Parto de un diagnóstico inicial: la debilidad de los vínculos asociativos de la mayoría de la juventud trabajadora, mayoritariamente precarizada, y los sindicatos. Está derivada, por una parte, en la generalización de la precariedad laboral juvenil, con unas trayectorias laborales prolongadas en la temporalidad, el semi-empleo y el paro; por otra parte, en la dificultad de la acción sindical para modificar a gran escala esta realidad impuesta desde hace décadas, que se ha mantenido y agudizado con la crisis socioeconómica y las políticas de ajuste neoliberal y de reformas laborales regresivas, reforzando el poder empresarial en las relaciones laborales y de empleo. Es también un reto respecto de la capacidad transformadora del Gobierno de coalición progresista en un asunto, la precariedad laboral y del empleo, que afecta de lleno a gran parte de su base social, en particular de Unidas Podemos.
La precariedad laboral juvenil
Dentro de la precariedad laboral existen tres planos: 1) Inestabilidad, inseguridad, fragilidad en el empleo. 2) Flexibilidad y penosidad en las condiciones laborales, junto con bajos salarios. 3) Indefensión, subordinación y desprotección. Los tres planos están interrelacionados. Estar en la precariedad y, más todavía, ser trabajadora o trabajador precario supone la permanencia prolongada en una situación de empleo precario o de paro. Es lo que pasa a la mayoría de jóvenes, en un proceso largo de socialización laboral con un disciplinamiento en la subordinación en la empresa, que contrasta con un ambiente más libre e igualitario en la escuela y la sociedad.
Es una dinámica, reforzada por el poder empresarial con las últimas reformas laborales, que busca imponer una nueva cultura empresarial como mayor sometimiento laboral y mayor control de su productividad. Por tanto, la precariedad laboral en general y, especialmente, la juvenil, por el choque que supone su inserción en el mercado de trabajo y la generación de expectativas profesionales, está asociada a una posición no voluntaria sino impuesta, en un contexto de aumento del poder empresarial en las relaciones laborales y de empleo.
La precariedad tiene dos dimensiones. Una es la precariedad laboral que condiciona y es condicionada por la precariedad social. Ésta es la segunda, y hace referencia a las condiciones sociales generales de inestabilidad e inseguridad. Esas condiciones de vida, de vivienda (central para la emancipación de las personas jóvenes), culturales y relacionales frágiles se pueden extender a otras facetas de discriminación. Por otra parte, ligado al aumento de la precariedad laboral y social ha aumentado el problema de la ‘vulnerabilidad’ e ‘incertidumbre’ en los proyectos vitales, y también la siniestralidad laboral y los efectos psicosociales y de identidad personal derivados de la inestabilidad sociolaboral. Todo ello afecta más a los sectores juveniles más vulnerables y, particularmente, de origen inmigrante.
Por último, hay que mencionar las brechas laborales de género, puestas de manifiesto en el contexto del 8 de marzo: las jóvenes sufren una mayor discriminación que se acentúa en la mayor dificultad para la estabilidad en el empleo, la segmentación salarial y de condiciones de trabajo, la dificultad para la conciliación de su vida familiar y laboral o la insuficiencias de unas políticas de protección pública (escuelas de 0 a 3 años, apoyo a la maternidad, las familias y los cuidados con mayor igualdad en su reparto…). Ahora que ya se admite el indicador de 34 años para ser joven, entra de lleno en sus opciones vitales. Su amplia reafirmación feminista en este último periodo pone de relieve la necesidad de una profundización en las políticas de igualdad de género ligadas a la superación de la precariedad laboral juvenil, cuyo horizonte ya no es homologarse solo con sus compañeros masculinos, también inmersos en esa lacra, sino en dar pasos sustantivos en su superación. Así, también hay que abordar la desigualad entre las propias mujeres, cuya mayoría está en la precariedad. En este sentido, se produce una saludable intersección o dinámicas comunes entre sindicalismo y feminismo, entre cuestión social y desigualdad de género.
Las dificultades del sindicalismo
El problema general, desde la influencia de la acción sindical, es el debilitamiento del poder contractual de los sindicatos, las dificultades de la intermediación sindical y del neocorporatismo ‘débil’ para hacer mejorar sustancialmente las condiciones sociolaborales y de empleo, transformar a gran escala la segmentación del mercado de trabajo y la precariedad laboral juvenil.
Ello se debe, sobre todo, al aumento del poder empresarial en las relaciones laborales y a la menor compatibilidad entre las dinámicas y políticas económicas, productivas y sociolaborales dominantes hasta ahora, de carácter neoliberal y regresivo, y los intereses y objetivos del sindicalismo y de sus bases sociales.
