Traducción para Rebelión de Loles Oliván.
El 23 de diciembre de 2012, tras una semana de imposición de la escasez, la ciudad siria de Halfaya recibió cien sacos de harina de una organización de caridad islámica. La principal panadería de la ciudad empezó a producir pan, algo nada frecuente desde que se intensificara la violencia entre el régimen de Al-Asad y las fuerzas de oposición a principios de año. Ciudadanos hambrientos empezaron a hacer cola.
Dos horas más tarde, justo después de las 4 de la tarde, un cazabombardero Sukhoi-22 bombardeó la panadería causando la muerte de al menos 60 sirios que esperaban con ansiedad su pan de cada día. [1] Un video de YouTube filmado poco después del ataque mostraba hogazas de pan y partes de cuerpos ensangrentados esparcidos en la calle. [2] Las imágenes son terribles, los gritos inquietantes y, sin embargo, revelan algo más que una matanza. Proporcionar alimentos a unos y privar de ellos a otros forma parte de tácticas militares directamente conectadas con las reclamaciones de soberanía y legitimidad de las partes enfrentadas.
Hasta 2007, Siria destacó por una eficiente política alimentaria. Las mejoras en la agricultura de secano conseguidas gracias a la asistencia internacional, los subsidios estatales y la planificación económica centralizada hicieron que el país fuese auto suficiente en productos estratégicos como el trigo. En los cinco años siguientes, la combinación de liberalización económica, mala gestión persistente de los recursos naturales y una sequía muy severa devastó el campo sirio. Según estimaciones conservadoras de la ONU, más de 300 mil personas abandonaron las provincias nororientales en 2009 debido a la sequía, a las malas cosechas y al aumento de los costes de producción. Este éxodo contribuyó a una migración sin precedentes hacia las ciudades e intensificó la ira popular hacia el gobierno.
No es casual que la rebelión contra el régimen de Bashar al-Asad comenzase en las zonas rurales de Siria. La presión sobre el abastecimiento de alimentos y el aumento de los precios alimentaron el descontento popular. Las protestas se multiplicaron rápidamente en las provincias rurales más afectadas por la negligencia del gobierno, en Dar’a, situada en Hawran, región sureña productora de trigo, y en las gobernaciones de al-Raqqa y al-Hasakah, en el noreste. [3]
En tiempos de paz, los alimentos tienen un significado simbólico, material y político. Cuando estalla la guerra, la comida pasa a formar parte de un entramado más enmarañado . Las granjas y los molinos de harina se transforman y dejan de ser fuentes de sustento para convertirse en objetivos a bombardear. Las verduras y frutas dejan de ser mera nutrición y pasan a ser combustible para los soldados. Los platos caseros y las comidas familiares ya no son rituales comunitarios; se vuelven raciones para poder seguir adelante. Arma, medida del bienestar o ayuda exterior, la alimentación es una determinante cuestión de control tal y como lo entienden las fuerzas de todos los bandos del conflicto sirio. Las agencias humanitarias deben, por tanto, abandonar sus delirios de neutralidad e imparcialidad.
La comida es un componente central de la estrategia de guerra del régimen de Al-Asad y también de la oposición.
La primera y quizás la más palpable forma en que el régimen convierte en arma la comida es la destrucción deliberada de las infraestructuras que producen y distribuyen los medios de sustento. Coincidiendo con el inicio de las operaciones de artillería a gran escala contra la insurgencia en enero de 2012, las fuerzas armadas sirias comenzaron a bombardear las reservas de alimentos, el ganado y la maquinaria agrícola de las zonas donde actuaban los rebeldes. Asimismo, el ejército bloquea o daña las rutas de transporte de las que dependen los envíos de alimentos. La violencia y las interferencias interrumpen las cosechas y hacen huir a los agricultores de la tierra, lo que convierte la escasez temporal de alimentos en penuria a largo plazo.
