Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Mi regreso a casa a Galilea coincidió con el genocida ataque israelí contra Gaza. El Estado, mediante sus medios noticiosos y con la ayuda de sus académicos, emitió una voz unánime – aún más fuerte que la escuchada durante el criminal ataque contra el Líbano en el verano de 2006. Israel está absorto una vez más en una furia autojusticiera que se traduce en sus políticas destructivas en la Franja de Gaza. Esta espantosa autojustificación para la inhumanidad y la impunidad no sólo es insoportable, es un tema que vale la pena considerar en detalle, si se quiere comprender la inmunidad internacional para la masacre que arrasa Gaza.
Se basa ante todo en puras mentiras transmitidas en una neolengua reminiscente de los peores días de la Europa de los años treinta. Cada media hora un boletín noticioso en la radio y la televisión describe a las víctimas de Gaza como terroristas y los masivos asesinatos cometidos por Israel como acto de autodefensa. Israel se presenta a su propia gente como víctima autojusticiera que se defiende contra un gran mal. El mundo académico es reclutado para explicar lo demoníaca y monstruosa que es la lucha palestina, si es dirigida por Hamas. Son los mismos eruditos que satanizaron al difundo líder palestino Yasir Arafat en una era pasada y deslegitimaron su movimiento Fatah durante la segunda Intifada palestina.
Pero las mentiras y las representaciones distorsionadas no constituyen la peor parte del asunto. Lo que más enfurece es el ataque directo contra los últimos vestigios de humanidad y dignidad del pueblo palestino. Los palestinos en Israel han mostrado su solidaridad con la gente de Gaza y son ahora estigmatizados como quinta columna en el Estado judío; su derecho a permanecer en su patria es presentado como dudoso en vista de su falta de apoyo para la agresión israelí. Aquellos de entre ellos que aceptan aparecer – erróneamente, a mi juicio – en los medios locales son interrogados, y no entrevistados, como si fueran reclusos en la prisión del Shin Bet [servicio de inteligencia israelí, N. del T.]. Su aparición es precedida y seguida por humillantes observaciones racistas y son enfrentados por acusaciones de que son una quinta columna, un pueblo irracional y fanático. Y sin embargo no es la práctica más indigna. Hay unos pocos niños palestinos de los territorios ocupados que son tratados por cáncer en hospitales israelíes. Dios sabe qué precio sus familias han pagado para que sean admitidos en ellos. La Radio Israel va a diario al hospital a demandar a los pobres padres que digan a la audiencia israelí cuánta razón tiene Israel al atacar Gaza cuán maligno es Hamas al defenderse.
No hay fronteras en la hipocresía que produce una furia autojusticiera. El discurso de los generales y de los políticos se mueve erráticamente entre auto-congratulación por la humanidad que el ejército muestra en sus operaciones «quirúrgicas» por una parte y, por la otra, la necesidad de destruir Gaza de una vez por todas, de una manera humana, claro está.
La furia autojusticiera es un fenómeno constante en el desposeimiento israelí, y antes de eso, sionista, de Palestina. Cada acto, sea limpieza étnica, ocupación, masacre o destrucción fue siempre presentado como moralmente justo y como un puro acto de autodefensa perpetrado a regañadientes por Israel en contra de la peor clase de seres humanos. En su excelente volumen: «The Returns of Zionism: Myths, Politics and Scholarship in Israel,» Gabi Piterberg explora los orígenes ideológicos y la progresión histórica de esa furia autojusticiera. Hoy en día en Israel, de la izquierda a la derecha, del Likud a Kadima, de los círculos académicos a los medios noticiosos, se escucha esa furia autojusticiera de un Estado que está más ocupado que ningún otro Estado del mundo en la destrucción y desposeimiento de una población indígena.
Es crucial que se exploren los orígenes ideológicos de esa actitud y que se deriven las conclusiones políticas necesarias de su prevalencia. Esta furia autojusticiera blinda a la sociedad y a los políticos en Israel de toda crítica o rechazo externo. Pero mucho peor todavía, se traduce siempre en políticas destructivas contra los palestinos. Sin un mecanismo interno de crítica y sin presión externa, cada palestino se convierte en un objetivo potencial para esa furia. En vista del poder de fuego del Estado judío sólo llevar a más matanzas masivas, masacres y limpieza étnica.
Este tono autojusticiero es un poderoso acto de autonegación y justificación. Explica por qué la sociedad judía israelí no puede ser impresionada por palabras de sabiduría, persuasión lógica o diálogo diplomático. Y si no se quiere apoyar la violencia como medio para oponérsele, queda sólo un camino: cuestionar directamente esa arrogancia moral como una ideología maligna hecha para cubrir atrocidades humanas. Otro nombre para esa ideología es sionismo y un rechazo internacional del sionismo, no sólo para políticas israelíes en particular, es la única manera de argumentar contra esa arrogancia moral. Tenemos que tratar de explicar no sólo al mundo, sino también a los propios israelíes, que el sionismo es una ideología que apoya la limpieza étnica, la ocupación y ahora matanzas masivas. Lo que se necesita en este momento no es sólo una condena de la actual masacre sino también la deslegitimación de la ideología que produjo esa política y la justifica moral y políticamente. Esperamos que voces significativas en el mundo digan al Estado judío que esa ideología y la conducción general del Estado son intolerables e inaceptables y que mientras persistan, Israel será boicoteado y sometido a sanciones.
