«Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir callado. Para mí ya es hora» En el mundo del presente y del futuro, cualesquiera que sean los ropajes y esencias que las épocas les impriman, corresponde acercarnos a José Martí, como a cualquier otro grande hombre […]
«Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir callado. Para mí ya es hora»
En el mundo del presente y del futuro, cualesquiera que sean los ropajes y esencias que las épocas les impriman, corresponde acercarnos a José Martí, como a cualquier otro grande hombre de la historia, con el propósito de encontrarle su alma verdadera y lograr incorporarla, de alguna manera, a nuestro ser íntimo. Y esto es más valedero cuando se conmemora el ciento quince aniversario de su caída en combate en los campos insurrectos de Cuba.
Al respecto Martí reflexionó:»¿Qué me importa saber lo que el hombre hizo en este determinado momento de su vida, en ésta o aquella época concreta, accidental y transitoria? Su esencia permanente es lo que quiero investigar, no efectos que pasan, sino la causa que la produce, busco. No me importan las estaciones del camino humano que se levantan y destruyen en arreglo a las conveniencias de los vivientes, sino el vapor -acomodable pero libre- que echa a andar el tren por ellas.»
En Dos Ríos, provincia de Oriente, el 19 de mayo de 1895, cayó en combate, herido por tres disparos que pusieron fin a su vida, el Delegado del Partido Revolucionario Cubano, el Maestro, el Mayor General y el líder indiscutible de aquella «guerra necesaria» por la independencia, que recién se iniciaba. Desaparecía físicamente de una forma heroica, un hombre que tuvo una fecunda existencia de sólo 42 años, y con ello se puso término, en lo que respecta a su ser individual, a su viaje humano.
Tal vez el hecho ocurriera como lo había vaticinado: «Yo moriré sin dolor: será un rompimiento interior, una caída suave y una sonrisa.» Al respecto había dicho: «Se ha de vivir y morir abrazado a la verdad. Y así, si se cae, se cae en una hermosa compañía…»
Después de su caída comenzó una nueva etapa del viaje humano de Martí, que consistió en mantenerse vivo espiritualmente en la conciencia y en la acción de los hombres mejores de su pueblo. Se cumplirían con ello sus ideas visionarias sobre el destino de los hombres consagrados al bien de su patria.
Ocurrió como lo vaticinara en versos: «Yo que vivo, aunque me he muerto,/ soy un gran descubridor,/ porque anoche he descubierto/ la medicina de amor // Cuando al peso de la cruz/ el hombre morir resuelve,/ sale a hacer el bien, lo hace, y vuelve/ como de un baño de luz.»
También lo expresó en ideas filosóficas: «No hay más que un modo de vivir después de muerto: haber sido un hombre de todos los tiempos – o un hombre de su tiempo».
Pues eso es Martí: un hombre de todos los tiempos y un hombre que vence a la muerte según su decir: «Morir no es nada, morir es vivir, morir es sembrar. El que muere, si muere donde debe, sirve. Vale y vivirás. Sirve y vivirás. Ama y vivirás. Despídete de ti mismo, y vivirás. Cae bien, y te levantarás.» «Yo me echaré a un lado otra vez, con nuevo sacrificio, y triunfaré después de muerto.»
El hombre que desaparecía físicamente aquel infausto 19 de mayo, tenía una estatura de unos cinco pies y medio, o sea, un metro y sesenta y cinco centímetros, con un peso de unas 130 a 140 libras. Era de vestir modesto pero pulcro. Su traje y su corbata eran negros en símbolo de luto por Cuba. Usó un anillo de hierro hecho de un pedazo de la cadena que llevó en presidio. De cabeza normal, su frente era notablemente alta y despejada, a lo que contribuía su calvicie moderada. Sus cejas eran pobladas, grueso el bigote, y fina la mosca que adornaba el mentón firme. Nariz recta y orejas algo separadas de la cara. Sus ojos eran pardos o glaucos, algo achinados, melancólicos y dulces, pero relampagueantes o coléricos en el frenesí de la oratoria. Poseía mirada y verbo hechizadores. Era de hablar suave, sin estridencia y persuasiva. Voz fuerte y vibrante en los discursos. Manos finas y afiladas, como de hombre magro, intelectual y artista.