Cientos de aldeas rurales y grandes extensiones de ricos terrenos agrícolas se han quedado desiertos. Unas 50 mil familias de pequeños agricultores no pueden cultivar sus tierras sin asistencia internacional. La producción de trigo en Siria es actualmente un 52% menor del promedio que va de 2001 a 2011. Un informe encargado por Naciones Unidas y publicado en mayo de 2014 señalaba que «la ausencia de seguridad en zonas de conflicto ha dado lugar a que los agricultores tengan un limitado acceso a sus tierras», y añadía que «en estas áreas, se ha producido una intensa destrucción de instalaciones de almacenamiento, de infraestructuras de riego, de cultivos y de árboles, y se produce un considerable pillaje de ganado». [4] Un informe de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación publicado el mismo mes, predecía que las escasas lluvias estacionales junto con los estragos de la guerra reducirán todavía más el área total de cultivo hasta un 21% respecto a la disminución media desde el comienzo de la guerra.
La utilización prolífica de esta táctica está ligada a la merma de la capacidad militar del régimen. El régimen no manda tropas suficientes a concentrarse en todas las áreas disputadas del país; los efectivos están disminuyendo además debido al desgaste y a la deserción. De ahí que el régimen haya recurrido al bombardeo estratégico de zonas que están fuera de su control.
Las panaderías en concreto han sido blanco sistemático de ataques. En agosto de 2012, Human Rights Watch informaba de al menos diez ataques aéreos contra panaderías de Alepo, el centro de la resistencia opositora en aquel momento. La escasez previa de harina en la ciudad ya había obligado a muchas panaderías a echar el cierre, concentrando a los compradores en los puntos de venta que quedaban. Con frecuencia los bombardeos se produjeron durante las horas punta con el objetivo de maximizar las bajas. «Día tras día, los residentes de Alepo hacen cola para obtener pan para sus familias y en vez de eso consiguen que la metralla de las bombas y los proyectiles del gobierno perfore sus cuerpos», afirmaba Ole Solvang, investigador de Human Rights Watch. «Diez ataques contra panaderías no es algo casual» agregaba. Todas las panaderías estaban ubicadas en barrios donde no había enfrentamientos, lo que excluye la posibilidad de que los ataques fueran dirigidos contra combatientes. Casi todas las bajas fueron civiles.
Otra investigación de McClatchy verificó 80 ataques contra panaderías entre agosto de 2012 y enero de 2013. [5] Los dos grupos de oposición que informaron primero sobre los bombardeos señalaron que los atentados contra panaderías «han crecido en frecuencia coincidiendo con el aumento de las victorias de los rebeldes». En agosto de 2012 se produjeron 18 ataques contra panaderías, 16 de los cuales destrozaron varias zonas de Alepo; otros 41 ataques se lanzaron sobre la ciudad durante los siguientes cuatro meses. Cuando el Ejército Libre Sirio inició su avance en las regiones de Idlib, Homs y Dayr al-Zawr, los bombardeos contra panaderías se produjeron de manera inmediata. En otoño de 2014, el régimen desvió su atención hacia la exitosa operación de producción de pan del Estado Islámico, o Da’ish. El 6 de septiembre bombardeaba desde el aire un punto de venta en la ciudad de al-Raqqa en el que murieron al menos 11 civiles. [6]
Los ataques del régimen alcanzaron otras partes de la cadena de distribución de alimentos, como los silos de trigo capturados por los rebeldes. En febrero de 2013, la fuerza aérea siria bombardeó uno de los dos grandes silos fuera del control del gobierno y ubicados en la norteña ciudad de al-Bab, que almacenaba 43 mil toneladas de trigo producido en la ciudad. Cuando los rebeldes tomaron después el control de 20 plantas de procesamiento de harina de propiedad estatal ubicados en Alepo, que era el centro sirio de procesamiento de harina antes de la guerra, el gobierno respondió deteniendo las entregas de trigo. Desde entonces, la capacidad de moler trigo en la ciudad se ha reducido casi a la mitad. [7]
El régimen también destruye los alimentos allí donde se cultivan. En mayo de 2012, por ejemplo, la agencia siria de noticias al-Mujtasar observó que «las fuerzas de Al-Asad castigan a los rebeldes quemando sus cultivos agrícolas» en Dayr al-Zawr, Homs y Hama. En noviembre de 2013, varios agricultores informaron a Al-Jazeera de la práctica del ejército sirio de incendiar campos agrícolas en las zonas controladas por la oposición. «El ejército sirio quema los campos con el objetivo de sitiar la ciudad, eliminando así la fuente de sustento de la mayoría de los que trabajamos en la agricultura», señalaba en el canal panárabe Hajj Adib, agricultor de Hama. En junio de 2014, según la web Akhbar al-An, de Dubai, el régimen atacó la ciudad de Yisrin en el este de Ghuta, una zona controlada por la oposición a las afueras de Damasco, mediante el bombardeo de los trigales de las inmediaciones y la quema de las áreas que suministraban a las panaderías locales.
