Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
En medio de lo que se ha llegado a conocer en Israel como la «Intifada de los acuchilladores», tuvo lugar una escena poco usual en Ramat Gan, donde muchos de los residentes son judíos iraquíes. Una mujer menuda estaba protegiendo a un hombre que yacía en el suelo y era perseguido por una turba, incluidos algunos soldados, que quería lincharlo.
Mientras yacía en el suelo, le pulverizaron gas pimienta a los ojos a quemarropa. Logró murmurar a su ángel guardián: «Soy judío». Cuando la turba terminó por comprender el mensaje lo dejaron solo.
Lo persiguieron porque casi todos los judíos iraquíes se parecen a los palestinos; de hecho, la mayoría de nosotros, los judíos de Israel, nos parecemos a los palestinos. Los únicos judíos que están «protegidos» son los judíos ortodoxos mizrajíes que se ponen las mismas vestimentas que sus predecesores asquenazís usaban en la Europa del Siglo XVII, dejando de lado su tradicional vestimenta «árabe».
Gente invisible
Este ataque no fue el único. Otros judíos árabes han sido confundidos con palestinos. Ser considerado árabe en Israel, incluso por la apariencia, significa que eres uno de los invisibles y prescindibles nativos sin derechos.
Una actitud semejante no es única en la historia. Muchas sociedades de asentamientos coloniales adoptaron esta actitud hacia los nativos: Los nativos, para las sociedades de asentamientos coloniales, constituyen un obstáculo que hay que remover junto con las rocas en los campos, los mosquitos en los pantanos y, en el caso del sionismo temprano, junto a los judíos menos adecuados física y culturalmente.
Después del Holocausto, el sionismo ya no se pudo permitir ser tan exigente.
Cuando se analizan los orígenes de la actual intifada, se pueden señalar correctamente la ocupación y la expansión de la colonización judía.
Pero la desesperación que ha producido la actual agitación no es un resultado directo de la colonización de 1967, sino más bien de 100 años de invisibilidad, deshumanización y destrucción potencial del pueblo palestino dondequiera que se encuentre.
Cuán profundamente esta negación de la humanidad de los nativos de Palestina se arraiga en el actual discurso político israelí se pudo ver en los dos discursos principales del primer ministro Benjamín Netanyahu y del líder de la oposición Yitzhak Herzog, pronunciados el martes en la Knéset [Parlamento israelí].
Netanyahu explicó muy bien por qué la desesperación palestina producirá más y más intifadas en el futuro y por qué la deslegitimación internacional de Israel aumentará exponencialmente.
Describió 100 años de colonización como un proyecto digno al que sin causa alguna, fuera de la incitación islámica, se oponía el pueblo nativo de Palestina.
El mensaje a los palestinos era claro. Aceptad vuestra suerte como reclusos invisibles, sin ciudadanía, de la mayor prisión del mundo en Cisjordania y en la Franja de Gaza y como comunidad bajo un severo régimen de apartheid, y entonces todos podremos vivir en paz. Cualquier intento de rechazar esta realidad es terrorismo de la peor clase y se tratará como corresponde.
Dentro de esta narrativa, si el autor del discurso intentaba calmar las preocupaciones del mundo musulmán sobre la suerte de al-Haram al Sharif (el Noble Santuario), logró todo lo contrario. Gran parte de su discurso sobre al-Haram al-Sharif fue una lección de historia sobre por qué el lugar pertenece al pueblo judío.
Y aunque terminó esa parte del discurso con la promesa de no cambiar el statu quo, no se puede decir que la presencia de los dirigentes de un partido que cree fuertemente en la necesidad de construir un tercer templo en el lugar sea particularmente tranquilizante.
«Nunca juntos»
En su discurso, Herzog, el líder de la oposición liberal sionista, manifestó la deshumanización de los palestinos de una manera diferente. Su pesadilla, subrayó repetidamente, es un país en el cual judíos y palestinos vivirían juntos.
Por ello la separación, la creación de guetos y enclaves, es la mejor solución, incluso si significa reducir un poco el gran Israel. «Estamos aquí y ellos están allá», repitió el famoso eslogan de Ehud Barak y Shimon Peres a fines de los años 90.
El periodista liberal sionista de Haaretz, Barak Ravid, repitió el horror de los sionistas liberales: Si hay un Estado binacional, los acuchillamientos serán diarios, advirtió. La idea de que un Israel/Palestina liberado sea una democracia para todos nunca ha estado en el programa liberal sionista.
Este deseo de no compartir la vida con cualquier cosa que huela a árabe es una actitud que afecta a diario a cada palestino. Más de un siglo de colonización y nada ha cambiado en la negación total de la humanidad de los palestinos nativos o sobre su derecho a su país.
La actual ola de protestas y ataques individuales fue provocada por la política y las acciones israelíes contra la Mezquita Al-Aqsa. Pero el origen es una atrocidad de un siglo de duración: el creciente «culturicidio» de Palestina.
El mundo occidental se quedó horrorizado por la destrucción de las antiguas joyas culturales por el Estado Islámico (EI-ISIL-Daesh). La destrucción y eliminación por parte de Israel del patrimonio islámico de Palestina fue mucho más amplia y significativa. Apenas una mezquita se mantuvo intacta después de la Nakba y muchas de las restantes fueron convertidas en restaurantes, discotecas y granjas.
Cualquier intento de los palestinos de resucitar su patrimonio teatral y literario es considerado por Israel como una conmemoración de la Nakba y es ilegalizado si es realizado por cualquiera que dependa de subsidios gubernamentales.
Lo que vemos -y seguiremos viendo- en Palestina, es la lucha existencial del pueblo nativo de un país que todavía está bajo amenaza de destrucción.
Ilan Pappe es director del Centro Europeo de Estudios Palestinos en la Universidad de Exeter. Ha publicado 15 libros sobre Oriente Próximo y la cuestión palestina.