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La democracia de las burbujas

Fuentes: Rebelión

Hay hechos, gestos y declaraciones que revelan con claridad el clima de insensibilidad y carencia de empatía que debilita a nuestra sociedad. El lector queda de inmediato perplejo ante nuestros representantes y dirigentes políticos, más próximos a lo esperpéntico y surrealista que a la seriedad que requieren las circunstancias. El ministro de Economía y Competitividad, […]

Hay hechos, gestos y declaraciones que revelan con claridad el clima de insensibilidad y carencia de empatía que debilita a nuestra sociedad. El lector queda de inmediato perplejo ante nuestros representantes y dirigentes políticos, más próximos a lo esperpéntico y surrealista que a la seriedad que requieren las circunstancias.

El ministro de Economía y Competitividad, Luis de Guindos, proclama el fin técnico de la recesión en un país donde las cifras oficiales de paro siquiera dan un panorama general de la ruina laboral. De hecho, podríamos abismarnos en el contexto global de una segunda fase de la recesión. Al mismo tiempo, conocemos que dos familiares del citado de Guindos y del Ministro de Agricultura Arias-Cañete ocuparán altos cargos en la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia.

La ministra de Sanidad, Ana Mato, se enreda en juegos del lenguaje para maquillar el repago de medicamentos de dispensación ambulatoria en los hospitales. Conocemos también los «regalos» de la trama Gürtel a la familia de Mato, en su viaje a Disneyland París. Del mismo modo, y en época mucho más reciente, tomamos conciencia de la ajetreada agenda institucional de la ministra: entradas VIP para acompañar a la Reina Sofía en el Open USA de tenis.

El presidente del gobierno, Mariano Rajoy, resta importancia al desastre nuclear en Fukushima: son «temores infundados» que es preciso disipar. Las autoridades japonesas avisan sin embargo de que los niveles de radiación son 18 veces mayores de lo calculado. Incluso hay voces que pronostican un empeoramiento que pondría en peligro a medio plazo la celebración de los Juegos Olímpicos en Tokyo 2020.

El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, legitima la destrucción de empleos públicos bajo el pretexto de «no hay dinero». Leemos las cifras múltiples del rescate bancario, el aumento en la asignación a los partidos políticos junto al recorte del 47 % en el montante destinado a dependencia y la pérdida de poder adquisitivo para pensionistas.

La presidenta de la Junta de Castilla-La Mancha y secretaria general del Partido Popular, María Dolores de Cospedal, defiende los presupuestos generales del Estado para 2014 como los del realismo y la recuperación económica. No obstante, en su propia comunidad incumple el acuerdo de financiación con la Universidad de Castilla-La Mancha, de modo que sería inviable el mantenimiento normal de la institución. Leemos que el marido de Cospedal, Ignacio López del Hierro, es contratado por Liberbank y cobra 84000 euros por labores de «asesoramiento» mientras son despedidos de esa misma entidad 1300 empleados.

Una sociedad de contradicciones y burbujas

Parecen mundos paralelos. El de los discursos cínicos y vergonzantes y el de la realidad. Tal disparidad se entiende si tomamos en cuenta que cada uno de los casos referidos se enmarca en la lógica de la burbuja y en la del oxímoron. Lo terrible es que no se trata de casos aislados, sino que son un índice de tendencias sociales, del más diverso signo político o ideológico.

Vivimos dentro de un sistema de valores en el que priman las disonancias, los comportamientos contradictorios, las negaciones de evidencias y las mentiras repetidas mil veces que acaban por convencer incluso a los propios embusteros. A esto me refiero con lógica del oxímoron. Decir creación de empleo cuando en realidad se destruye. Recuperación cuando las evidencias apuntan al estancamiento. Rechazar con la palabra lo que los hechos, como el de Fukushima, no dejan lugar a dudas.

Por otra parte, el mundo de vida de los políticos reseñados no coincide, en sus aspectos prácticos, con el de aquellos a quienes van dirigidos los comunicados, los ciudadanos corrientes. El filósofo francés Alain Brossat, en La démocratie immunitaire, advirtió hace ya 10 años que las democracias occidentales promueven un concepto muy particular de libertad. Se trata de un matiz negativo en el que lo que se ansía es la inclusión de los individuos en burbujas de inmunidad, en espacios de seguridad, de confort que les separen de lo indeseable ; es decir, de la pobreza, la miseria, lo incierto.

Descompuesto lo social y los grandes ideales de lo colectivo, de la acción conjunta y cooperativa, cada cual busca forjar su espacio profiláctico y, al mismo tiempo, se vuelve insensible a todo lo que sea exterior a él. Se es indiferente a lo demás, incluso se lo toma a risa, como un espectáculo que se contempla desde la distancia estética de la invulnerabilidad y la impunidad.

Es esta burbuja la que revela la disposición de los dirigentes españoles, incapaces de reconocer en las cifras, en los números a personas sintientes. ¿Cómo empatizar con los desempleados sin esperanza cuando han formado castas familiares que ocupan los altos cargos políticos, administrativos, como en el caso de de Guindos y Arias-Cañete? Imposible imaginar lo que sólo pueden percibir de oídas.

Desde sus viajes a Disneyland, sus clientelismos, amiguismos y demás corruptelas habitan, en el día a día, en una especie de gated community, separados y protegidos de la intemperie. Si hay escraches, condena pública en los medios e hiperprotección policial y jurídica. Podría decirse que su reino, el de los actos protocolarios, los almuerzos de honor, las cenas de gala, los homenajes, los coches oficiales, no es de este mundo.

El alcance de esta lógica del invernadero, como diría Peter Sloterdijk, no atañe solamente a los dirigentes políticos. En el mundo empresarial -la clase corporativa- y en el laboral, la felicidad se mide por el grado de construcción de nuestra propia burbuja, sin consideración de los motivos y afecciones de los que no forman parte de ella y, por ello mismo, ignoramos.

A fin de cuentas, esa vida irreal en la coquille –recuerdo del útero materno para Benjamin se envidia. La solidaridad, la conmiseración no deviene una utopía imposible solo para los altos cargos políticos y económicos. También en la sociedad que aspira al ideal inmunitario ese valor que es la desexposición al sufrimiento hace mella en nuestra capacidad de reconocer al otro como un ser sintiente, y no como una cosa exótica. ¿Cómo, si no, explicar que esos que se burlan de nosotros desde sus burbujas sigan obteniendo nuestro beneplácito a través de las urnas?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.