«El cielo estaba lleno de rocas. Los enfrentamientos a mi alrededor eran tan terribles que podía oler la sangre». Con estas palabras, Robert Fisk describe los dramáticos acontecimientos en la Plaza Tahrir, donde las fuerzas de la revolución chocaron con las de la contrarrevolución. Todo el día y durante toda la noche, una batalla feroz […]
«El cielo estaba lleno de rocas. Los enfrentamientos a mi alrededor eran tan terribles que podía oler la sangre». Con estas palabras, Robert Fisk describe los dramáticos acontecimientos en la Plaza Tahrir, donde las fuerzas de la revolución chocaron con las de la contrarrevolución. Todo el día y durante toda la noche, una batalla feroz causaba estragos en la Plaza y en las calles circundantes. Este pogromo fue presentado a la opinión pública mundial como una respuesta espontánea de ciudadanos comunes y corrientes que ya están hartos del desorden. Los medios de comunicación lo describieron como un choque entre dos movimientos políticos rivales. A ambos lados, decenas de miles de jóvenes lucharon, y a ambos lados se cantó el himno nacional y se agitaron banderas de Egipto. Fue descrito como «caos» y como una «batalla de egipcios contra egipcios».
Pero había una diferencia fundamental. A un lado están los representantes de los trabajadores y la juventud, de los demócratas y de la intelectualidad progresista, es decir, de todas las fuerzas vivas de Egipto. En el otro lado de las barricadas están los representantes de un régimen reaccionario y corrupto, la oligarquía y la burocracia, los mafiosos y los torturadores. Un lado está luchando por el futuro, la esperanza y la libertad. El otro lado está luchando para defender un pasado vergonzoso y bárbaro.
El lumpemproletariado
No había nada de espontáneo en este encuentro cruel y sangriento. Estaba muy organizado y bien planificado, un último esfuerzo desesperado por apuntalar la dictadura de Mubarak. Funcionarios del Partido Nacional Democrático (PND) distribuyeron enormes carteles de Mubarak, que eran mantenidos en el aire por hombres que portaban garrotes y porras de la policía. El uso indiscriminado de gases lacrimógenos por parte de esta última fue una prueba más (si es que hacía falta) de que estos «manifestantes» a favor del Gobierno eran, en realidad, policías de paisano.
Por supuesto la policía no actuó sola. Vaciaron las cárceles de presos comunes, a quienes armaron y organizaron, y utilizaron sus contactos en el submundo criminal para movilizar a miles de jóvenes de los barrios pobres de El Cairo para pelear por ellos. Estos son los lumpemproletarios, las «fuerzas oscuras» de las que Marx y Engels escribieron en el Manifiesto Comunista:
«El lumpemproletariado, ese producto pasivo de la putrefacción de las capas más bajas de la vieja sociedad, puede a veces ser arrastrado al movimiento por una revolución proletaria; sin embargo, en virtud de todas sus condiciones de vida está más bien dispuesto a venderse a la reacción para servir a sus maniobras».
Eso es exactamente lo que estamos viendo en las calles de El Cairo. Fisk es testigo de ello:
«El problema es que los hombres de Mubarak incluían a algunos de los mismos matones que vi entonces, cuando estaban trabajando con la policía de seguridad armada para aporrear y asaltar a los manifestantes. Uno de ellos, un joven de camisa amarilla con el pelo alborotado y los ojos brillantes de color rojo -no sé con qué se había drogado- llevaba el mismo bastón de acero mortífero que había estado utilizando el viernes. Una vez más, los defensores de Mubarak habían regresado. Incluso cantaron el estribillo de siempre -constantemente revisado a fin de tener en cuenta el nombre del dictador local- ‘Con nuestra sangre, con nuestra alma, nos ponemos a su disposición'».
Este ataque brutal fue la respuesta real de Hosni Mubarak a la reivindicación de democracia del pueblo egipcio. Un ejército de matones reclutados de las cárceles y de los barrios marginados y trasladados en autobuses de todas partes de Egipto llegó a la capital. Aquí había una coalición heterogénea de los elementos más ignorantes, corruptos y retrógrados de la sociedad. Los hombres a caballo y en camellos que galopaban en la plaza fueron, al parecer, reclutados entre los miserables que se ganan la vida alquilando sus animales a los turistas alrededor de las pirámides.
