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La Cuba que yo ví

Fuentes: La Arena

El 4 de junio último culminó en La Habana el «Encuentro Internacional contra el Terrorismo, por la Verdad y la Justicia». Quiero dar testimonio de ese evento y de lo visto en ese país excepcional, por dos razones: fue un encuentro de envergadura latinoamericana y mundial; y los medios argentinos le retacearon espacio como hacen […]

El 4 de junio último culminó en La Habana el «Encuentro Internacional contra el Terrorismo, por la Verdad y la Justicia». Quiero dar testimonio de ese evento y de lo visto en ese país excepcional, por dos razones: fue un encuentro de envergadura latinoamericana y mundial; y los medios argentinos le retacearon espacio como hacen con todo lo procedente de Cuba. No saben muy bien de qué se trata, pero se oponen a darle lugar a esas informaciones. Por eso quiero hablar de la Cuba que ví.

CAPACIDAD DE CONVOCATORIA

Los detractores de Cuba no pueden explicar cómo un país bloqueado por la superpotencia durante 45 años pueda tener la vitalidad de convocar a un encuentro internacional el 27 de mayo e iniciarlo el 2 de junio con 680 delegados venidos de todo el mundo. El inmenso lagarto verde tiene esa capacidad de convocatoria.

Descontando los políticos de izquierda y del progresismo, sospechados de seguidismo a Fidel Castro, aquellos detractores deberían explicar por qué acuden puntuales a esas citas cineastas como el boliviano Jorge Sanjinés y el brasileño director de «Viaje en motocicleta», Walter Salles, el actor de esa película Rodrigo de la Serna; el poeta brasileño Thiago de Mello; escritores como el uruguayo Samuel Blixten, el paraguayo Martín Almada, el guatemalteco Piero Gleijeser, los belgas Eric Toussaint y Francois Hautart, el estadounidense James Cockroft, la venezolana Alicia Herrera, los argentinos Stella Calloni y Atilio Borón, y el español Pascual Serrano; músicos como la chilena Isabel Parra, la brasileña Beth Carvallo, el argentino Raly Barrionuevo y otros de primer nivel que actuaron junto a Silvio Rodríguez.

¿Todos esos intelectuales son llevados de las narices por el presidente cubano? No. Ellos, más muchos otros cuyos nombres no retuve, acumulan materia gris. Nadie embauca con un billete de avión, un par de consignas ni frases rimbombantes a intelectuales de ese vuelo, maestros en el arte de la palabra, la imagen o la música.

Cuba ha sabido capitalizarse en recursos humanos, dijo su comandante en jefe, convirtiéndose en el país con mayor número de médicos per cápita del mundo. Su esfuerzo es humanista porque esos facultativos están dispuestos a «ir a atender pacientes hasta el Himalaya», como remarcó ese líder. Por cosas tan profundas como esa, la mayor de las Antillas generó semejante ola de simpatía mundial.

El otro detalle que llama la atención es que Cuba une lo diverso. Aunque no se amen, los dos sectores de Madres de Plaza de Mayo (Hebe de Bonafini y Nora Cortiñas) tiraron para el mismo lado en el Encuentro. Lo mismo hicieron los políticos kirchneristas (Miguel Bonasso y Humberto Tumini) y quienes no lo son (Patricio Echegaray y Sergio Ortiz).

DE OTRO PLANETA

Cuba parece ser parte de otro planeta. Me invadió esa sensación cuando escuché a su histórico dirigente decir que el año pasado habían operado gratis a 20 mil niños y adultos venezolanos, y que este año serían beneficiados otros 100 mil latinoamericanos, en forma igualmente gratuita. Según la estadística, en el mundo se quedan ciegas cada año 400 mil personas. Una de cada cuatro será rescatada de las tinieblas por médicos cubanos sin pagar un peso. Resta saber qué pasará con los tres restantes. Con algunos misiles menos que arroje al Tercer Mundo, George W Bush tendría con qué aliviarlos, pero me temo que esos ciegos seguirán sin ver.

Para el Pentágono es más rentable arrojar esas armas que devolver la visión a la gente. En cierto modo es «lógico» pues quien abre los ojos jamás puede volver a cerrarlos, dijo alguna vez alguien que no era oftalmólogo, Ernesto Che Guevara.

La preocupación por los sectores menos pudientes es esencial en La Habana. En la romería que era el comedor durante los almuerzos del Encuentro Internacional, compartí mesa con un sindicalista de apellido Borges, delegado de los forestales. Me puntualizó que ese gremio tenía 400 mil afiliados y era el más importante del país. Aproveché para preguntarle si era cierto que recientemente el presidente había anunciado aumentos de salarios que alcanzaban al 25 por ciento para los más haberes bajos.

Borges contestó que sí. Insistió en que las mayores subas habían sido para quienes cobraban menos, por ejemplo las personas que cuidan vecinos o ancianos que no tienen familia o están enfermos. «En Cuba no abandonamos a nadie, el Estado asegura que alguien les limpie la casa, les haga las compras, los cuide», me dijo. Me quedé pensando en lo que ocurre en nuestro país con esa clase de personas, mientras el amigo daba cuenta de los restos de dos bifes de carne cortados finitos y una porción de arroz y frijoles.

