Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
En un grado quizá mayor que nunca antes, Washington se empeña hoy en no querer ver la espantosa conducta de Israel en sus homicidas políticas hacia los palestinos ni los esfuerzos que Israel y sus defensores estadounidenses hacen para obligarnos a ignorar sus atrocidades. El no querer ver lo que resulta más que evidente ha formado siempre parte del atavío de políticos y planificadores estadounidenses con respecto a Israel y a las acciones israelíes, pero en la estela del ataque israelí de tres semanas de duración que arrasó el pequeño territorio de Gaza -un ataque terminado muy convenientemente justo antes de que Obama se inaugurara en el poder y pudiera actuar como si nada hubiera sucedido-, la perspectiva desde la que Washington actúa es ahora notablemente más turbadora que nunca en el pasado.
En un simposio celebrado en el Capitolio patrocinado por el Middle East Policy Council justo unos días antes de que Obama tomara posesión de su cargo, Ali Abunimah, un agudo comentarista palestino-estadounidense que dirige el portal de Internet ElectronicIntifada.net, declaró francamente que Washington habita en una burbuja de ignorancia y denegación. Mientras el resto del mundo, especialmente a nivel de la sociedad civil, habla de tribunales de crímenes de guerra para los dirigentes israelíes y de sanciones contra Israel, observaba Abunimah, Washington y esos dirigentes mundiales se sienten en deuda con ese estado y tratan de seguir adelante como si nada hubiera cambiado. «Tenemos que esperar», dijo, «que el aparato oficial de la industria del proceso de paz -los Hillary Clinton, los Cuartetos, los Tony Blair, los Javier Solana, los Ban Ki-Moon y toda la panoplia de think tanks oficiales y semioficiales de Washington- continúen con sus cosas como siempre, intentando hacernos creer que, gracias a sus contribuciones, podrá crearse un estado palestino». Pero en el mundo real, ese estado no devendrá, dijo, y ya es hora de hablar francamente de lo que está sucediendo.
Hasta ahora, en los tres meses de su administración, ha habido pocas pruebas de que Obama vea claramente las cosas en tal sentido ni de que esté dispuesto a hablar con franqueza. Otro comentarista político y activista palestino muy inteligente, Haidar Eid, que vive y soporta los constantes castigos de Israel en Gaza, le dijo recientemente a un entrevistador que la reacción internacional ante el ataque israelí contra Gaza se parecía a las reacciones que se producen ante una especie de desastre natural, como si la mano humana no hubiera tenido un papel en la destrucción y no se requiriera nada, excepto dinero, para resolver el problema. Como si el desastre, dijo, no hubiera sido «creado por el estado de Israel para aniquilar la resistencia y la sociedad palestinas».
Eid estaba refiriéndose a la conferencia de donantes que se reunió en Sharm el-Sheij a principios de marzo, que les hizo sentirse magnánimos como para llegar a prometer casi 5.000 millones de ayuda para aliviar la «crisis humanitaria» en Gaza, aunque sin hacer nada para resolver la realidad política de la ocupación israelí que está en la raíz de la espantosa situación humanitaria que se vive en Gaza. Los donantes -los mismos dirigentes de la «industria del proceso de paz» de la que hablaba Abunimah- estaban allí sólo para fingir preocupación y repartir dinero, siempre el modo más fácil, para las mentes de las elites políticas, para hacer que desaparezcan los turbadores problemas humanos. Así alivian sus propias conciencias y al mismo tiempo le dicen a Israel que puede proseguir destruyendo impunemente Palestina y a los palestinos; la comunidad internacional recogerá los trozos y pagará la cuenta. Así lo ha entendido Israel.
Cualquier pensamiento acerca de obligar a Israel a cesar en su brutal opresión de los palestinos, cualquier propósito de tratar de hacer algo que privara a Israel de la carta blanca de que disfruta, estaba, al parecer, más allá de las posibilidades y ánimos de esas caritativas personas. Cualquier comprensión de que esa ayuda prometida no es, sencillamente, más que parte de un ciclo destructivo sin fin, era algo asimismo inasible para ellos, un ciclo en el que esos mismos donantes, dirigidos por Estados Unidos, arman a Israel con las armas más avanzadas del mundo y con el poder político absoluto que acompaña a las armas, e Israel utiliza después las armas y la licencia política para destruir a los palestinos, y allá van otra vez los donantes a reunirse para pagar y reparar la destrucción. La hipocresía quedaba aún más subrayada por la firme exigencia de EEUU de que, antes de que los gazatíes reciban nada de esa internacional largueza, Hamas debe reconocer el derecho de Israel a existir, es decir, Hamas debe reconocer el derecho a existir del propio estado que justo trató de destruirle junto a su pueblo y también de destruir la tierra que habitan.