Fisk escribe: «Hasta en Giza el PND había juntado a los hombres que controlaban el voto en las elecciones y los envió a gritar su apoyo mientras marchaban a lo largo de una zanja de drenaje pestilente. No muy lejos, incluso a un propietario de camellos se le obligó a decir que «si no conoces a Mubarak, no conoces a Alá», que, por decirlo suavemente, era una exageración».
Armados con palos, barras de hierro, cuchillos, piedras y cócteles molotov intentaron tomar por asalto la plaza. Los contrarrevolucionarios aparecieron en los tejados de los apartamentos cercanos, desde donde lanzaron bloques de hormigón y cócteles molotov a la gente. Al final del día se informó de que había tres muertes en El Cairo.
El ejército
Muchos se preguntan: ¿qué pasa con el ejército? El ejército alentó a los manifestantes cuando calificó sus reivindicaciones como legítimas y prometió no disparar contra ellos. Pero se ha mantenido inactivo cuando han sido atacados. En otras palabras, el ejército ha actuado en connivencia con los contrarrevolucionarios. Abrió las barreras para que los matones entraran libremente en la plaza, luego se sentó y no hizo nada.
Cientos de los que protestaban en la plaza llevaban vendajes y otros signos de estar heridos, mientras que el ejército observaba. Robert Fisk escribe: «El Tercer Ejército egipcio, famoso en la leyenda y en la canción por cruzar el Canal de Suez en 1973, no pudo -o no quiso- incluso cruzar la plaza Tahrir para ayudar a los heridos». Tal «neutralidad» traicionera equivale a apoyar a los contrarrevolucionarios.
Mohamed al-Samadi, un médico que había estado curando a la gente, se quejaba de que las tropas no estaban ayudando. «Cuando llegamos aquí, nos cachearon buscando armas, y luego dejan que los matones armados vengan y nos ataquen», dijo. Pero se mantuvo desafiante: «Nos negamos a irnos. No podemos dejar que Mubarak siga ocho meses más».
Muchos observadores han encontrado esta conducta del ejército extraña. Pero no hay nada de extraño. Lenin explicó hace mucho tiempo que el Estado son cuerpos de hombres armados en defensa de la propiedad.
Es muy probable que haya divisiones dentro del ejército. Los generales tienen intereses creados en preservar el statu quo. Son una parte integral del régimen y tienen una porción del botín. Los soldados de base estarán bajo la presión de las masas, pero también están sujetos a la disciplina del ejército. Las capas medias de los oficiales estarán divididas: unos más inclinados al statu quo, pero otros simpatizando con los manifestantes.
La mayoría de las tropas están desconcertadas y no entienden lo que está sucediendo. Fisk cita el siguiente incidente: «Y allí estaba el soldado, en un vehículo blindado, dejando que las piedras de ambos lados volaran junto a él hasta que saltó a la carretera, fue hacia los enemigos de Mubarak, y les abrazó con las lágrimas rodando por su rostro».
Con el lanzamiento de una contraofensiva, Mubarak está llevando a cabo una estrategia muy arriesgada. Sin lugar a dudas, está siendo animado a mantenerse firme por los saudíes y otros regímenes árabes reaccionarios, aterrados del «contagio» de una revolución triunfante en Egipto. Pero estas acciones pondrán al ejército egipcio bajo una presión insoportable. Cuánto puede resistir la cohesión interna del ejército bajo estas presiones es una pregunta abierta.
La estrategia de la contrarrevolución
El resultado es una ecuación complicada que sólo puede ser resuelta por la lucha de las fuerzas vivas. Es por eso que la batalla por la posesión de la plaza Tahrir era tan importante. Si las fuerzas contrarrevolucionarias hubieran prevalecido, esto hubiera marcado un punto de inflexión en el proceso. La victoria de los contrarrevolucionarios hubiera tenido un efecto desmoralizador debido a la importancia simbólica de la plaza.
