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La alternativa entre regionalismo y nacionalismo para las identidades periféricas del Estado español

Fuentes: Rebelión

Ponencia para el taller de historia regional y local, Instituto de Historia de Cuba. La Habana, abril 2019

Consideraciones generales: dos formas del Estado

El ser humano es una realidad única entre los objetos de la naturaleza, cuya característica distintiva es la subjetividad, que definimos como capacidad para actuar propositivamente, persiguiendo metas y objetivos previamente decididos y previstos. El sujeto posee la libertad para decidir una meta y escoger el comportamiento que la hace posible; pero esa libertad nace de la necesidad de vivir en sociedad, acatando normas que hacen posible la cooperación y la convivencia entre sus miembros. La subjetividad contiene un sistema de ideas que representa la realidad del mundo material, y al mismo tiempo un conjunto de ideales que valoran el mundo sensible en orden a su transformación. La subjetividad se constituye en la vida social y da lugar a un sujeto que modifica el medio donde vive de manera planificada y racional.

El sujeto puede ser individual -la persona-, colectivo -una clase social o una sociedad-, o universal -la humanidad en su historia-; y la condición para que esos diferentes niveles de subjetividad puedan constituirse consistentemente es el isomorfismo en su estructura. En la filosofía práctica clásica se considera necesario construir la vida ética de la persona de modo armonioso, equilibrado y justo, en consonancia con la vida política de la sociedad en la que vive. Interpretamos así la utopía platónica de la República, donde las clases sociales están constituidas por las diferentes almas del ser humano. En la reflexión moderna esa identidad de estructura entre el sujeto individual y el colectivo está diseñada en la propuesta ilustrada de Rousseau para constituir una república democrática bajo el concepto de libertad civil -con las debidas correcciones introducidas para establecer la igualdad de género-; y fue generalizada para la humanidad por Kant en sus reflexiones sobre la historia y la razón práctica.

La mediación entre la personalidad ética y la colectividad política viene dada por la moralidad, que hace posible el reconocimiento del sujeto consciente por parte de los demás miembros e instituciones del cuerpo social. La moral consiste en desarrollar una conducta conforme a las normas cívicas y las costumbres tradicionales; el comportamiento moral viene sancionado por la aceptación del sujeto dentro de la sociedad. Se constituye así un ámbito pre-político de la vida colectiva, que se ha venido denominando como sociedad civil, concepto que viene a ser interpretado de dos formas diferentes: a) liberal, como conjunto de empresas lucrativas que prestan servicios a la comunidad por interés egoísta; b) socialista, conjunto de asociaciones voluntarias de los ciudadanos que generan bienes de forma y altruista para resolver problemas y cubrir necesidades.

La sociedad política es un sujeto histórico colectivo, constituido a partir de sus relaciones económicas y jurídicas. La república democrática establece sus metas autónomamente a partir de procedimientos para la participación política de la ciudadanía en las decisiones colectivas, y en interrelación con las otras instituciones colectivas que integran la humanidad histórica. Por varias razones, ese modelo republicano es incompatible con el desarrollo capitalista bajo una ideología liberal, que concibe la sociedad civil como un conjunto de individuos egoístas. En primer lugar, porque la república así definida se funda en el diálogo y el compromiso entre los agentes sociales; mientras que el liberalismo, al promover esas actitudes egoístas, transforma el diálogo en regateo comercial, de forma que el compromiso de los agentes económicos con el resto de la sociedad es débil y tiende a romperse, generalizándose la corrupción y el fraude.

En segundo lugar, el concepto liberal de libertad reduce la moralidad al éxito en los negocios, exigiendo la máxima desregulación para los mercados para garantizar la competencia; de ese modo, estos funcionen autónomamente con las mínimas interferencias legales, que se limitan a las normas para evitar los daños a la propiedad privada. Por el contrario, la República requiere normas que regulen las relaciones entre los miembros de la sociedad, para garantizar la satisfacción universal de los derechos humanos en igualdad de condiciones para toda la ciudadanía sin discriminación, impidiendo las situaciones de opresión y explotación. Las normas que determinan la igualdad ciudadana pueden limitar la libertad de negociación mercantil.

Además, en tercer lugar, en el sentido clásico de la filosofía práctica, se concibe la República como la sociedad auto-contenida, frente al capitalismo como modo de producción expansivo, que se desarrolla a través del imperialismo y el colonialismo eliminando los límites sobre los que se constituye la cultura nacional, y destruyendo la soberanía nacional de los Estados republicanos. El desarrollo capitalista viene asociado a la expansión imperialista desde su constitución como modo de producción hegemónico en el siglo XVI, con la conquista y destrucción de las culturas americanas precolombinas, y no deja de destruir culturas y naciones para alimentar un progreso irracional. En la modernidad, la destrucción de la biosfera por la industria moderna exige un replanteamiento completo del desarrollo humano, terminando con la expansión capitalista de las fuerzas productivas.

