Traducido para Rebelión por J.M. y revisado por Caty R.
Según la visión de este sector, las negociaciones sobre el reparto de la tierra constituyen un peligro existencial porque reconocen los derechos igualitarios de los palestinos y, por consiguiente, esto debilita el derecho único sobre la tierra de Israel.
Hay un hecho concreto que debe ser reconocido: los líderes de los partidos de derecha tienen una mirada estratégica y abarcativa a largo plazo. También saben cómo elegir las herramientas correctas para cumplir su misión.
El propósito de la enmienda última a la ley de ciudadanía, que tiene como objetivo fomentar un estado de constantes hostilidades entre los judíos y el resto no judío, es exactamente un aspecto del amplio plan cuyo representante y vocero oficial es el canciller Avigdor Liberman. Otro aspecto es la promesa hecha al resto de las naciones del mundo por el mismo dirigente: nuestra guerra con los palestinos es una guerra eterna. Israel necesita enemigos tanto internos como externos, un constante estado de emergencia, porque la paz, tanto con los habitantes de los territorios ocupados como con los palestinos del interior de Israel, podría llevar a un punto de peligro a su existencia.
Más aún, la derecha, que incluye a la mayoría de los líderes del Likud, está convencida de que la sociedad israelí vive en el peligro de una desintegración interna. El virus de la democracia y la igualdad también se ve como un peligro interno. Este virus se sostiene en los principios universales de los derechos humanos y alimenta un común denominador entre los habitantes poblacionales. Y, ¿qué otro derecho más importante en común tienen los seres humanos que ser dueños de sus vidas y ser iguales entre sí?
Desde la mirada de la derecha, es ahí precisamente donde radica el problema. Las negociaciones sobre la partición de la tierra entrañan el peligro del otorgamiento de estos derechos a los palestinos, lo cual debilita la postura única del derecho de Israel sobre la tierra. En consecuencia, y con el objetivo de preparar los corazones y las conciencias para el dominio judío exclusivo sobre la población, es necesario imponer el principio según el cual lo dominante es lo que separa a los seres humanos y no lo que los iguala. ¿Y qué separa más a las personas que la historia y la religión?
Más allá de esto hay una clara jerarquía de valores. Primero, nosotros somos judíos, y el Estado judío y democrático es, antes que todo, judío y solamente si se garantiza que no habrá contradicciones entre su identidad religiosa y tribal y el gobierno judío y los valores de la democracia, solamente con estas condiciones garantizadas, podrá ser una democracia. Antes que nada, se debe tener en cuenta y debe prevalecer el carácter judío, lo cual asegura una lucha sin fin, ya que los árabes se negarán a aceptar una sentencia discriminatoria que el Estado de Liberman y el ministro de Justicia Yaakov Neeman pretenden.
Es por esto que los dos ministros del gabinete, con el tácito apoyo del primer ministro Benjamin Netanyahu, rechazaron que el el juramento de lealtad se haga en «el espíritu de la declaración de la independencia». Ellos ven en la declaración de la independencia una promesa de igualdad, sin diferencia de origen o religión, y les resulta un documento destructivo que en su momento se proponía calmar a los no judíos y ganarlos para la guerra de la independencia. Hoy, con un Israel armado hasta los dientes, solamente los enemigos del pueblo serían capaces de darle status legal a una declaración que, en el mejor de los casos, muy pocos la han tomado en cuenta.
Aquí es donde la dimensión religiosa entra naturalmente a escena. Así como entró con los conservadores revolucionarios en los principios del siglo XX y luego con los neoconservadores nacionalistas de nuestros días, donde la religión juega un rol decisivo en la cristalización de la solidaridad nacional, preservando la fuerza social. La religión funcional como un control social, sin contenido metafísico. En consecuencia, las personas que odian la religión y su contenido moral pueden congeniar satisfactoriamente con las ideas de una persona como Neeman, quien tiene la esperanza de que algún día sea impuesta la ley rabínica en Israel. Desde su perspectiva, el rol de la religión es el de imponer la singularidad judía y empujar los principios universales fuera de los límites de la nación.
En este sentido, la discriminación y la desigualdad étnica y religiosa, se convirtieron en la norma en Israel, y el proceso de deslegitimación del país se agudizó. Y todo esto es obra de la mano judía.
Fuente: http://www.haaretz.com/print-edition/opinion/israel-s-right-needs-perpetual-war-1.319210