Cuando a mediados del siglo XVI Torcuato Tasso escribía su poema épico «Jerusalén liberada», inspirado en la epopeya de la reconquista de Jerusalén por parte de los primeros cruzados, entonces en manos de los moros liderados por Solimán, lejos estaría de imaginar que cinco siglos más tarde seguirían las luchas por detentar el poder en […]
Cuando a mediados del siglo XVI Torcuato Tasso escribía su poema épico «Jerusalén liberada», inspirado en la epopeya de la reconquista de Jerusalén por parte de los primeros cruzados, entonces en manos de los moros liderados por Solimán, lejos estaría de imaginar que cinco siglos más tarde seguirían las luchas por detentar el poder en la también clásicamente llamada Ciudad Santa. Una ciudad poblada y fundada por una de las tribus de los cananeos, los jebuseos entre el 3000 y el 2500 A.C. en las precisamente llamadas tierras de Canaán posteriormente y hasta nuestros días conocidas como Palestina. Una ciudad que en lengua indígena se llamó Urusalim y cuyo significado, Ciudad de la Paz, ha sido sistemática y permanentemente contradicho a través de la historia.
La mayor parte de la información sobre la historia de Jerusalén procede de los textos bíblicos pues ni los arqueólogos ni otros investigadores han hallado demasiados restos como para reconstruirla, pero sí ha sido posible determinar que surgieron en la región algunos de los más antiguos centros urbanos de la humanidad, como Jericó que floreció ya en la era del bronce (2850 -1550 A.C.) o Tel-el-Amarna de mediados del 1300 A.C. en la vecina Egipto.
Como tantas otras ciudades ubicadas en la charnela entre Oriente y Occidente su devenir, pese a invocar nominalmente la paz, ha sido tormentoso y aún sigue siéndolo sin encontrar el consenso que permita justificar su nombre, pese al carácter sagrado que le asignan las tres mayores religiones monoteístas del mundo. La paz o en su expresión hebrea shalom es probablemente una de las más ricas en matices pues no solo significa «ausencia de guerra» sino que implica también «estar en paz», «estar completo», «estar acabado», «estar sano y salvo», «estar feliz» (1) lo que equivaldría a vivir en una sociedad donde no solo reinara la paz sino el bienestar ciudadano. Una expresión que por lo demás suele ir acompañada del término «tob» equivalente a «bien/bondad», es decir «shalom» y «tob» o su adaptación como saludo en castellano: «Paz y bien»
Sería interminable citar las veces que desde el Génesis en boca de Jacob (Ge 37,14. «Ve a ver la paz de tus hermanos») hasta los profetas como Isaías cuando clama por los pecados de Israel y anuncia la reconstrucción de un reino de paz (Is 9,5.6 «Un niño nos ha nacido (…) Para dilatar el principado con una paz sin límites…) pasando por Esdras, Job, el Cantar de los Cantares, Jeremías, Zacarías, Ezequiel, los salmos en varios de los cuales se asocian además la paz y la justicia (Sal 72,3 «Que los montes traigan la paz y los collados justicia») o en otros dos el 125,5 y el 128,6 en los que aparece una fórmula que ha perdurado a través de los siglos y que es emblemática del pueblo hebreo: «¡Paz a Israel!»
Sin embargo qué difícil parece entronizar en la vida de los pueblos tantas y tan reiteradas exhortaciones que no con menor énfasis pueblan las páginas del Nuevo Testamento tanto en los Evangelios como en las Epístolas y los Hechos de los Apóstoles, ya que en principio parece haber sido el saludo insoslayable de Jesús: «Cuando entréis en una casa, lo primero saludad: «Paz a esta casa»; si hay allí gente de paz, la paz que les deseáis se posará sobre ellos; si no, volverá a vosotros» (Lc 10, 5-6) o como cuando perdona los pecados y agrega:» «Tu fe te ha salvado, vete en paz». (Lc 7,50). Pero uno de los pasajes evangélicos que mejor ilustra sobre las contínuas exhortaciones a la paz es la bienaventuranza de Mateo (5,9): «Dichosos los que trabajan por la paz, porque a esos los va a llamar Dios hijos suyos», en donde queda explícitamente impresa la importancia de construir la paz, que no puede edificarse sino con la argamasa de la justicia, de la defensa de los derechos de todos los hombres, con amor y solidaridad, porque de otro modo es imposible imaginar un mundo con un futuro menos caótico y menos cruel.
