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Es uno de los principales contaminantes del planeta

La contaminación militar, el trapo sucio que oculta Occidente

Fuentes: Blog del autor

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Los dirigentes reunidos en la cumbre COP26 no tienen intención de abordar los cada vez mayores impactos medioambientales que provocan sus gastos de “defensa”

Los dirigentes mundiales se reunieron en Glasgow la semana pasada * para celebrar la cumbre COP26, en un intento de demostrar que, por fin, abordan la crisis climática. Ante un mundo que les observa, se están negociando acuerdos para proteger los bosques, reducir las emisiones de carbón y metano y promover una tecnología verde.

Los políticos occidentales en particular quieren salir de la cumbre con unas buenas credenciales ecológicas y demostrar que han hecho cuanto estaba en su mano para impedir que en el futuro la temperatura del planeta suba más de 1.5 grados. Temen el veredicto de un electorado descontento en caso de salir de la cumbre con las manos vacías.

Los climatólogos dudan ya de que los compromisos que se han asumido vayan lo suficientemente lejos o se puedan aplicar lo suficientemente rápido para ser eficaces. Han advertido que si se quiere evitar una catástrofe climática, se tienen que haber tomado medidas drásticas para finales de esta década. Pero la actividad visible en la cumbre oculta una realidad más dura. Las mismas naciones que proclaman su liderazgo moral para abordar la crisis climática son también las que más sabotean un acuerdo eficaz para reducir la huella de carbono de los seres humanos.

En una foto de la inauguración de la COP26 se veía al anfitrión de la cumbre, el primer ministro británico Boris Johnson, dar cálidamente la bienvenida al presidente de Estados Unidos Joe Biden y al primer ministro israelí Naftali Bennett. Pero en vez de agasajar a este triunvirato, deberíamos considerarlos grandes saboteadores de las negociaciones sobre el clima. Sus fuerzas armadas son lo que más contamina el planeta y el objetivo de la COP26 es mantener este hecho cuidadosamente oculto.

Oculto a la vista

Teniendo en cuenta el tamaño de su población, el gasto militar de Estados Unidos supera con creces el de cualquier otro país, excepto Israel. Aunque Reino Unido va a la zaga, su presupuesto militar sigue siendo el quinto mayor del mundo, mientras que sus fabricantes de armas se apresuran a suministrar armamento a países a los que otros fabricantes no se las suministran.

Se calcula que la huella de carbono del ejército estadounidense es mayor que la de la mayoría de los países. Se le considera el mayor consumidor institucional de petróleo del mundo. Y las emisiones de los ejércitos y del armamento occidentales aumentan cada año en vez de disminuir, aunque no se puede asegurar porque lo ocultan concienzudamente. En la cumbre de Kioto hace 24 años, Washington insistió en que se le eximiera de informar sobre sus emisiones militares y de reducirlas. Como era de esperar, todos los demás accedieron.

Desde la cumbre de París en 2015 se ha informado parcialmente de las emisiones militares, aunque con demasiada frecuencia estas cifras se disfrazan al mezclarlas con las emisiones de otros sectores, como el transporte. Y de ese balance se excluyen totalmente las emisiones de las operaciones en el extranjero, que en el caso de Estados Unidos suponen el 70% de su actividad militar.

Conflictos y guerras

La mayor parte de Europa también se niega a confesar. Francia, con el ejército más activo del continente, no informa en absoluto de sus emisiones. Según una investigación de Scientists for Global Responsibility, las emisiones militares del Reino Unido eran tres veces mayores que lo que había declarado, incluso tras excluir tanto las cadenas de suministro, como la producción de armas y equipamiento. El ejército era responsable de la inmensa mayoría de las emisiones del gobierno británico.

Y las nuevas tecnologías a menudo empeoran mucho las cosas en vez de hacer más ecológico al ejército. Según se ha informado, el último avión de combate desarrollado por Estados Unidos, el F-35, consume 5.600 litros de combustible por hora. Se necesitarían 1.900 coches para engullir la misma cantidad de combustible en el mismo espacio de tiempo. Al igual que muchos otros países, Noruega, se ha puesto a la cola para conseguir este avión de última generación. Según el periódico noruego Dagsavisen, solo con la compra de los F-35 las emisiones totales del ejército noruego aumentarán un 30% la próxima década.

Además de omitir el daño medioambiental provocado por la adquisición de equipos militares y cadenas de suministro, los países también excluyen el importante impacto que tienen los conflictos y las guerras. Por ejemplo, según cálculos conservadores, la ocupación estadounidense de Irak que empezó en 2003 ha generado unas emisiones equivalentes a poner en circulación otros 25 millones de coches más.

