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El escritor y periodista Alfons Cervera publica “Yo no voy a olvidar porque otros quieran” (Montesinos)

La fuerza política de la Memoria

Fuentes: Rebelión

En 1985 Vázquez Montalbán publicó «El Pianista», una novela en la que se cruzan varias épocas y tramas. La Barcelona que iniciaba la década de 1980, cuando el PSOE alcanzó por primera vez la mayoría absoluta; la capital catalana, en los años de la inmediata posguerra; y el ambiente del París de 1936, cuando está […]

En 1985 Vázquez Montalbán publicó «El Pianista», una novela en la que se cruzan varias épocas y tramas. La Barcelona que iniciaba la década de 1980, cuando el PSOE alcanzó por primera vez la mayoría absoluta; la capital catalana, en los años de la inmediata posguerra; y el ambiente del París de 1936, cuando está a punto de explotar la guerra civil española. El escritor y periodista Alfons Cervera (Gestalgar, La Serranía, Valencia) tira del hilo de la que considera mejor pieza narrativa del autor marxista para hablar sobre la memoria. Lo hizo en las Jornadas sobre Vázquez Montalbán que se celebraron en la Universidad Internacional de Andalucía, en septiembre de 2004. Y lo hace casi siempre que se pone a escribir. Uno de los episodios que le llaman la atención de «El Pianista» es el diálogo entre dos de los personajes, cuyo contenido excede los límites de la novela y se convierte en categoría histórica. Trata sobre la dignidad de la derrota: «Tiene un envidiable sentido del posibilismo. Es un superviviente. Delapierre es otra cosa. Tiene la fortaleza del frágil. Nunca nadie le romperá la cara». A lo que responde el interlocutor, con palabras tiznadas de pragmatismo: «No sé, chico, llega un momento en que hay que elegir entre ganar y perder. Ya sé que no lo podemos ver todo bajo el prisma americano de ganadores y perdedores natos, pero algo hay de eso, ¿no crees?».

Alfons Cervera publicó «Maquis» en 1997, novela que integra el llamado «ciclo de la memoria» con otras cuatro: «El color del crepúsculo», «La noche inmóvil», «La sombra del cielo» y «Aquel invierno». Todas ellas se reunieron en un volumen, titulado «Las voces fugitivas». Sus artículos periodísticos se compilaron en otros tres libros: «La mirada de Karenin», «»Diario de la Frontera» y «Gürtel & Company». Dos décadas después de «Maquis» la Editorial Montesinos publica un ensayo de 265 páginas -«Yo no voy a olvidar porque otros quieran»- con sus conferencias. La explicación al título tal vez se encuentre en uno de los monólogos de Max Aub, autor de «La Gallina ciega»: «Si no hubiese recuerdos, ¿para qué se viviría?» O, como afirma en el libro «La costumbre de vivir» uno de los maestros de Alfons Cervera, el poeta José Manuel Caballero Bonald: «El tiempo se atasca o se acelera según las más antojadizas leyes de la memoria». Pero no la nostalgia, que mata, acorta y pervierte. Al gran reto de la memoria Cervera ha dedicado buena parte de su obra: sin comodidades, asideros ni certezas inapelables. De hecho, el autor valenciano reivindica «el viento acerado de la intemperie».

Pero no cabe entender la memoria como una malgama de recuerdos puramente subjetivos, neutrales e inocuos. Ni sólo en sentido proustiano. En el prólogo al ensayo, el historiador Francisco Espinosa Maestre ubica a Cervera entre los escritores que permiten transitar por la memoria de la izquierda, junto a otros como Vázquez Montalbán, Juan Marsé, Juan Gelman, Rafael Chirbes, Max Aub o Caballero Bonald. Además el historiador advierte contra lo que se convirtió en el «boom» de la memoria y ante algunas imposturas. Por ejemplo, la de la llamada «Tercera España», que a juicio de Espinosa Maestre no sería sino una facción de los golpistas. «El exfalangista Rafael Conte, el amo en aquel momento del suplemento literario de El País, comenzó contándonos las virtudes de los falangistas ‘buenos’, empezando por Ridruejo», explica Francisco Espinosa. En sintonía con la «Tercera España» propalada por el grupo PRISA, menciona a cuatro escritores: Andrés Trapiello, Antonio Muñoz Molina, Javier Cercas y Jordi Gracia, «autor de una asombrosa biografía de Ridruejo en la que se salta sus primeros treinta años».

En términos similares se expresaba Alfons Cervera en aquellas jornadas sobre Vázquez Montalbán de 2004: «La memoria está de moda. Y hay un batiburrillo en la oferta del mercado que pone los pelos de punta». Sin embargo, la cosa no se quedaba en la aséptica mezcolanza, sino que triunfaba una de las versiones, la del consenso. Los guiones de la serie televisiva «Cuéntame» encontraron quién los comprara. Aquel mismo día, la defensa de la memoria empujó al autor de «Maquis» a señalar las palabras de un Premio Nobel, Octavio Paz, en el Congreso Internacional de Intelectuales y Artistas celebrado en Valencia, en 1987. «¿Ganaron la guerra Franco y sus partidarios?», se preguntaba el intelectual mexicano. Y respondía que, a pesar de los años de poder y dictadura, «su victoria se ha transformado en derrota (…); los verdaderos vencedores fueron otros». Se refería a la Democracia y la Monarquía Constitucional. Estas dos instituciones revivieron, según la interpretación de Octavio Paz, después de superar lo ocurrido en los años 30; Sin embargo, todo se observaba desde una exquisita equidistancia: «La violencia ideológica de unos y otros». Más aún, buena parte de las ideas del Frente Popular «tienen hoy poca vigencia histórica», afirmó.

