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Una guerra civil sin fin

La batalla por Kobane

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Durante el verano el EI/ISIS -el Estado Islámico de Iraq y Siria- derrotó al ejército iraquí, al ejército sirio, a los rebeldes sirios y a los peshmerga kurdos iraquíes; estableció un Estado que se extendía de Bagdad a Alepo y de la frontera norte de Siria a los desiertos de Iraq en el sur. Grupos étnicos y religiosos de los que el mundo apenas había oído hablar -incluyendo a los yazidis de Sinjar y los caldeanos cristianos de Mosul- se convirtieron en víctimas de la crueldad y de la intolerancia del EI. En septiembre, el EI dirigió su atención a los dos millones y medio de kurdos sirios que habían conseguido la autonomía de facto en tres cantones al sur de la frontera turca. Uno de esos cantones, centrado en la ciudad de Kobane, se convirtió en objetivo de un determinado ataque. El 6 de octubre, los combatientes del EI habían logrado llegar al centro de la ciudad. Recep Tayyip Erdoğan predijo que su caída era inminente; John Kerry habló de la ‘tragedia’ de Kobane, pero afirmó -de modo implausible- que su captura no sería de gran importancia. Una conocida combatiente kurda, Arin Mirkan, se hizo volar mientras los combatientes del EI avanzaban: pareció un acto de desesperación y de inminente derrota.

Al atacar Kobane, la dirigencia del EI quería probar que todavía podía derrotar a sus enemigos a pesar de los ataques aéreos de EE.UU. en su contra, que comenzaron en Iraq el 8 de agosto y se extendieron a Siria el 23 de septiembre. Mientras penetraban en Kobane los combatientes del EI coreaban: «El Estado Islámico se mantiene, el Estado Islámico se expande». En el pasado, el EI ha preferido -una decisión táctica- abandonar batallas que pensaba que no iba a ganar. Pero la batalla de cinco semanas por Kobane ha durado demasiado y ha sido demasiado bien publicitada para que sus combatientes puedan retirarse sin perder prestigio. El atractivo del Estado Islámico para los suníes en Siria, Iraq y en todo el mundo se deriva de un sentido de que sus victorias tienen un origen divino y son inevitables, de modo que cualquier fracaso daña su afirmación del apoyo divino.

Pero la inevitable victoria del EI en Kobane no tuvo lugar. El 19 de octubre, revirtiendo su política anterior, aviones estadounidenses lanzaron armas, munición y medicinas a los defensores de la ciudad. Bajo presión de EE.UU., Turquía anunció el mismo día que otorgaría a peshmerga kurdos iraquíes salvoconducto del norte de Iraq a Kobane; combatientes kurdos han vuelto a capturar parte de la ciudad. Washington ha comprendido que, en vista de la retórica de Obama sobre su plan de «degradar y destruir» al EI, y con elecciones al Congreso dentro de solo un mes, no podía permitir que los combatientes lograran otra victoria. Y es muy probable que esta victoria en particular fuera seguida por una masacre de los kurdos sobrevivientes frente a las cámaras de televisión reunidas al lado turco de la frontera. Cuando el sitio comenzó, el apoyo aéreo de EE.UU. para los defensores de Kobane había sido poco metódico; por temor de ofender a Turquía, la fuerza aérea de EE.UU. había evitado la coordinación con los combatientes kurdos en el terreno. A mediados de octubre la política había cambiado, y los kurdos comenzaron a suministrar información detallada sobre los objetivos a los estadounidenses, posibilitando que destruyeran tanques y artillería del EI. Previamente, los comandantes del EI habían sido hábiles en el ocultamiento de su equipamiento y la dispersión de sus hombres. En la campaña aérea hasta ahora, solo 632 de 6.600 misiones han resultado en verdaderos ataques. Pero como querían conquistar Kobane, los líderes del EI tuvieron que concentrar sus fuerzas en posiciones identificables y fueron vulnerables. En un período de 48 horas hubo cerca de cuarenta ataques aéreos estadounidenses, algunos a solo cincuenta metros de la línea de frente kurdo.

