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La memoria histórica de la Iglesia Católica subvencionada por el Ayuntamiento de Valencia

La ‘catedral’ de la discordia

Fuentes: Interviú

Monseñor Agustín García-Gasco se retirará pronto, probablemente el año próximo, de la Archidiócesis de Valencia. Pero antes quiere dejar una herencia, cuando menos, ‘envenenada’: una macroparroquia dedicada a los 233 «mártires» valencianos asesinados por el bando republicano en la Guerra Civil.

El obispo Ángel Herrera habló una vez ante el Papa de la «cruzada» de 1936. Repitió tres veces la palabra ‘cruzada’, hasta que el Pontífice lo interrumpió: «Futura eminencia [luego sería ungido cardenal por Pablo VI], no diga más lo de ‘cruzada’. En España hubo una guerra civil. Y terrible»». La anécdota la cuenta el sacerdote Emili Marín, un cura de base vinculado al Fòrum Cristianisme i Món d’Avui (Cristianismo y Mundo de Hoy) y con muchos años de lucha. Desde la sede de la revista que dirige –Saó, fundada hace más de un cuarto de siglo-, en un pequeño piso de un barrio obrero de Valencia, echa pestes contra la decisión de su arzobispo, Agustín García-Gasco, de erigir una gran parroquia dedicada a los «mártires» de la Guerra Civil al otro lado de la ciudad, en El Grau, precisamente una de las la nuevas zonas de élite de la capital del Turia, frente a la Ciudad de las Artes y las Ciencias. «Como sacerdote, claro que quiero nuevos templos -dice-, pero siempre es primero la devoción y la advocación y, luego, la iglesia. Inventarnos esto de los mártires y con esta urgencia… La beatificación de Juan XXIII no llega; la de Óscar Romero tampoco… La santidad nunca ha sido fácil en la Iglesia, pero para éstos, como pasó con San Josemaría [Escrivá de Balaguer, el fundador del Opus Dei, al que también levantarán una parroquia en Valencia], sí hay prisa. Es deplorable».

El padre Marín, como muchos otros cristianos de la archidiócesis valenciana, considera una «provocación» el templo de García-Gasco, «sobre todo en esta época, cuando se han descubierto 26.300 muertos de la posguerra en fosas comunes del cementerio general; entre ellos, sin duda, muchísimos católicos, y aún estamos esperando que la Iglesia diga algo. Esos sí están sepultados por montones de tierra, pero también de voluntades».

Las palabras del sacerdote reflejan bien el sentir de una parte de los creyentes valencianos. Un ejemplo es Enric Capilla, un «católico, republicano y nacionalista» -como él mismo se define- militante del Bloc Nacionalista Valencià que sigue con misa dominical en la parroquia de su barrio, Hermanos Maristas, cuya asociación de vecinos también preside. Enric ya tuvo que lidiar con García-Gasco por otra parroquia prevista junto a su casa. «El Ayuntamiento permutó L’Almoina [las ruinas del centro histórico de la ciudad, un solar de la Iglesia] por terrenos para hacer doce templos. Y aquí -dice, en la plaza recuperada para jardín- iba a poner uno a seis metros de las casas. Santa María Micaela, se llamaría. Paramos el proyecto, sí; pero a cambio, el Ayuntamiento cedió al Arzobispado 25.000 metros ahí al lado. ¿Para qué tanto, si luego ves las iglesias vacías? Con la de los «mártires «, igual: un despropósito urbanístico, político y social, que abrirá heridas y hará poco por reconciliar a nadie».

A la parroquia de la Guerra Civil ya hay quien la llama «catedral bis» por sus dimensiones: 3.300 metros cuadrados de hormigón de la antigua fábrica química de Cross, con un campanario de 28 metros, según diseño del arquitecto Vicente Ordura. «No es de recibo -lamenta otro cristiano y republicano, el abogado Jaume Ferrá-. En principio, a mí no me sabe mal que se haga el templo; pero ¿por qué no dedicarlo a Santa Isabel de Portugal, hija de reyes y santa desde hace mucho tiempo, que era de aquí? ¿Por qué no una advocación mariana? Esta Iglesia no ha hecho sus deberes y se equivoca de camino: esto dividirá a los valencianos, que sufrieron mucho en aquella época».

