«Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa».(Carlos Marx, El 18 brumario de Luis Bonaparte) No he podido sustraerme a la tentación de emplear la famosa frase […]
«Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa».
(Carlos Marx, El 18 brumario de Luis Bonaparte)
No he podido sustraerme a la tentación de emplear la famosa frase de Marx para iniciar este análisis de la situación de IU tras los resultados de las elecciones del 9 de marzo.
Si lógicamente me refiero a la actual situación como farsa, entonces la tragedia sería la debacle del PCE en octubre de 1982. Por supuesto, nadie debe tomarse al pie de la letra los calificativos, solo son un recurso literario que me sirve para introducir el análisis.
Pretendo utilizar ambas situaciones para intentar acercarme al núcleo del problema de la izquierda transformadora, no solo en este momento, no solo en España, como, por otra parte, no se le escapa a nadie.
En octubre de 1982 el PCE culminaba un largo descenso a los infiernos (electorales) iniciado en el momento mismo que las primeras elecciones democráticas celebradas tras el final de la dictadura le negaban en las urnas el reconocimiento de sus meritos en la lucha antifranquista. Esta profunda frustración acompañará a las tensiones en el partido generadas por los movimientos tacticistas de su Secretario General y, más profundamente aún, a las divisiones provocadas por la existencia de proyectos distintos, nunca claramente perfilados, por lo demás, sobre el papel y la estrategia de un partido comunista en una sociedad transformada según parámetros de una sociedad occidental estable y desarrollada (no tanto en aquellos momentos como ahora, por supuesto).
La debacle de 1982 escenificaba en España el hundimiento del eurocomunismo, que había intentado aportar una respuesta (fallida) al dilema evocado. Fernando Claudín en un interesante ensayo se había preguntado si ese fracaso era el canto del cisne del comunismo. Muchos han pensado desde entonces que efectivamente lo era y pasaron a la vida privada o a realizar sus actividades en partidos con más futuro. Otros muchos buscaron una alternativa que mantuviese viva la esperanza sobre las posibilidades de transformación socialista de la realidad. Podemos acordar que IU fue su fruto.
Aquella debacle de 1982 vino precedida de dos fenómenos a tener en cuenta: la progresiva desaparición de las organizaciones a la izquierda del PCE, y una aguda lucha de tendencias en el interior del PCE acompañada de expulsiones y abandonos. El acontecimiento que precipitó la debacle final fue una larga crisis política de la derecha española que hizo conectar las ansias de cambio existente en la sociedad con un PSOE dispuesto de ofrecerse como el vehículo capaz de llevar a cabo ese cambio.
No es posible con estos datos no dejar de pensar que estamos ante una repetición de aquella situación en un escenario diferente pero con prácticamente los mismos actores. ¿O alguien diría que cualquier parecido es pura coincidencia?.
Si acordamos que no se trata de una pura coincidencia, entonces es que la trayectoria recorrida en estos años por IU no ha servido para solucionar los problemas planteados en 1982.
Para ser más exactos nos encontraríamos ante la tercera gran frustración de la izquierda transformadora en poco más de tres décadas. Porque la primera sería la de la ruptura democrática con la que se debería haber puesto fin al franquismo. Se trataba de la apuesta histórica más elevada, sustituir la dictadura por una «democracia avanzada» antesala de un período de transición al socialismo gracias al papel hegemónico que la clase obrera debía jugar en la derrota final del franquismo. Las fuerzas parecían intactas y la situación propicia, pero no se alcanzó el objetivo propuesto. Las interpretaciones de este fracaso han sido múltiples y polémicas.
Sea como fuere, y sin entrar ahora en esas polémicas, la principal fuerza antifranquista del momento, el PCE, consideró que, en una trayectoria de avance democrático al socialismo que intentaba teorizar a través del eurocomunismo, debía posicionarse lo mejor posible en la liza electoral a punto de comenzar para jugar un papel similar al que tenía por aquel entones partidos como el PCF o el PCI. Esta primera frustración de la que estamos hablando tendría dos partes, la primera sería el mencionado fracaso de la ruptura democrática, la segunda, los resultados electorales cosechados en 1977, tan alejados de las expectativas creadas. Pero, hay empezó un calvario y un declive que, a través de pactos, concesiones, enfrentamientos internos, giros ideológicos y tácticos, etc. llevarían al PCE a la situación de desahucio de 1982. La segunda gran frustración.
Definitivamente se estabilizaba una situación en la que la socialdemocracia se imponía como fuerza hegemónica en la izquierda. El horizonte de un avance al socialismo se alejaba indefinidamente en el tiempo, y eso que aún no había caído el muro de Berlín, ni se habían hundido el PCF y el PCI.
Una coyuntura especial, la del rechazo en la opinión pública de izquierdas a la permanencia de España en la OTAN, permitió realizar un reagrupamiento de las fuerzas a la izquierda del PSOE que veían que, tras la mayoría absoluta alcanzada por éste, corrían el riesgo de terminar desapareciendo. La campaña por el NO en el referéndum de la OTAN va a servir de catalizador para crear IU. Su trayectoria electoral fue ascendente hasta 1996 en que alcanza su cenit. A partir de ese momento inicia un declive imparable que ha culminado en este 9 de marzo. La tercera gran frustración.
Electoralmente hablando la derrota es más profunda que la de 1982, aunque el declive no haya sido tan brusco en el tiempo. Políticamente puede que también por tres razones: Primera, porque se trata de un fracaso más, una acumulación, por tanto, de desencantos. Segundo, porque no hay previsiblemente una coyuntura que permita, como el referéndum de la OTAN servir de catalizador para una revitalización. Tercero, porque se han mantenido tendencias negativas internas a IU, como los enfrentamientos y divisiones internas, con abandonos y expulsiones; y se han agravado las tendencias externas penalizadoras, como la agudización del bipartidismo, el creciente peso de los medios de comunicación de masas en la conformación de la opinión pública, donde la presencia de IU será dosificada según los intereses de estos medios, o la pérdida de influencia en las organizaciones sociales (sindicatos, etc.)
Centrarse en las deformaciones que produce el sistema electoral vigente, para constatar que un sistema electoral más justo arrojaría un total de 14 diputados en lugar de dos, sin dejar de tener su importancia, no es el núcleo esencial del problema.
Se han propuesto algunos modelos interpretativos interesantes para explicar esta situación, como el de la «izquierda volátil» de César Molinas, pero tengo la convicción que las respuestas que se buscan se encuentran en problemas más profundos y de largo alcance.
Otras organizaciones, otros proyectos, en otros lugares, en otras épocas, también fueron barridas por la historia o reducidos a la marginalidad intrascendente. A veces surgieron alternativas nuevas, otras veces, no. El problema no es IU, o cualquier otra sigla, el problema es el proyecto socialista. Éste es el núcleo del debate. La izquierda transformadora ha completado un giro de 360 grados en estos 26 años, pero tampoco está en el mismo punto de partida de entonces.