Si la conducta de Israel no fuera tan repugnante, EEUU y la denegación internacional serían como para morirse de risa. Pero juntas, la promesa de ayuda y la espiral sin fin de la miseria financiada por Occidente -y la miopía que demuestran-, no constituyen sino un apabullante ejemplo de la malintencionada ignorancia que surge de un proceso de pensamiento completamente volcado hacia la perspectiva de Israel, con la cual EEUU y la comunidad internacional enfocan siempre este conflicto. El fin de la larga época de Bush y el advenimiento de Barack Obama han dado ahora lugar a otras iniciativas que son tan ingenuas y miopes como las promesas de ayuda; miopes porque, a sabiendas o no, vienen de un punto de partida que está totalmente centrado en Israel y sus demandas y que es totalmente ajeno a su bestial conducta.
Barack Obama y Hillary Clinton hablan con gran seriedad de la «inevitabilidad» y de lo «ineludible» de una solución basada en dos estados, sin considerar la creciente imposibilidad de un estado palestino auténtico ni el hecho de que Israel está liquidando cualquier perspectiva de tal estado y está realmente acabando con los palestinos. Los primeros meses de la administración, y el nombramiento de George Mitchell como enviado especial para Oriente Medio, están lanzando otras propuestas que, más enamoradas del proceso que de cualquier perspectiva de paz auténtica, se ajustan ciegamente a la «industria del proceso de paz» sin considerar las realidades sobre el terreno ni la garantía virtual de fracaso.
Probablemente, el plan más detallado pretendiendo preparar un sendero para una solución con dos estados fue escrita antes de que Obama llegara al poder, aunque es sólo ahora cuando se le está dando publicidad. Ese plan, titulado «Una última oportunidad para un Acuerdo Israel-Palestina de dos estados»- fue elaborado por un grupo de bien conocidos hombres de estado estadounidenses de edad ya avanzada, entre los que se encontraban Brent Scowcroft, Zbigniew Brzezinski, Lee Hamilton y Paul Volcker, el único de los diez que ha entrado en la administración Obama. Henry Seigman, un antiguo dirigente del Comité Judío-Americano y experto en el conflicto israelo-palestino que se ha distinguido en los últimos años por sus críticas francas y realista a la ocupación israelí, fue quien se encargó de convocar a todos esos personajes.
La propuesta es un anteproyecto de diecisiete páginas en búsqueda de lo imposible. Se aproxima al conflicto desde una perspectiva centrada en Israel y, por tanto, al subrayar muchísimo la necesidad de satisfacer las necesidades de seguridad de Israel, contiene la prescripción para su propio fracaso. El informe dedica una notable quinta parte de toda su extensión a un anejo sobre «Abordando los desafíos que Israel afronta en cuanto a la seguridad», además de una considerable palabrería dedicada a este tema en el cuerpo del documento. No se menciona nada en absoluto acerca de alguna necesidad de asegurar la seguridad de Palestina contra las amenazas de Israel.
El impulso detrás de este plan es notable, porque reconoce la centralidad del conflicto israelo-palestino entre otras cuestiones e intereses estadounidenses en Oriente Medio; insta a que la nueva administración dé un vuelco a los ocho años de desenganche del conflicto por parte de la administración Bush y a que lo haga deprisa; pide que se incorpore a Hamas y urge a que los esfuerzos por la paz se emprendan incluso a costa de enfadar a «ciertos electorados internos». Pero el plan es en sí ingenuo y ajeno a las brutales realidades de la situación, existentes incluso antes del asalto de Gaza. Al no tener en cuenta las letales intenciones de Israel hacia los palestinos ni su responsabilidad en el actual nivel de violencia, el informe alienta la intransigencia de Israel mientras asume alegremente que esa rigidez puede superarse estableciendo un plan sobre unas pocas hojas de papel mientras EEUU continúa enviando a Israel las armas necesarias para destruir Palestina.