Pero no soy ingenuo. Sé que incluso el asesinato de cientos de palestinos inocentes no bastaría para producir un cambio semejante en la opinión pública occidental; es incluso aún menos probable que los crímenes cometidos en Gaza lleven a los gobiernos europeos a cambiar su política hacia Palestina.
Y sin embargo, no podemos permitir que 2009 sea sólo un año más, menos importante que 2008, el año conmemorativo de la Nakba, que no satisfizo las grandes esperanzas que todos teníamos respecto a su potencial para transformar dramáticamente la actitud del mundo occidental hacia Palestina y los palestinos.
Parece que hasta los crímenes más horrendos, como el genocidio en Gaza, son tratados como eventos discretos, sin conexión con nada que haya sucedido en el pasado y sin asociación con ninguna ideología o sistema. En este nuevo año, tenemos que tratar de reajustar la opinión pública respecto a que la historia de Palestina y los males de la ideología sionista sean los mejores medios para explicar las operaciones genocidas, como la actual en Gaza, y para impedir que sucedan cosas aún peores.
Académicamente, ya ha sido hecho. Nuestro principal desafío es encontrar una manera eficaz de explicar la conexión entre la ideología sionista y las pasadas políticas de destrucción y la crisis actual. Puede que sea más fácil hacerlo mientras, bajo las más terribles circunstancias, la atención del mundo es dirigida una vez más hacia Palestina. Sería aún más difícil en tiempos en los que la situación parezca ser «más tranquila» y menos dramática. En esos momentos «relajados», la incapacidad de los medios occidentales de concentrar la atención más allá de unos breves momentos marginaría una vez más la tragedia palestina y la desatendería sea por los horribles genocidios en África o la crisis económica y las catástrofes ecológicas en el resto del mundo. Aunque es poco probable que los medios occidentales se interesen por acopios históricos, sólo se puede denunciar mediante una evaluación histórica la magnitud de los crímenes cometidos contra el pueblo palestino durante los últimos 60 años. Por ello, el papel de académicos activistas y de los medios alternativos es insistir en este contexto histórico. Esos agentes no deben dejar de educar a la opinión pública y ojalá incluso lleguen a influenciar a los políticos más escrupulosos para que vean los eventos en una perspectiva histórica más amplia.
Del mismo modo, tal vez podamos encontrar la manera popular, a diferencia de la académica altamente intelectual, de explicar claramente que la política de Israel – en los últimos 60 años – proviene de una ideología racista hegemónica llamada sionismo, protegida por interminables capas de furia autojusticiera. A pesar de la previsible acusación de antisemitismo y de lo que sea, es hora de asociar en la mente pública la ideología sionista con las características históricas ya familiares del país: la limpieza étnica de 1948, la opresión de los palestinos en Israel durante los días del gobierno militar, la brutal ocupación de Cisjordania y ahora la masacre de Gaza. De un modo muy similar a cómo la ideología del Apartheid explicó las políticas opresoras del gobierno sudafricano, esta ideología – en su variedad más consensual y simplista – permitió que todos los gobiernos israelíes del pasado y del presente deshumanicen a los palestinos dondequiera estén y se esfuercen por destruirlos. Los medios utilizados cambiaron de un período al otro, de un sitio a otro, como lo hizo la narrativa para encubrir esas atrocidades. Pero existe un modelo obvio que no puede ser discutido en las torres de marfil académicas, sino que tiene ser parte del discurso político sobre la realidad contemporánea en la Palestina actual.
Algunos de nosotros, a saber los que están comprometidos con la justicia y la paz en Palestina, evaden inconscientemente este debate al concentrarse, y es comprensible, en los Territorios Palestinos Ocupados (TPO), Cisjordania y la Franja de Gaza. La lucha contra las políticas criminales en ellos es una misión urgente. Pero eso no debiera transmitir el mensaje, que los que dominan en Occidente adoptaron gustosamente siguiendo una señal de Israel, de que Palestina está sólo en Cisjordania y la Franja de Gaza, y que los palestinos son sólo la gente que vive en esos territorios. Debemos expandir la representación de Palestina, geográfica y demográficamente, haciendo conocer la narrativa histórica de los eventos en 1948 y desde entonces y exigiendo igualdad de derechos humanos y civiles para todos los que viven, o solían vivir, en lo que es actualmente Israel y los Territorios Palestinos Ocupados.
Al conectar la ideología sionista y las políticas de las atrocidades pasadas y presentes, podremos suministrar una explicación clara y lógica de la campaña de boicot, desinversión y sanciones hacia Israel. Cuestionar por medios no-violentos un Estado autojusticiero que se permite, con la ayuda de un mundo mudo, desposeer y destruir al pueblo indígena de Palestina, es una causa justa y moral. Es también un medio efectivo de galvanizar a la opinión pública no sólo contra las actuales políticas genocidas en Gaza, sino que ojalá impida futuras atrocidades. Pero, más importante que cualquiera otra cosa, es que reventará el globo de furia autojusticiera que sofoca a los palestinos cada vez que se infla. Ayudará a terminar la inmunidad occidental ante la impunidad de Israel. Sin esa inmunidad, hay que esperar que más y más gente en Israel comience a comprender la verdadera naturaleza de los crímenes cometidos en su nombre y que su furia se dirija contra los que la atraparon junto a los palestinos en este ciclo innecesario de derramamiento de sangre y violencia.
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Ilan Pappé dirige el Departamento de Historia de la Universidad de Exeter.
http://electronicintifada.net/
[fotos y artículo en inglés en:
http://palestinethinktank.com/