El letrado se re_ ere a los muertos «del otro bando», algo que hiere especialmente a quienes tienen familiares sepultados -por «tierra y voluntades» , como decía Emili Marín- en las fosas comunes de la zona. Como Vicente Muñiz, nacido precisamente en El Grau -donde se levantará la macroiglesia-, aunque vive en Sagunto. Aún recuerda la reconversión que sufrieron el pueblo y su siderurgia -a él también lo despidieron de una de las fábricas- hace más de veinte años, con el PSOE casi recién llegado al poder y Carlos Solchaga de ministro: «Después de tanto esperar por la democracia, no pensábamos que la izquierda nos traicionase -dice-; pero Felipe González lo hizo. Vino aquí y dijo que esto no se tocaba. Le creímos y… ya ves».

Pero si dura fue la reconversión para Vicente, aún peor fue descubrir que sus padres, Amando y Águeda, yacían sepultados en las fosas de Paterna, a escasos kilómetros de la capital valenciana. «Los fusilaron años después de la guerra, el 5 de abril de 1941. Yo tenía 6 años -recuerda Vicente-. A mi madre, que vivía con mi hermano Pepe y conmigo en un convento hecho cárcel, la ‘sacaron’ [la llevaron a fusilar] tras denunciarla las propias monjas» . Para colmo, a Vicente le tocó hacer la mili en Paterna, en 1957. Desde entonces está pidiendo los papeles de sus padres y la revisión del juicio sumarísimo al que los sometieron, acusándolos de haber matado a tres mujeres de las que no hay ni nombres y de alabar a la República un 14 de abril. Los jueces españoles han rechazado sus recursos, pero lo tiene pendiente del Tribunal de Estrasburgo, en lo que es el primer caso de esta naturaleza. Y espera ganar: «Fue una vergüenza -dice-. Y ahora levantan una parroquia para los otros, después de cuarenta años de alabanzas..!».

Su caso no es muy distinto del de Celia Chofre. Valenciana de Riola, también descubrió hace poco las tumbas de sus abuelos, tras años de «silencio y vergüenza» , como ella dice: «Mis abuelos paterno y materno eran republicanos. Del uno, Federico, sabíamos que yacía en Paterna, junto a tantos compañeros… Del otro no supimos nada hasta que el Fòrum -el que dirige Amparo Salvador- lo descubrió junto a las tumbas de 26.300 personas en Valencia».

Al hablar, a Celia se le pone un nudo en la garganta, pero no tan grande como para ocultar su tristeza y su rabia; pero también, su aplomo: «Eran dos personas de bien, excelentes profesionales en lo suyo. A Agustín, que era el alcalde de Riola, no se le pudo imputar un solo delito de sangre: al contrario, dio la cara por la gente de derechas en plena guerra. Decía: «A éste os lo lleváis, pero por encima de mi cadáver». No le sirvió de nada: la derecha de entonces no le perdonó su forma de ser, su cultura…».

Cuando relata cómo pasearon a su abuelo, Celia no puede evitar que se le agüen los ojos: «Le acusaron de disfrazarse de cura en unos carnavales y lo llevaron a que firmara una confesión. El dijo, muy serio, que no firmaría algo así ni vivo ni muerto. Lo apalearon hasta morir en la cárcel de Sueca, el 22 de diciembre del 41, el mismo año en que mataron al otro abuelo. Hacía dos años del fin de la guerra, pero como si no».

