¡Qué difícil escribir sobre Fidel (y de la Revolución) sin caer en lugares comunes, con el agravante de hacerlo desde el exterior, donde su imagen se dirime entre categorías diametralmente opuestas! Con su desaparición física hemos podido ser testigos de toda clase de difamaciones y celebraciones entre sus detractores, pero también de muestras de respeto, […]
¡Qué difícil escribir sobre Fidel (y de la Revolución) sin caer en lugares comunes, con el agravante de hacerlo desde el exterior, donde su imagen se dirime entre categorías diametralmente opuestas! Con su desaparición física hemos podido ser testigos de toda clase de difamaciones y celebraciones entre sus detractores, pero también de muestras de respeto, admiración y homenajes alrededor del mundo. La propia ONU, por boca de la directora general de la Unesco, Irina Bokova, reconoció a Fidel como símbolo de la solidaridad internacional; y el presidente de su conferencia general, Stanley Mutumba, afirmó que el ejemplo de Fidel debería guiarnos en momentos tan complejos como los que vive el mundo actual. Y es que más allá del odio de unos, Fidel trasciende como uno de los grandes humanistas del siglo XX y lo que va del presente, además de hacerlo en su condición de arquitecto de la obra de una Revolución que marcó un hito en la historia de América Latina.
También las redes sociales han sido escenario para todo tipo de manifestaciones. Es aquí donde ha ocurrido un hecho significativo que ha desencajado y enojado al sector «anticastrista». Resulta que parte de la propia emigración cubana les ha salido al paso con sus post, contra-argumentando, defendiendo a la Revolución y a Fidel. En muchos de los casos que conozco, prácticamente todos, el insulto y las amenazas han sido los únicos recursos esgrimidos contra estos últimos. Y no es para menos. Esto desmorona uno de los pilares más importantes de las campañas mediáticas que se han utilizado hasta la saciedad contra el gobierno cubano: el mito «emigrante cubano=disidente». Deja en evidencia que en realidad no todos los cubanos y cubanas que han salido del país son detractores de Fidel y de la Revolución, y que no pocos de ellos son conscientes de la importancia que eso tiene frente a tal instrumentalización política. Una emigración que, tanto en Europa como en EEUU, incluso en la mismísima Miami, ha participado en actos de homenajes póstumos al «Comandante».
No es gratuito que este movimiento tenga poca visibilidad, pero no es un fenómeno nuevo. Desde hace años que se viene organizando y poco a poco ha ido ganando espacios pese a las dificultades que plantea la dinámica de la sociedad capitalista y la hostilidad de su política comunicacional respecto al «tema cubano». Se impone pues una observación y reflexión sobre esta particularidad que traspasa y distingue el fenómeno migratorio cubano de otros.
Es evidente que la figura de Fidel levanta muchas pasiones. Y suele decirse que la pasión dificulta hacer una mirada y valoración objetiva de las cosas. Pero me pregunto si es posible una mirada desapasionada sobre Fidel y la Revolución. ¿Hasta dónde debe la pasión permear aquello que creemos? Para nosotros los cubanos es casi imposible, porque incluso fuera de Cuba se nos encara la demanda de una posición al respecto. – «¿Y tú… estás en contra o favor de Fidel?» «¿Eres castrista o anticastrista?» «¿Estas en contra o a favor del régimen?» – Es el tipo de preguntas que alguna vez se nos ha hecho, habida cuenta del lugar e «interés» que ocupa el llamado «asunto cubano» en los medios de comunicación a nivel internacional. La mayoría de ellos situados antagónicamente de lo que representan Fidel y la Revolución. No se puede descuidar este detalle y el peso que tiene sobre la población en general, y cómo estos condicionan negativamente la postura y el criterio de la sociedad sobre cualquier propuesta alternativa al modelo capitalista, pero también sobre la emigración cubana en particular. Posiblemente seamos de los pocos especímenes del planeta que residiendo en otro país se nos pregunta si estamos a favor o contra del presidente, y la política, del país de origen. No hay duda que nos encontramos ante una disyuntiva que no admite términos medios. Como si pesara sobre nosotros la sentencia shakespeariana: To be or not to be?