El informe habita en un mundo imaginario en el que Israel no tiene responsabilidades por ocupar la tierra palestina y tan sólo siente preocupaciones por su propia seguridad pero no obligaciones ante los palestinos. El informe se refiere repetidamente a la situación de la seguridad en el sentido «del huevo y la gallina» en los territorios ocupados, como si no pudiera determinarse qué se produjo primero si la ocupación de Israel o la resistencia palestina, como si los suicidas-bomba palestinos, que según el informe causan una «comprensible ansiedad» en Israel, pudieran haber brotado de no se sabe dónde en vez de abonados precisamente por la opresión israelí.
El plan aborda los requerimientos de paz entre los dos imaginados estados centrado casi únicamente en las necesidades de Israel, no sólo en cuanto a sus exigencias de seguridad, sino a sus necesidades en relación con los asentamientos y a su preocupación por el derecho al retorno de los refugiados palestinos. Por ejemplo, aunque pide que la frontera entre los dos estados se «base» en las líneas de junio de 1967 con sólo pequeñas modificaciones recíprocas, recomienda que los Estados Unidos «tengan en cuenta zonas densamente pobladas en Cisjordania por israelíes». Aunque el lenguaje minimiza la magnitud de esta cuestión, ese pasaje significa que hay que acomodar un importante número de bloques de asentamientos israelíes, lo que supone aproximadamente el diez por cien de la pequeña Cisjordania, el tamaño de Delaware, que cubren prácticamente la totalidad de Jerusalén Este y absorber por completo el 85% de los 475.000 colonos de Cisjordania y Jerusalén Este.
En abril de 2004, George Bush le dio una carta a Ariel Sharon en la que oficialmente garantizaba la aprobación estadounidense a la retención por Israel de lo que Bush denominaba «importantes centros de población [judíos]» en Cisjordania, alterando así lo que habían sido casi cuarenta años de política estadounidense apoyando una retirada israelí prácticamente total de los territorios ocupados. Los «parámetros» que Bill Clinton había trazado en el 2000 habían hecho lo mismo, a una escala de alguna manera menor, al proponer que Israel retuviera sus asentamientos -refiriéndose a ellos con el término anodino de «barriadas»- en Jerusalén Este. La propuesta más reciente de los estadistas de edad repite este dictamen y en general asume tanto las declaraciones de Bush como las de Clinton, cediendo unilateralmente tierra palestina a Israel, sin negociar ni consultar con los palestinos.
La propuesta traiciona también el derecho al retorno de los palestinos. Aunque da luz verde al «sentimiento de injusticia» por parte de los refugiados y pide «compensaciones financieras significativas», declara, de nuevo unilateral y preventivamente, que la resolución del problema de los refugiados debería «proteger a Israel de una afluencia de refugiados», lo que significa que todos o la mayor parte de los refugiados que podrían elegir volver a los hogares y tierras de los que fueron expulsados no dispondrían de ese derecho. Esta disposición «protegería» a Israel de cualquier requerimiento para que rectificara la injusticia masiva que perpetró en 1948 y pediría que se satisficiera a las víctimas, después de sesenta años, con algo de dinero y una casa en algún lugar fuera de su patria.
El elemento más importante del informe de los estadistas es que el estado palestino no debería tener ejército y estaría controlado por un cuerpo de policía, bajo dirección de EEUU, una fuerza multinacional con mandato de Naciones Unidos que funcionaría durante cinco años pero que no renovaría su mandato, con la intención de permitir que los palestinos controlaran sus propios asuntos de seguridad (y desde luego garantizara la seguridad de Israel) en un plazo de quince años. La fuerza sería una fuerza de la OTAN, complementada con tropas jordanas, egipcias e –agárrense- israelíes. El aspecto de Alicia en el País de las Maravillas de esta particular propuesta es la asunción por esos carrozas de que la soberanía palestina sería de alguna forma respetada incluso aunque los palestinos se vieran forzados a entregar su seguridad a una fuerza multinacional que incluiría no sólo elementos de múltiples ejércitos exteriores, sino tropas de los mismos opresores de los que se presume que los palestinos acaban de escapar al obtener la estatalidad. Esta es la clase de disparatada «industria del proceso de paz» que presenta propuestas como ésta, completamente sin sentido.