Aumenta el gasto militar

Los intentos de frenar el crecimiento del gasto militar (y menos aún de revertirlo) no están sobre la mesa de la cumbre COP26, a diferencia de los sectores agrícola y maderero, del manufacturero o de las industrias de combustibles fósiles. Y gran parte de la culpa de esta ausencia la tiene Washington. Su presupuesto de “Defensa” supone ya casi el 40% de los 2 billones de dólares que se gastan anualmente en los ejércitos de todo el mundo. China y Rusia (al parecer los dos “malos” de la cumbre COP26) están muy por detrás.

El gobierno de Boris Johnson dio a conocer el año pasado lo que denominó “el mayor programa de inversión en defensa de Gran Bretaña desde el final de la Guerra Fría”. Gran Bretaña no es una excepción. Tras un breve “dividendo de paz” provocado por la desintegración de la Unión Soviética, el gasto militar mundial ha seguido aumentando casi de forma constante desde 1998, con Estados Unidos a la cabeza. Paradójicamente este aumento empezó aproximadamente cuando los políticos occidentales empezaron a hablar de boquilla de abordar el “cambio climático” en la Cumbre de Kioto.

Desde 2018 el gasto militar estadounidense ha ido aumentando de forma continua y se prevé que lo siga haciendo durante al menos otras dos décadas, mucho más allá del plazo establecido por los científicos del clima para cambiar las cosas.

El aumento del gasto militar de los países de Oriente Próximo, sobre todo Arabia Saudí y los EAU, desde 2013 alimenta esa misma tendencia mundial a aumentar el gasto militar, lo que parece reflejar dos tendencias arraigadas en el cambiante enfoque que tiene Washington de la región: en primer lugar, al tiempo que Estados Unidos retira a sus desbordadas fuerzas de ocupación de Irak y Afganistán, ha ido delegando cada vez mas su papel militar en ricos Estados cliente de esta región rica en petróleo. Y en segundo lugar, mientras que se ha animado a Israel y a los Estados del Golfo a estrechar sus lazos militares y de inteligencia contra Irán, se ha permitido a estos mismos Estados del Golfo a ponerse a la altura de Israel desde el punto de vista militar, cuya famosa “ventaja militar cualitativa” se ha ido deteriorando gradualmente.

Reino Unido, que exporta a los saudíes, y Estados Unidos, que subvenciona generosamente la industria militar de Israel, apoyan esta carrera armmentística en Oriente Próximo.

Lucha de poder

Todo esto significa que aunque los políticos occidentales prometen en la COP26 reducir las emisiones, en realidad se afanan en prepararse para aumentar estas emisiones a escondidas. En última instancia, el problema es que poco se puede hacer para que nuestros ejércitos sean más ecológicos, ya sea de forma real o por medio un cambio de imagen ecológico. La lógica de los ejércitos no es ser sostenibles ni respetuosos con el planeta.

El modelo de negocio de los fabricantes de armas es ofrecer a sus clientes, desde el Pentágono hasta cualquier dictador de pacotilla, armas y máquinas que sean más grandes, mejores o más rápidas que las de sus rivales. Los portaaviones deben ser más grandes, los aviones de combate más rápidos y ágiles, y los misiles más destructivos. El consumo y la competencia son fundamentales en la misión militar, tanto si los ejércitos están en guerra como si venden sus actividades como puramente “defensivas”.

La “seguridad”, que se basa en el miedo a los vecinos y rivales, no se puede saciar nunca. Siempre hay otro tanque, avión o sistema antimisiles que se puede comprar en aras de una mayor “disuasión”, de proteger las fronteras de forma más eficaz o de intimidar al enemigo. Y la guerra ofrece aún más razones para consumir más recursos finitos del planeta y causar aún más daño a los ecosistemas. Se cobra vidas, se arrasan edificios, se contaminan territorios.

Reino Unido tiene 145 bases militares en 42 países, que garantizan lo que considera sus “intereses nacionales”, aunque esta cifra queda eclipsada por las más de 750 bases militares estadounidenses repartidas por 80 países. Será mucho más difícil deshacerse de esta proyección de poder devoradora de energía esparcida por todo el mundo que proteger los bosques o invertir en tecnología verde. Estados Unidos y sus aliados occidentales deberían aceptar primero renunciar a controlar los recursos energéticos del planeta y dejar de ejercer de policía en todo mundo para defender los intereses de sus corporaciones transnacionales.

Es precisamente esta rivalidad en todos los sentidos (económico, ideológico y militar) lo que nos ha llevado al actual desastre climático. Para hacerle frente habrá que examinar mucho más profundamente nuestras prioridades de lo que parece estar dispuesto a hacer ningún dirigente en la COP26.

*Nota de la t.: Este artículo se publicó el 8 de noviembre de 2021.

Fuente: https://www.jonathan-cook.net/2021-11-08/military-pollution-climate/

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.