El vicepresidente egipcio, Omar Suleiman, instó el miércoles a los manifestantes en la plaza Tahrir a «marcharse y observar el toque de queda para restablecer la calma». Dijo que el inicio del diálogo con los reformistas y la oposición dependía de poner fin a las protestas callejeras. Pero una vez que las masas abandonen las calles, el régimen no tendrá ninguna prisa por hablar con nadie.
Una vez que los revolucionarios perdieran la iniciativa, sería relativamente fácil sofocar las tendencias revolucionarias en el ejército y restablecer la disciplina. El siguiente paso sería despejar las calles de la capital pulgada a pulgada y hacer retroceder a la Revolución. El «orden» sería restaurado. Las tiendas y los bancos abrirían el domingo, dando una impresión de que «todo ha vuelto a la normalidad». Poco a poco, el ímpetu del movimiento se perdería y la gente se hundiría de nuevo en la rutina diaria.
La policía reaparecería en las calles y comenzaría con los arrestos. Incluirían a algunos elementos delincuentes, pero serían abrumadoramente partidarios anti-Mubarak, y empezarían por los principales activistas. Esto serviría para aterrorizar a la «oposición moderada», que se vería obligada a aceptar cualquier migaja que el régimen le ofreciera o iría al exilio. Mubarak se mantendría en su palacio. La contrarrevolución cogería las riendas. Pero todos estos planes se han alterado por la valentía y la determinación de los rebeldes.
Tomados por sorpresa, e inicialmente superados en número por los contrarrevolucionarios, se defendieron. El ejército permitió a los hombres de Mubarak entrar en la plaza (lo que claramente estaba planificado de antemano) y comenzaron a lanzar piedras y a atacar a los manifestantes. Pero éstos se negaron a dejarse intimidar y comenzaron a romper piedras para lanzarlas de nuevo.
Valentía de los revolucionarios
Según se extendió la noticia, miles de egipcios vinieron a la plaza. Como escribe Fisk, «se arrojaron unos hacia los otros como combatientes romanos, y simplemente arrollaron a las unidades de paracaidistas que ‘protegían’ la plaza, los cuales se subieron a sus tanques y vehículos blindados y los usaron como protección».
Los partidarios de Mubarak casi cruzaron toda la plaza, pero al final fueron expulsados por la valentía de los rebeldes. Robert Fisk estaba con los partidarios de Mubarak, cuando cargaron en la Plaza Tahrir y proporciona una imagen muy gráfica de lo que sucedió:
«El cielo estaba lleno de rocas -estoy hablando de piedras de 15 centímetros de diámetro-, que golpeaban el suelo, como granadas de mortero. En este lado de la ‘línea’, por supuesto, venían de los opositores a Mubarak. Se rompían y los trozos salpicaban contra las paredes a nuestro alrededor. En ese momento, los hombres del PND se dieron media vuelta y corrieron de pánico cuando los opositores del presidente avanzaron en tropel. Yo me quedé con la espalda apoyada contra la ventana de una agencia de viajes cerrada. Recuerdo un cartel anunciando un fin de semana romántico en Luxor y ‘en el idílico valle de las tumbas'».
«(..) Por supuesto, sería una exageración decir que las piedras cubrieron el cielo, pero a veces había un centenar de rocas volando por el cielo. Destrozaron un camión del ejército, rompiendo sus laterales, aplastando sus ventanas. Las piedras vinieron de calles secundarias como la calle Champollion y de Talaat Harb. Los hombres sudaban, con bandas alrededor de su cabeza de color rojo, gritando con odio. Muchos ponían telas blancas a sus heridas. Algunos fueron llevados por delante de mí, salpicando sangre por todo el camino».
Fisk sigue:
«Vi a mujeres jóvenes con pañuelos y faldas largas, rompiendo el pavimento al tiempo que las rocas caían a su alrededor. Se defendieron con una inmensa valentía que más tarde se convirtió en una especie de terrible crueldad».
«Algunos arrastraron a hombres del servicio de seguridad de Mubarak por toda la plaza, golpeándolos hasta que la sangre brotó de sus cabezas y salpicó sus ropas».