En fin, según el testimonio de íntimos, «era pequeño, de cuerpo delgado; tenía en su ser encarnado el movimiento; grande y vario su talento, veía pronto y alcanzaba mucho su cerebro; fino por temperamento, luchador, inteligente y tenaz, que había viajado mucho, conocía el mundo y sus hombres; siendo excesivamente irascible y absolutista, dominaba siempre su carácter, convirtiéndose en un hombre amable, cariñoso, atento y dispuesto siempre a sufrir por los demás; apoyo del débil, maestro del ignorante, protector y padre cariñoso de los que sufrían; aristócrata por sus gustos, hábitos y costumbres, llevó su democracia hasta el límite. Era muy nervioso, un hombre ardilla; quería andar tan deprisa como su pensamiento, lo que no era posible. Subía y bajaba las escaleras, como quién no tiene pulmones. Vivía errante, sin casa, sin baúl y sin ropas; dormía en el hotel más cercano de donde le cogía la noche o el sueño; comía donde fuera mejor y más barato, ordenaba una comida admirablemente y, sin embargo, comía poco; días enteros se pasaba con vino Mariani; quería agradar a todos y tenía manía de hacer conversiones, así que no le faltaban desengaños. Era un hombre de un gran corazón que necesitaba un rincón donde querer y ser querido. Tratándole, se le cobraba cariño, a pesar de ser extraordinariamente absorbente». «En el trato era encantador. Tenía «alma de niño» y profesaba un amor inmenso por los niños. Era un trabajador infatigable. Dormía poco y con inquietud. Era frágil de cuerpo, precario de salud; pero poseía una tenacidad a toda prueba.»
Según señala el informe del doctor Pablo A. de Valencia, quien efectuó la autopsia al cadáver de Martí: «A la sazón en que desembarcó en esta Isla para ponerse al frente del movimiento revolucionario, estaba regularmente nutrido, constitución regular, y temperamento bilioso. Aunque delgado, bien conformado; de estatura regular; pelo castaño-oscuro rizado; una pequeña calvicie en la coronilla y entradas muy pronunciadas en las sienes; frente ancha y despejada; cejas de igual color que el pelo y no muy pobladas; nariz aguileña; orejas pequeñas; boca regular; bigote fino y poco poblado; buena dentadura, sólo que le faltaba el segundo incisivo de la mandíbula superior del lado derecho y los dientes en su mayor parte eran puntiagudos; cara de forma oval. Que presentaba en las piernas señales de haber llevado grillos.»
«El día 23 del propio mes y año se procedió al reconocimiento del cadáver, después de exhumado: Dicho cadáver parece ser el de un hombre cuya edad fluctúa entre los 45 y 50 años, de musculatura firme y algo enjuto de carnes…Que presenta además en la pierna derecha y en su tercio superior una hendidura especial de la piel correspondiendo a dicha hendidura un color algo más oscuro que el resto del cuerpo, pruebas evidentes de haber sufrido en aquella parte durante algún tiempo una presión con la contusión consiguiente, producida por un anillo de hierro colocado en dicho punto. Que presentaba las siguientes heridas: Una herida de bala penetrante en el pecho, cuyo orificio de entrada parecía corresponder a la parte anterior del pecho al nivel del puño del esternón, el cual había sido fracturado, presentando al parecer dicha herida su orificio de salida por la parte posterior del tórax en el cuarto espacio intercostal derecho, como a diez centímetros de la columna vertebral. Otra herida de bala en el cuello cuyo orificio de entrada estaba debajo de la barba como a unos quince centímetros de la misma y a cuatro de la rama derecha del maxilar inferior y cuyo orificio de salida se encontraba por encima del maxilar superior del lado derecho, cuyo labio se hallaba destrozado. Otra herida, igualmente de bala, en el tercio inferior del muslo derecho y hacia su parte interna. Además presentaba algunas contusiones en el resto del cuerpo».
Según informe realizado por el coronel español José Ximenes de Sandoval, jefe de las tropas enemigas, entre las pertenencias ocupadas al cadáver de Martí se encontraban las siguientes: un reloj de oro; un revólver con culatín de nácar; un machete; planos; papel timbrado y distribuciones de fuerzas; un pañuelo de seda de bolsillo con iniciales bordadas con hilos verdes; una cartera de bolsillo con notas, retratos y otras cosillas; un cortaplumas manchado con sangre; un rifle relámpago; una escarapela cubana bordada con mostacilla; un libro muy chiquitico manuscrito con letra de Carlos Manuel de Céspedes y que dijeron era el código cubano que se le encontró en la cartera de bolsillo; una cinta de seda azul en un papel con una dedicatoria entusiasta, alusiva al color de la cinta y la guerra, de una hermana de Gómez a Martí; unas espuelas vaqueras.»
