“La selva, para los pueblos indígenas que habitan en la Amazonía, es vida. Todo el mundo del kawsak sacha (selva viviente) tiene energía y simboliza el espíritu humano tanto por su fortaleza como por su grandeza, pensamiento interior donde el alma y la vida son uno solo con la Pachamama y que hace parte de nuestra formación desde el mismo momento de ser concebidos.” -Patricia Gualinga, lideresa indígena kechwa de Sarayaku
El “descubrimiento económico” de la región amazónica, se cristalizó justo un siglo después del viaje de Francisco de Orellana por el río Amazonas. El jesuita Cristóbal de Acuña, enviado especial del rey de España, informó a la corona sobre las riquezas existentes en los territorios “descubiertos”. En su reporte, a más de describir a los diversos pueblos y culturas que encontró en su camino, mencionó maderas, cacao, azúcar, tabaco, minerales… recursos que aún alientan el aprovechamiento de los diversos intereses de acumulación nacional y transnacional de la Amazonia.
Superada la época colonial, en la etapa republicana, la carrera tras de “El Dorado” se mantiene. Basta ver como el estilo de “desarrollo” predominante se basa en extraer cada vez más recursos naturales de dicha región privilegiada por su biodiversidad y la multiplicidad de sus culturas originarias. Si bien en muchos casos las tecnologías cambian, se repite un patrón que se remonta a la época colonial: la mayor parte de los recursos son apropiados de forma brutal para ser exportados. Y esto se acelera al ritmo de una cada vez mayor demanda proveniente en especial de los centros del capitalismo metropolitano. Lo angustioso es que, desde los centros de poder nacionales e internacionales, se la asume a la Amazonía como una tierra “vacía” o baldía, que está allí para ser conquistada y desarrollada.
La región amazónica es tratada, en la práctica, como una periferia en todos los países amazónicos, que son a su vez la periferia del sistema político y económico mundial.
Por otro lado, el discurso sobre la importancia global de la Amazonía, tan repetido en múltiples foros internacionales, se derrumba ante la realidad de un sistema que al revalorizar sus recursos en función de la acumulación de capital pone en riesgo la vida misma en dicha región y en el planeta entero. Tengamos presente que las tasas internas de retorno del capital -sean actividades extractivistas o no- son muchísimo más elevadas que la capacidad de recuperación de la Naturaleza.
En este contexto, a los despiadados extractivismos petrolero, minero, forestal o agroexportador se suman formas “modernas” de creciente mercantilización de la Naturaleza, como son, por ejemplo, la biopiratería o los diversos mercados de carbono, propios de la tan promocionada “economía verde”. Al llevar la conservación de las selvas al terreno de los negocios, se mercantiliza y privatiza el aire, los árboles, la biodiversidad, el suelo e incluso el agua. Esto amplía la frontera de la colonización. Lo que, en la práctica, incluso aumenta la extracción masiva y depredadora de recursos naturales, causante no solo del empobrecimiento de sus habitantes, sino de la desaparición de muchas culturas. Resulta también angustioso constatar que se sigue ingenuamente confiando en la ciencia y la tecnología como herramientas capaces de cambiar por si solas el rumbo de esta historia de muerte. Lo cierto es que, al destruir las selvas amazónicas, la serpiente capitalista continúa devorando su propia cola.
Sin embargo, esa misma Amazonía, que no se caracteriza por su homogeneidad, contiene muchas esperanzas. Frente a tantos atropellos emergen múltiples luchas de resistencia que la vez son acciones de re-existencia. Allí también afloran potentes visiones de mundo, cargadas de vigorosas propuestas alternativas. Los pueblos de la región, en la práctica, constituyen la verdadera vanguardia de la lucha en contra del colapso ecológico. Al proteger las selvas garantizan el equilibrio ecológico y la biodiversidad mucho más que cualquier acción nacional o internacional. Y no solo eso, estos pueblos son portadores de otras formas de vida orientadas por relaciones de armonía en sus comunidades y con la Naturaleza, propias de lo que conocemos como el buen vivir: sumak kawsay, kawsak sacha, pénker pujústin…
Un primer paso para comprender y proteger la Amazonía, demanda, entonces, una aproximación realista. Su riqueza, definitivamente, no está en sus recursos naturales negociables, sino en su diversidad cultural y ecológica.
Demos un paso más. Las relaciones de los pueblos originarios con sus territorios son culturales y no simplemente “naturales” como pretende ver una suerte de ingenuo imaginario urbano; sus selvas son el resultado de un complejo tejido de permanentes y cambiantes reciprocidades entre seres humanos y no humanos, incluyendo el mundo de los seres espirituales. La Madre Tierra o Pachamama, en suma, no es una simple metáfora, para los pueblos originarios es una realidad de la que tenemos mucho que aprender.
La Amazonía, sin ser el tan mentado pulmón del mundo, funciona como un gran filtro del dióxido de carbono cuya importancia global es indiscutible. Además, su masa selvática actúa como uno de los más importantes reguladores del clima mundial. Por eso, debido a su magnitud y al volumen de su biodiversidad, la creciente destrucción de la Amazonía tiene repercusiones que afectan el equilibrio ecológico global. Y sus ríos, verdaderas cuencas sagradas de vida, que no pueden ser encasillados en las artificiales fronteras de los países amazónicos, conforman un complejo entramado que asegura la existencia de seres humanos y no humanos, incluso fuera de su área geográfica.
Entonces, el compromiso con la Amazonía es también un compromiso con el mundo. Eso sí, quienes deben asumir el liderazgo y control de las acciones para protegerla recae en sus habitantes -sobre todo los pueblos originarios-, en tanto los gestores de cualquier proceso de transformación, sin injerencia externa por más bien intencionada que parezca. La tarea, en suma, demanda revertir el largo, doloroso y desastroso sendero de la conquista y colonización.
Alberto Acosta es economista ecuatoriano. Presidente de la Asamblea Constituyente (2007-2008). Juez del Tribunal Internacional de los Derechos de la Naturaleza.
Fuente: https://www.lemondediplomatique.cl/la-amazonia-territorios-de-esperanza-por-alberto-acosta.html