El libro de Abu Bakr al-Nayi, «La administración del salvajismo», que se considera una de las principales fuentes de pensamiento del Estado Islámico (Daesh), se ha convertido en una fuente de pensamiento para la práctica política que llevan a cabo las fuerzas militares y mediáticas de la corriente salafista yihadista nacida de Al-Qaeda. Nadie, fuera […]
El libro de Abu Bakr al-Nayi, «La administración del salvajismo», que se considera una de las principales fuentes de pensamiento del Estado Islámico (Daesh), se ha convertido en una fuente de pensamiento para la práctica política que llevan a cabo las fuerzas militares y mediáticas de la corriente salafista yihadista nacida de Al-Qaeda.
Nadie, fuera del estrecho círculo yihadista, sabe quién es el autor, pero el libro -que ha tenido una amplia distribución en internet-, ofrece una aproximación para comprender las prácticas de Daesh, y su objetivo de dirigir y administrar las zonas de las que se retiró el régimen anterior, como zonas salvajes que esperan la victoria final del proyecto de Daesh. Es decir, que la zona vivirá una extensa etapa de salvajismo que los islamistas yihadistas han de administrar por varios medios, siendo el más importante aterrorizar a los adversarios, imponer la sharía y aplicar las penas islámicas.
Esta aproximación nos permite comprender los métodos propagandísticos que sigue esta organización, y su interés central en difundir imágenes de degollamientos y asesinatos, por medio de sofisticados vídeos hollywoodienses, que hacen uso de la imagen y el sonido como un instrumento para aterrorizar y asustar. Probablemente, lo más importante de este instrumento sea la capacidad que tiene de atraer partidarios, encendiendo lo que puede llamarse imaginación cruenta y mezclándola con un pensamiento apocalíptico.
Este libro, junto con otros libros y publicaciones -como el libro «Jurisprudencia de la sangre» de Abu Abdallah al-Muhayir, que es también una de las fuentes principales de la práctica de Daesh y Al-Nusra-, exige una lectura pausada, que nos permita salir de la situación de ceguera que vivimos en medio de la serie de guerras salvajes que se desarrollan en la zona.
Volví al libro de Al-Nayi entre el dolor y la tristeza que me provocó la purgación del cabo de las fuerzas de seguridad interior libanesas Ali al-Bazal, y la imagen de las familias de los soldados libaneses retenidos por Daesh y Al-Nusra, que viven el dolor de la desesperación en medio de esta masacre continua. La élite política libanesa se frustra en el gabinete de crisis del gobierno, sin poder detenerlo. El ejército libanés, cuyos miembros se exponen a ser asesinados y que viven en condiciones de confinamiento insoportables, se mantiene callado. A la sociedad libanesa, por su parte, que está acostumbrada al circo político edificado por el régimen confesional, parece no importarle, como si tratara con una cuestión similar a la de los desaparecidos de la guerra civil, que quiere enterrar en la tumba del olvido.
Lo más probable es que los miembros del gabinete de crisis del ministerio no hayan leído el libro de Al-Nayi, para comprender que su manera de negociar con los secuestradores no sirve de nada, y que el trato con fuerzas militares que adoptan la idea del salvajismo no debe seguir el camino habitual, que no es otro que la mediación catarí.
La pregunta que me hago, y que nadie ha respondido es quién es el responsable de la tragedia militar que tuvo lugar en Arsal hace cuatro meses, que acabó con el secuestro de tres soldados. La opinión pública libanesa no ha recibido información alguna de los informes o de la depuración de responsabilidades. El trato con las vidas de los soldados se parece al trato con todo en la república de la comedia negra libanesa. La muerte en Líbano no tiene valor, porque la vida tampoco lo tiene.
Si dejamos de lado la cuestión de las responsabilidades -¡porque este tema pone en peligro las relaciones entre las confesiones en Líbano!-, la pregunta es cómo liberar a los soldados y hombres de las fuerzas de seguridad interior de una vida en mitad de la muerte en Arsal, y cómo evitamos que se vean expuestos a la humillación y el hambre mientras esperan la muerte.
No se puede comprender cómo los militares y sus superiores están como huérfanos, obligados a ejecutar las órdenes de los secuestradores, como por ejemplo cortar los caminos. Sí, son huérfanos, porque las familias de los hijos de la institución militar, cuyo trabajo es proteger a la gente, se encuentran sin protección. Están desnudos. Viven en la desnudez política y ética, que se complementa con la indiferencia civil ante su causa, o su incapacidad de darle importancia, debido a su convencimiento de la inutilidad política de esta patria aplazada.
Pero, ¿no hay nadie que nos explique por qué el ejército no libera a sus miembros al precio que sea, siendo este un deber ético y político? ¿Es porque el ejército no tiene cobertura política como se comenta? ¿Y quién dice que tenga que buscar dicha cobertura cuando sus soldados se exponen a ser asesinados? ¿O porque el ejército y las fuerzas de seguridad no tienen la capacidad militar de entrar en la batalla por la liberación de los soldados prisioneros? No lo sé, pero los secuestrados y sus familiares tienen derecho a saber, como también tiene derecho la opinión pública a conocer las razones de forma clara, porque este ambiente de irresponsabilidad no solo provoca repugnancia, sino que también indica el final cuyos rasgos ya han comenzado a avistarse.
En ambos casos -la incapacidad política y la militar- el deber del Estado es salvar a sus soldados, y si no puede o no quiere enfrentarse militarmente, tendrá que proceder a un intercambio por la vía de la negociación, proceso del que será totalmente responsable. Si la negociación es imposible porque los secuestradores no definen sus peticiones de forma clara o porque sus peticiones son imposibles de realizar, deben anunciarlo y tomar alguna medida responsable y honorable. Lo que sucede en Arsal es más atroz que el degüello: es un asesinato diario de lo que queda de la idea de Estado. Y si las fuerzas de seguridad no toman la iniciativa para salvar a sus hijos, o intentar salvarlos en serio, al precio que sea, y si nos quedamos en el marco de la sutileza libanesa y el juego de la explotación de la sangre en las presidencias aplazadas, la patria libanesa aplazada quedará hecha trizas.
Traducción de Naomí Ramírez
Fuente original: http://www.alquds.co.uk/?p=262096