Si tenemos en cuenta el criterio extendido de que los cubanos no «emigramos», sino que «huimos» (del «régimen castrista»), una manipulación que responde al interés del establishment occidental de formar un criterio monodireccional que busca confundir «régimen» con «dictadura personal/familiar» y politizar la emigración cubana, obviamente, culpando al «régimen dictatorial» de ello, la huida entonces se convierte en una gran ironía o fatalidad de la vida. Da igual el lugar donde estemos, Fidel y «el régimen» terminan siempre por alcanzarnos. Es decir, la «huida» lleva en sí el germen del fracaso y la humillación. Nos estigmatiza y condena a la condición de víctimas que lograron escapar del «horror». ¿Cuál horror?, pues el que supone no ser una sociedad «libre» en términos del modelo hegemónico capitalista. Y claro, si esta es la opinión extendida sobre quienes hemos salido de Cuba, (de la que somos conscientes), quién se atreve a demostrar lo contrario cuando, por un lado, la situación nos desarma de antemano, nos deja a la defensiva, y por el otro, nos convierte en seres atrapados en el rol del victimismo y la pena. Sin duda, esta cuestión actúa subjetivamente en detrimento de nuestra condición y cualidad moral.
El caso más escandaloso de esta situación lo han vivido, hasta ayer mismo, quienes emigran ilegalmente a EEUU, ya que automáticamente se convertían en «exiliados políticos» o «disidentes» gracias a la conocida Ley de Ajuste Cubano (de 1966), que en su modificación de 1995 conocida como política de «pies secos-pies mojados», eliminada por decreto presidencial por Barack Obama a una semana de la culminación de su mandato, les abría las puertas al «sueño americano» como a nadie en toda Latinoamérica. Una vez acogidos a ella, se regularizaba su estatus legal en ese país.
Sí. Dicha política sólo era aplicable a aquellos (cubanos/as) que lograran entrar ilegalmente a EEUU. No se concedía de forma regulada a través del servicio diplomático de este país en Cuba, donde a duras penas puede conseguirse una visa de tipo familiar. Tal como pasa con el resto de latinoaméricanos y ciudadanos «tercermundistas» en general. Por lo tanto, estábamos delante de toda una «invitación» a marchar por vías irregulares, dejando en una situación altamente peligrosa a quienes se embarcan en semejante aventura ante las mafias y el tráfico de personas. Hay que decir que el gobierno cubano siempre ha denunciado el carácter discriminatorio y criminal de esta ley, y siempre ha abogado por una solución regular al asunto, a pesar de las negativas constantes de la administración estadounidense al respecto. Con la derogación de esta política se pone fin a una injusticia y a un reclamo que para Cuba ha reportado una crisis migratoria importante, secuestros navales y aeronáuticos, además de actos criminales y perjuicios profesionales a través del programa Parole dirigido al soborno y deserción de médicos cubanos en misiones internacionales.
Así de vil y cínica era la situación hasta hace apenas 24 horas. O te lanzabas al abismo (aceptando ser víctima de la «brutal dictadura castrista» que se pregona desde los voceros contrarrevolucionarios), o no hay paraíso prometido; cuando en realidad, prácticamente en la totalidad de los casos, se trata de una migración de tipo económico, que si de algo huye es de una situación de pobreza o de precariedad material y de recursos. De hecho, si algo deja evidencia esto y lo falso del mito al que nos referimos al principio es precisamente la eliminación de esta política. En ese sentido la motivación es análoga a la de cualquier persona que emigra de los países pobres hacia los países ricos, circunscrita al creciente flujo migratorio de las últimas tres décadas, en un contexto de la globalización «neoliberal». La diferencia (sustancial) con el resto de países pobres estriba en que la precariedad y pobreza económica de Cuba tiene su peso, casi absoluto, en un brutal bloqueo económico, comercial y financiero, que constituye el real y principal obstáculo para el desarrollo del país, más que la presunta inoperancia del modelo económico socialista, como se suele hacer ver.