La propuesta revela, antes de que hayan empezado las negociaciones, lo que daría de sí cualquier futuro estado que pudieran estar dispuestos a admitir. Cede territorio en lo que sería el estado palestino antes de que los palestinos puedan siquiera sentarse a la mesa de negociaciones. Cede, sin poner reparos ni disculpas, el derecho de los palestinos a que se corrija una grave injusticia que es, y ha sido desde el principio hace ya sesenta años, la principal queja contra Israel. Cede la soberanía y la seguridad palestinas invitando a una fuerza internacional de seguridad, que incluye a tropas precisamente de la fuerza ocupante de la que los palestinos tratan de liberarse. Y cede cualquier posibilidad para un nuevo supuesto estado.
Los ancianos que compusieron ese documento deberían conocer mejor las cosas. Algunos de ellos han trabajado en el pasado como especialistas en el conflicto árabo-israelí, y el convocante, Henry Siegman, ha estado trabajando en la cuestión durante décadas. Pero la propuesta exhibe tan poco conocimiento y comprensión de la extensión hasta la que Israel ha absorbido ya Cisjordania que parecería que ninguno de esos sujetos ha visitado nunca la región. Y no parece, en su despreocupada valoración de que será posible inducir en absoluto a Israel a estar de acuerdo con cualquier retirada de los territorios ocupados, que entiendan mucho que ningún gobierno israelí, de cualquier tendencia política, y especialmente ninguno de los gobiernos de derecha que han dirigido Israel durante la última década y más, tiene intención alguna de permitir que los palestinos consigan ningún grado de independencia y soberanía verdaderas en algún lugar de Palestina.
Finalmente, al igual que la conferencia de donantes que trató el desastre de Gaza como si alguna fuerza natural más allá del control humano hubiera descendido como un huracán sobre el territorio, esta propuesta no indica que se reconozca que Israel es la parte responsable en este conflicto. Que Israel es la parte que tiene todo el poder, que controla todo el territorio; que Israel es la parte que está ocupando a los palestinos desafiando el derecho internacional; que Israel es la parte que demuele hogares, bombardea barriadas residenciales civiles, arroja fósforo blanco contra los civiles, impone controles y bloqueos de carretera y otras restricciones al movimiento, construye muros para aislar a los palestinos, bloquea las importaciones de alimentos para todo una población palestina, confisca la tierra para construir asentamientos y carreteras para sólo judíos israelíes. Israel es la parte que ha perpetrado el 85% de las muertes en el conflicto desde que empezó la intifada hace ocho años y medio.
Pero la ignorancia de esos estadistas y su ceguera ante las realidades de la ocupación israelí, de la brutalidad israelí y de la agresión israelí son indicativos de todo lo que Israel se ha salido con la suya en el ambiente de adulación hacia Israel que prevalece en Estados Unidos. Uno se pregunta, en realidad, si esa gente es de verdad tan ignorante como parece ser en relación con lo que está sucediendo, con la ayuda estadounidense, en Palestina. ¿Creen que todo va bien y que de alguna manera de alguna manera ayuda a los intereses nacionales estadounidenses continuar armando a Israel y garantizándole carta blanca total para que siga oprimiendo a los palestinos? ¿O es que se han dejado absorber tanto por el discurso centrado en Israel en este país que lo que tienen es literalmente miedo de oponerse a Israel y enfrentarse a sus lobbys en EEUU?
El castillo de naipes que representa la «industria del proceso de paz» a la que Abunimah se refería -ese castillo de naipes que pretende que Israel no es una nación canalla que se dedica a arrasarlo todo cuando le viene en gana- debe derrumbarse ya. Como Abunimah dijo en la conferencia en el Capitolio, lo que la gente sabe en Europa y en Chicago, donde él vive y trabaja, es muy diferente de lo que la gente piensa en Washington y en Nueva York y, como indicó, el silencio acerca de las realidades sobre el terreno en Palestina ya no es opción para nada. Cuando se escriba la historia de este período, dijo Abunimah: «se considerará Gaza como el hito tras el cual resultó imposible que Israel se integrara en la región como supuesto estado judío sionista-judío».
Bill y Kathleen Christison llevan varios años escribiendo sobre cuestiones relativas a Oriente Medio y han elaborado un libro que Pluto Press publicará en junio sobre la ocupación israelí y su impacto sobre los palestinos. Hace treinta años, eran analistas de la CIA. Puede contactarse con ellos en [email protected]
Enlace con texto original: