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La desaparición de la izquierda en Cataluña

Fuentes: Crónica global

Uno de los curiosos fenómenos de la situación catalana consiste en entender por qué todos los debates de los últimos meses se han desarrollado en torno a aquello que antiguamente se denominaba «la cuestión nacional» y ahora se llama según los casos independentismo, secesión o derecho a decidir. No es baladí que los argumentos se […]


Uno de los curiosos fenómenos de la situación catalana consiste en entender por qué todos los debates de los últimos meses se han desarrollado en torno a aquello que antiguamente se denominaba «la cuestión nacional» y ahora se llama según los casos independentismo, secesión o derecho a decidir. No es baladí que los argumentos se refieran como autoridad de la izquierda a la personalidad de Antonio Gramsci, un sardo para quien la cuestión nacional sólo interesaba a partir de las consecuencias de la unificación de Italia. Sin embargo está ausente la reflexión permanente de Rosa Luxemburg, una polaca judía con residencia alemana.

No es una cuestión derivada de los clásicos radicales del siglo pasado, carne de erudición, sino algo muy vivo a lo que sólo la ignorancia y la fragilidad de la izquierda española -que viene de lejos- han ninguneado y cuyas consecuencias se están dejando ver en Cataluña de una manera ominosa, casi aplastante. Prácticamente todos los debates en los últimos meses, casi me atrevería a decir años, giran en torno a la  diferencia social catalana, pero no por sus clases sociales -lo cual sería obligado desde una perspectiva de izquierda- sino por sus ancestros, sus tradiciones, su supuesta superioridad con relación al resto de España. Han desaparecido las luchas de clases, o de intereses, por decirlo sin que alguien se escandalice por esa antigualla. La mayoría de la población está sumida en una economía de supervivencia pero gusta de exhibir el lacito amarillo que le han sugerido los que han mandado siempre.

Desde los restos de la izquierda hasta los nuevos conservadores de Ciudadanos, los grupos políticos están atados como asnos en la noria sobre las bondades o peligros del procés. ¡Y luego hay quien se queja del desdén de las clases populares , carne de cañón del independentismo o del abstencionismo, que asisten pasivos al combate entre boxeadores comprados!

Hay que resaltar la hegemonía de la derecha en Cataluña porque tiene un rasgo que no se da con igual nitidez en ningún otro lugar de España: aquí siempre se discute sobre lo mismo y se exige algo parecido. No hay clases, sólo patriotas. No es difícil explicar por qué un personaje corrupto e incompetente como Mariano Rajoy puede gobernar a trancas y barrancas, pero sí lo es averiguar por qué hay tantas coincidencias entre los líderes, no menos corruptos, de la catalanidad. Desde que aquel desvergonzado anunciara que nos llevaba a todos a Ítaca no hemos hecho más que trazar líneas en el plano para saber cómo se llega a la isla ignota.

La singularidad política en Cataluña debe partir siempre de una serie de datos incontrovertibles. En las primeras elecciones democráticas de junio de 1977, a diferencia de cualquier otro lugar de España, en Cataluña la izquierda fue dominante electoralmente. Entre el PSC y el PSUC consiguieron una mayoría aplastante sobre las fuerzas conservadoras. Pasados menos de tres años, en marzo de 1980, será Jordi Pujol el vencedor. Una victoria no demasiado holgada sobre Joan Reventós, el hombre del PSC que parecía imbuido ya del éxito aún antes de que se abrieran las urnas. No es extraño, aunque se cite pocas veces, que Jordi Pujol ofreciera a los socialistas catalanes un gobierno de coalición que estos rechazaron en el convencimiento de que la Convergència de Pujol no duraría ni siquiera una legislatura; no querían comprometerse. ¡Lo que va de ayer a hoy!

El pequeño detalle que entonces pasó desapercibido es que Jordi Pujol antes de fundar un partido de retales se cuidó muy mucho de crear un banco. Primero fue Banca Catalana, luego Convergència Democràtica de Catalunya. Hubiéramos entendido muchas cosas de haber estado atentos a la jugada que ya había iniciado con la implacable censura a que sometió a los redactores de la Enciclopèdia Catalana, demasiado escorados a la izquierda para sus entendederas de aspirante a líder de la derecha que monopolizaría la política en Cataluña durante 23 años -una longevidad en el poder única en Europa-. Pero no lo diríamos todo si no señaláramos la benevolencia pujoliana con la izquierda. Una vez derrotados, fue dándoles cobijo a todos. Eso sí, siempre a partir del reconocimiento de fidelidad a su persona, o al menos del silencio cómplice.

La chatarra que recicló el pujolismo tuvo su lugar al sol. Nadie se quedó sin que por acción u omisión aceptara su política y compartiera sus regalías. No sólo compró voluntades, sino que aquilató los silencios. De este modo favoreció que se fueran creando los charcos éticos  que llenarían luego los lodos del presente. Siempre sin olvidar la acumulación de una buena fortuna repartida entre familiares y amigos, patriotas todos.

Fuente: https://cronicaglobal.elespanol.com/pensamiento/sabatinas-intempestivas-gregorio-moran/desaparicion-izquierda-cataluna_121718_102.html