Los grupos de oposición han respondido con sus propias iniciativas para convertir los alimentos en armamento.
En junio de 2014, Da’ish tomó el control del puente Siyasiyya, la última entrada de la ciudad de Dayr al-Zawr que no se había controlado previamente, para evitar la entrada de alimentos. La inseguridad alimentaria se disparó forzando la huída tanto de civiles como de combatientes de otros grupos de oposición. Del mismo modo, los puestos de control de Da’ish en los cruces entre Iraq, Siria y Turquía reflejan no sólo el imperativo ideológico de establecer un califato sin fronteras, sino también el deseo mundano de controlar las líneas de distribución de alimentos. La jurisdicción de Da’ish sobre comercio transfronterizo ha limitado el comercio agrícola crucial para el régimen. Como consecuencia, los precios de los alimentos en Siria han aumentado.
La segunda maniobra relacionada con los alimentos es el asedio. Gran parte de los combates entre el ejército y los grupos opositores sirios tienen lugar en colinas que dan a los pueblos o en carreteras que sirven como rutas de suministro. Una vez alcanzada la posición estratégica, el área perseguida se rodea para cortar el acceso a los alimentos, los medicamentos y otras necesidades. Los asedios pueden extenderse durante meses. Cuando las comunidades están exhaustas por la hambruna se produce el alto el fuego y la rendición.
Destaca como ejemplo el asedio del campamento de refugiados de Yarmuk. El campamento que fuera un bullicioso distrito de 160 mil habitantes, se ha convertido en un paisaje desolador desde que el régimen endureció su bloqueo en julio de 2013. Situado a escasos kilómetros del casco antiguo de la capital, Yarmuk alberga ahora a menos de 20 mil personas que en su mayoría afrontan el espectro cotidiano del hambre.
El campo de refugiados se convirtió en zona de disturbios en junio de 2011, cuando el Frente Popular para la Liberación de Palestina-Comando General, favorable al Al-Asad, disparó y mató a 14 manifestantes palestinos contrarios al régimen provocando una grave refriega. En diciembre de 2012, grupos militantes afiliados al Ejército Libre Sirio entraron en Yarmuk para ayudar a que los palestinos favorables a la oposición expulsaran a las milicias afiliadas al régimen. Los grupos de oposición utilizaron la ubicación estratégica de Yarmuk para lanzar cohetes contra Damasco, lo que llevó al régimen a rodear el perímetro del campamento y a cortar los suministros.
A pesar de que durante el año siguiente los grupos de la oposición ganaron victorias militares en el campamento, el bloqueo paralizó eficazmente a los residentes de Yarmuk. La grave situación humanitaria permitió que el régimen de Al-Asad controlase las negociaciones de la tregua, lo que obligó a los militantes a ofrecer concesiones antes de ser expulsados por completo. En un acuerdo de febrero de 2014 alcanzado tras la muerte por inanición de cerca de cien residentes, los rebeldes invocaron sus obligaciones para con el bienestar de los habitantes de Yarmuk como fundamento de sus concesiones. [8] El mensaje del régimen a los otros distritos rebeldes era claro: rendirse o morir de hambre.