La diferencia no se debió solo al apoyo aéreo de EE.UU. En Kobane, por primera vez, el EI estaba combatiendo contra un enemigo -las Unidades de Defensa Popular (YPG) y su ala política del Partido de Unión Democrática (PYD)- que en importantes aspectos se les parecían. El PYD es la rama siria del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), que desde 1984 ha estado combatiendo por el autogobierno de los 15 millones de kurdos turcos. Como el EI, el PKK es dirigido desde arriba y trata de monopolizar el poder dentro de la comunidad kurda, sea en Turquía o Siria. El líder encarcelado del partido, Abdullah Ocalan, objeto de un poderoso culto a la personalidad, emite instrucciones desde su prisión turca en una isla en el Mar de Marmara. La dirigencia militar del PKK opera desde un bastión en la Montaña Qandil en el norte de Iraq, una de las grandes fortalezas naturales del mundo. La mayor parte de sus combatientes, que se calcula son unos siete mil, se retiraron de Turquía como resultado de un cese al fuego en 2013, y todavía se mueven de campo en campo en las profundas quebradas y valles de Qandil. Son altamente disciplinados e intensamente dedicados a la causa del nacionalismo kurdo: esto ha permitido que libren una guerra durante tres decenios contra el enorme ejército turco, siempre impertérritos a pesar de las devastadoras pérdidas que han sufrido. El PKK, como el EI, enaltece el martirio: los combatientes caídos son enterrados en cementerios cuidadosamente cuidados llenos de rosales en lo alto de las montañas, con elaboradas lápidas sobre las tumbas. Retratos de Ocalan están por todas partes: hace seis o siete años, visité una aldea en Qandil ocupada por el PKK; en lo alto había un enorme retrato de Ocalan realizado con piedras de colores en la ladera de una montaña cercana. Es una de las pocas bases de guerrillas que pueden ser vistas desde el espacio.

Siria e Iraq están repletos de ejércitos y milicias que no combaten contra nadie que pueda devolver el fuego, pero el PKK y sus asociados sirios, las PYD y el YPH, son diferentes. Frecuentemente criticados por otros kurdos como estalinistas y antidemocráticos, por lo menos tienen la capacidad de combatir por sus propias comunidades. Las victorias del Estado Islámico contra fuerzas superiores de este año tuvieron lugar porque estaba enfrentando a soldados, como los del ejército iraquí, que tienen una baja moral y están mal aprovisionados con armas, munición y alimentos, gracias a comandantes corruptos e incompetentes, muchos de los cuales tienden a huir, Cuando algunos miles de combatientes del EI invadieron Mosul en junio enfrentaban en teoría a sesenta mil soldados y policías iraquíes. Pero la cifra real ascendía probablemente a un tercio de esa cifra: el resto eran solo nombres sobre el papel, y los oficiales se embolsaban los salarios; o existían pero estaban entregando más de la mitad de su paga a sus comandantes a cambio de no tener que acercarse jamás a los barracones del ejército. No ha cambiado mucho en los cuatro meses desde la caída de Mosul el 9 de junio. Según un político iraquí, una reciente inspección oficial de una división blindada iraquí «que debía tener 120 tanques y 10.000 soldados, reveló que tenía 68 tanques y solo 2.000 soldados». Los peshmerga turcos iraquíes -literalmente «los que enfrentan la muerte»- tampoco son inmensamente efectivos. A menudo son considerados como mejores soldados que los del ejército iraquí, pero su reputación fue lograda hace treinta años cuando combatían contra Sadam; desde entonces no han combatido mucho, excepto en las guerras civiles kurdas. Incluso antes de que fueran derrotados por el EI en Sinjar en agosto, un observador cercano de los peshmerga se refirió a ellos despectivamente como «pêche melba»; servían, dijo, «solo para emboscadas en las montañas».

El éxito del Estado Islámico se ha debido no solo a la incompetencia de sus enemigos sino también a las divisiones evidentes entre ellos. John Kerry alardea de haber reunido una coalición de sesenta países, todos comprometidos a oponerse al EI, pero desde el principio quedó claro que muchos importantes miembros no estaban demasiado preocupados por la amenaza del EI. Cuando el bombardeo de Siria comenzó en septiembre, Obama anunció con orgullo que Arabia Saudí, Jordania, los Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Bahréin y Turquía se unían a EE.UU. como socios militares contra el EO. Pero, como sabían los estadounidenses, estos eran todos Estados suníes, que habían jugado un papel central en la promoción de los yihadistas en Siria e Iraq. Esto constituía un problema político para EE.UU., como Joe Biden reveló para embarazo de la administración en una conferencia en Harvard el 2 de octubre. Dijo que Turquía, Arabia Saudí y los EAU habían promovido «una guerra suní-chií por encargo» en Siria y «enviado cientos de millones de dólares y decenas de miles de toneladas de armas a cualquiera que quisiera luchas contra Asad – excepto que la gente que estaba siendo suministrada eran al-Nusra y al-Qaida y el elemento extremista de yihadistas provenientes de otras partes del mundo». Admitió que los rebeldes moderados sirios, supuestamente centrales para la política de EE.UU. en Siria, constituían una fuerza militar insignificante. Biden se disculpó posteriormente por sus palabras, pero lo que había dicho era demostrablemente verdad y refleja lo que cree realmente la administración en Washington. Aunque expresaron indignación ante la franqueza de Biden, los aliados suníes confirmaron rápidamente los límites de su cooperación. El príncipe al-Waleed bin Talal al-Saud, un magnate empresarial y miembro de la familia real saudí, dijo: «Arabia Saudí no será involucrada directamente en combates contra el EI en Iraq o Siria, porque esto no afecta en realidad explícitamente a nuestro país». En Turquía, Erdoğan dijo que desde su punto de vista el PKK era igual de malo que el EI.

Casi todos los que luchaban realmente contra el EI, incluyendo Irán, el ejército sirio, los kurdos sirios y las milicias chiíes en Iraq estaban excluidos de esta extraña coalición. Este lío ha sido muy ventajoso para el Estado Islámico, como lo ilustra un incidente en el norte de Iraq a principios de agosto, cuando Obama envió fuerzas especiales de EE.UU. al Monte Sinjar para monitorear el peligro para los miles de yazidis atrapados allí. Étnicamente kurdos, pero con su propia religión no islámica, los yazidis habían huido de sus pueblos y ciudades para escapar a la masacre y a la esclavización por el EI. Los soldados estadounidenses llegaron por helicóptero y fueron eficientemente protegidos y llevados de visita por milicianos kurdos uniformados. Pero poco después los yazidis -que habían esperado ser rescatados o por lo menos ayudados por los estadounidenses- se horrorizaron al ver que los soldados volvían apresuradamente a su helicóptero y partían. La razón para su rápida partida fue revelada posteriormente en Washington: fue que el oficial a cargo del destacamento estadounidense había hablado con sus guardias kurdos y descubierto que no se trataba de los peshmerga amigos de EE.UU. del Gobierno Regional de Kurdistán sino de combatientes del PKK – todavía calificados de ‘terroristas’ por EE.UU. a pesar del papel central que habían tenido en la ayuda a los yazidis y en el rechazo del EI. Recién cuando Kobane estaba a punto de caer Washington aceptó que no tenía ninguna alternativa a la cooperación con las PYD: era, después de todo, prácticamente la única fuerza efectiva que seguía combatiendo al EI en el terreno.

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Y luego existía el problema turco. Aviones de EE.UU. que atacaron fuerzas del EI en Kobane tuvieron que volar 2.000 kilómetros desde sus bases en el Golfo porque Turquía se negó a permitir el uso de su base aérea en Incirlik a solo 160 km de Kobane. Al no impedir que refuerzos, armas y munición llegaran al EI en Kobane, Ankara estaba demostrando que preferiría que el EI controlara la ciudad: cualquier cosa preferible a las PYD. La posición de Turquía había sido clara desde julio de 2012, cuando el ejército sirio, bajo presión de los rebeldes en otros sitios, se retiró de las principales áreas kurdas. Los kurdos sirios, perseguidos de largo por Damasco y marginales en lo político, obtuvieron repentinamente una autonomía de facto bajo creciente autoridad del PKK. Al vivir en su mayoría a lo largo de la frontera con Turquía, un área estratégicamente importante para el EI, los kurdos se convirtiendo inesperadamente en protagonistas en la lucha por el poder en Siria, que se desintegraba. Fue un acontecimiento importuno para los turcos. Las organizaciones políticas y militares dominantes de los kurdos sirios eran ramas del PKK y obedecían instrucciones de Ocalan y de la dirigencia militar en Qandil. Los insurgentes del PKK, que habían luchado durante tanto tiempo por alguna forma de autogobierno en Turquía, gobernaban ahora un cuasi Estado en Siria centrado en las ciudades de Qamishli, Kobane y Afrin. Era probable que gran parte de la región fronteriza siria permaneciera en manos kurdas, ya que el gobierno sirio y sus oponentes eran demasiado débiles para hacer algo al respecto. Es posible que Ankara no sea el maestro de ajedrez que colabora con el EI para romper el poder kurdo, como creen los teóricos de la conspiración, pero vio la ventaja de permitir que el EI debilitara a los kurdos sirios. Nunca fue una política con mucha visión de futuro: si el EI lograba tomar Kobane, y por lo tanto humillar a EE.UU., el supuesto aliado de este último, Turquía, sería visto como parcialmente responsable, después de aislar la ciudad. Al final el cambio de dirección turco fue embarazosamente rápido. Horas después que Erdoğan dijera que Turquía no ayudaría a los terroristas de las PYD, se otorgó permiso para que los kurdos iraquíes reforzaran a los combatientes de las PYD en Kobane.

