicológica) de quien la sufre.

La mayor diferencia de denominarse conflicto o violencia recae directamente en la labor de quiénes observan lo que está pasando, y no hacen nada para evitarlo. En el conflicto la actuación de una tercera parte denunciando la situación está excluida, por lo que la participación de la ciudadanía no solamente no es necesaria, sino que es eliminada de todas las maneras posibles (léase el caso de la flotilla); en cambio, en el caso de la violencia, sólo la actuación de la tercera parte, la denuncia, el apoyo a la víctima, y el alejamiento del grupo agresor, se proponen como las soluciones válidas. El hecho de llamarse ‘conflicto’ israelo-palestino no es arbitrario, este marco impide acercarnos a otras alternativas que describen mejor las relaciones entre ambas partes; es decir, es un problema ‘mal’ diagnosticado, por lo que las soluciones planteadas también están sesgadas. Ignorar el triángulo dramático que define a esta relación es justamente lo que el grupo agresor desea, para poder continuar cometiendo su violencia contra esa otra parte empobrecida y sin capacidad de defenderse. Es por ello que llamarle violencia, a pesar de ser estrictamente científico, se convierte en todo un acto de rebeldía, simplemente por llamar a los fenómenos sociales lo que realmente son y por otorgar a la ciudadanía y al resto de los países el rol que realmente deben asumir, es decir, denunciar la situación, ayudar a la víctima y frenar la actuación de los agresores.

Es deber de los ciudadanos exigir a todos sus gobernantes -incluyendo la dimensión municipal, autonómica, nacional, europea e internacional- un posicionamiento ante el tema, pues como dice Desmond Tutú, la neutralidad ante un caso de violencia no es paz, es justamente colaborar con el silencio cómplice que los agresores necesitan para seguir atacando; en el caso de Palestina, se siguen matando palestinos, expropiando tierras, construyendo ilegalmente, e imposibilitando cualquier tipo de vida digna para este pueblo, que sobrevive como puede a casi un siglo de ataques por cometer el delito de haber nacido en su tierra.

La continuación de las negociaciones y proceso de paz, bajo la dirección de Estados Unidos, no es más que el teatro que el grupo agresor necesita para continuar atacando. Que el mediador sea justamente el país que más ayuda dona a Israel para la compra de armamento bélico, lo sitúa más cercano al rol de ayudante del agresor que al de una tercera parte imparcial. Sigamos viendo las consecuencias de un mal diagnóstico y unas inadecuadas soluciones, ante la pasividad de los gobernantes occidentales -cuando no es ayuda directa a Israel- y de su ciudadanía, que ante la complejidad de un ‘conflicto’ imposible de entender, difícilmente sabe como actuar, y así continuaremos hasta que ya no quede nada del pueblo palestino.

Mientras haya un palestino vivo, el holocausto continúa, decía José Saramago.

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