A pesar que los medios de comunicación occidentales presentan las operaciones aéreas de la Coalición Internacional Contra Daesh (CICD) liderada por Estados Unidos, como un gran esfuerzo colectivo para derrotar a las fuerzas terroristas takfirí en el norte de Siria y de Irak, la realidad indica que dichas operaciones son, simplemente, un fracaso en números […]
A pesar que los medios de comunicación occidentales presentan las operaciones aéreas de la Coalición Internacional Contra Daesh (CICD) liderada por Estados Unidos, como un gran esfuerzo colectivo para derrotar a las fuerzas terroristas takfirí en el norte de Siria y de Irak, la realidad indica que dichas operaciones son, simplemente, un fracaso en números y resultados militares y políticos.
Efectivamente, la CICD, desde el inicio de las operaciones de bombardeo contra Daesh en los territorios que ocupan, tanto en el Noreste Sirio como en el centro y norte de Irak – que tuvo su comienzo en agosto del año 2014 – mirado desde el punto de vista cualitativo presenta ínfimos resultados, poco claros, con objetivos de triunfo difícil de plantear y ,sobre todo, manifiesta que la política de aliados es desastrosa y con escasa visión. Dos países fundamentales en el área, si el eje de lucha es verdaderamente contra Daesh, no participan de esta Coalición: Irán y Siria.
Esta visión poco a poco se ha ido imponiendo incluso con diferencias entre socios estratégicos como son Estados Unidos e Inglaterra. El gobierno británico insiste que el presidente sirio, Bashar al-Asad, no tiene posibilidades de seguir gobernando en su país, después de que EE.UU. admitiera que tendría que negociar con Al-Asad para poner fin a la crisis siria. «Al-Asad no tiene ningún lugar en el futuro de Siria», afirmó un portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores del Reino Unido, en respuesta a los comentarios del secretario de Estado estadounidense, John Kerry, pronunciados el mismo día. El portavoz también hizo hincapié en que incrementarán las sanciones contra Damasco, tal como fue anunciado por el canciller británico, Philip Hammond, hasta que Damasco cambie su postura (que es aceptar las imposiciones de Londres y los intereses que representan). Tras años de insistir que Al-Asad deje el poder, el Secretario de estado estadounidense John Kerry ha reconocido que la única solución a la crisis en Siria es negociar con su mandatario, generando con ello un fuerte remezón en la forma de enfrentar el conflicto en Siria y con ello en todo el Oriente Medio.
En el plano práctico la lucha contra Daesh, parte importante de la cual se lleva a cabo en el norte de Siria, en promedio, según las propias autoridades militares estadounidenses, se ejecutan diez operaciones de bombardeo de las posiciones terroristas por día. El 90% de esas acciones bélicas son realizadas por aeronaves estadounidenses. Esto, a pesar que la coalición cuenta con 60 miembros nominales, pero donde sólo se involucran con aviones en acción directa, algunas naciones: Francia, Emiratos Árabes Unidos y Jordania, fundamentalmente. Todo ello a un costo estimado de 8 millones de dólares diarios, lo que visualiza, comparado con otras intervenciones internacionales, la modestia del compromiso aliado por erradicar a Daesh de Siria e Irak.
La eficacia de dichas operaciones aéreas también han sido minúsculas, recuperando tan sólo 750 kilómetros cuadrados de territorios ocupados por Daesh lo que representa menos del 1% del total de áreas donde el grupo terrorista se ha asentado. Únase a ello los ataques que en lugar de tener como objetivo al grupo takfirí suelen destruir la infraestructura económica, militar, vial y energética tanto de Siria como de Irak. El día jueves 12 de marzo los aviones de la Coalición liderada por Washington en lugar de apuntar sus bombas contra los terroristas takfirí (Daesh en árabe) las lanzaron contra una unidad del Ejército iraquí, afincada en la Provincia occidental de Al Anbar, lo que significó la muerte de 22 soldados de ese país.
Las autoridades militares estadounidense negaron que sus aviones hayan realizado el bombardeo lo que fue refutado por autoridades militares iraquíes quienes dieron a conocer que sus aviones no operan en el área donde murieron sus hombres. Únase a lo mencionado las denuncias que dan cuenta que los bombardeos aliados suelen destruir la infraestructura económica del gobierno sirio, principalmente refinerías, que se destruyen bajo el pretexto de no permitir que sean aprovechados por las fuerzas terroristas.