El repentino cambio de posición de Turquía fue el último en una serie de errores de cálculo que había cometido sobre los eventos en Siria desde el primer levantamiento contra Asad en 2011. El gobierno de Erdoğan podría haber controlado el equilibrio del poder entre Asad y sus oponentes, pero en lugar de hacerlo se convenció de que Asad -como Gadafi en Libia- sería inevitablemente derrocado. Cuando esto no sucedió, Ankara dio su apoyo a grupos yihadistas financiados por las monarquías del Golfo: estos incluían a al-Nusra, la filial siria de al-Qaida, y el EI. Turquía jugó en gran parte el mismo papel en el apoyo a los yihadistas en Siria como Pakistán había tenido al apoyar a los talibanes en Afganistán. El número estimado de 12.000 yihadistas extranjeros que combatían en Siria, por los cuales existe tanta aprehensión en Europa y EE.UU., ingresaron casi todos a través de lo que llegó a ser conocido como ‘carretera de los yihadistas’, utilizando puntos de cruce de la frontera turca mientras los guardias hacían caso omiso. En la segunda mitad de 2013, cuando EE.UU. aplicó presión sobre Turquía, fue más difícil acceder a esas rutas, pero militantes del EI siguen cruzando la frontera sin demasiada dificultad. La naturaleza exacta de la relación entre los servicios de inteligencia turcos y el EI y al-Nusra sigue siendo confusa pero existe fuerte evidencia de un cierto grado de colaboración. Cuando rebeldes sirios dirigidos por al-Nusra capturaron la ciudad armenia de Kassab en territorio controlado por el gobierno sirio a principios de este año, pareció que los turcos habían permitido que operaran desde el interior del territorio turco. También fue misterioso el caso de los 49 miembros del consulado turco en Mosul que permanecieron en la ciudad cuando fue tomada por el EI; fueron tomados como rehenes en Raqqa, la capital siria del Estado Islámico, y luego liberados inesperadamente después de cuatro meses a cambio de prisioneros del EI detenidos en Turquía.

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Si Erdoğan hubiera preferido ayudar a los kurdos atrapados en Kobane en lugar de aislarlos, habría fortalecido el proceso de paz entre su gobierno y los kurdos turcos. En lugar de hacerlo, sus acciones provocaron protestas y disturbios de los kurdos en toda Turquía; en ciudades y aldeas donde no había habido manifestaciones kurdas en la historia reciente, fueron quemados neumáticos y hubo 44 muertos. Por primera vez en dos años, aviones militares turcos atacaron posiciones del PKK en el sudeste del país. Parecería que

Erdoğan había desperdiciado uno de los principales logros de sus años en el poder: el comienzo de un fin negociado de la insurgencia armada kurda. La hostilidad étnica y los maltratos entre turcos y kurdos han aumentado. La policía reprimió manifestaciones contra el EI pero no tocó las manifestaciones a favor del EI. Unos 72 refugiados que habían huido a Turquía desde Kobane fueron devueltos a la ciudad. Cuando cinco miembros de las PYD fueron arrestados por el ejército turco fueron descritos por los militares como «terroristas separatistas». Hubo arrebatos histéricos por parte de partidarios de Erdoğan: el alcalde de Ankara, Melih Gökçek, tuiteó que «hay gente en el este que se hacen pasar por kurdos pero que en realidad son armenios ateos por su origen». Los medios turcos, crecientemente serviles o intimidados por el gobierno, subestimaron la seriedad de las manifestaciones. CNN Turk, famosa por mostrar un documental sobre pingüinos durante el clímax de las manifestaciones en el Parque Gezi del año pasado, prefirió transmitir un documental sobre las abejas durante las protestas kurdas.