Tal era el hombre que conocieron sus coetáneos y que libró una lucha de gigantes para unir a su pueblo y encauzar la guerra que lo emanciparía, y que cayera en combate 39 días después de su desembarco, el 11 de abril, por Playitas de Duaba, acompañado de sólo cinco expedicionarios, incluyendo a Máximo Gómez, General en Jefe de la guerra independentista.
Tal como había confesado en carta a un amigo, apenas dos años y meses antes, el l4 de febrero de 1893, pudo convertir en realidad su sueño -«que es mi almohada la muerte, y Cuba mi sueño»- de pisar el suelo patrio. «Yo creo que podemos ir a Cuba sin que se sepa hasta después de haber llegado. ¿Me alcanzará la vida para ir?»
Así que se puede tener la convicción de que su muerte hizo realidad lo que cantara en versos, en forma sentida y visionaria, en su «Elegía a mis hermanos muertos el 27 de Noviembre» de 1871:
«Cuando se muere/ en brazos de la patria agradecida,/ la muerte acaba, la prisión se rompe; ¡empieza, al fin, con el morir la vida!»
De su imagen nos quedan algunas fotos y retratos. De su obra nos queda la historia de sus vivencias, los hechos y los acontecimientos de los que fue contemporáneo o protagonista. De sus ideas nos ha quedado un caudal inmenso que nutre el mundo físico y espiritual de su pueblo y de la humanidad.
Hoy estas ideas, que bien podríamos denominar con la terminología de MARTIANAS para darle rango distintivo, son parte integrante del alma de la Revolución Cubana y, por ello mismo, son fuente de sueños y de luz que irradian hacia el mundo.
El viaje humano de José Martí continúa su curso como la marcha indetenible de las generaciones nuevas y de los pueblos hacia el porvenir. Porque no en vano y con razón profética afirmó que «el verdadero hombre no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber; y ése es el verdadero hombre, el único hombre práctico, cuyo sueño de hoy será la ley de mañana; porque el que haya puesto los ojos en las entrañas universales y visto hervir los pueblos, llameantes y ensangrentados en la artesa de los siglos, sabe que el porvenir, sin una sola excepción, está del lado del deber. Y si falla, es que el deber no se entendió con toda pureza, sino con la liga de las pasiones menores, o no se ejercitó con desinterés y eficacia.»
Nos dejó dicho, con su visión de futuro: «Yo no necesito ganar una batalla para hoy; sino que, al ganarla, desplegar por el aire el estandarte de la victoria de mañana, una victoria sesuda y permanente, que nos haga libres de un tirano, ahora y después. ¿Que dónde estoy? En la revolución; con la revolución».
En el mundo que vemos desfilar ante nuestros ojos, existen razones más que sobradas para las visiones apocalípticas. Hoy como ayer, al decir de Martí, «el mundo entero es una inmensa pregunta». La humanidad toda debe darse, a sí misma, una respuesta definitiva y verdadera que satisfaga sus necesidades y aspiraciones legitimas. Y habrá de armarse con tesón y optimismo suficientes para recorrer el camino que lo conduzca a la victoria, a pesar de los escollos y los cataclismos. Pues no obstante los rigores del destino, es fundado y cierto que como sentenciara nuestro Héroe Nacional: «El sol sigue alumbrando los ámbitos del mundo y la verdad continúa incólume su marcha por la tierra».
Sólo nos resta curar la locura que enajena a los dirigentes de las naciones poderosas de este mundo, y que puede conducir a la catástrofe y al exterminio de la humanidad; instituir una cordura universal que salve a la madre tierra de los azotes que la amenazan; trabajar y luchar tesonera y creativamente para el bien que merece la biodiversidad; y, en fin, lograr que el hombre sea definitivamente hermano del hombre y salvaguarda de la naturaleza, que cese la filosofía del despojo y la explotación, que la paz reine basada en los principios y en los hechos.
Con eso puede bastar para que la humanidad sea feliz y para que nuestro planeta esté a salvo de la autodestrucción pronosticada si la irracionalidad triunfara.
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