El nombre informal de la campaña de Yarmuk, «hambre hasta el sometimiento», ilustra la lógica de las acciones del régimen. [9] El término «sometimiento» sugiere que el asedio puede lograr más que la rendición o la huida de las fuerzas de oposición. Asimismo, desalienta a los posibles militantes. Al obligar a los residentes a centrarse en sobrevivir, el régimen puede someter a pueblos enteros y desalentar a futuros reclutas en la causa de la oposición. La victoria militar no es suficiente: el régimen de Al-Asad debe romper el espíritu de resistencia y se ha apostado que la comida es la mejor manera de hacerlo.
La táctica ha demostrado ser despiadadamente eficaz. En febrero de 2014, Naciones Unidas estimaba que 240 mil ciudadanos sirios estaban asediados por bloqueos militares, la mayoría de los cuales estaban impuestos por fuerzas gubernamentales. Además del campamento de Yarmuk, el régimen ha obtenido otras victorias utilizando principalmente este viejo método en barrios de Damasco y en pueblecitos esparcidos por Siria. «Lo que he visto desde que se levantó el asedio es que los civiles de Homs han comenzado a distanciarse de la mentalidad revolucionaria; ahora simplemente intentan vivir, nada más», decía el militante Orhan Gazi, que abandonó la antigua ciudad de Homs en el curso de una tregua en mayo. [10] El control del régimen sobre el acceso a los alimentos ha contribuido a que llegue a lugares donde las armas convencionales no lo consiguieron. «Bombardearon el lugar con misiles pero no nos fuimos; nos bombardearon con morteros, pero no nos fuimos; utilizaron tanques y francotiradores, y no huimos. Pero ahora no tenemos qué comer», dice Abu Yalal al-Tallawi, antes de la guerra carnicero en Homs y que huyó de la ciudad en febrero. [11] «Nos derrotaron por hambre».
El alimento como medio de bienestar
En tiempos de guerra, la provisión de alimentos trabaja en tandem con la privación. Los programas de bienestar son determinantes en los cálculos de todas las fuerzas que esperan gobernar Siria, y el suministro de pan se sitúa en la vanguardia de estas preocupaciones.
Hay acceso a la mayoría de bienes básicos en una importante franja del territorio bajo jurisdicción del régimen. No es casual: el régimen ha importado grandes cantidades de trigo de Ucrania y Rusia y ha triplicado el gasto de la subvención del pan. La página web de la Compañía General Siria de Procesamiento de Harinas describe la política de bienestar como una obligación inapelable del gobierno, una «línea roja» que el régimen no cruzará a pesar del rápido deterioro de la economía siria.
Las entrevistas con los residentes de Damasco y Ladiqiya revelan que aún se dispone de pan subsidiado. Una fuente del barrio de Bab al-Sharqi, en la capital, comentaba que «el pan es mucho más barato que en Líbano o en las zonas controladas por los rebeldes». La fuente, escéptica ante la demonización que hace el régimen de los opositores pero agradecida por la seguridad que ofrece, añade que «a pesar de que hay más colas y más mercado negro que antes, no lo queremos cuando se trata de bienes básicos». Un amigo próximo del barrio al-Midan, en Damasco, afirma a través de Skype que «la comida es más cara pero aún hay pan y es relativamente barato. No sé cómo íbamos a sobrevivir si no». El suministro de alimentos se ha convertido en un instrumento con el que el régimen aplaca la extenuación de los civiles y les recuerda sutilmente los beneficios del poder y de la administración del Estado.
A diferencia del régimen, el ahora fracturado Ejército Libre Sirio, cobró notoriedad por descuidar sus responsabilidades de bienestar. Los fracasos militares del ELS volvieron a muchos sirios en su contra pero, indudablemente, fue su pésimo historial en la administración civil lo que jugó un papel más determinante en su declive. La escasez generalizada para hacer frente a las necesidades básicas en las zonas bajo su control condujo al incremento generalizado de los precios y a que prosperase el mercado negro durante todo 2012. Los grupos del ELS fueron acusados de capturar silos de trigo y de vender el grano al extranjero en vez de distribuirlo entre la ciudadanía. [12] La escasez puso al límite a las panaderías locales produciendo colas larguísimas y clientes descontentos y desmoralizados.