En cuarto lugar, desde la perspectiva republicana moderna, una personalidad altruista, consciente y responsable, solo podrá producirse dentro de una sociedad democrática, que respete su autonomía y proteja sus derechos. En cambio la forma de agrupación social preponderante en el modo de producción liberal son las masas de individuos, manipulados por la oligarquía social en función de sus intereses mediante una sociología centrada en la economía mercantil. De ese modo, el Estado liberal se convierte en un apéndice de la burguesía capitalista para administrar los negocios comunes de la burguesía -como se señala en el Manifiesto comunista-. De ahí que la propuesta para la superación histórica del modo de producción capitalista apele a la hegemonía obrera en la construcción republicana de la sociedad.

La crítica del capitalismo como una sociedad alienante, realizada por Marx y Engels, apunta a la construcción de esa república democrática, definida como dictadura del proletariado; ésta consiste en la apropiación colectiva de la riqueza social, pero al mismo tiempo debe establecer los límites que la producción económica no puede superar salvo violación de los derechos fundamentales de las personas y la humanidad. La conciencia de clase es el fundamento para una sociedad civil fundada en la solidaridad ciudadana; pero el proletariado construye la república democrática apoyándose en un bloque histórico que se funda en una alianza con otras clases sociales, campesinado y pequeña burguesía. En la constitución del bloque histórico juega un papel fundamental la cultura nacional. De ahí la importancia de un análisis cuidadoso de su influencia en el proceso político.

La contraposición entre liberalismo y republicanismo en la historia moderna

De modo que a lo largo de la historia moderna nos encontramos con la oposición entre dos estructuras alternativas del Estado, liberal frente a republicana. Siendo el republicanismo la ideología de la burguesía revolucionaria -en Holanda durante la primera mitad del siglo XVII, en la primera revolución inglesa con Cronwell, entre los jacobinos franceses que elaboraron la Constitución de 1794, etc.-, el liberalismo constituye la ideología de la burguesía como clase dominante una vez conquistado el poder político. El imperialismo asociado a la ideología liberal se establece como ideología dominante en la estabilización del modo de producción capitalista, frente a un republicanismo que se constituye como aspiración de las clases subalternas a la autonomía moral y política, con el horizonte de establecer el socialismo y el comunismo como formas de la sociedad utópica sin clases.

Voy a utilizar esas dos categorías -república democrática frente a imperialismo liberal- para interpretar las diferentes formas del Estado en conflicto dentro del panorama internacional, y las tensiones internas que se producen dentro de esos Estados. Esas tensiones tienen carácter clasista, pero también se manifiestan en forma de nacionalismo -como coaliciones sociales fundadas en rasgos sociales significativos para la ciudadanía-; o bien, en un nivel regional y local como rivalidad y oposición dentro del Estado. Pues las regiones no son una mera reproducción de la estructura social de un Estado a escala más pequeña, sino que con frecuencia desarrollan una especial intensidad para los conflictos de clase -entre las clases sociales y dentro de las propias clases-, a partir de las inequidades en la explotación de los recursos y la distribución de la riqueza social, generadas por la economía liberal entre el centro capitalista y la periferia subdesarrollada.

El mercado capitalista desvaloriza la tierra y el trabajo para valorizar el capital acumulado en forma de propiedad privada, de modo que las regiones descapitalizadas -atrasadas en el proceso de industrialización o acumulación de capital- sufren el peso de la desvalorización, manifestándose como subdesarrollo y dependencia. A menos que exista alguna forma de compensación, la oposición al sistema establecido y las aspiraciones a constituir una república democrática serán más fuertes en esas regiones deprimidas de la periferia, en cuanto se desarrolle una conciencia política de la situación.

La reivindicación política revolucionaria para la constitución de la república puede tener carácter nacional, proyectándose hacia el conjunto del Estado nacional desde alguna región especialmente conflictiva por razones geográficas e históricas; o bien carácter secesionista, si se apoya en sentimientos nacionales de la región deprimida por oposición al Estado constituido. Por poner un ejemplo, en la historia de Cuba la guerra de independencia tuvo carácter secesionista respecto del imperialismo español, mientras que la guerra revolucionaria del 56-59 tuvo carácter nacional respecto del imperialismo estadounidense. En ambos casos, la actividad política tuvo su mayor intensidad rebelde en el Oriente de la isla por circunstancias económicas -atraso económico-, pero también geográficas -proximidad al Caribe, especialmente Haití y Santo Domingo-. Y las fuerzas revolucionarias tuvieron que enfrentar fuertes movimientos políticos conservadores, que intentaron mantener el estatus dependiente de la isla Cuba, subordinándose al imperio liberal vigente, español primero y estadounidense después.