¿Sería un gran revés para el EI si no lograra capturar Kobane? Su reputación de derrotar siempre a sus enemigos sería dañada, pero ha mostrado que puede resistir los ataques aéreos de EE.UU. incluso cuando sus fuerzas están concentradas en un solo lugar. El califato declarado por Abu Bakr al-Baghdadi el 29 de junio se sigue expandiendo: sus mayores victorias, en la Provincia Anbar, le han entregado otro cuarto de Iraq. Una serie de ataques bien planificados en septiembre permitió al EI la captura de territorio alrededor de Faluya, a 64 km al oeste de Bagdad. Un campamento militar iraquí fue sitiado durante una semana y capturado: trescientos soldados iraquíes fueron muertos. Como en el pasado, el ejército fue incapaz de montar una contraofensiva efectiva a pesar del apoyo de ataques aéreos estadounidenses. El 2 de octubre, el EI lanzó una serie de ataques que capturaron Hit, una ciudad al norte de Ramadi, lo que llevó a que el gobierno mantuviera solo una base del ejército en el área. Las fuerzas del EI se encuentran actualmente muy cerca de enclaves suníes en el oeste de Bagdad: hasta ahora se mantienen tranquilos, aunque todas las demás áreas suníes en el país están sumidas en el caos. Según prisioneros pertenecientes al EI, las células del EI en la ciudad esperan órdenes para alzarse en coordinación con un ataque desde las afueras de la capital. Es posible que el EI no pueda capturar toda Bagdad, una ciudad de siete millones de habitantes (en su mayoría chiíes), pero podría ocupar las áreas suníes y causar pánico en toda la capital. En acaudalados distritos mixtos como al-Mansour en el oeste de Bagdad, la mitad de los habitantes han partido hacia Jordania o el Golfo porque esperan un ataque del EI. «Pienso que el EI va a atacar Bagdad, aunque sea solo para ocupar los enclaves suníes», dijo un residente. «Si se apoderan aunque sea de parte de la capital aumentarían la credibilidad de su afirmación de haber establecido un Estado». Mientras tanto, el gobierno y los medios insisten en subestimar la seriedad de la amenaza de una invasión del EI a fin de impedir la fuga masiva a áreas chiíes más seguras en el sur.

El reemplazo del gobierno corrupto y disfuncional de Nouri al-Maliki por Haider al-Abadi no ha surtido tanta diferencia como gustaría a sus patrocinadores extranjeros. Como el ejército no se desempeña mejor que antes, las principales fuerzas que enfrentan al EI son las milicias chiíes. Altamente sectarias y frecuentemente criminalizadas, luchan esforzadamente alrededor de Bagdad para rechazar al EI y limpiar áreas mixtas de su población suní. Suníes son frecuentemente retenidos en los puntos de control, secuestrados para obtener rescates de decenas de miles de dólares y usualmente asesinados incluso cuando se recibe el dinero. Amnistía Internacional dice que las milicias, incluyendo la Brigada Báder y Asaib Ahl al Haq, operan con total inmunidad; ha acusado al gobierno dominado por chiíes de «avalar crímenes de guerra». Como el gobierno iraquí y EE.UU. pagan grandes sumas de dinero a hombres de negocios, líderes tribales y a cualquiera que diga que combatirá contra el EI, los señores de la guerra locales vuelven a aparecer: entre veinte y treinta nuevas milicias han sido creadas desde junio. Esto significa que los iraquíes suníes no tienen ninguna alternativa sino apoyar al EI. La única alternativa es el retorno de feroces milicianos chiíes que sospechan a todos los suníes de que apoyan al Estado Islámico. Apenas recuperado de la última guerra, Iraq es destruido por un nuevo conflicto. Independientemente de lo que ocurra en Kobane, el EI no va a implosionar. La intervención extranjera solo aumentará el nivel de violencia y la guerra civil suní-chií ganará en fuerza, sin que se vislumbre el final.

Patrick Cockburn es corresponsal en Oriente Medio del Independent; antes de eso, trabajó para el Financial Times. Ha escrito tres libros sobre la historia reciente de Iraq y un ensayo, The Broken Boy; junto con su hijo, ha escrito un libro sobre la esquizofrenia: Henry’s Demons. En 2005, ganó el Premio Gelhom; en 2006, el Premio James Cameron; y en 2009, el Premio Orwell de Periodismo. Su próximo libro es The Jihadis Return: ISIS and the New Sunni Uprising. Este artículo fue publicado originalmente en London Review of Books.

Fuente: http://www.counterpunch.org/2014/10/30/a-civil-war-without-end/print