Por el contrario, el triunfo de los grupos yihadistas no sólo proviene de la ideología o de sus éxitos militares sino también de los logros en el frente de la alimentación. En diciembre de 2012, combatientes vinculados a Yabhat al-Nusra se hicieron con cuatro de los principales centros de grano de la provincia de Alepo. La producción de pan se aceleró y al-Nusra adquirió rápidamente una reputación de disciplina, honestidad y eficiencia.
Da’ish hace esfuerzos similares para ganar los corazones y las mentes a través de diversos servicios sociales. Una vez más, el pan es crucial: Da’ish ha reabierto panaderías bombardeadas y ha reabastecido molinos de harina inactivos. A principios de agosto de 2014, según el canal por satélite Al-‘Arabiyya, Da’ish se incautó de cerca de 750 mil toneladas de grano de los silos del gobierno en las provincias iraquíes de Nínive y Anbar. Después la organización transportó gran parte del grano a Siria, distribuyéndolo bajo su nombre para reforzar el abastecimiento local. Los folletos de Da’ish enfatizan la intención de esta organización de «gestionar las panaderías y los molinos para garantizar el acceso al pan para todos».
La población, sin embargo, acusa directamente a Da’ish de ejercer un control unilateral sobre la producción y la distribución. En Dayr al-Zawr, por ejemplo, una portavoz de la oposición afirmó: «La mayor parte del tiempo no hay pan».[13] Si anteriormente Dayr al-Zawr era una de las principales provincias productoras de trigo del país, ahora escasamente lo cultiva debido al bombardeo de los campos y a la emigración de los agricultores. El régimen considera que la provincia está bajo control del terrorismo y, como tal, no distribuye nada. Cuando hay pan, afirma la portavoz, es porque Da’ish «distribuye la harina en bolsas, o sitúa la harina en las panaderías y les suministra combustible para que funcionen». Describe el pan como «el ingrediente esencial para conseguir apoyo popular.» No cabe duda de que tener un firme control del suministro del pan permite a Da’ish alimentar a sus propios combatientes, pero asimismo roba a las facciones rivales la oportunidad de ganarse el respaldo de la población.
Los alimentos como asistencia
De hecho, los alimentos nunca son apolíticos, ni siquiera cuando se presentan con el disfraz de ayuda humanitaria «neutral». Con demasiada frecuencia, las agencias de ayuda que trabajan en zonas de guerra olvidan que el quién obtiene qué, cuándo, dónde y cómo es clave para determinar quiénes son los ganadores y los perdedores.
En los últimos tres años, naciones Unidas ha incrementado la distribución de ayuda alimentaria de emergencia en Siria. Pero el proceso ha estado lejos de ser regular o beneficioso de manera universal. Hasta mediados de 2014, a raíz de las restricciones legales impuestas a las actividades humanitarias dentro de las fronteras de los Estados miembros, las agencias de Naciones Unidas sancionaron la distribución de ayuda únicamente en las áreas acordadas con el régimen de Damasco. Aunque varias ONG pusieron en marcha operaciones arriesgadas para llegar a lugares sitiados próximos a la frontera con Turquía, la mayor parte de la ayuda humanitaria se canalizó a través de canales próximos al régimen. Al mantener la seguridad alimentaria en las zonas controladas por el gobierno, la ayuda alimentaria supuestamente apolítica ha jugado a favor del régimen en su cálculo de la contienda bélica así como en su retórica sobre el bienestar.