Sin embargo, esa interpretación no puede generalizarse; en caso de que los manejos políticos del Estado liberal se dirijan a utilizar los recursos públicos para estabilizar su dominación, puede suceder lo contrario. En el caso del Estado español durante la etapa de la monarquía liberal -desde el final de la dictadura de Franco hasta nuestros días-, las regiones deprimidas recibieron compensaciones a través de diversos canales financieros, de modo que la reivindicación política quedó acallada durante ese tiempo. Regiones agrícolas, atrasadas industrialmente, como Andalucía y Extremadura, obtuvieron sumas significativas de capital desde la UE (Unión Europea) y ayudas a la explotación agrícola a través de la PAC (Política Agrícola Comunitaria). Ello explica la paz social y la estabilidad política de estas regiones en los últimos cuarenta años: las particularidades identitarias se manifestaron como folklore y quedaron ahogadas por la mejora en los niveles de vida conseguidas mediante la subordinación a la política liberal.

En cambio, la reivindicación republicana con carácter secesionista cobró intensidad en el País Vasco (Euskadi), una región industrializada y desarrollada en sentido capitalista, donde existen auténticos sentimientos nacionales -lengua, instituciones e historia propia-. Contrariamente en Cataluña, donde existen también fuertes sentimientos nacionales, la reivindicación nacional de la gran burguesía mantuvo un carácter subordinado al Estado español. Recientemente, a partir de la depresión económica del capitalismo neoliberal, la gran burguesía catalana intentó utilizar los sentimientos nacionales como instrumento de presión, en la competencia con la oligarquía centralista por los escasos beneficios de las inversiones en crisis. Esa arriesgada maniobra ha conducido a una fuerte movilización social, y el nacionalismo catalán ha tomado un carácter republicano y secesionista al tiempo que la pequeña burguesía comandaba el movimiento identitario y establecía un horizonte republicano como salida de la crisis.

Por tanto la explicación economicista no resulta suficiente para comprender el fenómeno de los sentimientos nacionales. ¿Por qué esos sentimientos son tan fuertes en el norte de la península ibérica y mucho más débiles en el sur? Se hace necesario tomar en cuenta la historia para entender la formación y desarrollo del carácter nacional. Siendo Andalucía una región con un rico pasado cultural, político y económico, sin embargo no ha desarrollado la necesidad de reivindicarlo, por causa de la violenta represión que sufrieron esas características nacionales en el pasado -religión islámica, lengua árabe, relaciones económicas con África y el Oriente, etc.-. Aquí la subordinación respecto del centro del Estado se ha hecho más acusada que otras regiones como el País Vasco y Cataluña, donde la religión católica ha funcionado como reservorio de identidad nacional. Los partidos nacionalistas burgueses en estas naciones periféricas, tanto el PNV (Partido Nacionalista Vasco) como CiU (Convergència i Unió, recientemente disuelto), han tenido un fuerte carácter confesional.

Desde el punto de vista del centralismo españolista, que es también el de la oligarquía financiera como clase dominante, tanto Andalucía como Cataluña y el País Vasco son regiones del Estado español, caracterizadas por su folklore particular. Pero lo significativo son los sentimientos nacionales que conserva la ciudadanía de esas regiones periféricas, con posibles reivindicaciones republicanas. La mayor paradoja se establece porque una parte importante de la clase obrera vasca y catalana, formada por inmigrantes andaluces y extremeños, ha optado por apoyar el ‘españolismo’, la defensa de la monarquía liberal subordinada a la oligarquía capitalista, enfrentándose a las clases y los sectores sociales que apuestan por la secesión. La complejidad de la coyuntura histórica presente en Europa y el resto del mundo -cuando los movimientos de extrema derecha se desarrollan alcanzando importantes cotas de poder político con la aceptación e incluso el apoyo de los trabajadores-, influye directamente en esas posiciones de clase. Hemos visto resultados electorales que mostraban un claro apoyo de la clase obrera francesa para el Frente Nacional de Le Pen, y el desarrollo de movimientos fascistas en toda Europa y América contando con la simpatía de los trabajadores, además de las capas medias de la sociedad. La coyuntura política se parece a los acontecimientos del siglo XX con el progreso del fascismo tras la crisis económica y la depresión de los años 30.

