Dice el periodista Jeff Cohen en un artículo publicado para Truthout el pasado 29 de enero de 2011, que durante los últimos años de su vida, el Doctor Martin Luther King, Jr. fue interrogado en torno a las intervenciones militares de Estados Unidos contra los movimientos progresistas en los países del Tercer Mundo, a lo […]
Dice el periodista Jeff Cohen en un artículo publicado para Truthout el pasado 29 de enero de 2011, que durante los últimos años de su vida, el Doctor Martin Luther King, Jr. fue interrogado en torno a las intervenciones militares de Estados Unidos contra los movimientos progresistas en los países del Tercer Mundo, a lo que respondió con la siguente cita de John F. Kennedy: «Aquellos que hacen imposible las revoluciones pacíficas harán las revoluciones violentas inevitables.» Así las cosas, razona Cohen, aquellos que impiden en los países musulmanes las revoluciones seculares, serán los responsables de hacer las revoluciones islámicas inevitables. Fidel Castro en algún momento, refiriéndose a la época en que se puso de moda acusar a la Revolución Cubana de exportar la Revolución, señaló con toda razón que las revoluciones sociales no pueden fabricarse, ni cuando se desatan son capaces de contenerse. La actual situación política en el mundo árabe es una vez más testigo de la corrección de estas premisas.
El periodista argentino Atilio Borón comenta, que en la mejor tradición marxista-de hecho, la expresión se le atribuye por algunos a Lenin más que a Marx-para que se produzca una situación revolucionaria tiene que existir el hecho de que los de arriba ya no puedan mandar y los de abajo no se dejen dominar. Las recientes protestas populares en Egipto contra el corrupto gobierno encabezado en las pasadas tres décadas por Hosni Mubarak anticipan el final del poderío de este gobernante, sumiso por demás, a los intereses de Estados Unidos e Israel en la región del Medio Oriente.
La República Árabe de Egipto, constituye geográficamente hablando un país localizado en el norte del Continente de África, a pesar de que la Península del Sinaí, ubicada dentro de su territorio nacional, se encuentra situada en Asia. Con una extensión geográfica de más de un millón de kilómetros cuadrados, Egipto alberga una de las poblaciones mayores de África con 83 millones de ciudadanos, en su mayoría musulmanes. Habiendo obtenido su independencia de manos de Inglaterra el 26 de agosto de 1936, no fue sino hasta el 1952 cuando mediante un Golpe de Estado encabezado por el coronel Gamal Abder Nasser que derrocó al protegido de Inglaterra, el Rey Faruk I, impulsa el movimiento que le llevará eventualmente a la presidencia del país. La decisión de Nasser de nacionalizar el Canal de Suez, llevó a la intervención militar contra Egipto encabezada por Inglaterra, Francia y Estados Unidos con el apoyo de Israel en 1956. La defensa encabezada por Nasser de la soberanía egipcia sobre su país, elevó la estatura política de Nasser ante el mundo árabe, formándose eventualmente un estado político integrado entre Egipto y Siria, que pasó a llamarse República Árabe Unida. Fue también Nasser figura clave en el surgimiento del Movimiento de los Países No Alineados.
Durante la Guerra de los Seis Días librada por Israel contra sus vecinos árabes, Egipto perdió el territorio de la Península del Sinaí y de la Franja de Gaza. Tras la Guerra del Yom Kippur de 1973 con Israel, ya fallecido Nasser, su sucesor en la Presidencia del país, Anwar el-Sadat, recuperó el territorio perdido en la Guerra no sin antes comprometerse con Israel en un Acuerdo de Paz, que incluyó el reconocimiento del Estado de Israel por parte de Egipto. Estos acuerdos, mejor conocidos como los «Acuerdos de Camp David», fueron suscritos en Estados Unidos en 1978. Repudiado por la mayoría del resto del mundo árabe, Sadat fue asesinado en 1981 durante un desfile militar por activistas musulmanes. Desde entonces, Mubarak quien le sucedió en la Presidencia, ha gobernado Egipto.
Israel y Egipto, junto con Arabia Saudita, han sido los tres países que mayor beneficio han obtenido de la ayuda militar estadounidense en la región, particularmente a cambio de sus lealtades y defensa de los intereses imperialistas de Estados Unidos. Parte importante de permanencia de Mubarak en el poder se ha debido a la férrea conducción de su gobierno, donde a pesar de que su constitución política define al país como un república unitaria y presidencialista con elecciones cada seis años, la realidad es que el gobierno se ha sostenido en las pasadas décadas por la represión contra los opositores y la mano dura contra corrientes musulmanas fundamentalistas que propugnan por la creación de un estado teocrático.
El principal grupo de oposición e Egipto los constituyen los Hermanos Musulmanes, organización que ha tenido gran prominencia en el desarrollo de los actuales sucesos que han puesto en jaque el gobierno de Mubarak. Los pronunciamientos hechos por los Hermanos Musulmanes postulan el rechazo de toda vía de negociación que posibilite el mantenimiento del llamados mubarakarismo, es decir, un futuro gobierno encabezado por otros políticos pero que represente una extensión del gobierno de Mubarak; es decir, más de lo mismo. Así, en el contexto de lo que ya ha venido a llamarse por algunos como la «Intifada egipcia», cinco demandas cruciales han sido formuladas por los Hermanos Musulmanes: a) la abolición del Estado de Emergencia, vigente desde 1981 y que en mayo de 2010 se renovó. Mediante en mismo, el gobierno de Mubarak ha legitimado la represión y la persecución de sus opositores, particularmente a los Hermanos Musulmanes, y la ilegalización de su partido; b) la disolución del Parlamento y la convocatoria a nuevas elecciones justas y transparentes; c) reformas electorales en la Ley Electoral vigente de manera que se democratice el proceso electoral en el país; d) la realización de nuevas elecciones presidenciales a base de las reformas propuestas en la Ley Electoral; e) la destitución del actual gobierno y la formación de un nuevo gobierno que responda a las demandas de cambio formuladas.