Hay otras insuficiencias internas de los sindicatos: la segmentación de la acción sindical y la relativa impotencia de las estrategias sindicales para transformar a fondo la precariedad laboral. Y, a pesar de avances significativos en la acción y el discurso sindical, persisten inadecuaciones culturales y organizativas para conectar con la gente joven y precaria. Las políticas sindicales efectivas dan prioridad y son más útiles para sus bases sociales centrales, de empleo estable, y sus propias estructuras sindicales. A su vez, el alejamiento y la poca identificación e implicación de las y los jóvenes trabajadores expresa y se combina con una posición secundaria para la acción sindical. Los dos aspectos se condicionan mutuamente.
A ello hay que añadir los cambios de mentalidades en las dos partes de esas bases sociales. Por un lado, las mediaciones y cambios de la cultura obrera, la crisis de las identidades laborales de la etapa fordista / keynesiana y de las referencias simbólicas y alternativas de la clase obrera ‘sindicalizada’. Por otro lado, las nuevas configuraciones subjetivas, nuevas relaciones sociales y vínculos con el empleo y las estratificaciones de estilos de vida y consumo. Así, existe un nuevo problema desde el lado de la pertenencia colectiva: los cambios y la conformación de nuevas identidades laborales y de identificación social de las personas trabajadoras jóvenes. Son embrionarias y necesitan experiencias compartidas y prolongadas, junto con los procesos de interacción y transición con las antiguas tradiciones e identidades laborales de los núcleos obreros sindicalizados. No se sabe su evolución futura, pero constituye un elemento clave para configurar la densidad de los vínculos de los sindicatos con las nuevas generaciones.
El refuerzo de los vínculos entre jóvenes y sindicatos
En definitiva, se han producido grandes cambios en las relaciones de poder, tanto en las dinámicas socioeconómicas generales como en las relaciones laborales en las empresas, así como la fragmentación de las clases trabajadoras. Todo ello genera un debilitamiento de la capacidad transformadora y de las identidades del movimiento sindical -de su papel por reformas, de articulación de clase diversa y compleja y de influencia en la sociedad- y de su representación sindical y política. Ante esto las prioridades estratégicas de los sindicatos suelen ser conservar unas bases sociales centrales y estabilizar sus estructuras sindicales. El desafío es fortalecer sus vínculos con los sectores periféricos y, en particular, con la gente joven.
Para mantenerse y cumplir su función de intermediación necesitan cierto poder representativo y de legitimación social basado en dos tipos de mecanismos. Primero, credibilidad de los resultados de su influencia, de su papel instrumental y de mejoras concretas. Segundo, conseguir un aval explícito a su gestión y a sus representantes en los dos planos, de elecciones sindicales y de afiliación sindical.
Pues bien, en el ámbito representativo han conseguido una extensión cuantitativa relevante. No obstante, respecto a las personas jóvenes precarizadas, la afiliación es muy escasa y desigual con respecto a los adultos –proporción de uno a tres-; refleja esa debilidad de la implicación juvenil y del arraigo de los sindicatos entre ellas. Ello, desde la óptica de los objetivos y las funciones generales de los sindicatos de clase de representar al conjunto de la población trabajadora, incluida la semi-empleada y en paro.
En conclusión, persiste una tarea estratégica difícil para el sindicalismo: cambiar profundamente las dinámicas laborales y sindicales y que se modifiquen las tendencias dominantes en las relaciones entre el conjunto de la juventud trabajadora y los sindicatos. No entro a valorar la necesidad obvia de un avance sustancial en la acción contra la precariedad laboral, en la negociación colectiva y en los acuerdos generales. Pero es probable que los cambios sean parciales y puedan afectar a jóvenes trabajadores y trabajadoras con condiciones más favorables para la acción colectiva y sindical. En ese sentido, el actual cambio político, con un Gobierno progresista, ofrece una mayor oportunidad para mejorar esas condiciones laborales, salariales y de empleo, en el marco de reformas de progreso más amplias.
Me quedo en un aspecto particular: El importante papel de los y las sindicalistas jóvenes como puente entre juventud trabajadora y sindicatos y a su vez como conexión e interacción con las élites juveniles en otras esferas y movimientos sociales. Se ha citado la proporción de tres a uno entre la tasa de afiliación sindical adulta y la de los jóvenes, lejos del 10%. Un cambio sustancial de los vínculos de los sindicatos con las y los jóvenes trabajadores supondría acercarse a un 20% de afiliación sindical y evaluar su dinamismo y representatividad. Es decir, el análisis específico de la evolución de esa parte minoritaria pero relevante de jóvenes más activos o cercanos al sindicalismo es importante. Y para ello son significativas las mediaciones y características de su conciencia social y la configuración de sus identidades laborales.
En resumen, es necesario un nuevo impulso para fortalecer los vínculos entre juventud trabajadora y sindicatos. Pasa por atajar la amplia precariedad laboral y por una mayor adecuación de la acción y la cultura sindical que refuerce esa aproximación.
Antonio Antón es profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid
@antonioantonUAM