En el Estado español la identidad española tiene un carácter claramente conservador e imperialista. A pesar de los esfuerzos de algunos sectores intelectuales durante los siglos XIX y XX para construir una imagen progresista de España, no puede obviarse que la historia española se mantiene ligada a la construcción del Imperio en los siglos XVI-XVIII, y a cuatro grandes genocidios históricos -la destrucción de al-Ándalus, la conquista de América, la esclavitud de la población africana, la guerra civil del siglo XX-. La clase obrera española adoptó una actitud política republicana durante la II República, pero sus instituciones fueron completamente destruidas por el fascismo en la guerra civil. A lo largo de la dictadura franquista se produjo una liquidación de su conciencia de clase y en nuestros días los trabajadores españoles apoyan mayoritariamente la política liberal del Estado monárquico, como se muestra por el voto al PSOE. Por ello el republicanismo ha buscado desarrollarse entre los sentimientos identitarios de las nacionalidades periféricas.

Criterios leninistas para evaluar la lucha nacional

Históricamente, los sentimientos nacionales son a menudo utilizados por la burguesía para ocultar o disfrazar la lucha de clases, fraccionando a los trabajadores por sus características étnicas, lingüísticas, religiosas, o cualesquiera otras. Esto ha sucedido ampliamente en el último cuarto del siglo XX, con el enorme retroceso que se ha producido para las fuerzas progresistas y republicanas a nivel internacional, dando lugar a diversos populismos de derecha y extrema derecha. En esta coyuntura crítica, el uso de los sentimientos nacionales ha conseguido reforzar la hegemonía de la oligarquía financiera, representada en el Estado español por la monarquía liberal. El españolismo se ha desarrollado con intensidad en los últimos años, dando el poder político a la derecha en una región autonómica donde nunca había triunfado antes: Andalucía. Al mismo tiempo, un partido de extrema derecha ha conseguido entrar en el parlamento regional, sentando un precedente que podría consolidarse en el resto del Estado español dentro del próximo ciclo electoral que comienza a finales de abril.

Como consecuencia de esa coyuntura, la izquierda española se encuentra dividida entre los sectores que apoyan el secesionismo para construir un Estado republicano enfrentando el imperialismo liberal de la monarquía española, y los que se apoyan en los sentimientos españoles de la clase obrera para oponerse a un secesionismo, entendido como táctica burguesa para confrontar y superar la crisis política del capitalismo neoliberal. Es urgente y necesaria una clarificación para decidir una táctica correcta en la coyuntura actual, pero desgraciadamente las posiciones están profundamente encontradas y las argumentaciones adoptan formas pasionales y poco racionales. En todo caso, es pertinente establecer algunos criterios desde la tradición republicana, que nos permitan arrojar luz sobre el problema tratado. ¿Cómo evaluar esos movimientos políticos del nacionalismo periférico en el Estado español?

Para escribir la historia de las naciones sin Estado y las regiones periféricas es pertinente la distinción leninista entre pueblos opresores y pueblos oprimidos. Esa observación contiene gran profundidad histórica y tiene que ver con la forma en que se organiza el Estado en sus relaciones internas y externas: a) la combinación represión interna + agresión externa configura un pueblo opresor con tendencias imperialistas, frente a b) los pueblos oprimidos que buscan construir su república bajo el binomio democracia interna + pacifismo externo.

Recordemos que la aparición del Estado es un resultado del desarrollo de las fuerzas productivas en el neolítico, y tiene un carácter endógeno dentro de las sociedades agrícolas de la Antigüedad -por ejemplo el antiguo Egipto-; pero puede observarse también la construcción de Estados a partir de invasiones externas y la imposición de una etnia sobre otras -por ejemplo Israel antiguo y los diferentes imperios que se describen en la Biblia-. Podemos distinguir un origen endógeno del Estado, frente a un origen exógeno construido por los pueblos opresores que señala Lenin. Por tanto, se trata de una distinción pertinente que está en el origen de las dos ideologías políticas modernas consideradas: a) el liberalismo imperialista como dinámica económica expansiva y políticamente invasora, fundado sobre estructuras sociales fuertemente autoritarias y discriminatorias; b) el republicanismo democrático como organización auto-contenida de la nación, donde se hace necesario que la clase obrera alcance la hegemonía social construyendo el bloque histórico.