Un análisis generoso sobre estos magros resultados trataría de explicar dicha situación, a la luz de la eficacia militar takfirí o al contrario, en la poca competencia militar de las fuerzas internacionales e incluso la consideración de lo escabroso del terreno donde se ejecutan los bombardeos o trayendo a colación, hipotéticamente, el espíritu de gran humanidad que anima a los pilotos de la CICD de evitar «daños colaterales». Sin embargo, las cifras de muertos y heridos, conocidas hasta el momento, resultan también sospechosas y valga en esto la consideración y advertencia, que cualquier muerte es condenable pero, cuando se trata de Oriente Medio las muertes se suelen contar por decenas de miles.
Para los críticos de las acciones de la CICD la ineficacia de sus operaciones tiene un claro trasfondo político-estratégico: no se quiere dañar a Daesh porque es un instrumento más del objetivo mayor en la perspectiva de influir en la correlación de fuerza que podría acaecer tras la hipotética caída del gobierno Sirio, el debilitamiento y cerco del gobierno de Irán como también el tratar de concretar un plan que se fraguó ya desde los años 90 del siglo XX cuando se invadió Irak a manos de una Coalición internacional liderada por Estados Unidos. Esto es, básicamente, la implementación de un modelo de rediseño geoestratégico, que implica la balcanización o fragmentación de Irak en tres zonas (Kurda, sunnita y una zona Chiita) y el desarrollo de áreas de influencia definidas por Estados Unidos, Francia e Inglaterra, fundamentalmente.
El gobierno de Teherán ha declarado que algunas potencias pretenden incitar las divergencias en la región, con el objeto de sacar provecho y contribuir al logro de sus intereses económicos y en ese plano de crisis es imprescindible la colaboración de todos para establecer la paz y la seguridad permanente. Estos llamados han sido permanentes desde Teherán y sin embargo Estados Unidos se ha negado sistemáticamente a desarrollar una política de acercamiento y generación de políticas de combate conjunta contra Daesh. Ante esas constantes negativas Irán implementó una política de apoyo a las milicias iraquíes de raíz chiita e incluso cuerpos de voluntarios que combaten a Daesh. En Siria ese apoyo se vislumbra a través de Hezbolá.
Los propios analistas occidentales coinciden que en este escenario donde los bombardeos ocasionan escaso daño a Daesh, los que llevan el peso de la contienda han sido los milicianos de Hezbolá, los Peshmergas, el Ejército Sirio, la Fuerza de Tarea Quds y las Fuerzas militares que responden al gobierno central de Bagdad. Son ellos los que han logrado recuperar pueblos y ciudades que estaban en manos de Estado islámico. El pasado 2 de marzo fuerzas iraquíes apoyadas por fuerzas voluntarias lanzaron una operación militar de gran envergadura, que significó la movilización de 30 mil soldados con apoyo aéreo iraquí (no de la Coalición) destinada a recuperar la estratégica ciudad de Tikrit y el resto de la provincia de Salah al Din.
Recobrar Tikrit permite proyectar un objetivo mayor: la liberación de la capital de la provincia noroccidental de Nínive, Mosul, donde Daesh se hizo fuerte a partir de junio del año 2014, zona que le permite el control de pozos petrolíferos cuyo crudo es vendido a países de la región como Jordania, Turquía e Israel a un precio inferior al del mercado. El pasado jueves 12 de marzo, el Consejo Gubernamental de la provincia de Salah al-Din, centro de Irak, comunicó la liberación de la ciudad de Tikrit, capital de la citada provincia en una noticia que alienta los buenos resultados de la lucha conjunta entre fuerzas iraquíes y voluntarios de las milicias chiitas que combaten a Estado islámico (Daesh en árabe). Para la liberación total de la estratégica ciudad las fuerzas antiterroristas están eliminado los últimos focos de resistencia takfirí.
