He leído con mucho interés la tesis doctoral El Ejército en la transición hacia la democracia (1975-1982). Acercamiento a la Política Reformadora de Gutiérrez Mellado de Roberto Fajardo Terribas en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Granada del año 2000. A pesar del tiempo trascurrido me parece de gran interés. El título es bastante significativo y trata sobre el papel del Ejército en la Transición, uno de los poderes fácticos y determinantes en este proceso, así como de todas las reformas muy complicadas del general Gutiérrez Mellado, para adaptar el ejército franquista a un sistema democrático.
Uno de los capítulos más interesantes es el que lleva el título Tres Momentos claves para la Funcionarización de la Institución Militar: la Constitución de 1978, las Reales Ordenanzas de Don Juan Carlos I y la Ley Orgánica de la Defensa Nacional. Período Legislativo Final (1981-1982).
Obviamente no voy a detenerme en todos los apartados de la tesis con una extensión de 600 páginas. No obstante, es consultable en la Red. Solo me fijaré en el apartado la Constitución de 1978. En su redacción hubo que contar con el Ejército. Ya en artículos anteriores esta cuestión la he descrito. En cuanto, al artículo 2º de nuestra Carta Magna su redacción final se debió a la injerencia castrense, como describí en este mismo medio ya en 2013 en el artículo Vicisitudes poco conocidas en la redacción del artículo 2º de nuestra Constitución. Tales presiones en la redacción las documentan con todo tipo de detalles Jordi Solé Tura, Gabriel Cisneros y José Pedro Pérez Llorca, que fueron 3 de los ponentes constitucionales. Igualmente, en relación al artículo 8º de nuestra Constitución, su lugar destacado en el Título Preliminar, así como su contenido, aspectos desconocidos en la mayoría de las constituciones democráticas, se debieron a presiones militares, tal como expliqué también en este mismo medio en 2020 en el artículo Herrero de Miñón concluiría significando que “Las Fuerzas Armadas son Administración Pública, pero también algo más”. Yo añadiría no algo más, muchísimo más.
MONARQUÍA Y EJÉRCITO EN LA TRANSICIÓN
Hoy hablaré sobre el origen de la estrecha relación entre la Monarquía y el Ejército en el periodo de la Transición, que fue clave para que Juan Carlos I pudiera contener a determinados sectores del Ejército, muy apegados a la dictadura franquista, y así hacer posible la instauración de la democracia y su posterior mantenimiento.
No hago hoy juicios de valor sobre la Transición, ya los he expresado con amplitud en algunos artículos anteriores en este medio de enero de 2021, como La (claudicación) aceptación de la Monarquía por parte del PSOE y el PCE en el proceso constituyente. En el de hoy me limitaré a reflejar los hechos tal como los describe la tesis citada, con algunas acotaciones personales.
Miremos hacia atrás en nuestra historia. La relación estrecha Monarquía/Ejército se produjo sobre todo en el último tercio del siglo XIX. En efecto, ésta se debe a la personal actuación de Cánovas del Castillo, instituyendo, a la imagen alemana, la figura del Rey-Soldado. «Tuvo la habilidad de situar a Alfonso XII en una situación paternal respecto al Ejército, que le vinculó a un papel defensor de los intereses de la corporación. Alfonso XIII no sólo asumió este papel, sino que lo potenció.» Esto motivó la identificación permanente de la Corona con las intervenciones – tanto en el interior como en el exterior- de las Fuerzas Armadas, hipotecando el destino de la primera a las acciones protagonizadas por el Ejército. Proceso que culminará cuando Alfonso XIII admitió la situación política determinada por la acción de Miguel Primo de Rivera. Su consecuencia será nefasta para la Monarquía pues, el final de la dictadura significó su desaparición, implantándose nuevamente la República.
La identificación monárquica de un amplio sector del Ejército permanecerá en el sentir del militar. Así, muchos de los militares que se unieron al golpe del «18 de julio», lo hicieron ante la esperanza de que Franco restauraría nuevamente la Corona en España. Incluso, en los primeros años de la dictadura las oposiciones que Franco tuvo en el sector militar hay que situarlas dentro de este contexto.