A partir de esa distinción, podemos establecer la táctica política respecto de los movimientos nacionales recurriendo a Lenin: «los comunistas debemos apoyar y apoyaremos los movimientos burgueses de liberación de las colonias solo cuando estos movimientos sean realmente revolucionarios». Esta afirmación se refiere al carácter nacional secesionista de la rebelión colonial, y versa sobre su carácter revolucionario, esto es, su oposición al imperialismo liberal y su intención de construir una república democrática. Las condiciones para considerar revolucionario un movimiento político están dadas fundamentalmente por su programa, que expresa la hegemonía de la clase obrera consciente en el bloque histórico de la emancipación nacional; pero en muchas colonias de principios del siglo XX no existía una clase obrera desarrollada, capaz de asumir esa hegemonía. Cuando Lenin habla de movimientos burgueses revolucionarios interpretamos aquellos cuyo programa asume la construcción de una República democrática enfrentada al imperialismo liberal -lo que vimos que constituye la actitud de la burguesía revolucionaria antes de asentarse en el poder político-. Lo que significa que el Estado surgido de la revolución nacional tendrá que evolucionar construyendo el poder político de los trabajadores conforme se constituye la República frente al imperialismo.

El movimiento revolucionario en Asia a comienzos del siglo XX tuvo un carácter esencialmente campesino y pequeño-burgués en cuanto a su composición de clase, si bien el programa político era proletario, esto es, republicano democrático. Así las revoluciones en el Cáucaso y en las naciones turcas de Centro Asia, nacidas al calor de la Revolución de Octubre, desarrollaron la forma política republicana por influencia de los bolcheviques y los Estados surgidos en ellas formaron parte de la URSS. Posteriormente en China y en Mongolia, el proceso revolucionario tuvo características similares creando Repúblicas independientes. Si entendemos que Lenin estableció sus criterios para orientar esos procesos políticos en Asia, podemos preguntarnos hasta qué punto son generalizables para otras coyunturas históricas diferentes y para otro tipo de colonias y nacionalidades oprimidas.

El derecho de autodeterminación

El derecho de autodeterminación como principio de la política comunista, que generaliza el punto de vista defendido por Lenin, tiene también una larga trayectoria histórica. Podemos remontarnos hasta una primera formulación en el libro De regia potestate de Bartolomé de Las Casas, estableciéndolo como una barrera frente a la conquista y destrucción de la América precolombina por el Imperio español. Las Casas promovió la autonomía de las regiones americanas redescubiertas por los europeos en el siglo XV para proteger a los indígenas del genocidio, poniéndolos bajo custodia del emperador Carlos V. Defendió sus tesis en las Juntas de Valladolid celebradas en 1555, pero perdió el proceso frente a las argumentaciones de los defensores de la conquista. El emperador, necesitado de oro para sus guerras europeas contra los protestantes, resolvió mantener la conquista americana con ciertas restricciones, establecidas en las Leyes de Indias que jamás se cumplieron.

También los derechos humanos tuvieron sus primeras formulaciones en las reflexiones de la Escuela de Salamanca, especialmente Francisco de Vitoria, a raíz del choque de civilizaciones ocurrido en el siglo XVI. Y esta Escuela influyó de forma importante en Hugo Grotio, intelectual orgánico de la rebelión holandesa contra el Imperio español a finales del siglo XVI, que constituyó la primera revolución burguesa triunfante en Europa con un carácter netamente republicano. Pronto esa República se transformó en una monarquía liberal tras el golpe de Estado de la Casa de Orange, que promovió el desarrollo imperialista de la burguesía holandesa. Los Orange también constituyeron la monarquía liberal inglesa tras la Revolución Gloriosa de 1688, origen del Imperio británico.

En sus orígenes, tanto como en la formulación leninista, el derecho de autodeterminación tiene un carácter netamente republicano y constituyó un instrumento conceptual de la burguesía revolucionaria frente a los Estados absolutistas del Renacimiento, como instrumento para la protección de los derechos humanos violados por la política imperial. La forma republicana del Estado fue pronto desechada por la burguesía en el poder, abonada a las nuevas formas políticas y económicas del imperialismo liberal. No obstante, hemos de reconocer que en la segunda mitad del siglo XX se ha producido un cambio de paradigma respecto al derecho de autodeterminación, que ha sido utilizado para afianzar el imperialismo de la OTAN en la Europa del Este. Así que una norma jurídica democrática, que parecía fiable para la política proletaria, reconocido en las Constituciones de los Estados con orientación socialista, se ha transformado en un arma de la burguesía liberal para desmantelar dichas Repúblicas federadas o confederadas. Seguramente es posible cuestionar el carácter democrático de la aplicación de este derecho en los procesos acaecidos en esos países -lo que exige un minucioso análisis histórico para tener una comprensión cabal de los mismos-; pero no podemos perder de vista la aparición de movimientos secesionistas de carácter liberal en Italia y Bolivia, en China e Irán, en países africanos y en Oriente Medio.

