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La Diáspora

Fuentes: Rebelión

En su última novela, el escritor Iñaki Egaña[1] trata de las vidas rotas en el exilio, personas desplazadas (aplazadas, dice Egaña a su manera) que se han dispersado por el mundo a causa de las derrotas y calamidades que hemos sufrido en esta tierra vasca. A lo largo de los dos últimos siglos, por no […]

En su última novela, el escritor Iñaki Egaña[1] trata de las vidas rotas en el exilio, personas desplazadas (aplazadas, dice Egaña a su manera) que se han dispersado por el mundo a causa de las derrotas y calamidades que hemos sufrido en esta tierra vasca.

A lo largo de los dos últimos siglos, por no proyectarnos más atrás, han salido del país generaciones enteras: en las derrotas carlistas (batallones completos, en masa), por hambre, por no luchar para el ejército español en las guerras coloniales, los que huyeron en el 36, los niños de la guerra, los que escaparon al fusilamiento (es decir, los que no están en las fosas, desaparecidos como los que se desentierran en tumbas escondidas, ignoradas, con cuentagotas), los que cruzaron la frontera con el franquismo, en la época de ETA…

Y ahora resulta que no ha existido la diáspora vasca. Que es un «constructo imaginario». Los indianos, José Antonio Agirre, el lehendakari errante, mi primo Xabier, no han sido más que ficciones y sombras de leyenda. Cuenta Luis Daniel Izpizua que cuando Ibarretxe se reunió en Argentina con la diáspora, le aplaudieron a rabiar. «¿Quiénes eran esos señores y señoras? ¡Rediez!, júroles que cada vez que oigo hablar de la diáspora vasca se me revuelven las tripas.»[2]

Los perros de la Brunete Mediática española (en conocida expresión de Arzalluz) se desgañitan, rabiosos, cuando en los alrededores de su finca aparece algún extraño o argumento que denuncia su agresiva presencia.

Según este columnista de El País, que entiende el sufrimiento de nuestras gentes en clave «paródica» (sic) y escatológica («Diarreáspora» es su título), con esa mente infantil de culo, pedo, caca, pis (también Savater, dos días antes, «Orina pro nobis»), la diáspora vasca es «una farsa de una realidad dolorosa, de cuyo concepto se apropia sin tener nada que ver con ella.»

Esta versión de Izpizua, similar a la de los neonazis que niegan el Holocausto judío, es una estrategia deliberada que se nos aplica a los vascos, que se nos ha repetido tantas veces que hemos acabado por asumir, interiorizar y, en el límite, incluso reproducir y defender -lastimosamente- como propia. Izpizua nos niega la historia, la existencia, el despojo, el sufrimiento, el descalabro de la realidad política. La diáspora judía -ésa sí- «respondía a un exilio real, y a una persecución real, algo que con el pueblo vasco ni se ha dado ni se da.» Recientemente hemos leído parecidas interpretaciones en foros y artículos de la prensa vasca. «Mitos sí, pero liberadores». Ya basta de Historia. Estamos hartos del Estado vasco de Navarra…

Pero este lamentable discurso que hemos socializado entre nosotros es falso. Está envenenado. Asumirlo significa arrojar piedras contra nuestro tejado, contra nuestra cabeza. Miremos bien de qué hablamos. Izpizua no despotrica contra el pasado, aunque lo parezca. No habla realmente de la diáspora. No se preocupa de mentirnos, silenciar nuestro pasado y descalificarnos por amor a la arqueología o por coleccionismo de cosas muertas y enterradas.

Este escribidor trata del presente, y nos discute el derecho al futuro. La rabieta de este militante español se desata -hoy- por el encuentro de Ibarretxe con esa audiencia lejana, desplazada, de Argentina. HOY. Para comentar el plan de futuro (por poca gracia que este Plan nos haga). Izpizua desacredita las mismísimas evidencias de nuestra existencia como pueblo, como país, como sociedad moderna con derecho a soberanía política. Y para ello niega nuestros lazos, nuestra memoria, nuestras gentes humilladas, maltratadas, nuestros agravios sufridos, nuestros derechos conculcados, la violencia que sustenta la actual estatalidad española.

Territorialidad, Estado, violencia, lengua, identidad y pertenencia a una colectividad política… Son las claves de las modernas sociedades occidentales organizadas en cuanto tales.

Discute Izpizua la territorialidad vasca, que según él nunca ha sido atacada ni recortada. «La diáspora significa desterritorialización, y el judío ha sido un pueblo desterritorializado hasta la instauración del Estado de Israel.» Esta comparación con el caso judío nos daría la clave de Ispizua. Claro, los judíos sí tuvieron una tierra, y una persecución histórica, y una diáspora (aunque, en contra de lo que se cree, esta palabra no es judía, sino griega en origen; por lo visto en todas partes se apropian de conceptos ajenos). Cuando se habla de los judíos, como lo hace este comentarista, su religión, sus creencias, su derecho a la tierra, a un orden jurídico propio, son rasgos naturales de una sociedad desarrollada. De un Estado. En cambio, cualquier alusión equivalente por parte vasca, aparte de revolver las tripas, se traduce como una querencia tribal, reaccionaria y trasnochada.

«La desterritorialización del pueblo vasco es ficticia», dice Izpizua. Pero desde Oña, desde los Montes de Oka, desde las tierras de La Rioja, desde las provincias occidentales vascas, desde el Condado de Trebiño… llevamos sufriendo mil años de retroceso territorial, mil años de «Reconquista» (por utilizar un concepto muy querido de la Historia de España), una guerra de ocupación progresiva que, como se ve en el mismo Trebiño todavía, no descansa, no retrocede, no para. No se acaba.

No hay más que mirar el mapa y las fechas de ocupación y desgajamiento de las sucesivas plazas: Miranda, Gasteiz, Laguardia-Biasteri, San Vicente de la Sonsierra… Una derrota, una mordida, un retroceso cada treinta-cincuenta años durante siglos.

Pero, insisto, no hablamos del pasado ni de la historia. Hablamos del futuro, de la posibilidad de ser un pueblo libre, de tener derechos de ciudadanía, de soberanía, en resumen de ser (o no ser) un Estado en Europa.

Esto, esta urgente necesidad, esta vida propia largamente aplazada (como dice Egaña), es lo que le revuelve las tripas a ese neonazi de vía estrecha.



[1] «Una vida aplazada», Iñaki Egaña, Txalaparta.

[2] «Diarreáspora», Luis Daniel Izpizua, El País, 29-X-2004