Los iraquíes han reconocido que gracias a la ayuda de asesores iraníes se ha logrado expulsar a Daesh de grandes extensiones de territorio en su país, en el norte y el oeste devolviendo algo de estabilidad a zonas que hace pocas semanas se habían convertido en nido de terroristas. Los integrantes de las Fuerzas militares de de la organización Badr han sido una valiosa ayuda y ha conseguido responder con más rapidez a la amenaza takfirí que otros grupos o el propio Gobierno iraquí y ni hablar de la CICD que ha mostrado que sus objetivos no son combatir el terrorismo de Daesh sino conspirar para derrocar al gobierno sirio y fragmentar a Irak.
En un artículo anterior mencionaba que prueba del importante papel asumido por Irán habían sido las palabras del parlamentario iraquí Hasan Mohsen al-Saedi quien destacó, ante el Poder Legislativo de su país, los apoyos de Irán al gobierno de Bagdad, asegurando que la reconquista de varias zonas del país árabe que estaban bajo control terrorista se debía a la ayuda táctica brindada por Irán: «Nosotros, con la ayuda de asesores iraníes, expulsamos a Daesh de grandes territorios en el norte y oeste de Irak. Agradecemos los esfuerzos que el país persa ha hecho para devolver la estabilidad a Irak. Los integrantes de las fuerzas de la organización Badr son una valiosa ayuda y ha conseguido responder con más rapidez a la amenaza takfirí que otros grupos o el propio Gobierno iraquí».
Esta constatación sigue siendo una realidad y resulta el mejor ejemplo de la ayuda, apoyo y resolución que ha signado el gobierno de Teherán en la lucha contra Daesh. Reitero la afirmación que para Occidente resulta políticamente complejo condenar la presencia de voluntarios iraníes, la presencia de Soleimani o criticar el resurgimiento de milicias chiíes, si los objetivos militares son los mismos que dicen sostener los miembros de la CICD, con la diferencia que las batallas en el terreno la están dando estos milicianos y no los países que forman parte de la Coalición.
La denominada Coalición internacional dirigida desde Washington y en la cual, nominalmente, participan 60 países, ha derivado en una herramienta de presión sobre los verdaderos luchadores contra Daesh. Es una coalición devenida en un arma de complot contra Oriente Medio, creada para difamar el islam de la mano de las políticas anti islámicas de Inglaterra, Israel y Estados Unidos, que apoyados por países como Arabia Saudita, Turquía, las Monarquías del Golfo y Jordania sirven de orquesta para esta música de terror. Estado Islámico es lisa y llanamente un títere menor, un instrumento de violencia para atizar el fuego del hegemonismo occidental y de las posiciones takfirí en la zona digitadas desde Riad, donde la casa al Saud y su doctrina Wahabista es el sostén de gran parte de los movimientos terroristas que suelen asolar el Magreb, Oriente Medio y Asia Central.
La lucha contra Daesh continúa y cada día queda más claro que los muertos para erradicar el terrorismo no los pone Estados Unidos y sus aliados. Cifras dadas a conocer con relación a Siria dan a conocer la magnitud del daño ocasionado a este país. Desde que estalló el conflicto armado, según un Informe de la ONU , que contó con la colaboración de la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA, en inglés) y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) la población siria ha tenido 220 mil muertos desde que se iniciaron las hostilidades en marzo del año 2011, con 840 mil heridos. Cuatro millones de refugiados en países vecinos. 6 millones de desplazados dentro del país.
El informe alerta, igualmente, sobre la disminución de la esperanza de vida en la sociedad siria, la que se ha reducido de 75,9 años en 2010 a unos 55,7 a finales de 2014, el equivalente a una bajada de algo más de dos décadas. El estudio resalta, de igual manera, que la economía siria ha perdido en estos cuatro años más de 202 mil millones de dólares, a través de la fuga de capitales, la destrucción masiva y una reducción del Producto Interno Bruto (PIB) de 120 mil millones de dólares.
Cifras que son una muestra del enorme daño que la injerencia de grandes potencias en la vida de las sociedades de Oriente Medio han ocasionado. Política donde los grupos terroristas como Estado Islámico, han servido de punta de lanza para una intervención con objetivos mayores para los neocons: fragmentar esa zona del planeta y apoderarse de sus riquezas energéticas y establecer una hegemonía donde Estados Unidos y sus aliados sean los que dicten las políticas regionales, cercando a Irán e influyendo sobre las zonas de influencia rusa en el Cáucaso y Asia Central.
Artículo del Autor cedido por Hispantv.
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