¿Qué esperas? Cuando hombres y mujeres desarmados son objeto de un asalto violento, ¿no tienen derecho a defenderse por medios violentos? El derecho a la defensa legítima está reconocido universalmente en todas las naciones civilizadas. Y si posteriormente se vengaron con los matones a sueldo que no mostraron piedad con ancianos, mujeres y niños, no vemos nada censurable en eso. Estos monstruos recibieron lo que se merecían. Y, teniendo en cuenta las circunstancias, no salieron muy mal parados.
Los revolucionarios egipcios se defendieron bien ayer. Resistieron la embestida inicial y lucharon con valentía haciendo retroceder al enemigo. Finalmente ganaron la batalla de la plaza Tahrir. Pero pagaron un precio muy alto. Se ha informado de que en El Cairo murieron cinco y 1.500 fueron heridos, pero nadie sabe las cifras reales. Y aunque el pueblo revolucionario ha ganado una importante batalla, la cuestión central -la cuestión del poder- sigue sin resolverse.
La hipocresía acerca de la violencia
La revolución egipcia ha causado confusión en los gobiernos occidentales. No se esperaban estos acontecimientos y no saben cómo reaccionar. Su más reciente táctica es «deplorar la violencia» y hacer un llamamiento a todas las partes a «mostrar moderación». Ban Ki-moon, Secretario General de la ONU, dijo que si el régimen empleaba la violencia «sería completamente inaceptable». Comentarios similares han llegado desde Washington y Londres: «si el régimen es responsable», «si se puede demostrar que el Gobierno ha organizado los ataques» o «si no ha hecho nada para prevenirlos». Y así, hasta la saciedad.
Todo el mundo sabe quién estuvo detrás del sangriento ataque a los manifestantes pacíficos y desarmados. Obama, Cameron y Ban Ki-moon son unos hipócritas al pretender que no saben quién es el responsable. Ponen a las víctimas al mismo nivel que los agresores. Incluso si el Gobierno egipcio es encontrado responsable, ¿qué se propone hacer? La respuesta es clara: nada en absoluto.
Robert Gibbs, portavoz de Obama, dijo el miércoles: «si el Gobierno está instando a la violencia debería parar inmediatamente». Urgió «a todas las partes a la moderación». Esto es hipocresía de la más repulsiva. Hasta ayer el movimiento en Egipto fue enteramente pacífico. Las masas que se concentraron en la plaza Tahrir han actuado ordenada y disciplinadamente. Protegieron los tesoros del Museo Nacional de los saqueadores. Dirigieron el tráfico. Incluso han limpiado la basura de las calles.
Ayer estos pacíficos manifestantes fueron ferozmente atacados por matones armados, organizados y dirigidos por la policía secreta de Mubarak. Este feroz ataque fue enteramente planificado. Imagínese el siguiente escenario: un pérfido bandido armado hasta los dientes ataca a un hombre desarmado en la calle e intenta matarlo. La víctima del ataque intenta defenderse mediante patadas y puñetazos. Entonces aparece un policía y no hace nada para detener el ataque, y sin embargo da una severa charla aconsejando a ambos, la víctima desarmada y el asaltante armado, a «mostrar moderación». ¿Qué podría decirse de tal actitud?
La violencia está complicándoles la vida a los aliados internacionales de Mubarak y a aquellos egipcios que habían confiado en su promesa de abandonar el poder en septiembre. Junto con los Estados Unidos, Francia, Alemania y Gran Bretaña han urgido a una rápida transición. Sus mentes han estado concentradas en los efectos económicos y políticos internacionales de los acontecimientos en Egipto.
Los precios del petróleo han hecho temer que los tumultos alcanzaran a otros Estados árabes autoritarios, incluyendo el gigante petrolero Arabia Saudí, o interfirieran los suministros desde el Mar Rojo al Mediterráneo a través del Canal de Suez. El barril Brent sobrepasó los 103 dólares el jueves.