Necesitamos una explicación de este fenómeno político, que se nos presenta como un efecto de la globalización: en un momento en que el Estado nacional deja de tener instrumentos para determinar autónomamente la política de una nación o un país, desgajarlo en pedazos facilita la penetración de capital para la explotación neocolonial. Es de notar que la dependencia financiera respecto del capital internacional constituyó un importante factor para la desestabilización de las repúblicas democráticas del Este de Europa. Pero también la agresividad del imperialismo fue determinante en Yugoslavia y Ucrania, y también en otros lugares donde ha intervenido aun sin llegar a un Estado de guerra abierto.

La agresión imperialista ha destruido varias Repúblicas constituidas en Oriente Medio y África: Afganistán, Irak, Libia, Siria, Yemen,…, donde también se han utilizado los sentimientos nacionales como instrumentos para la liquidación del Estado. Esos Estados nacidos de la independencia colonial, intentaron desarrollar una política republicana en sintonía con las perspectivas socialistas del desarrollo histórico, pero se han encontrado inermes frente al imperialismo con el hundimiento de la URSS. En muchos casos la independencia de las naciones colonizadas desde mediados del siglo XX no trajo una auténtica soberanía nacional, sino la sustitución de la subordinación política por la dependencia económica bajo el imperialismo liberal. Esos países se encuentran bajo un régimen neocolonial, y como muestra la República de Cuba solo a través de una revolución antimperialista se puede alcanzar una auténtica independencia.

Esta dinámica ha generado fuertes dudas en los movimientos progresistas del mundo entero. Caben importantes dudas sobre la posibilidad de recuperar el derecho de autodeterminación para la política republicana. Tras las recientes experiencias podemos afirmar que esa posibilidad dependerá de la coyuntura histórica. La construcción de un fuerte bloque económico a partir de las repúblicas asiáticas, opuesto al imperialismo liberal de la OTAN, establece un nuevo horizonte político para el desarrollo de la humanidad. Y así hemos podido comprobar que Crimea se separaba de Ucrania, convertida en un Estado fascista, asumiendo la forma de una República asociada a la Federación Rusa a través de un referéndum de autodeterminación.

La derrota del imperialismo liberal es una condición indispensable para hacer posible la conformación de un orden mundial más justo y pacífico. La deriva de los Estados imperialistas de la OTAN y otros Estados satélites en América, África y Asia, hacia la extrema derecha aprovechando los sentimientos nacionales es un repliegue táctico del sistema liberal en crisis; en cierto modo es un síntoma de decadencia, que parece augurar el final de su hegemonía histórica bajo el modo de producción capitalista. Si esa decadencia se confirma, y el bloque asiático consigue la hegemonía a través de un capitalismo de Estado, podríamos esperar que en esas condiciones se pudiera utilizar de nuevo el derecho de autodeterminación como instrumento jurídico para la constitución de la república democrática con orientación socialista bajo la hegemonía del proletariado.

La coyuntura española

Bajo la monarquía española de los últimos cuarenta años, el nacionalismo periférico ha tenido carácter mayoritariamente burgués, subordinándose a la dinámica del capitalismo liberal dominante en Europa. De tal modo la administración pública se ha configurado como un Estado Autonómico, que concede competencias a los organismos regionales bajo la dirección de los órganos centrales de gobierno. La oligarquía financiera que domina la vida política del Estado español, integrada en el imperialismo de la OTAN, ha retenido de esa forma el control sobre las decisiones políticas fundamentales.

Dentro de las estructuras militares del imperialismo liberal, el Estado español tiene una mínima capacidad de decisión autónoma en las relaciones internacionales, para defender los intereses del capitalismo financiero nacional en coordinación con los de la oligarquía mundial. Por otro lado, la integración en la UE ha reducido sus poderes de decisión en materia económica, incorporándolo a la dinámica de la globalización. En esas condiciones, la identidad nacional se transforma en un instrumento de la burguesía financiera para la formación de coaliciones en competencia dentro de la unidad política del Estado. Sin embargo, la crisis del neoliberalismo ha puesto en evidencia la debilidad del capitalismo español, que ha visto perder buena parte de su influencia internacional, y ha exacerbado las tensiones internas entre las diferentes facciones de la burguesía.

Esas circunstancias han condicionado la aparición del secesionismo catalán. La identidad española, heredera de una tradición imperialista secular, es la más fuerte y permite la hegemonía del capital financiero erradicado Madrid, pero este debe hacer concesiones a las otras facciones regionales. El uso de los sentimientos nacionales catalanes ha sido una maniobra de la facción catalana de la burguesía para no perder su cuota en los beneficios de la explotación capitalista del trabajo y la tierra. Sin embargo, esa operación política arriesgada ha avivado los antiguos sentimientos republicanos de las clases subalternas en Cataluña, creando un auténtico problema político para la dominación liberal.