Una serie de resoluciones del Consejo de Seguridad adoptadas en el curso de 2014 intentó mitigar el claro desequilibrio en la distribución. La resolución 2139 del Consejo de Seguridad, adoptada el 22 de febrero, exige que el régimen permita un acceso mayor de los trabajadores humanitarios a las poblaciones necesitadas. Documentos obtenidos por [la revista] Foreign Policy revelan que el diseño de distribución del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas (PMA) ha aumentado su alcance de 3,7 a 4,1 millones de sirios tras aplicarse la resolución. Pero ese aumento no significa el cumplimiento de la resolución. El propio Informe de Naciones Unidas del pasado marzo indicaba que el logro de ese mayor alcance «se debió en gran medida a los grandes movimientos de población producidos desde zonas no controladas por el gobierno» a las zonas bajo su jurisdicción. El informe del PMA manifiesta claramente que su capacidad de distribuir sigue dependiendo en gran medida del régimen. En junio, el número de sirios a los que alcanzaba dicho programa se desplomó de nuevo a 3,4 millones. Los rebeldes se morían de inanición mientras a los sirios «leales» se les alimentaba con prontitud.
El PMA y otras importantes organizaciones humanitarias se enfrentan a una cuestión fundamental: ¿distribuir en territorios controlados por la oposición y arriesgarse a ser expulsados de las zonas bajo control del régimen? De manera unánime, Naciones Unidas y otras entidades han optado por cooperar con Damasco para mantener el acceso a las personas a las que ya ha llegado el programa. Muchos sirios fuera de la jurisdicción del gobierno valoran esta decisión de manera diferente. Para ellos, el mensaje es claro: en lo que toca a ayuda internacional, las vidas valen más en las zonas bajo control del régimen.
Debido a la continua disparidad en la distribución, Naciones Unidas ha intentado defender su pretensión de neutralidad eludiendo a Damasco. La resolución 2165 del Consejo de Seguridad, aprobada el 14 de julio, sancionaba para la ONU y para sus organizaciones asociadas «el acceso transfronterizo y el acceso al frente con el fin de entregar ayuda humanitaria en Siria sin el consentimiento del Estado». Anteriormente, las operaciones transfronterizas desde Turquía las facilitaba la Oficina del Coordinador de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas y las ejecutaban diferentes ONG asociadas. Los problemas de seguridad limitaron estas iniciativas. El objetivo de Naciones Unidas era aumentar el número de sirios que el PMA (con diferencia el mayor distribuidor de ayuda alimentaria de emergencia) pudiera alcanzar mediante la autorización de acceso a los territorios controlados por la oposición. En un informe publicado en septiembre de 2014, el PMA declaraba haber llegado a 580 mil personas en operaciones en el frente durante el período de las seis semanas posteriores a la emisión de la resolución, en lugar de las 137 mil que alcanzaba anteriormente.
En el transcurso de estos cambios, el PMA ha mantenido que únicamente intenta salvar vidas. «Nuestro objetivo es simple: distribuir asistencia alimentaria en todo Siria, llegar a todo aquel que lo necesite independientemente de dónde se encuentre», según la portavoz del PMA, Dina Al-Kassaby, en entrevista tras la aprobación de la resolución 2165 del Consejo de Seguridad. [14] Para Al-Kassaby, la resolución refuerza el argumento del PMA según el cual su labor es políticamente neutral. «Los niños sin hogar y sin alimentos no saben o no les importa si están en una zona controlada por el gobierno o en una zona controlada por la oposición», añade. «Sólo quieren comida y un lugar seguro para vivir». Sin embargo, aun siendo todo ello cierto, el apego al lenguaje del humanitarismo neutral puede hacer que se pierdan de vista las implicaciones políticas de la asistencia.
El PMA trabaja en estrecha colaboración con «socios locales» para distribuir la ayuda alimentaria, dice Al-Kassaby. La agencia accede ahora a zonas difíciles de alcanzar en Siria a través de los cruces de Bab al-Salam y Bab al-Hawa, en la frontera turca, y del cruce de Ramtha, desde Jordania. Sin embargo, sus observaciones no reconocen que operar con grupos locales puede reforzar su legitimidad. Las entregas de ayuda que requieren el consentimiento de actores armados tienen repercusiones políticas porque esos actores obtienen el reconocimiento de la comunidad internacional al proporcionar alimento a la población. El resultado no es necesariamente negativo. La asistencia humanitaria puede ser emancipatoria o profundamente regresiva en función de las configuraciones políticas en las que se ubique. [15] Sin embargo, estas decisiones deben ser discutidas y debatidas, algo que el lenguaje de la «neutralidad» no permite.