El régimen franquista adoptó -legislativamente hablando desde La Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado (1947)- la definición de Reino porque -entre otras cuestiones-, tanto Franco como su hombre fuerte, Carrero Blanco, se consideraban monárquicos. Este último se convirtió en el máximo valedor de una monarquía tradicional que Franco «instauraría» mediante la educación, formación e institucionalización, como su sustituto, de don Juan Carlos. En este contexto resulta revelador el discurso pronunciado por Franco ante las Cortes el 22 de julio de 1969 justificando la designación de don Juan Carlos como sucesor a la Jefatura de Estado, que constituye un auténtico alegato promonárquico:
«Hoy no se puede decir que las Monarquías representen al sector conservador de los pueblos pues, si contemplamos las Monarquías de las distintas naciones del norte europeo, tenemos que reconocer el progreso y la eficacia social que registran, a las que dio estabilidad y garantías de continuidad. Pero no tenemos que ir a buscar fuera ejemplos de que lo trascendente de las instituciones no es el nombre, sino el contenido; la Monarquía de los Reyes Católicos, que tantos años de gloria dio a la nación, es un ejemplo perenne de su popularidad y de la defensa constante de los derechos sociales de nuestro pueblo”.
No me detengo en todo el desarrollo legislativo y protagonismo con muchos privilegios políticos y económicos de la Institución Militar en el régimen franquista, ya que son suficientemente conocidos. Un dato a considerar, durante el régimen de Franco es que 40 de los 114 ministros fueron militares. Entre 4 y 8 militares como promedio hubo en sus gobiernos. Cerca de 1.000 de los 4.000 procuradores en Cortes durante 25 años fueron militares. Además del desempeño de altos cargos en el mundo empresarial público. Sí que mostraré unas pinceladas ante uno de los problemas políticos más importantes del régimen franquista, como fue la elección del sucesor de Franco. Tema delicado para el mundo militar por dos motivos fundamentales: sería heredero de la Jefatura de Estado y del Mando Supremo de las Fuerzas Armadas. Esto significaba la responsabilidad de la supervivencia de un régimen del que eran defensores últimos, y del mantenimiento de la especial relación que Franco tenía con su Ejército. La elección de Don Juan Carlos fue una tarea ardua, ya que todas las familias políticas del franquismo se creían en el derecho de opinar e influir en esta decisión. Determinantes fueron los profundos sentimientos monárquicos de Carrero y de Franco -ya expuestos-, que les motivaron para que don Juan Carlos se convirtiera en el máximo candidato.
Para el Ejército, este nombramiento definió su futura misión: la defensa del Rey Don Juan Carlos, como continuador de la obra de Franco.
La especial y pactada educación de Don Juan Carlos fue uno de los elementos que determinaron su elección como sucesor. Una educación, también militar, donde hizo amistades íntimas y fieles colaboradores. Formación con la indudable intención de que Don Juan Carlos se convirtiese en un rey-soldado -que en el primer epígrafe aparece reseñado el origen de esta figura-. Resulta revelador, en este contexto, que Franco le advirtiera para su aparición en las Cortes, el día que fuera elegido como legítimo sucesor, que lo hiciera con uniforme de capitán. Asimismo, debemos entender el nombramiento de Don Juan Carlos, antes de serlo como sucesor de Franco, como General Honorario de los tres Ejércitos. La elección de Don Juan Carlos, y no de su padre, presenta matices políticos y ególatras, de Franco. El político, influenciado por Carrero, basado en la creencia de que con don Juan en la Corona los ideales del 18 de Julio serían sustituidos por la República y la anarquía. El segundo elemento, el ególatra, se manifiesta en un Franco que anhela perpetuar su obra, presentándose como protagonista de la configuración política futura del país en las siguientes líneas enviadas a don Juan, -donde se expone la importancia de la educación franquista de don Juan Carlos.
“Yo desearía comprendierais, no se trata de una restauración, sino de la instauración de la Monarquía como coronación del proceso político del Régimen, que exige la identificación más completa con el mismo, concretado en unas Leyes Fundamentales refrendadas por toda la nación. En este orden la presencia y preparación del príncipe D. Juan Carlos durante 20 años y sus muchas virtudes le hacen apto para esta designación. Confío que esta decisión no alterará los lazos familiares de vuestro hogar ya que nuestras diferencias constituyen un imperativo de servicio a la Patria por encima de las personas».
El tema de la sucesión dominó la evolución final del régimen de Franco, ya en los años setenta. El Ejército, estaba claramente alineado en el grupo político que aceptaba a don Juan Carlos como sustituto de Franco y continuador del régimen.
Gracias a la estrecha relación entre el Rey y el Ejército, que viene de lejos como hemos explicado, y a la importancia vital que la preparación militar de Juan Carlos y el testamento político de Franco, podemos entender el respaldo del Ejército a su nuevo jefe el Rey Don Juan Carlos. Un respaldo para las decisiones y posturas que él tome en relación al devenir democrático. Es decir, muchos militares aceptarán disciplinadamente determinados acontecimientos políticos porque el Rey así lo quiere.