Especialmente en el País Vasco, las aspiraciones republicanas a la independencia dentro de un orden mundial fundado en el derecho y la justicia se han mantenido con fuerza en el siglo XX. De ese modo, las decisiones políticas debían contar con los intereses de las organizaciones obreras y pequeño burguesas. La existencia de un fuerte partido nacionalista burgués mayoritario en la sociedad vasca (PNV) determinaba una política autonómica subordinada al Estado español, pero ésta se encontraba fuertemente condicionada por la actividad armada de los sectores republicanos de la pequeña burguesía con importantes penetraciones en la clase obrera. El bloque histórico abertzale (nacionalista radical) abrazaba un programa de construcción nacional republicano y de orientación socialista que cosechó algunos éxitos prácticos importantes aun sin acceder al poder político. Piénsese, por ejemplo, en la sociedad cooperativa de Mondragón, uno de los experimentos económicos más importantes en el proceso de socialización de la producción a partir de la propiedad colectiva/cooperativa de las empresas dentro del capitalismo. De ese modo, en función de la correlación de fuerzas, se hacía pensable el proyecto de una república democrática, hoy diluido por el final de lucha armada.

Una parte de la clase obrera vasca, sin embargo, proveniente de la inmigración desde otras regiones del Estado español en los años 60-70, permaneció fiel al españolismo encarnado por el PSOE (Partido Socialista Obrero Español), reconvertido al liberalismo por la transformación que sufrió este partido en el Congreso de Suresnes, que dio el poder al equipo de Felipe González. A pesar de que el PNV tiene un débil carácter republicano, condicionado por la fuerte presencia del movimiento vasco de liberación nacional (MLV, representado por diferentes coaliciones de fuerzas políticas), la correlación de fuerzas no permitió un avance decisivo de las fuerzas progresistas. El PNV ha gobernado en alianza con el PSOE en la mayor parte del periodo democrático que comenzó con la transición española. Otras veces gobernó con IU -coalición de izquierdas liderada por el EPK (Partido Comunista de Euskadi)-. Y solo en una legislatura la derecha española consiguió gobernar allí a través de la coalición PSOE/PP (Partido Popular). Hoy el PNV gobierna de nuevo con el PSOE, mientras que las fuerzas españolistas (PP + PSOE + C´s -Ciudadanos-) apenas tienen el 25% de los votos en el País Vasco.

La lucha nacional con carácter republicano ha tomado el relevo en Cataluña, contra el centralismo español tras la pacificación del País Vasco. Pero aparte de esa característica común, las diferencias con la dinámica vasca son importantes. En primer lugar, el nacionalismo catalán es un movimiento pacifista en sintonía con las tácticas mayoritarias de la izquierda americana e internacional en la actual coyuntura histórica. La revolución bolivariana y la conquista pacífica del poder político en Bolivia, así como el abandono de las armas por parte de las guerrillas latinoamericanas, por un lado, y el carácter defensivo de la política militar china y rusa frente a las agresiones imperialistas, por otro, condicionan la adopción de esa táctica pacifista -que podemos equiparar a la ‘guerra de posiciones’ teorizada por Gramsci-.

En segundo lugar, el nacionalismo pequeño burgués (formado por tres partidos PdeCat -Partido Democrático de Catalunya-, ER -Esquerra Republicana- y CUP -Candidatura de Unidad Popular) se ha radicalizado en el último lustro y ha tomado el liderazgo del bloque nacional, para reivindicar la secesión de Cataluña. Pero mantiene relaciones minoritarias con la clase obrera, que se encuentra dividida entre tres sectores: a) monárquico liberal (PSOE, C’s,), b) republicano no secesionista (liderado por la alcaldesa de Barcelona Ada Colau, partidarios de la autodeterminación pero no de la separación), y c) republicano secesionista (partidarios de la secesión por autodeterminación y aliados del bloque nacionalista).

La oligarquía financiera mantiene porcentajes de votos minoritarios en Cataluña a través de tres partidos (PP, PSOE, C’s) y pugna por hacerse con el poder reprimiendo el movimiento independentista, al no poder hacerse con la mayoría social. Las próximas elecciones de abril nos revelarán cuál es la correlación de fuerzas en estos momentos, pero la impresión es que la situación política está estancada. En el Estado español sigue dominando el españolismo liberal, mientras que en Cataluña y el País Vasco se afianza un republicanismo pequeño burgués que alcanza a más de la mitad de la población, y que podría desarrollarse al calor de la crisis neoliberal en pugna con las tendencias fascistas de las sociedades capitalistas. Dado que el Estado español no va a permitir el referéndum de autodeterminación, y ya se vio como reprimió con dureza la convocatoria ilegal por parte de la autoridad autonómica, el bloque nacionalista tiende a radicalizarse. Pero solo conseguirá un programa radical consistente bajo la hegemonía de la clase obrera, que no está por la labor secesionista en Cataluña. Así que teniendo en cuenta que en el Estado español se prevé un aumento de votos de la derecha, con importante presencia de la extrema derecha, los republicanos tendrán que adoptar una táctica capaz de resistir la enorme presión creada en su contra.