Curiosamente, el enfoque del PMA parece marcar un distanciamiento de la politización explícita de la ayuda que regía desde finales de 1990. [16] Ese período estuvo marcado por iniciativas internacionales de apoyo a acuerdos de paz negociados externamente, que a su vez organizaban la ayuda en función de la promulgación de tales acuerdos. Pero no hay acuerdo en el horizonte para el caso de Siria. La misión del PMA en Siria parece retroceder a los programas de acceso negociado que caracterizaron las intervenciones durante los primeros años de la posguerra fría. Los principios subyacentes a dichas misiones estaban orientados a operar en condiciones de conflicto privilegiando los principios del no alineamiento e imparcialidad. Este cambio puede o no estar relacionado con la incapacidad de la comunidad internacional para lograr una solución política. Al ser quien contiene y gestiona el sufrimiento dentro de Siria y en los campos de refugiados de los países vecinos, la comunidad internacional puede evitar abordar directamente las raíces del conflicto. La ayuda alimentaria alivia la conciencia global al tiempo que contribuye de manera implícita a la inercia política internacional.
Lo que los trabajadores humanitarios no entienden o no pueden admitir públicamente es que en Siria nada es apolítico, especialmente los alimentos. La acción humanitaria es, en su misma esencia, una intervención política. [17] No existen los proyectos técnicamente perfectos ni la buena practica. Esos mantras sólo sirven para engañar a los donantes. Las agencias humanitarias y los ciudadanos y ciudadanas de Siria estarían mejor servidos si la industria asistencial confrontara directamente estas realidades en vez de lamentarse por ellas.
La necesidad urgente de reintegrar los alimentos en el interés empírico y teórico no es sólo una preocupación académica. La economía política de los alimentos guía las preocupaciones y las maquinaciones de quienes combaten en Siria así como las dificultades cotidianas y las opciones multifacéticas que enfrentan las personas que sufren por la guerra. Al integrar los alimentos en la contienda bélica, la actuación de las poblaciones sitiadas, el cálculo de los comandantes en el campo de batalla y las opciones incongruentes de los activistas locales se vuelven más claras. La niebla de la guerra se disipa aunque sea sólo ligeramente. Arma, medio de bienestar o asistencia, los alimentos seguirán siendo centrales en el conflicto.
Notas
[1] Al-Sharq al-Awsat , 24 de diciembre de 2012; McClatchy, 21 de enero de 2013.
[2] El video puede verse aquí
[3] Rami Zurayk, «Civil War and the Devastation of Syria’s Food System,» Journal of Agriculture, Food Systems and Community Development 3/2 (Winter 2012-2013).
[4] Syrian Center for Policy Research, Syria: Squandering Humanity (May 2014).
[5] McClatchy, 21 de enero de 2013.
[6] Reuters, 6 de septiembre de 2014.
[7] Reuters, 8 de febrero de 2013.
[8] Daily Star , 18 de febrero de 2014.
[9] Reuters, 30 de octubre de 2013.
[10] Syria Direct, 22 de mayo de 2014.
[11] Syria Direct, 13 de febrero de 2014.
[12] Syria Deeply, 5 de febrero de 2013.
[13] Syria Direct, 30 de junio de 2014.
[14] Entrevista con Dina El-Kassaby, Amán, 2 de septiembre de 2014.
[15] Jenny Edkins, Whose Hunger? Concepts of Famine, Practices of Aid (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2000), p. 131.
[16] Mark Duffield, «The Liberal Way of Development and the Development-Security Impasse: Exploring the Global Life-Chance Divide,» Security Dialogue 41/1 (February 2010).
[17] Mark Cutts, «Politics and Humanitarianism,» Refugee Survey Quarterly 17/1 (1998).
Fuente: http://www.merip.org/mer/mer273/starvation-submission-survival