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Jordi Dauder. In memoriam et ad honorem

Fuentes: Rebelión

salHa fallecido Jordi Dauder, uno de los actores y comunistas revolucionarios más admirables que han vivido y combatido intensamente en este país de países al que solemos llamar España. Combatir era también amar para él. De su trabajo como actor, nada esencial puedo añadir a lo ya sabido. Fue una rara avis en aquella telenovela […]

salHa fallecido Jordi Dauder, uno de los actores y comunistas revolucionarios más admirables que han vivido y combatido intensamente en este país de países al que solemos llamar España. Combatir era también amar para él.

De su trabajo como actor, nada esencial puedo añadir a lo ya sabido. Fue una rara avis en aquella telenovela catalana de mediados de los noventa, «Nissaga de poder». Pane lucrando probablemente. La dejó a tiempo. Josep María Benet i Jornet y Jordi Arcarazo tuvieron que dar cuenta de él antes de lo previsto.

De lo menos conocido públicamente, muchos de nosotros nunca olvidaremos su generoso y fraternal apoyo a causas que parecían perdidas -como El Viejo Topo-, su tenaz militancia en la tradición marxista revolucionaria de orientación trotskista, su compromiso poliético como artista (recordamos aún -¿quién puede olvidarla?- aquella noche memorable de los Premios Goya del «No a la guerra» que tuvo en él un muñidor esencial) y, en fin, aquella intervención ciudadana, resistente, tan suya, tan de él, en la noche aciaga del 23 de febrero de 1981. Poco después de la entrada de las huestes de Tejero en el Congreso de Diputados, Jordi Dauder se presentó a las puertas de la Generalitat -Jordi Pujol era entonces presidente- pidiendo, exigiendo más bien, un plan de resistencia ciudadana. El no estaba dispuesto a que el fascismo, con sus símbolos, cánticos y muertes, entrara de nuevo en Barcelona.

Otras personas más cercanas podrán explicar todo esto con detalle. Y mucho más: el currículum, como el catálogo de «Don Giovanni», una ópera muy de su agrado, es casi interminable. Toca aquí explicar una anécdota significativa.

El director de cine, estudioso donde los haya, historiador y admirable políglota Xavier Juncosa había transformado el proyecto inicial del gran epidemiólogo catalán Joan Benach de hacer una película sobre Manuel Sacristán, en el vigésimo aniversario de su fallecimiento, en ocho documentales (¡de doce incluso llegamos a hablar!). En su tiempo libre, por amor al arte, a la memoria documentada y a la revolución social, Xavier Juncosa fue componiendo documental tras documental, con todo el mimo y el arte del que es capaz (y que es mucho desde luego). Faltaba algo: los textos de las presentaciones de los documentales. Fue mi pequeña contribución, también con la ayuda de Joan y Xavier.

Quedaba un asunto pendiente: alguien, con voz a la altura de la tarea, debía leerlas en catalán y castellano. Problema nada inesencial: no teníamos medios económicos adicionales. Pensamos en voz alta; no tardamos cinco nanosegundos en hallar la respuesta. El nombre de Jordi Dauder contó con el acuerdo de todos. Le llamé, no había hablado hasta entonces con él, y le pedí el favor de la lectura explicándole que no teníamos forma de pagar su trabajo que, sin duda, valorábamos mucho. Se enfadó un poco. Camarada, me dijo, esa fue la palabra escogida, y con su exquisito y profundo catalán añadió: yo no cobro por esas tareas, no te equivoques conmigo.

Le pedí disculpas y una cita. Dos días después, Xavier Juncosa viajaba a Madrid para grabarle. No le disgustaron los textos. El resultado puede oírse en los ocho documentales (uno de ellos dedicado a Giulia Adinolfi) que componen el «Integral Sacristán» de X. Juncosa. La voz, su voz, conmovía, sigue conmoviendo; la acabo de escuchar. Y tanto en catalán, como en castellano. Consigue que los textos parezcan mucho mejores de lo que son.

Joan, Xavier y yo mismo pensamos tiempo después que un libro con escritos breves debía acompañar las películas. Ocho documentales, cuatro o cinco textos por documental, unos cuarenta textos breves en total. Jorge Riechmann y Carlos Piera nos regalaron sendos poemas para la ocasión. No quedaba mal el libro. Pero faltaba algo, un texto de presentación. ¿Quién podía escribirlo? Nuevamente se impuso su nombre.

Le llamé de nuevo. ¿Puedes escribir un texto breve, de dos o tres páginas, no más, sobre Sacristán, desde el punto de vista que te sea más cómodo? Esta fue la propuesta. Su respuesta: la letra escrita no es mi fuerte, lo mío es la palabra. Pero de acuerdo, todo por el maestro. Era un sincero toque de modestia, una de sus virtudes. El resultado fue la presentación que abre el libro Del pensar, del vivir, del hacer. «Una noche con Manolo Sacristán» es su título.

Dauder nos cuenta un encuentro con Sacristán en 1968. Desarrollar una lucha interna destinada a «desplazar» al PSUC, el partido de los comunistas catalanes, hacia posiciones más de «izquierda», frente a lo que consideraban estructuras anquilosadas de un conciliador «derechismo burocrático-estalinista», era la finalidad del movimiento trotskista en aquellos años. Su objetivo, aunque pueda parecer extraño, era Manuel Sacristán, que formaba parte entonces del comité ejecutivo del Partido. «Su discrepancia sobre la invasión de Checoeslovaquia por las tropas de la URSS alentaban nuestro interés por conversar con él. La reunión tuvo lugar en casa de Jaume Farrás y Carmen Aizpitarte, quienes posteriormente fueron fundadores de la tristemente desaparecida librería «El Cinc d´Oros». Ahí conocí a Manolo».

Dauder prosigue señalando que no le es fácil describir aquel momento, pero que «al cabo de horas y horas de charla podríamos decir que Manolo y yo nos sentimos felices, «históricamente felices». Al margen de la inmediata buena conexión en el plano humano, a nivel de «piel», parecía que fundamentalmente ambos buscáramos puntos de acuerdo entre nosotros y que, al hallarlos, nos conmovíamos». Sacristán, en el recuerdo de Dauder, le habló detalladamente de la Historia de la Revolución Rusa, de Mi vida y del Stalin de Trotsky. Le confesó que eran libros que le habían impresionado. Sacristán, recuerda Dauder, y eso de nuevo dicho mucho a favor de él y de su inteligencia y sensibilidad, «me apareció aquel día, aquella noche, lo opuesto a ese ser «dogmático, frío o doctrinario» como algunos lo definían. Todo en él era entusiasmo intelectual. Todo él irradiaba pasión».

Dauder acababa su presentación señalando que más tarde comprendió mejor la «altura» del personaje, «su influencia, así como el hecho de ser «políticamente incómodo» para su propio Partido. Me hubiera gustado ser su alumno».

Esa noche, afirmaba, Manolo le «ganó» para siempre.

A nosotros, muchos años después, con sus detalles, con su buen hacer, con su forma de estar en el mundo, con su generosidad, con su actitud militante y crítica, con su acciones, con su praxis como le gustaba decir, también Jordi Dauder nos ganó para siempre. Supo, como muy pocos, dar batallas que parecían perdidas. Y que se perdieron.

Pero había que darlas. ¡Hasta la victoria, siempre, camarada!

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.