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Euskadi se adhiere a la utopía

La «Declaración del Milenio»

Fuentes: Maverick Press/Rebelión

En un universo donde sobrecoge abrir las valvas de un diario, o pulsar el botón televisivo a la hora de las noticias; en un contexto que ofende, sobre todo en estas fechas, por su inoportuno exhibicionismo de las diferencias abisales que separan un hemisferio social ahíto, perfumado, y glamouroso, confortable y frívolo, de otro mucho […]

En un universo donde sobrecoge abrir las valvas de un diario, o pulsar el botón televisivo a la hora de las noticias; en un contexto que ofende, sobre todo en estas fechas, por su inoportuno exhibicionismo de las diferencias abisales que separan un hemisferio social ahíto, perfumado, y glamouroso, confortable y frívolo, de otro mucho mayor, sin sanidad, apocalíptico, ptomaínico, asolado por las guerras y guerrillas y en el que los juguetes bélicos entregados a las criaturas no son precisamente virtuales y matan de verdad; en una cruda objetividad en la que cunden las epidemias, el darwinismo humano y la hambruna colectiva consuetudinaria; en un planeta dirigido y regido por un superheroísmo cruel donde se trafica con arsenales destinados al enfrentamiento tribal para usurpar recursos ajenos valiéndose de la intrusión parasitaria; en un mundo en desequilibrio existencial escandaloso, perforado de pozos sépticos infrahumanos y periferias misérrimas a lo largo y ancho, cuya eliminación paralizaría las mejores voluntades, sorprende la optimista «Declaración del Milenio» elaborada por la ONU, un organismo cuya condición inerme y anacrónica, amén de costosa, cada día resulta más evidente. Eveline Herfkens es la coordinadora de la altruista iniciativa «Campaña de los Objetivos del Milenio». Al primer ojeo, no puede negarse el largo plazo, casi bíblico, que concede a sus fines. Pero, para mayor pasmo, esta Campaña pretende estar lista, o comenzar a dar sus ambiciosos frutos, como quien dice mañana: el 2015.

Agua potable

Los objetivos contemplan «la lucha contra las desigualdades y la pobreza; la promoción de la justicia; la igualdad entre las personas, los sexos, las razas y los pueblos; la consolidación de los valores democráticos; el acceso a la educación, la salud y el agua potable; la tolerancia y la convivencia intercultural y el fomento del desarrollo sostenible respetuoso con el medio ambiente». Tan simple y notoria resulta esta declaración de principios, para cualquier inteligencia bien nutrida, informada y dotada de sentido común, como impracticable. En una década o en cien.

Juan José Ibarretxe, en nombre de la Comunidad Autónoma Vasca que preside, ha agregado a sus conciudadanos a la utopía con su rúbrica añadida a la de 189 jefes de Estado y de Gobierno. Éstos ya secundan unos muy venturosos deseos que, no cabe duda, ninguno de ellos verá consumado. No es casual que el ‘lehendakari’ haya asumido las bases sin meterse en embrollos plebiscitarios. Es lo que todo el mundo, en principio y más o menos tácitamente, ambiciona y, si en sus manos estuviese, materializaría. Aquiescencia, empero, la del mandatario de la CAV, que indignará, no lo duden, a la clase política que hoy discute a cara de perro esa charada de la Nación de Naciones y que considerará como osadía y desafuero que el ‘lehendakari’ se arrogue la jefatura antes aludida con el número 190.

Cierto que, por inercia protocolaria, toda la hamburguesía de parte del denominado Primer Mundo nos deseamos lo mejor para el próximo año en estos días convencionales, cada vez más presididos por el disparate (1.000 euros un kilo de angulas biológicas) y supeditados a la capacidad adquisitiva de Santa Claus, los Magos de Oriente y el Olentzero vasco. Son usos y costumbres que cada día degeneran con mayor intensidad en el consumismo y recurren al novísimo opio del pueblo: los décimos de diversas loterías y el azar como ludopatía ilusoria que oferta premios exorbitantes a modo de alternativa a las prejubilaciones, el desempleo feroz, el sector terciario en detrimento de la industrialización, la vivienda inasequible y los salarios sumergidos para una inmigración masiva y explotada. Pero vayamos al milenarismo quimérico que con solemnidad propone la ONU, y al que la ciudadanía de la CAV se adhiere sin ambages a través de su máximo dirigente. ¿Y quién no, desde este lado del televisor, para salvar una mala conciencia acolchada por su más o menos privilegiado bienestar?

Caminos condicionantes

Se obvian, en esta inconmensurable felicitación navideña, el comercio petrolífero justo y compensado, sin añagazas fiduciarias ni coacción marcial, incluido el reparto equitativo de beneficios entre la población de estos oasis petroquímicos; el control de los ‘trusts’ del acero; las trabas en territorio propio o confiscado de la investigación encubierta destinada a armas de destrucción masiva (todas lo son); el derecho al progreso de los pueblos a través de la solidaridad y no del esclavismo financiero; la aniquilación efectiva, no sólo verbal u oficial, de todo fermento racista o xenófobo; la dignidad sociológica, sin distingos ni coartadas, de la condición femenina; los cánones libres e individuales de desplazamiento por el mapamundi y la adquisición de ciudadanía allá donde uno pisa. Otrosí, el veto al intervencionismo interesado en el devenir de las naciones, la interrupción inmediata del saqueo aparentemente diplomático de patrimonio en bruto de continentes y países sin infraestructuras; la destitución de los tiranos-títere sostenidos por las grandes potencias, y un sinfín de etcéteras. Por esos caminos se llega a los propuestos por el Milenio, más elementales pero subsidiarios de los condicionantes citados y muchos otros más que los ramifican. La ONU, hoy, pretende arreglar el mundo para el 2015, tras demostrar su impotencia para remendar el que nos tocó vivir.

Gastronomía internacional

En fin, que no hay bienpensante en esta época desprendida que no haga suyas las beneficencias de esa Campaña del Milenio que la ONU propone y que Ibarretxe infrascribe en nombre de una sociedad, la vasca, que acaba de concelebrar en Donostia su VI Congreso «Lo mejor de la gastronomía». Este evento reunió en el Kursaal de la Bella Easo a lo más granado de la ciencia gastrológica y las artes cisorias. Marmitones de lustre y sumilleres de exquisita alquimia exhibieron para su cata, en el citado local, sus últimos trucos y delicias culinarias. Se congregaron en el Kursaal 3.000 bienaventurados ‘gourmets’. Los cubos del edificio de Moneo albergaron cubas con caldos regios, y en 100 ‘stands’ se pudo paladear y degustar, con el consiguiente éxtasis, vituallas de primer orden. Aquí rozamos, quizás, una demagogia inevitable si se tiene en cuenta que la novedad del 2004 fue el I Congreso del Chocolate, grano del paraíso, fruto del cacao que forma parte de lo que hoy se adquiere en tiendas de ultramarinos. Establecimientos que, a fines del pasado siglo, se conocían como ‘coloniales’. La Campaña del Milenio, a la que no puede negársele buena voluntad, debería agregar al menú de todos los pueblos, sin disminuir un ápice la indispensabilidad del elemento en cuestión, algo más que agua potable. Aunque sólo fuera pan y chocolate. Por pedir que no quede.