Pero bueno, volviendo a los «pies secos-pies mojados», después de haber cruzado kilómetros y kilómetros, o atravesado el mar, de haberse jugado la vida y la de los suyos, quién no va aceptar un «premio» al que muchos otros igualmente aspiran (sin huir de ninguna «dictadura comunista»), después de sortear circunstancias duras, mafias, traficantes y demás criminales que se encuentran a su paso hasta la frontera. Incluso, hasta después de pasarla. A esa hora poco importan la conciencia y la moral, ni si los emigrantes de otros países no «gozan» de una Ley de Ajuste semejante que (dada la situación, a pesar de lo humillante, es todo un «lujo») les regularice su situación legal una vez en suelo estadounidense. La experiencia del periplo es lo suficientemente extrema, en muchos casos, como para dejar espacio a conflictos de esa índole. Pero a partir de ahora recibirán el mismo tratamiento que EEUU hace a los migrantes de otros países. Por otra parte, se les recibía como a «héroes» cuando la realidad, per se , además de humillarlos, los ubica en el terreno de los perdedores. Sobre todo porque en honor a la verdad ninguno de ellos ejerció jamás la rebeldía (ni los que llaman «disidentes»), o la oposición en Cuba, de manera que inspirara al resto de la ciudadanía en el empeño contra el supuesto sujeto/objeto de hostigamiento; como sí fue, por ejemplo, el caso del movimiento «26 de julio» comandado por Fidel contra la dictadura batistiana. Esto tiene su explicación en una «disidencia» oportunista, artificial, creada desde los EEUU (un plan desarrollado desde 1960, según documentos ya descalificados), de convicciones tragadas por la recompensa que le hacen llegar desde los fondos de la USAID y la NED (National Endowment for Democracy), y otras vías, por las cuales la CIA destina entre 20 y 30 millones de dólares anuales (datos que están a la vista pública en sus respectivos sitios webs) para programas de subversión en Cuba. Por lo tanto, sin autoridad moral e incapaz de ofrecer un programa ni una propuesta alternativa que no redunde en el neo-anexionismo a los EEUU.
Es por eso que está mal llamada «disidencia cubana» se sienta como pez en el agua bajo su cobijo, desde donde se dedican, antes acomodados que atrincherados, a vender la imagen de su país como la de un pueblo desmoralizado por la reprensión y el miedo. Es decir, otorgan la propia condición desmoralizada, reprimida, cobarde y lastimera a sus compatriotas en Cuba, sencillamente, porque no hacen lo que ellos no pudieron. Sin duda, una mala praxis de conseguir apoyo interno para su «causa» contrarrevolucionaria. Esto solo confirma que no es ese, sino el apoyo de los EEUU el que buscan. En realidad, les puede el odio visceral a lo que el pueblo cubano en su mayoría representa.
Llamando las cosas por su nombre, esto no es ejercer la disidencia sino el «mercenaje». Es servir de punta de lanza a los intereses de un país (enemigo) que nos hace la guerra (económica y sicológica) desde hace seis décadas, dentro de la lógica de «guerra no-convencional», con el objetivo de destruir la Revolución con la cual alcanzamos, por primera vez, la libertad y la soberanía del país; y frustrar la construcción del socialismo porque constituye la garantía de su preservación. Eso es lo que está en juego. Una libertad y una soberanía que perviven gracias a la Revolución y por ella. Y no es que confundamos país (patria/pueblo) con «régimen» (modelo social/sistema), y viceversa, sino que son conceptos entramados subjetivamente, que configuran lo que somos. Al decir del sociólogo estadounidense Peter L. Berger: la identidad es un elemento clave en la realidad subjetiva, y como toda realidad subjetiva está en relación dialéctica con la sociedad. Es decir, toda creación de identidad está vinculada directamente con la estructura social donde se desarrolla, condicionada por procesos sociales concretos que a su vez la determinan, y viceversa.
No puede existir una cosa al margen de la otra, y en ello es importante el lenguaje y el papel que juega la comunicación dentro de esa construcción social. El lenguaje en un sistema capitalista es distinto completamente del que se emplea en uno de socialista (o anticapitalista), y por lo tanto operan de forma distinta en la configuración de las identidades, conformando también conciencias distintas sobre ellas. Desde ese punto de vista, y desde nuestra perspectiva histórica: patria, libertad, independencia, soberanía, próceres, Martí, Fidel, Revolución, proceso revolucionario, socialismo, pueblo soberano, etc… son elementos de la historia que confluyen en la creación de nuestra identidad nacional y cultural. Una identidad liberada y transformada gracias al triunfo sobre el viejo régimen oligarca y anexionista, representado en su expresión última en la dictadura de Batista.
¿Qué era ser cubanos/as, y qué es serlo desde entonces? He aquí la razón fundamental que afecta al cubano/a en su condición de inmigrante cuando se le cuestiona sobre Fidel y la Revolución. Su posición al respecto es también, irremisiblemente, su posición sobre su sentido de identidad y la conciencia que tiene de ella. Casi nada.
Adel Pereira. Poeta y miembro de la Asociación de Cubanos en Cataluña.
Tomado del blog Asociación de Cubanos en Cataluña «José Martí» (ACCJM)
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