Cada uno de los 680 delegados comió lo mismo, acompañado de una lata de gaseosa o de cerveza, a elección. Otro signo más de la igualdad de una sociedad acusada de «dirigista», donde no sobra nada pero todos tienen acceso a lo básico. Si logran hacerle nuevos agujeros a la red del bloqueo estadounidense y mejoran su propio trabajo, seguramente en esos platos habrá más y mejor comida.

Yo había estado por última vez en La Habana en 1992 y fueron inevitables las comparaciones. Ahora ví a los cubanos más contentos, con mejoras en sus salarios y calidad de vida. Ví en la calle más colectivos, algunos nuevos, y no tan abarrotados como la otra oportunidad. El grado de movililización política es algo mayor, siempre sobre una base alta. En el mitín del 1 de mayo de 1992 reunieron un millón de personas y este año juntaron 1,3 millón, movilizadas contra el terrorista Luis Posada Carriles.

EL TIMONEL

Viéndolo a Fidel Castro asistir los tres días al Encuentro Internacional con el entusiasmo de sus años mozos, sin pestañear en las doce horas promedio de cada sesión diaria, no pude menos que sonreir pensando en el promocionado Andrés Oppenheimer. Este columnista del Nuevo Herald de Miami y sus distribuidoras de La Nación y Canal 9 de Buenos Aires, escribió en 1993 un voluminoso libro «La hora final de Castro». Me dieron ganas de parafrasear a Zorrilla, «Los muertos que vos matáis…». El periodista vinculado con la gusanería de Miami, la Fundación Nacional Cubano-Americana y el Departamento de Estado, viene fallando no por una hora sino por doce años.

El jefe no está solo. A su lado se movían dirigentes jóvenes como el canciller Felipe Pérez Roque y Abel Prieto, ministro de Cultura; el comunicador Randy Alonso y el vicepresidente del consejo de ministros, Carlos Lage. También estuvo el presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular (parlamento), Ricardo Alarcón, de edad intermedia, quien hizo una intervención especial sobre «Terrorismo, conexión Miami».

Un cable leído por el moderador Alonso daba cuenta que una jueza de El Salvador se había dirigido al gobierno norteamericano pidiendo precisiones sobre quién tenía detenido y dónde a Posada Carriles. Existe la posibilidad de que el reo sea extraditado a San Salvador, donde se lo acusa de algo nimio como falsificación de documentos. Como es un delito excarcelable, si fuera allí sería liberado.

Mientras leían ese cable pensé que en verdad quien tiene al terrorista agarrado por las gónadas es Fidel. Su campaña política y las grandes demostraciones de su población forzaron la detención de Posada Carriles en El Paso, Texas.

El presidente Castro es gran tiempista de la política, como ya lo demostró tantas veces. Eso se había visto en 1999-2000, cuando condujo a la victoria la campaña para traer de regreso a la isla al niño Elián González, secuestrado por la mafia en Litle Havana, Miami. Ahora está moviendo las piezas como campeón de ajedrez para dar jaque mate al rey George W y sus peones de esa mafia y otros agentes imperiales.

Para desesperación de la Casa Blanca, el estadista que en 1956 navegó en el Granma no está solo. Pude observar, a diferencia con mi estadía anterior de trece años atrás, que hay una fina sintonía entre La Habana y Caracas. El vicepresidente venezolano José Vicente Rangel, al hablar ante el Encuentro Internacional, dijo que su país y Cuba estaban amenazados por el imperio. «Los venezolanos tenemos la mejor compañía para afrontar ese peligro», manifestó, para dar realce a la alianza bilateral plasmada recientemente en la Alternativa Bolivariana de las Américas.

Contrariando a los que creen que en la mayor de las Antillas hay una «dictadura» que cocina todo por arriba, todas las sesiones se pasaron en vivo y directo por la televisión, radio e internet. La gente está informada e interesada, sobre todo porque el asunto Posada Carriles y su mayor crimen, la voladura de un avión de Cubana sobre Barbados, en 1976, con 73 personas a bordo, es una herida aún sangrante en la sociedad.

A mi lado lloraban los familiares de esas víctimas, sentados en los asientos del costado izquierdo del Palacio de las Convenciones. Fue durísimo ver el video con imágenes de los 73 pasajeros y escuchar el audio del último diálogo entre el comandante de la aeronave y la torre de control en Barbados. Segundos después el avión se fue al fondo del mar abatido por dos bombas colocadas por Posada y la CIA.

Al retomar la lucha para extraditar a esos asesinos a Venezuela, donde habían sido juzgados pero se fugaron de la cárcel en 1985, Fidel Castro interpreta el anhelo de justicia de 11 millones de cubanos. Como los genocidas actuaron al servicio del «plan Cóndor», las dictaduras latinoamericanas y la CIA, en definitiva el deseo de justicia no es caribeño sino mundial. Así se forjan liderazgos perdurables, no con marketing político ni con aprietes y/o compras de periodistas.