Amnistía Internacional (AI) ha denunciado que Israel está haciendo una publicidad espuria tipo: «Tel Aviv-Jerusalén dos ciudades soleadas, una escapada», con el fin de potenciar las visitas de extranjeros al país «ignorando que los crímenes de guerra no son una atracción turística». «Los asentamientos israelíes en Los Territorios Palestinos Ocupados (TPO) violan el derecho internacional […]
La fuente agrega que el Gobierno israelí utiliza la creciente industria turística para «legitimar su expansión» en la Palestina histórica, lo que realiza con la connivencia de las empresas que controlan el turismo internacional.
El lobby judío estadounidense tiene gran poder e influencia en la industria cinematográfica de Hollywood y posee grandes medios de comunicación, editoriales, etc., arsenal que utiliza para ocupar, siguiendo una estrategia muy bien planeada, la totalidad de la patria palestina, a la que ha marcado con el estigma de «Estado terrorista».
La astucia de Israel no tiene límites. Recientemente recibí una nota de prensa del «movimiento LGTBI israelí», en la que se decía que Tel Aviv se ha convertido en la Meca de la tolerancia, y que el nivel de libertad que se goza en esa ciudad mediterránea sólo es comparable al alcanzado por Los Ángeles (California) o Amsterdam (Países Bajos).
Obviamente no publiqué aquella información, ya que es abominable la utilización de colectivos, hasta hace poco demonizados en Occidente, para mejorar la imagen de un país que a sólo a tres metros de su frontera pisotea los Derechos Humanos, y, además, tiene un rostro poliédrico.
A veces pienso que Palestina es una causa perdida. Sólo escribimos sobre su existencia cuando hay guerras o disturbios, o cuando hablan personajes carismáticos, como Yasser Arafat, en el pasado, o como recientemente la adolescente palestina Ahed Tamimi, quien pasó ocho meses en prisión por abofetear a un soldado que había entrado en su casa, sita en la Cisjordania ocupada, donde se han instalado ya unos 450.000 colonos armados.
La indiferencia que mostramos en España (y en el Occidente USA) por Palestina es inversamente proporcional al interés que nos inoculan por Cataluña y Venezuela. ¿Qué pasó en el reino español con el legado de Al Andalus, con cuyos habitantes «árabes» convivimos durante ocho siglos? Al parecer, la memoria histórica sólo se utiliza cuando conviene y cuando, por supuesto, reporta beneficios económicos y palmaditas en la espalda de los amos del mundo.
Palestina ya ha perdido más del 70% de sus territorios. De los catorce millones de palestinos que hay en el mundo, la mitad, siete millones, son refugiados o descendientes de refugiados.
Veamos como ha ido menguando el mapa de Palestina desde 1946 a 2010. Al gráfico habría que añadirle la progresiva absorción de la parte árabe de Jerusalén Este, donde son expulsados violentamente de sus viviendas las familias palestinas.
Como colofón, Israel cuenta con el incondicional apoyo del presidente Donald Trump, que causó nefasto e inútil derramamiento de sangre reconociendo a Jerusalén como la capital de Israel, (ciudad santa reclamada por Palestina), a finales de 2017.
Fuente: Javier Cortines, Contrainformacion.es
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