Mientras tanto la marea revolucionaria fluye en todas direcciones. El jueves miles de manifestantes antigubernamentales se concentraron en la capital yemení Sanaa demandando cambios en el Gobierno y diciendo que la oferta del miércoles del presidente Ali Abdullah Saleh de abandonar el poder en 2013 no era suficiente.
Por todo esto los imperialistas necesitan estabilidad en Oriente Medio. La cuestión es cómo van a conseguirla. Desde el comienzo, EEUU ha estado luchando por dar respuestas coherentes a unos acontecimientos que cambian día a día, incluso hora a hora. En los hechos, el mayor poder en el mundo ha sido reducido al rol de un espectador impotente. Un artículo en The Independent de hoy por su corresponsal en Washington, Rupert Cornwell, llevaba este interesante título: Las duras palabras de Washington destacan la impotencia de los Estados Unidos.
El artículo dice: «En realidad, sus palabras no están haciendo más que subrayar la impotencia de la administración, actualmente reducida a mirar la televisión como cualquier otro, mantener sus dedos cruzados y ver como se desarrollan los acontecimientos -en Egipto en lo más inmediato pero también en otros países aliados en la región, especialmente Arabia Saudí y Jordania-«.
Obama no se atreve a llamar públicaente a Mubarak a que resigne por los efectos que pueda causar en esos otros Estados. Está obligado a hablar en un registro cuidadoso y calculado. «Es necesaria una transición ordenada, real, pacífica, y debe empezar ahora», dijo el presidente de los EEUU horas después de que el dirigente egipcio hubiera hablado el martes. La palabra clave se supone que es «ahora». Se supone que eso dejaría claro de qué parte se situaba Obama.
Pero nadie en El Cairo recibió el mensaje. Peor aún, Mubarak inmediatamente se desmarcó haciendo un llamamiento a sus seguidores en la calle a atacar a los protestantes. En cualquier caso las últimas equívocas palabras de Obama son más vergonzosas y repugnantes que la política abiertamente reaccionaria de Bush. La «pasión y dignidad» de los manifestantes fue «una inspiración para los pueblos de todo el mundo», declaró el presidente. «Estamos oyendo vuestras voces».
Alguien dijo anoche que incluso este lenguaje no podría ser traducido a un árabe comprensible. Lo cual no sorprende teniendo en cuenta que difícilmente puede ser comprendido en inglés. La intención del lenguaje diplomático no es en ningún caso transmitir ideas sino disfrazarlas. El problema de Obama es que es muy difícil ir a cazar con los perros y huir con la liebre al mismo tiempo.
Cada administración estadounidense ha apoyado, armado y financiado al régimen de Mubarak. Obama y Clinton no son diferentes de Bush y Reagan a este respecto. Todos ellos han respaldado a este aliado fiel de EEUU e Israel. Mantuvieron silencio acerca de los numerosos crímenes de este brutal régimen. En noviembre de 2010 Clinton dijo: «la cooperación entre los EEUU y Egipto es un pilar de la estabilidad y seguridad en el Medio Oriente y más allá, y miramos a Egipto en busca de liderazgo regional y mundial en un amplio abanico de materias. Esta es una relación enraizada en el respeto mutuo y los intereses comunes, y con una historia de cooperación y una visión del futuro compartida».
Hoy Tony Blair, principal compañero de crímenes de Bush en Iraq, tenía esto que decir de Mubarak:
«Tu opinión de él depende de si has trabajado con él desde fuera o desde dentro. Yo he trabajado con él sobre el proceso de paz en Oriente Medio entre israelíes y palestinos, así que es alguien con quien estoy en contacto y trabajando constantemente, y sobre este asunto tengo que decir que él ha sido inmensamente valiente y una fuerza para el bien«. (El énfasis es mío, AW).
Estas palabras fueron dichas tras los criminales ataques a los manifestantes. Muestra que el historial de los Gobiernos europeos en Oriente Medio no es mejor que el de EEUU. Todos ellos son cómplices de esos crímenes y sus manos están igualmente manchadas de sangre.