Quizá fuera un modo de silenciar a los vencidos. Vázquez Montalbán les dio voz en «El Pianista». Y también cuando en el congreso de Valencia intervino en el turno del público para responder a Octavio Paz: «Durante treinta y seis años tuve la sensación de que quien había ganado la guerra era Franco». Era la batalla ideológica y cultural en estado puro. En otras conferencias, Alfons Cervera recordó a personas de carne y hueso, a activistas de la resistencia como Florián García (llamado «Grande», en el maquis) y a Remedios Montero («Celia»). Es julio de 2004 y en la memoria del viejo exiliado, al que se dirige el escritor en un seminario celebrado en Londres, se entremezclan los recuerdos. La derrota electoral del PP tras las versiones oficiales sobre el atentado de la Estación de Atocha; la experiencia del camarero adolescente en Madrid, que en abril de 1931 servía a toreros, cantantes y artistas, en una época que se abría a la educación libre, el voto de la mujer y la educación igualitaria. Y también las palabras del maestro de escuela un día en el monte, cuando sitiados por la guardia civil les habló de la importancia del testimonio: «Si nos matan no sólo nos van a matar a nosotros, sino también a nuestra memoria».

Exiliados y víctimas, porque Alfons Cervera dedicó asimismo un prólogo al libro «Agualimpia. Hijo de la República» (Sepha, 2005), de Vicente y José Vicente Muñiz (padre e hijo). Tras pasar por el hospicio, crecer y vivir durante la dictadura, Vicente Muñiz Campos supo que su padre y madre fueron fusilados el mismo día. Además de la ejecución, los perpetradores mancharon la memoria de las dos víctimas. «Si los hubieran fusilado por pertenecer al POUM o a la CNT, habría sido un motivo de orgullo», lamentaba el hijo años después. Pero se les acusó de asesinato y señaló como a «vulgares delincuentes y criminales». De ahí que Vicente Muñiz Campos se dirigiera una y otra vez, inasequible al ninguneo, a las diferentes instancias judiciales para que se revisaran los juicios sumarísimos. No era éste un asunto fosilizado en 1936, sino de la memoria -en un sentido político- que afectaba de lleno al presente.

Otras veces el discurso de Alfons Cervera se adentra, más que en la política «dura», en el territorio intelectual. Que tal vez también sea político. Así, en la Universidad de Pau habló en 2005 sobre las querellas entre historiadores y escritores en torno a la memoria. Frente a la plúmbea erudición, el imperio del archivo y el secuestro de la verdad histórica por parte de la Academia, el escritor valenciano aboga por una síntesis entre Historia y Literatura. La historiadora y profesora de la Universitat de València, Ana Aguado, destaca que una parte de la vida de personas y sociedades se construye con «memoria, jirones y recuerdos del tiempo pasado». No sólo con estadísticas y notas al pie.

En el Congreso «Los blancos de la historia» de la Universidad de Montpellier (diciembre de 2014), el autor de «Todo lejos» y «Otro mundo» abordó algunos de los episodios más descarnados de negación de la memoria. Explicó a los reunidos que una noche del mes de febrero de 1980, policías que se hacían pasar por activistas de Fuerza Nueva (y también alguno real integrado en el comando) sacaron de su casa a una joven militante del movimiento estudiantil y de izquierdas. Y «en un descampado la mataron a tiros», recuerda el periodista. Yolanda González tenía entonces 19 años. De uno de los asesinos, Emilio Hellín, apenas se supo durante muchos años. Condenado y fugado de la prisión, buscó amparo en las dictaduras militares de América Latina. El diario El País reveló en 2013 que Hellín no sólo vivía en España, sino que había trabajado para el Ministerio del Interior entre 2006 y 2011. Se trata, de nuevo, del «infinito aplazamiento de la verdad histórica», subraya el escritor, que ha llevado la voz de la memoria a las universidades de Montpellier, Alicante, Barcelona, Konstanz, a congresos sobre la guerrilla antifascista, cursos, prólogos de libros y sobre todo a sus novelas.

Aunque no sólo a importantes jornadas, también a los actos más cercanos y familiares. Antes de que cristalizara la Transición española, tuvo lugar una etapa previa, cuando en los años 50 el PCE asumió la Reconciliación Nacional y en los 70 el PSOE imprimió el giro del Congreso de Suresnes. «Entonces ya se empieza a no nombrar a la ‘bicha’, la República, que después será silenciada durante la Transición», afirmó en la Librería Primado de Valencia, en un acto organizado por la revista Crónica Popular. Era enero de 2017, y se presentaba el suplemento «Es la hora de la III República».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.