El avance de las posiciones republicanas en otras nacionalidades del Estado español será un factor que favorezca la resistencia en las nacionalidades más desarrolladas. En Galicia existe un bloque nacional dividido en dos partidos: el Bloque Nacionalista Galego (BNG), con un programa democrático bien definido, durante su etapa de gobierno en coalición con el PSOE no demostró excesiva voluntad en realizarlo. Por su parte, A Nova gobierna en varios ayuntamientos en coalición con EG (Esquerda Galega/Izquierda Unida) vinculada al partido comunista. A pesar de contar con un relativo respaldo electoral que alcanza el 30% de los votos, estas fuerzas no han promovido movilizaciones secesionistas, aunque el secesionismo seguramente se movilizaría ante el éxito de otras nacionalidades históricas.

En Andalucía existe una importante tradición nacionalista en el terreno de la reflexión y la cultura, pero las fuerzas políticas partidarias de la autodeterminación han sido tradicionalmente minoritarias, manteniéndose por debajo del 10%. Recientemente la aparición de la izquierda alternativa, de simpatías trotskistas dentro del partido PODEMOS con un 15% de los sufragios, ha abierto la perspectiva de un movimiento nacionalista revolucionario con fuertes vinculaciones a la clase obrera.

En el País Valenciano fuerzas nacionalistas no secesionistas han conseguido un fuerte peso electoral, pero la perspectiva secesionista es minoritaria. Además hay corrientes regionalistas que subordinan la identidad valenciana al españolismo dominante. No obstante, el secesionismo podría ampliar su influencia en el caso de que Cataluña consiguiera el referéndum de autodeterminación. La dureza con que el gobierno de Madrid ha reprimido la cultura catalana en Valencia, como ha hecho en los últimos años con el movimiento independentista catalán, está en relación con ese peligro de contaminación que podría desmantelar el Estado español. Recuérdese que la Primera República tuvo carácter confederal y cantonalista.

Hay otros movimientos nacionalistas periféricos en el Estado español con carácter minoritario: Aragón, Castilla, Asturias, Canarias, Baleares, Extremadura, cuentan con sentimientos identitarios de carácter republicano más o menos consistentes, que se expresan con diferentes grados de intensidad como autonomismo o secesionismo. En ocasiones se manifiesta débilmente como regionalismo que reivindica los rasgos particulares de una población dentro de una identidad española más amplia; en el Estado español la identidad nacional está asimilada al imperialismo, de modo que ese regionalismo aparece como un sucedáneo que subordina la identidad particular al liberalismo dominante.

Es ahora, con la crisis económica del capitalismo liberal, que aparecen movimientos populistas de extrema derecha en toda Europa y América; en el Estado español esa tendencia ha tomado cuerpo a través del partido Vox, que alcanza el 10% de los votos. Pero esa movilización social no tiene el objetivo de recuperar soberanía para los Estados, sino incrementar la explotación del trabajo y la tierra, estableciendo estructuras sociales autoritarias mientras aumentan las tensiones bélicas internacionales. Intenta reconstruir el tejido económico incrementado la opresión de los pueblos -vascos y catalanes en el Estado español- y la explotación de los trabajadores, y mantiene la hegemonía liberal azuzando las luchas intestinas entre pueblos y naciones -extremeños y andaluces contra los catalanes-.

En la coyuntura histórica actual, las perspectivas son pesimistas en el corto plazo para el proyecto republicano de las nacionalidades periféricas en el Estado español. Pero, en mi opinión, la dinámica mundial camina inexorable hacia la hegemonía de las Repúblicas asiáticas, de modo que el imperialismo liberal será derrotado en las próximas décadas, abriendo una ventana de oportunidad para desarrollar nuevas perspectivas históricas en todo el mundo. Cuando llegue ese momento, convendrá tener claras las diferentes opciones políticas para reconstruir la convivencia y la cooperación entre los pueblos de la península ibérica y en el mundo. Existe una tradición iberista que tiene como objetivo la unificación de las naciones de Iberia en un Estado federal o confederal, a partir de la soberanía reconocida para cada una de ellas. Desde mi punto de vista esta es la posición política más coherente con el republicanismo democrático como vía de desarrollo humano para la sociedad contemporánea.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.