Pero siguiendo con este breve recorrido por los textos de las tres religiones monoteístas que reclaman Jerusalén como centro religioso y emblemático de sus respectivos credos, no es posible dejar de mencionar a El Corán o El Libro como reverentemente lo llaman los musulmanes, dado que según la tradición islámica fue desde Jerusalén desde donde ascendió a los cielos el profeta Mahoma. Ya desde el principio la palabra Islam se deriva de «As-salam» que significa «la Paz», una paz convocada y evocada reiteradamente en muchas de sus «aleyas»: «Y [sabed que] Dios invita [al hombre] a la morada de paz, y guía a un camino recto a quien quiere [ser guiado]». (Corán, 10,25) o cuando sentencia «Pero si se inclinan a la paz, inclínate tú también, y confía en Dios: ¡en verdad, sólo Él todo lo oye, todo lo sabe! Y si sólo quieren engañarte [con sus gestos de paz] ¡ciertamente, Dios te basta!» (8, 61-62) «Si el enemigo se inclina hacia la paz, inclinarse [literalmente: inclínate] también hacia ella (Corán, 8, 61). – Si os saludan con un saludo [de paz], corresponded con un saludo aún mejor, o [al menos] con otro igual. Juan Bautista, hijo de Zacarías: «Y la paz [de Dios] fue con él el día en que nació, y el día de su muerte, y [será con él] el día en que sea devuelto [de nuevo] a la vida». (Corán, 19, 1). La mención a los profetas y muchos otros personajes del mundo hebreo y cristiano como Adán, Noé, Abraham, Jesús y a los Evangelios claro testimonio de que Mahoma en sus viajes como mercader trashumante fue absorbiendo en las comunidades judías y cristianas por las que transitaba las enseñanzas del Viejo y del Nuevo Testamento y estructurando así su mensaje, (aunque la tradición y la fe musulmanas aseguran que le fueron transmitidas por el ángel Gabriel), para entregarlo luego a su pueblo como guía especialmente orientada hacia la convivencia en paz. Baste saber que, en el Corán según lo aseveran sus exégetas, la palabra «paz» y sus derivados se cita más de 130 veces, mientras que la palabra guerra, por el contrario sólo se menciona 6.
Jerusalén, también llamada Al-Quds por los árabes, construida, destruida y reconstruida, abandonada y recuperada y sobre todo amada a lo largo de los siglos por los fieles de las tres religiones que la comparten, fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 1981. Sin embargo los conflictos generados desde la declaración del Estado de Israel en 1948 siguen agudizándose y tienden a convertirse en una historia de nunca acabar debido al egoísmo, la obcecación, las ambiciones sectoriales y la sistemática negación de los principios que esos mismos fieles pregonan sustentar.
Las religiones de origen abrahámico han venido conviviendo, aunque prácticamente aisladas entre 3.000 y 5.000 años, pese a compartir gran parte de sus objetivos.
Los primeros atisbos formales de diálogo interreligioso se iniciaron en Edimburgo en 1910 entre 62 sociedades misioneras protestantes y desembocaron en 1921 en el CMI (Consejo Mundial de Iglesias) que siguió reuniéndose periódicamente en diferentes lugares del mundo. Jerusalén, Nueva Delhi, Harare con la permanente consigna de trabajar por la justicia y la paz y crear puentes de comprensión entre los pueblos. Más recientemente, en 2009, se creó en Roma el Consejo Pontificio para el diálogo interreligioso, que incluye representantes católicos e islámicos con el objeto de mejorar las relaciones entre los cristianos y los musulmanes y contribuir a la promoción de una cultura de paz, fundada en la defensa de la dignidad de la persona humana y de sus derechos y en la libertad religiosa y de conciencia. Se han generado algunas coincidencias como el rechazo a las visiones fundamentalistas y la convicción de que el ser humano necesita ser librado no solo de las presiones económicas sino también de la opresión ideológica. Como dice el teólogo Hans Kung «Todos somos responsable de un orden mundial mejor…» puesto que hay consenso en el diagnóstico y existe la convicción de que muchas veces las mismas religiones han sido responsables de atizar esas tensiones mediante comportamientos fanáticos, xenófobos y excluyentes o transformándose en instrumento para la conquista del poder político.
Se han producido también otros intentos de acercamiento interreligioso a través de los parlamentos de las Religiones del Mundo celebrados en diferentes oportunidades en Chicago, Ciudad del Cabo y Barcelona.
Pero es actualmente cuando el interminable conflicto entre israelíes y palestinos no parece encontrar salida que nos encontramos en una instancia que debería ser más convocante que ninguna para dar un primer paso hacia esa búsqueda de entendimiento y que seguramente contaría con el consenso de los millones de fieles de las tres grandes religiones monoteístas, algo así como la mitad de la humanidad, y es la de reclamar el derecho a compartir el lugar más emblemático de las tres sin que ningún poder político se arrogue el derecho a poseerlo, la ciudad de Jerusalén. No ha habido un lugar en el mundo en el que coincidan tan profundamente las devociones religiosas de tres de las más importantes comunidades humanas, judía, católica y musulmana y es casi incomprensible que no se propongan actuar juntas para la recuperación de ese espacio con el objeto de erigirlo en el símbolo de esa PAZ que pregonan sus respectivos credos y a la que sin duda, agnósticos y creyentes, aspiramos para nosotros, para nuestros hijos y para el futuro de la humanidad.
Liberemos a Jerusalén, unamos nuestros deseos, nuestras acciones y nuestras oraciones y comencemos a trabajar para que la aspiración ideal e imaginaria y aparentemente utópica pase a convertirse en el primer fruto maduro y generoso de una paz cierta, compartida y duradera.
Notas
1) Cano, Mª José: Paz en el antiguo Testamento. Depto de Estudios semíticos. Instituto de la Paz y los Conflictos. Universidad de Granada. http://www.ugr.es/~eirene/
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