Por eso, y por más cosas, Celia Chofre no puede concebir que la Iglesia -con mayúsculas- no dé un paso por lo que ocurrió con los republicanos y, sin embargo, sí pueda levantar un templo como el previsto. «Yo apostaté para casarme -explica-, después, lógicamente, de que me bautizaran de pequeña, como a todo el mundo; pero esto no es así… A mi madre la hicieron bautizarse a los 17 años. La Iglesia, que se dedique a lo suyo y, por favor, que no ponga pegas a los demás».

Así opina también Víctor Baeta, un republicano que, aunque no se define como católico, sí cuenta con muchos amigos creyentes con los que habla a menudo: «Tal vez como respuesta al islamismo radical, o por no perder cosas consideradas sagradas, lo cierto es que la Iglesia se ha radicalizado hacia lo conservador -dice-. Y aquí, en Valencia, aún se nota más, como si no contara la secular separación entre Iglesia y Estado. Tremendo».

Memoria sepultada
Fue hace año y medio, más o menos. El Fòrum per la Memòria del País Valencià, que preside Amparo Salvador, se dio de bruces con un bombazo: 26.300 cadáveres enterrados en fosas comunes en el Cementerio General de Valencia. «Sabíamos que había habido muchos muertos en Valencia [ésta y Alicante fueron las últimas ciudades en rendirse] tras el fin de la Guerra Civil -dice Amparo- y que hubo represión. Pero no sabíamos dónde estaban los cadáveres». Empezaron a investigar por rumores, por simples comentarios de gente que recordaba las matanzas. Una persona les habló de haber visto la plaza de toros llena de gente, más de 40.000 personas cuyos gritos se oían desde fuera. «Pero fue difícil -confiesa Amparo Salvador-. Primero, porque nadie quería dar la cara. Tenían miedo a que se conociesen sus datos. Segundo, porque los muertos fueron muchos: en la cárcel Modelo, por ejemplo, una epidemia de tifus en 1942 se llevó a un montón de gente». El Fòrum empezó su labor de zapa: revisar testimonios, documentos, archivos… hasta que aparecieron las fosas del cementerio y, éstas sí, perfectamente clasificadas en cuadrados, en filas, en hileras: «Hasta ahora, hemos identificado más de 12.000 cuerpos con insólitas causas de muerte -señala Salvador-: dispepsia [o, lo que es lo mismo, indigestión], caquexia [desnutrición, es decir, muertos de hambre], paros cardiacos… En las fosas se enterraban entre cuatro y doce cuerpos unos encima de otros. Hay testimonios de cómo los llevaban en carros cada noche desde las cárceles y de cómo a otros los fusilaban ante la tapia de la entrada. Pero lo peor -termina la presidenta del Fòrum- fue descubrir que entre los muertos había cientos de niños».

El Ayuntamiento de Valencia, que gobierna Rita Barberá (PP), quiso tapar con nuevos nichos algunas fosas -muchas están cubiertas de nuevas tumbas, cemento, árboles, mausoleos o paseos-, hasta ocupar miles de metros cuadrados. Incluso envió a guardias de seguridad para que los camiones pudieran llevarse la tierra -y los restos- sin ser molestados; pero el Fòrum recurrió a la Justicia, que paralizó la demolición.

Víctimas con nombre

Amparo Salvador (arriba) halló 26.300 muertos tras la guerra en fosas del cementerio de Valencia, de los que ha identificado a más de 12.000. Los padres de Vicente Muñiz, Águeda (con sus hijos en brazos, a la izquierda) y Amando (centro), fueron dos de esas víctimas, fusilados el 5 de abril de 1941, aunque sus cuerpos están en fosas halladas en Paterna. Junto a estas líneas, dos «mártires» del otro lado: los franciscanos Pascual Fortuño y Plácido García, asesinados en 1936, uno junto a Benicàssim y el otro en Denia, respectivamente.

Noticia original:
http://www.interviu.es/default.asp?idpublicacio_PK=39&idioma=CAS&idnoticia_PK=43620&idseccio_PK=547&h=070604