Los Hermanos Musulmanes, organización fundada por Hasan al-Banna en 1928, que en su origen era más bien de corte religioso y que en un momento dado formó parte de las fuerzas que apoyaron el Golpe de Estado contra el Rey Faruk I, no es hoy aquella organización fundamentalista islámica de la década de los setenta que promovía la Guerra Santa o Jihad Islámico. De acuerdo con Carrie Rosefky Wickham, en su artículo publicado en la Revista Foreign Affairs el pasado 3 de febrero de 2011 bajo el título The Muslim Brotherhood after Mubarak, habiendo esta organización renunciado a la lucha armada como línea estratégica o método fundamental de lucha en 1972, desde 1984 ha venido vinculándose más de lleno con el proceso político, primero influenciando en la elección de candidatos en las juntas de directores de organizaciones profesionales, sindicatos y diputados, para a partir de 1990 tomar el discurso de las reformas políticas internas para así a partir de 1996 plantearse disputar el poder político en Egipto.
Mientras Estados Unidos ha ido moviéndose con relativa cautela, desde unas posiciones iniciales de apoyo al gobierno de Mubarak a otras donde incluso ha considerado solicitar su dimisión y convocatoria a elecciones anticipadas, Israel que aboga por la perpetuación del gobierno de Mubarak, quienes formulan la política exterior de Israel discuten otro curso a seguir. Así por ejemplo, de acuerdo con Yossi Klein Halevi, en su reciente artículo publicado el 1 de febrero de 2011 por la Revista Foreign Affairs bajo el título Israel Neighborhood Watch: Egipt’s Upheaval Means that Palestine Must Wait, existe en estos momentos la preocupación por que la situación en Egipto se mueva por la vía pacífica como lo ha hecho el Partido de la Justicia y el Desarrollo en Turquía, donde si bien el Estado continúa siendo uno secular y no islámico, cada vez se mueve en dirección más cercana a esta última modalidad, o como ocurrió en Irán con un proceso violento hacia la construcción de una República Islámica. Más aún, Klein Halevi opina que los sucesos en Egipto traerán también importantes consecuencias desde el punto de vista de la propuesta creación de un Estado palestino independiente. Así las cosas, indica, el drama egipcio llevará a un reforzamiento de Israel en sus fronteras endureciendo sus demandas ante la creación de un Estado palestino, que incluirá la demanda de una Estado palestino desmilitarizado, el reconocimiento del derecho de Israel a responder con la fuerza a ataques terroristas y el reconocimiento de la militarización por parte de Israel a lo largo de la cuenca del Río Jordán.
A tono con lo anterior, el Primer Ministro de Israel Benjamín Netanyahu, ha expresado lo siguiente: «La base de nuestra estabilidad, nuestro futuro, y para mantener la paz o extenderla, particularmente en tiempos de inestabilidad, la base yace en reforzar el poder de Israel.»
La respuesta de Mubarak a la situación no ha sido la más brillante. Por el contrario, ha aumentado la suspicacia sobre sus verdaderas intenciones, primero al pretender colocar como su sucesor en el gobierno a su hijo Gamal; segundo, el anuncio su intención de no correr en los comicios pautados para el mes de septiembre, mientras simultáneamente nombra Vicepresidente a su mano derecha Omar Suleiman, otro protegido de Estados Unidos y Director de la Inteligencia Militar, como alegada clave en la transición; y tercero, su vacilación ante las demandas de la comunidad europea de dimisión inmediata y convocatoria a nuevas elecciones.
Las protestas populares en Egipto, mayormente en centros urbanos donde reside la mitad de su población, ya supera movilizaciones continuas de las cuales participan cada día centenares de miles de personas alcanzando una de las más recientes, la celebrada en la Plaza Tahrir de El Cairo, más de un millón de personas.
Los efectos de las protestas en Egipto han impactado la realidad de los movimientos populares en otros países como Jordania, donde el Rey Abdullah destituyó su gobierno y designó nuevo un primer ministro, así como en Yemén y Sudán. Este movimiento, además, debemos también examinarlo dentro de los recientes acontecimientos en Túnez y el proceso en curso de formación de nuevo gobierno en el Líbano encabezado por Hezbollah.
El comportamiento demostrado hasta ahora por las Fuerzas Armadas en Egipto también refleja una postura vacilante. Si bien es necesario reconocer que han sido cautelosos en no reprimir abiertamente a la población, de otro lado, aún no han dado el paso decisivo en colocarse de parte de éste frente al poder político del Estado. Hacia dónde se muevan finalmente los militares será determinante el futuro del drama político egipcio. Más que un desenlace revolucionario armado que modifique la estructura económica, política y social en Egipto, deberemos estar viendo, al menos en el futuro previsible, cambios que amplíen los espacios de lucha política y social en Egipto, la democratización de su estructura representativa y por qué no algunas transformaciones sociales de importancia. Cuánto pueda profundizarse los cambios por venir dependerá en última de factores internos y externos que aún resulta muy prematuro anticipar.
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