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La división de la pluriversidad egipcia y la asfixia de las revoluciones árabes

Fuentes: Rebelión

Al ver las imágenes de ayer en las plazas de An- Nahda y de Rabba al Adawiya en El Cairo llegó a mi mente la definición que Boaventura de Sousa Santos hace de la situación actual en las orillas del Mediterráneo: se trata de una zona en llamas. Y es que la lucha por una […]

Al ver las imágenes de ayer en las plazas de An- Nahda y de Rabba al Adawiya en El Cairo llegó a mi mente la definición que Boaventura de Sousa Santos hace de la situación actual en las orillas del Mediterráneo: se trata de una zona en llamas. Y es que la lucha por una vida mejor que se estaba llevando a cabo en las calles de muchos sectores de la sociedad egipcia ha sido desbaratada por las dos fuerzas mejor organizadas del país (pero no por ello las más legítimas o mayoritarias) como lo son el ejército cuya elite es financiada por sus homólogos residentes en Washington, y la hermandad musulmana cuya elite conservadora es financiada por sus pares entre la familia real de Arabia Saudí.

Esta lucha de poder ha puesto a Egipto en el día más difícil de su historia tras la caída de Mubarak. No se trata solo de las acciones de los generales y de las milicias islamistas sino también de la hipocresía de sus patrocinadores. Se trata del objetivo de producir desde el campo del saber el mismo resultado aplicado en los casos de Siria o Iraq. Se trata de mostrar a la opinión pública urbana en general y a los habitantes de las provincias más recónditas en particular que salir a las calles ha sido mala idea en tanto los resultados de la liberación solo provocan muerte, destrucción y violencia sectaria. Se trata de mostrar que «la revolución causa malestar» y que «estábamos mejor como estábamos antes».

En la historia colonial no ha habido peor estrategia contra una revolución que la división de sus participantes. Este término, «división», es muy diferente al de «pluriversidad», la cual siempre ha acompañado a los movimientos de emancipación social en las calles y otros espacios públicos de Egipto y del resto de Oriente Medio, y con la cual se han llegado a experimentar diversas prácticas anarquistas muy útiles a la hora de organizar y tomar decisiones en la protesta. Sin embargo, los críticos de lo plural, que piensan que por el simple hecho de ser muchos el resultado de los experimentos será negativo y conflictivo, han hecho lo posible para seguir promulgando que las sociedades en Oriente Medio, además inmersas en un proceso de revolución, no dejan de ser complejas, peligrosas y necesitadas de una mano dura para gobernarlas y controlarlas para evitar el caos, todo esto para beneficio de propios intereses geopolíticos de corto y largo plazo.

La cruel y cruda lucha que presenciamos hoy en Egipto, y que busca la estabilidad con toques de queda, la democracia con balas y la justicia con bombas humanas, no hace más que retroceder la reconciliación social tras los enormes pasos que había dado la juventud egipcia en Midan Tahrir hace un par de años. De hecho, al mirar con atención, la plaza de Tahrir ha dejado de ser el principal punto de reunión para las propuestas, debates y discusiones de miles de musulmanes, árabes, coptos, nubios, universitarios, sindicalistas, obreros, campesinos, entre muchos otros, para pasar a escenarios como el de la plaza de Rabba al Adawiya donde el rojo ya no es el color de las pancartas sino el de la sangre que tiñe las muertes de gente con nula experiencia en el campo político y acostumbrada a ser movilizada bajo alguna influencia ideológica, ya sea de corte nacionalista y patriótica como un militar o de corte islamista radical como en el caso de un salafista.

Cuando una revolución como la egipcia, sin líderes ni grandes ideologías, se enfrenta a la lucha de tiranos contra tiranos entonces siempre pierde la pluriversidad comunitaria. Se da pie a pensar que quien verdaderamente manda es aquel que tiene más balas en su pistola y aquel que puede ejercer una fuerza totalizadora apelando a la defensa de la democracia. Así es de paradójico el asunto pues hoy presenciamos fuego en las iglesias, fuego en las mezquitas, fuego en los barrios de Ciudad Nasr y fuego en las sedes del gobierno. Así es de paradójico cuando se quiere apagar el fuego con el fuego, resultando en un incendio más grande dentro de este Mediterráneo en llamas que no hace más que consumirse lentamente en beneficio de los que no gobiernan pero reinan desde afuera.

La división sectaria es una vieja estrategia contra revolucionaria que sin embargo se nutre de la desinformación y el radicalismo. La división sectaria ha sido la herramienta más efectiva contra el cambio de conciencia generacional entre los jóvenes de la región que aspiran a una condición digna de vida que descentralice su historia de la historia europea y la trascienda para mostrarnos sus propios marcos y parámetros de desarrollo poscapitalista, poscolonial y posneoliberal. Las elites que se mueven dentro del aparato del Estado, militares, islamistas, nasseristas, mubarakistas, entre otro, han sido tan débiles contra la protesta pública que ha sido solo la lucha entre ellas lo que ha sido capaz de detener el avance de la pluriversidad comunitaria a la cual no se le pudo enfrentar con balas por su carácter pacífico. Esa debilidad mostrada por las elites ahora la han canalizado como fortaleza pero no contra la sociedad sino contra ellas mismas dando pie a un conflicto que, esperando equivocarme rotundamente, llevará a un conflicto más agudo a lo largo del país siendo las provincias el campo más fértil para la división sectaria.

La resistencia contra el tirano pudo haber sido pacífica en Tahrir porque había un rostro que, aunque descrito diferente por los diversos componentes de la protesta, se percibía como el responsable de la indignación de la gente en la plaza. Pero cuando los tiranos tiran tiros para todos lados y los rostros del autoritarismo no solo se multiplican sino que al pelear entre ellos acaban con el tejido social, lo plural corre el riesgo de volverse sectario para justificar la labor epistemológica de Occidente y la mano dura de sus aliados los cuales no dudarán en jalar el gatillo que no jalaron cuando el pacifismo reinaba en las calles por el simple hecho de que aquel pacifismo se convirtió en un enfrentamiento desde el nacimiento de términos tan absurdos como el de «golpe de estado democrático» que confundieron a miles de personas que pasaron de manifestantes contra el dictador a espectadores de la lucha entre dictadores.

Al Sisi, Mursi, Obama y Abdalá bin Abdelaziz son los viejos rostros que manejan el futuro de una nación joven y diversa dispuesta a mantener su revolución, pero la diferencia entre hoy y la primera ola de la tawra es que el pan, la justicia y la dignidad ahora serán buscados no por los medios y repertorios de los jóvenes egipcios sino por los viejos lobos que quieren que las revoluciones árabes dejen de respirar y que las aguas del Mediterráneo, aunque en llamas, vuelvan a estar tranquilas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.