Respecto al primer aspecto, en la formación general de Don Juan Carlos no faltó un profundo adoctrinamiento militar durante los años pasados en las distintas academias militares, y así, no es de extrañar las siguientes palabras que el Ministro del Ejército dijo el 10 de agosto de 1975: «El Príncipe Juan Carlos, por sus muchas cualidades, cuenta con la total adhesión del Ejército, y además es un militar más. Por tanto, es un compañero de armas y en él tenemos puesta nuestra confianza…»
El mismo Rey Don Juan Carlos -en su biografía-, reconoce el profundo sentimiento personal que tiene hacia el mundo militar. Efectivamente, a la pregunta de Vilallonga, «¿Hasta qué punto os identificáis, Señor, con los militares?» Su respuesta fue: «Tanto como le es posible a alguien que, como yo, los conoce y los quiere. Sé cómo piensan y cómo pueden reaccionar cuando se les pone entre la espada y la pared. Han pasado los años y casi todos mis compañeros de promoción son ahora oficiales de alta graduación o generales».
Hay multitud de manifestaciones públicas que demuestran cómo los militares tenían como primera referencia al Rey antes que al Ejecutivo, tanto como Capitán General de los Ejércitos, que como un compañero más. A partir de ahí, nunca perdería el contacto con ellos, al contrario, fue, primero, un Príncipe, y luego, un Rey, muy unido a la FF.AA.
Parece claro que a D. Juan Carlos su formación militar le permitió conocer al Ejército, pero es que, además, en los siguientes años, seguirá sin perder el contacto con ellos. Y, este contacto, no sólo será a nivel personal, en las audiencias que concede, sino que será informado del estado de opinión de las FF.AA. a través de varios conductos. Uno de esos conductos era Alfonso Armada, «El Rey le había encomendado, entre otras misiones, que le mantuviera informado absolutamente de todo, incluyendo los flujos informativos subterráneos, en especial los del Ejército«.
Otra interesante premisa sería conocer si los militares aceptaron a D. Juan Carlos como sucesor de Franco, en definitiva, si el testamento político de éste -el segundo elemento comentado junto al de la educación militar- se cumplió. El mismo Don Juan Carlos reconoce la influencia de este aspecto a la hora de recibir el apoyo del Ejército cuando afirma a Villalonga, J.L., en «Conversaciones con Don Juan Carlos I de España«:
“Sabía, eso sí, que los militares iban a aceptarme, porque yo había sido designado por Franco y las decisiones de Franco en el Ejército no se discutían. También porque yo había pasado por todas las academias militares y me había ganado la amistad de muchos. Además, nunca perdí la ocasión de volver a tomar contacto con mis antiguos compañeros. (…) Si no hubiera tenido amigos fieles en el Ejército, ¿crees que hubiera podido hacer lo que hice la noche del 23-F? Por supuesto que no».
El Rey introduce en este párrafo los elementos importantes ya comentados anteriormente, su formación militar y, a partir de ésta, su fuerte relación con sus compañeros.
Sigamos conociendo distintos comentarios y frases interesantes, como la siguiente: «El último mensaje de Franco a los españoles constituye una orden permanente para los militares. Nos dice que apoyemos al futuro rey de España«, citado por Armada.
En la biografía de Sabino Fernández Campo encontramos:
«Don Juan Carlos cuidaba mucho al Ejército, y siempre contaba con él antes de que se tomaran decisiones que pudieran irritarlo. El Rey mantuvo siempre una intensa relación con sus compañeros de promoción. (…) El Ejército, a su vez, había recibido la orden de Franco de obedecer al Rey después de que él muriera. Y eso fue lo que hizo. Se puso a su servicio como antes lo estuvo al de Franco. Para la mayoría de los militares, incluso Sabino, el cambio consistió en sustituir uno por otro.»
Un militar, el Teniente Coronel Eduardo Fuentes Gómez de Salazar, después de ensalzar la figura de Franco, recalcaba que «… se daba por descontado que algún día habría de ser relevado por alguien a quien deberíamos prestar idéntica obediencia y fidelidad. (…) Franco había designado heredero al príncipe don Juan Carlos, formado y preparado rigurosamente por aquél y unánimemente admitido».
Podríamos seguir exponiendo adhesiones incondicionales de los militares hacia su nuevo «jefe» Don Juan Carlos. Lo interesante es que para muchos militares será su único jefe. Insisto su único jefe.
