El libro «Moros contra Franco» recupera la historia de cientos de voluntarios argelinos, tunecinos, palestinos, marroquíes, iraquíes y sirios que lucharon con el ejército republicano
Con 35 años de edad, Rabah Oussidhoum, un argelino nacido en una pequeña aldea de la región de la Cabilia, viajó a España en diciembre de 1936 para integrarse en la XIV Brigada Internacional. Luchó en los frentes de Lopera, Jarama y Aragón hasta convertirse en comandante de varios batallones: primero el 12º batallón anglo-francés Ralph Fox y después el 9º Batallón Comuna de París.
Cuando, en marzo de 1938, murió en un campo aragonés cerca de Caspe, ya se le consideraba uno de los mejores comandantes que había tenido la XIV Brigada Internacional, hasta el punto de convertirse en una figura del comunismo en su país, donde se publicaron sus hazañas en un diario novelado y en unas memorias.

Su historia, al igual que la de cientos de árabes antifascistas que acabaron en España luchando contra el ejército de Franco, ha quedado prácticamente olvidada en contraposición a las decenas de libros, estudios e investigaciones sobre la participación de voluntarios occidentales en las Brigadas Internacionales que defendieron la II República.
El libro Moros contra Franco (Verso), escrito a cuatro manos por el periodista Marc Almodóvar y el historiador Andreu Rosés, desempolva la historia de la participación de todos estos ciudadanos árabes en el bando republicano durante la Guerra Civil.
“La historia de la Guerra Civil siempre se había explicado desde la óptica de las potencias occidentales”, apunta Almodóvar. “No se había hecho desde esta perspectiva de los países colonizados”.

Fueron ciudadanos sobre todo argelinos, pero también tunecinos, marroquíes, palestinos, egipcios, iraquíes, sirios y libaneses, cuya participación en la contienda demuestra hasta qué punto la Guerra Civil española impactó en estas sociedades. Fue un momento de auge del anticolonialismo, que coincidió con el nacimiento del nacionalismo árabe y la irrupción del partido comunista en sus principales ciudades.
El conflicto español tuvo una repercusión notable en estos países, explican los autores, en un momento en que algunos estados, como Egipto o Irak, habían alcanzado la independencia recientemente y en el que en tantos otros empezaba a cocinarse un movimiento en contra de las colonias europeas.
El relato muestra también el intento de Moscú de ganar influencia en estos países y describe cómo algunos de los participantes en la Guerra Civil pasaron previamente por la capital rusa. Fue el caso del mencionado argelino Oussidhoum, pero también el de Najati Sidqi, un comunista palestino que documentó en unas memorias su paso por España, donde ejerció de propagandista.
Entre los participantes, con todo, también había perfiles anarquistas como el del argelino Mohand Ameziane Sail, que equiparaba el colonialismo francés con los fascismos italiano y alemán y acabó luchando en el frente de Aragón en la columna Durruti.
Trece años de investigación
El libro es el fruto de una investigación de trece años en los que los autores —ambos con dominio del árabe— han buceado por todo tipo de archivos, memorias y testimonios de lo ocurrido en esa época.
“Buena parte de la información la obtuvimos de los archivos de la URSS así como de los archivos coloniales británicos y franceses y de los documentos policiales que había sobre estos activistas”, explica Almodóvar. “El resto lo hemos encontrado por archivos repartidos por el Mediterráneo”.
El periodista destaca la “complejidad” de recopilar una información “muy dispersa” y en diversos idiomas. “Había documentos en hebreo, en yiddish y en una variante del armenio para los que nos costó encontrar algún amigo que nos los tradujera”, recuerda.
El libro describe los distintos motivos para desplazarse a la Guerra Civil de estos voluntarios. Había fervientes militantes comunistas que iban adonde el partido les indicara, pero también numerosos desarraigados que huyeron por cuestiones políticas o judiciales de su país y ya vivían en el extranjero, sobre todo en Francia, y acabaron enrolándose en el ejército republicano.

Más allá de la participación de soldados árabes en el conflicto, el texto describe las campañas de movilización a favor de la República que hubo en estos países, desde manifestaciones en las principales ciudades hasta transferencias clandestinas de armas, que demuestran cómo el avance del fascismo en España y en Europa se percibía como una amenaza por parte de los movimientos anticolonialistas.
Abordando un fenómeno prácticamente residual —apenas fueron unos cientos los participantes árabes en el ejército republicano en contraposición a las decenas de miles de marroquíes que lucharon junto al bando fascista— el relato repasa hasta qué punto la eclosión del fascismo y el comunismo durante el periodo de entreguerras tuvo ecos al otro lado del Mediterráneo.
Un aspecto incómodo que no rehúye el texto es el arraigo de un racismo interiorizado tanto en el ejército como en la administración republicana. A pesar de que muchos de estos voluntarios internacionales se unieron a la contienda por su ideal antifascista, lo cierto es que en el ejército los recibieron con indiferencia e incluso con actitudes racistas.
Muchos combatientes desconfiaban de los árabes, especialmente de los marroquíes, porque consideraban que todos se habían posicionado a favor de Franco. Las actitudes paternalistas y racistas con los árabes y racistas llegaron a alcanzar a la prensa anarquista de la época.
“Este racismo arraigado entre los republicanos tampoco se había abordado demasiado”, concluye Almodóvar. “A día de hoy nos planteamos el racismo dentro de la izquierda, pero en esa época no”.
Según uno de los autores, la mayor parte de los militantes comunistas consideraban que los habitantes de las colonias no estaban suficientemente preparados y no eran sujetos revolucionarios. “Desconfiaban de ellos y consideraban que debían educarlos”, remacha.