Hábil político, Mubarak espera que la Casa Blanca soporte la ofensiva con la esperanza de que la estabilidad pueda de alguna forma mantenerse en Egipto y los otros estados de la región. Pero es una vana esperanza. Sólo retrasaría lo inevitable e incrementaría enormemente la hostilidad hacia EEUU en Egipto y en toda la región.
Dando por sentado que los estrategas de EEUU no son particularmente brillantes, incluso el más estúpido de entre ellos puede captar que no sería una buena política para Washington sacrificar sus intereses a largo plazo por logros ilusorios en el corto plazo. Por el momento las consignas antiestadounidenses no han jugado un gran rol en las calles de El Cairo. Pero esto podría cambiar muy rápidamente.
Independientemente de lo que pase en las calles en los próximos días y semanas, el pueblo egipcio nunca olvidará los crímenes de Hosni Mubarak. Su nombre estará para siempre marcado por la infamia. Y nunca olvidarán ni perdonarán a aquellos Gobiernos occidentales que hasta el último momento dieron apoyo y ayuda a los verdugos de El Cairo. Las propias palabras «democracia» y «derechos humanos» en la boca de Obama y sus colegas europeos apestan a hipocresía.
Por un programa revolucionario
Mientras que los imperialistas hablan de una «transición ordenada» los contrarrevolucionarios están disparando a gente en las calles. Al amanecer hubo una tregua, con las tropas con tanques aún vigilando. Pero a media mañana grupos pro Mubarak fueron vistos de nuevo por las calles dirigiéndose a la plaza Tahrir con cuchillos y palos. Reuters informa de que los seguidores de Mubarak abrieron fuego sobre los manifestantes, matando al menos a cinco personas.
El tiroteo empezó a las 4 a.m. (02:00 GMT) cuando cientos de manifestantes antigubernamentales estaban acampados en la plaza. Los autores de este nuevo crimen son bien conocidos. Un oficial de alto rango estadounidense dijo el miércoles que estaba claro que «alguien leal a Mubarak ha lanzado a esos chicos a tratar de intimidar a los manifestantes».
No sirve de nada suplicar al ejército que intervenga para detener los asesinatos. Incluso más inútil es apelar a la «comunidad internacional», esto es, a los mismos gobiernos occidentales que han estado tras Mubarak y su régimen todo este tiempo.
Hay una fuerza en la sociedad más fuerte que ningún Estado. Esta fuerza es el pueblo. Pero esa fuerza debe estar organizada. Cuando la policía fue sacada a la calle para causar caos y desorden la gente formó comités para proteger sus calles de criminales. La misma idea debe ser ahora tomada y generalizada: ¡formar comités de defensa en todas partes!
La amenaza de las bandas contrarrevolucionarias criminales solo puede respondese si la gente está armada para la autodefensa. El pacifismo no sirve cuando se trata de enfrentarse con matones armados. ¡Es necesario armar a la gente! Si os atacan con palos y piedras, armaos vosotros también con palos y piedras. Si os atacan con cócteles molotov, armaos con cócteles molotov. Si os atacan con pistolas, armaos con pistolas.
La única forma de derrotar a la contrarrevolución es incrementando la acción de masas y llevándola a un nivel superior. Esto significa organizar una huelga general. Priven al régimen de transporte, combustible, teléfonos y correos, electricidad, calor y agua, y le demostrarán que la clase obrera es más poderosa que todos sus matones armados y policías juntos.
Una huelga general egipcia mostraría quién tiene realmente el poder en el país. Para organizarse de la forma más efectiva es imperioso establecer comités elegidos para la defensa de la Revolución en cada fábrica, calle y pueblo. Los comités revolucionarios deberían coordinarse a nivel local, regional y nacional. Éste sería el embrión de un futuro gobierno democrático del pueblo, una alternativa real al podrido régimen dictatorial.
Si hay alguna lección que sacar de la experiencia de las últimas semanas es ésta: el pueblo no puede confiar en nadie sino en sí mismo: confiad en vuestra propia fuerza, vuestra propia solidaridad, vuestro propio coraje, vuestra propia organización.
Fuente: http://www.marxist.com/la-batalla-de-la-plaza-tahrir.htm
rCR