Uno de los ejemplos más impactantes que demuestran este hecho es quizás la carta que el Coronel Antonio Tejero Molina envió a Su Majestad el Rey utilizando el diario «El Imparcial» de 31 de agosto de 1978. Carta que comienza manifestando:
«Soy un soldado criado en el culto de la disciplina y el honor, en el culto a la Patria, a su bandera, y en el recuerdo de los que murieron en el cumplimiento de su deber. Ya, cuando el martirologio de los caídos frente al terrorismo va alcanzando cotas impresionantes, quiero escribir este artículo como glosa a esos muertos y como petición de pronto y radical remedio al Capitán General de los soldados de España. (…) Necesitamos, señor, una buena y ágil Ley Antiterrorista, con facilidades para los actuantes y castigo rápido y ejemplar para los asesinos. Campañas en los medios de difusión condenatorias del terrorismo y sus fines, enalteciendo a nuestras Fuerzas…».
Tejero saltándose todos los escalones de mando -hecho que hemos contemplado recientemente en 73 mandos retirados del Ejército al dirigir una carta a Felipe VI– se dirige directamente al «Capitán General de los soldados de España», obviando que sus verdaderos jerarcas son los que constituyen el poder civil, y el Ejecutivo con su Ministro de Defensa a la cabeza de éste. Y, en el segundo párrafo, realiza unas prerrogativas que sólo pueden ser satisfechas por el Gobierno y jamás por Don Juan Carlos. Es una demostración de que para algunos militares era Don Juan Carlos su referencia última saltándose cualquier tipo de poder civil.
Mientras se redactaba la Constitución, una de las preocupaciones de los miembros del Ejército eran las prerrogativas que se le asignaría al Rey, es decir, si sus poderes como Jefe de Estado iban a ser respetados o se iban a ver recortados.
Un primer aspecto importante es que el Estado se definirá como monarquía parlamentaria. Este hecho es significativo e importante para el estamento militar en cuanto que significa, por una parte, respetar -de alguna manera- la legitimidad jurídica del régimen anterior, así como el deseo personal y político del propio Franco expuesto en su testamento político. A este respecto, el General González del Yerro proclamaba que, «Constituye un aspecto positivo de la Transición la aceptación de la Monarquía y el hecho de que esta institución esté enraizándose en el alma de la mayoría de los españoles. Asimismo, aparece como posición positiva el camino recorrido para construir nuestro futuro y nuestro porvenir sobre un sentimiento afectivo de concordia nacional».
Insistamos en esta idea clave, la Monarquía va ligada permanentemente al Ejército, y éste, sin duda, se convertirá en el máximo valedor de ella.
Los aspectos fundamentales establecidos por la Constitución que afectarán a la figura del Jefe de Estado aparecen en diferentes artículos: La Jefatura del Estado. La persona del rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. En el artículo 62. h) El Mando Supremo de las Fuerzas Armadas.
En estos artículos, la Corona tiene su fundamentación, su razón de existencia en el poder del pueblo. Todas estas funciones que la Suprema Ley concede al Rey Don Juan Carlos se definirían con las siguientes palabras,
«El Rey ejercería una magistratura moral, plena de auctoritas y vacía de potestas«. El primero en utilizar esta expresión fue Luis Sánchez Agesta.
Entre las funciones constitucionales del Rey merece la pena detenerse en la que se le asigna el mando supremo de las Fuerzas Armadas. Parece, en teoría, una prolongación de la legislación franquista, donde el Jefe de Estado era también Jefe Supremo de las FAS. El debate es si este ordenamiento jurídico marca un poder efectivo, un poder moral, o se trata de un elemento formal más. Teniendo en cuenta todo lo expuesto sobre la relación Don Juan Carlos/Ejército y, las susceptibilidades que el tema constitucional planteaba entre los miembros de éste, era difícilmente imaginable que no se le hubiera otorgado al Rey esta potestad. Es manifiesto que teniendo en cuenta la legislación militar hasta este momento citada, lo que dictamina la Constitución (artículo 97), y la realización de las nuevas Reales Ordenanzas -coetáneamente a la confección de la Constitución todo en un contexto amplio, todo interconectado, se puede llegar a la conclusión de que el Ejército y la Política de Defensa del país está bajo el control del poder civil. Es decir, el mando que pueda ejercer el Rey sobre las FAS jurídica y legalmente es nulo.
Pero no resulta una cuestión baladí cómo se interpreta por parte -no sé en qué proporción- de algunos militares las funciones que las leyes fundamentales de la joven democracia española otorgaba al Jefe del Estado, enfrentándolos a lo que hemos denominado como la correcta interpretación.
