En marzo de 2011, niños de un colegio de Daraa, al suroeste de Siria, dibujaron una pintada en la que se leía «El pueblo quiere la caída del régimen». Los niños fueron detenidos y torturados por las autoridades, causando una indignación que en los días siguientes se extendió por el país, con el resultado que […]
En marzo de 2011, niños de un colegio de Daraa, al suroeste de Siria, dibujaron una pintada en la que se leía «El pueblo quiere la caída del régimen». Los niños fueron detenidos y torturados por las autoridades, causando una indignación que en los días siguientes se extendió por el país, con el resultado que ya conocemos. Desde entonces, los niños no han dejado de ser víctimas de la violencia que sacude el país. Más de cinco millones de niños necesitan hoy asistencia, y organizaciones como Save the Children hablan del riesgo de una generación perdida. A esta violencia se suma la del adoctrinamiento de los que siguen escolarizados en colegios controlados por el régimen o por grupos como Daesh (también conocido como ISIS, o IS), que buscan imponer sus propias agendas sobre la población local.
El adoctrinamiento se recrudece en las zonas bajo control del régimen
Si la propaganda pro-gubernamental ha sido una constante en el sistema educativo del Baaz durante las últimas décadas, tras el inicio del levantamiento popular en 2011 el adoctrinamiento se ha recrudecido hasta extremos inimaginables. En las zonas que permanecen bajo control del régimen, como el centro de la capital, Damasco, los profesores reciben regularmente circulares en las que se los invita a acudir a manifestaciones de apoyo a Asad, unas manifestaciones en las que luego se pasa lista, del mismo modo que ocurrió durante la votación a las elecciones presidenciales el pasado junio.
Según el testimonio de dos profesoras que imparten clases en dos de las zonas más castigadas de Damasco, Rawda y Muna – para protegerlas, hemos omitido sus verdaderos nombres – sus colegios han pasado de acoger a treinta alumnos por aula a alrededor de cien. «Cada niño ha sufrido traumas y pérdidas que solo pueden canalizar en ese pequeño espacio sobrecargado, y necesitan mucha más ayuda de la que un profesor, por más que se esfuerce, puede proporcionar», explica Rawda.
Los odios que sacuden el país tienen también su reflejo en las aulas, cuenta Muna. En uno de los últimos exámenes del semestre, dos de sus alumnos presentaron la hoja en blanco y la firmaron con el lema «Dios, Siria, Bashar y nada más». La firma venía acompañada de un dibujo de la espada de Alí, símbolo de la comunidad chiita a la que se vincula al régimen. «Me pasé un día entero dándole vueltas a qué hacer, pensando si podían detenerme por ponerles un suspenso».
«El año pasado expulsé a dos alumnos de clase», cuenta Rawda. «Uno de ellos había insultado a la madre de su compañero, que empezó a gritarle al primero, así que para poder continuar con la lección les pedí a ambos que saliesen. Luego supe que la madre del niño insultado, y también su padre, habían fallecido en el ataque químico en Ghouta días antes. Él mismo tenía el cuerpo lleno de quemaduras. Me pasé varias noches sin dormir por haber contribuido a que ese niño sufriese, expulsándolo de clase. Todavía tengo eso sobre mi conciencia.»
«Somos humanas», añade Muna. Para el próximo curso, ambas han pedido el traslado a un colegio ubicado en una zona más acomodada de la ciudad, donde las consecuencias de la violencia son menos visibles.
La lucha contra las agendas extremistas en las zonas liberadas
Mientras el régimen refuerza su control en sus bastiones, otros puntos del país se enfrentan a grupos como Daesh, que tratan de imponer sus propias agendas sobre la población local. Hacerse con el control de los colegios de buena parte del país constituye una parte fundamental de esa agenda.
A principios de 2014, cincuenta niños de entre siete y trece años asistieron a un campamento de formación organizado por Daesh en Tabkah, un pueblo al oeste de Raqqa. El contenido de los cursos consistía en el manejo de armas y las reglas de la Yihad.
«Intentan controlar el futuro del país a través de nuevas formas de adoctrinamiento», explica la escritora Marcel Shehwaro, una de las integrantes del colectivo Kesh Malek, que trabaja en desarrollar proyectos educativos en Alepo. «Lanzan algo de dinero al director de un colegio a cambio de imponer su propio curriculum y controlar la escuela. Por eso es tan importante apoyar los esfuerzos de la sociedad civil en crear un sistema educativo independiente y apartidista».
Los programas de este colectivo se basan en el curriculum oficial sirio, excluyendo la parte dedicada a propaganda explícita del Baaz. «Si no lo hacemos así, terminaremos contribuyendo a la fragmentación del país, creando tantas visiones de Siria como colegios», añade Shehwaro.
Las de Kesh Malek no son las únicas iniciativas en torno a la educación en zonas libres de control del régimen. El colegio Mustafa Qarman fue fundado por Qarman y su esposa, Maha, al ver la enorme cantidad de niños que vagaban por las calles de Bustan al-Qasr, una de las zonas más castigadas del país, jugado a los «Checkpoints» y a «Soldados de Asad contra Soldados libres».
Otro de los proyectos destacados en este ámbito es Generación de la Libertad, centrado en niños desplazados y refugiados. Profesores voluntarios comenzaron impartiendo clases en el interior de las tiendas de campaña en las que estos niños residen con sus familias, y con el tiempo han logrado crear espacios educativos más adecuados.
«Hay esperanza», asegura Hiba, una de las profesoras. «Una de mis alumnas, que perdió una pierna en un bombardeo, destaca por ser una de las más activas y disciplinadas. Quiere participar en todo y disfruta cada segundo de las clases. Es una inspiración».
Fuente original: http://www.lamarea.com/2014/10/21/la-educacion-y-el-futuro-de-siria/