Por ejemplo, el Comandante Javier García Conde Gómez, tal como refleja «El Alcázar», 23 de Noviembre de 1980, en la celebración de las Bodas de Plata de la décima promoción de militares del Ejército de Tierra, pronunció estas palabras:
«Cuando la lacra del terrorismo viste de luto hogares españoles, cuando se intenta socavar la unidad de la Patria y la cohesión del Ejército, al renovar nuestro juramento, transmitimos a Su Majestad el Rey, como mando supremo, nuestra adhesión más inquebrantable, nuestra entrega total, nuestro deseo de hacer este día símbolo de unidad y de nuestra fe más profunda en alcanzar, bajo su capitanía, un futuro novedoso para España».
Este militar ensalza la figura de Su Majestad como su referencia de mando último, sin mencionar en absoluto al poder civil de quien depende. Además, no debemos olvidar que la cronología de estas palabras se sitúa, a finales de 1980, cuando ha sido ya publicada la Ley Orgánica de Defensa Nacional, determinando y definiendo claramente la supremacía del poder civil en cuanto a la confección, dirección, y ejecución de la Política de Defensa.
En esta misma celebración, el Comandante José Barutell Farinos exponía el siguiente ruego:
«Os ruego, mi general, hagáis llegar a Su Majestad el rey nuestros sentimientos de lealtad a su persona y la seguridad de que, si preciso fuera, esta promoción de Intendencia estaría dispuesta a derramar hasta la última gota de sangre en defensa de la unidad e integridad de la Patria«.
Manifiesta lealtad a su Jefe Supremo, a su persona, no a las instituciones de las que depende.
En un artículo firmado por «Almendros» -grupo cívico-militar creado para, desde el diario «El Alcázar”, potenciar y legitimar una intervención de las FAS claramente involucionista-, se comentaba acerca de las funciones constitucionales de la Corona:
«Se ha emplazado a la Corona ante la oportunidad histórica de iniciar una sustancial corrección de rumbo, el reiterado golpe de timón que posibilite la formación de un gobierno de regeneración nacional asistido de toda la autoridad que precisan unas circunstancias tan excepcionales como las que vivimos.(…). Una realidad evidente que, de proseguir, a corto plazo instauraría la oportunidad para una legítima intervención de las Fuerzas Armadas».
Desde este artículo se le pide al Mando Supremo, al Rey, utilizar sus poderes constitucionales para dirigir un cambio político, con el apoyo de las FAS. Es decir, nos encontraríamos ante una intervención «legal».
En definitiva, para la mayoría de los militares su mando último sí que era el Rey, por encima de todas las normativas legales que existieran, aunque la interpretación que hacían de ellas también lo justificaba. Esta opinión la comparte Javier Fernández cuando comenta:
«Cuando se aprobó la Constitución siguieron [los militares] entendiendo que el Rey, como antes el general Franco, era quien mandaba en los Ejércitos. Esta creencia es vital para entender la actitud de muchos militares en la Transición: al margen de las leyes, de normas, el Rey era para ellos el sucesor, en todos los sentidos, de Francisco Franco, y si el Rey hacía algo había que obedecerlo, y si el Rey daba su conformidad a la Constitución pues nosotros también».
Sin duda, la praxis de esta tesis quedó manifestada en los tristes sucesos del 23-F de 1981, cuando muchos militares respetaron el régimen constitucional porque el Rey se lo ordenó, reconociendo que si la orden hubiera sido la contraria también la hubieran aceptado.
Por todo lo expuesto, una de las tareas más complicadas para el advenimiento y el mantenimiento de la democracia fue la de adaptar el Ejército al nuevo sistema político, para que sus miembros, como el resto de los funcionarios, se habituasen a cumplir las órdenes del gobierno de turno. Con ese objetivo hubo reformas del general Manuel Gutiérrez Mellado, que describe la tesis mencionada, con el gobierno de Suárez para poner a las Fuerzas Armadas bajo el control civil en 1976. Su pretensión es la funcionarización del Ejército, con las correspondientes medidas presupuestarias, retributivas y organizativas. En 1981 Leopoldo Calvo Sotelo en su gobierno nombró al civil Albert Oliart, como ministro de Defensa, en el primer gabinete en muchas décadas (probablemente el primero), en el que no hubo ningún militar. Igualmente, las reformas de Narcís Serra con Felipe González, como los pases voluntarios a la Reserva, castigos por opiniones políticas, disminución de la edad de jubilación, etc. O la entrada en la OTAN, lo que supuso a los militares españoles el tener que convivir con los de otros países de una larga historia democrática. O la abolición del servicio militar obligatorio en 2002.
Termino con una pregunta dirigida a quienes hayan leído estas líneas: ¿El Ejército español se ha adaptado al sistema democrático?