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La Habana: En la espléndida ciudad

Fuentes: Gara

Sólo en La Habana un viejito que hace un domisilasiiii con el clarinete puede esperar que de las ventanas del patio interior le lleguen gritos de admiración ¡artista! ¡artista! ¡que eres un artista Mayorga! Así es esta ciudad en la que el paisaje arquitectónico sólo es superado por el mosaico humano que dibuja geometrías de […]

Sólo en La Habana un viejito que hace un domisilasiiii con el clarinete puede esperar que de las ventanas del patio interior le lleguen gritos de admiración ¡artista! ¡artista! ¡que eres un artista Mayorga! Así es esta ciudad en la que el paisaje arquitectónico sólo es superado por el mosaico humano que dibuja geometrías de baile, en la calle Obispo o en el Parque Central, al tiempo que del fondo de las calles llegan los ecos de la historia y de la voces entre una selva de símbolos tutelares y de esquinas que recuerdan las gestas de la lucha urbana contra la dictadura de Fulgencio Baptista.

Hacia bastantes años que no regresaba a La Habana. Lo que he encontrado es una ciudad bella, potente, rebosante de vida, un lugar espléndido. Caminar por ella es un lujo para la vista que no deja de sorprenderse por los edificios neoclásicos, las calles coloniales escoltadas por casas color añil, rosáceas, amarillas o verdes, las plazas rehabilitadas en las que puedes tener la suerte de escuchar a orquestas perfectas dándole al mambo o a la guaracha mientras saboreas un daiquiri o un mojito en plan obra maestra, visionar a jóvenes que en la calle Porvenir o en la Bélgica mueven sus pies al ritmo de Babalú Valdés ¡en su corazón llevan un compás de dos por cuatro! La Habana Vieja más viva que nunca muestra un mediodía de domingo a una multitud saboreando helados, ocupando las terrazas en las que toman pizzas made in Cuba, o simplemente paseando y formando corros de hablar alto con pasión e ironía. Superados años de emergencia la vida cotidiana ha mejorado notablemente gracias a los estrechos acuerdos de cooperación y comercio con China y Venezuela.

Hugo Chávez envía petróleo haciendo que la flota bastante renovada de vehículos ruede abundante por calles y avenidas ­de cuando en cuando un anciano Chevrolet­, y Cuba devuelve el gesto con miles de profesionales (20.000) que han levantado el sistema de salud en Venezuela para regocijo de las clases populares de éste país. Pero a Cuba aún le sobran fuerzas para destacar a cientos de mujeres y hombres médicos en Pakistán y en Guatemala. Aún hay más: un edificio de Vedado es la terminal en La Habana de la «Operación milagro», por la que miles de ciudadanas y ciudadanos de Uruguay son operados de los ojos a cambio de productos que envía el gobierno de centro izquierda. Ah!, China ya no exporta bicicletas sino bienes de equipo que permiten a Cuba renovar sus centros de producción. Espero que no exporte además su modelo: máxima liberalización económica conservando un sistema político altamente centralizado y muy cerrado. Con la prudencia que dan años de penuria durante el llamado período especial Cuba vive una nueva esperanza.

Pero sigamos con la espléndida ciudad. Esa que pisas despacio recorriendo la calle San Rafael, por un laberinto de rumores que vienen de las risas, de los juegos y las voces, pero tam- bién del tiempo pasado que se refleja en las fachadas, las puertas y los balcones donde mujeres con rulos de colores te dicen que la buena vida no es boato sino manifestación sencilla, a veces divertida: «Tú me recuerdas las cosas/no sé, las ventanas/donde los cantores nocturnos/cantaban/amor a La Habana/amor a La Habana». Caminas siempre sorprendido, sabedor de que por mil veces que transites la misma calle siempre será distinta, pues los personajes que la pueblan o se renuevan o son los mismos con nuevos gestos y andares. Pero si además es la hora en que el crepúsculo se aleja perezoso en busca de la noche, las luces amarillas como huevos de cristal a lo largo del Malecón habanero ­no importa que la luna esta vez sea sólo un gajo enganchado a un hilo invisible­, alumbrarán sobre el pretil poblado de cientos de jóvenes con ganas de cantar o de amar. Esa noche en el portal de la calle Jesús María número 27 una viejita te observa sentada con un Partagás sin estola colgado de los labios mientras escucha a su Benny Moré, una leyenda de Cuba que murió en 1963, cuando sólo contaba cuarenta y cuatro años.

Es verdad que en La Habana Vieja, Patrimonio Histórico de la Humanidad, muchas casas cosidas unas con otras se encuentran en estado deplorable. A su rehabilitación dedica el gobierno un enorme esfuerzo con apoyo internacional. Si visitas la Oficina del Historiador que dirige el sabio Eusebio Leal, te contarán que sólo en el malecón han sido recuperadas el 35% de viviendas de un total de 1.463 que ocupan 14 manzanas, en las que viven unas 5.500 personas. Y el esfuerzo sigue y sigue. Pero la visión de viviendas en estado ruinoso no puede opacar la belleza de la ciudad, en esta parte animada por el ruido del oleaje y los chillidos de las gaviotas, ya sin apenas jineteras que en otro tiempo, sólo unos años atrás, incordiaban a todo dios y eran la señal más visible y polémica de la crisis cubana. Al parecer un 60% dependían de proxenetas. La disolución de la redes ha dado lugar a una prostitución mucho más moderada en nú- mero y menos visible. La Habana se recupera en todas sus dimensiones y como haciendo propio el eslogan no hay mal que por bien no venga, ahora la gran ciudad acoge numerosas huertas que surten de alimentos básicos a las familias habaneras, invirtiendo así la otrora aspiración de «vamos amor al campo» por un movimiento de agricultura urbana que ha sido posible por la voluntad mayoritaria de resistir al bloqueo norteamericano. No sé hasta qué punto esto significa la sustitución de un modelo desarrollista por otro que convive con la naturaleza en el marco de una terca aspiración igualitaria, pero La Habana cambia para bien.

Esta ciudad que describo casi armoniosa no es un espacio unívoco, ni es paraíso ni es infierno. La revolución no agota las posibilidades de ejercer la crítica. Asisto al recital de Frank Delgado, nada menos que en la Casa de las Américas, catedral de la literatura de la isla y de la música de la trova, y allí me encuentro con un local lleno a reventar por jóvenes que se saben de memoria las letras satíricas e irónicas con las que Frank hace una crítica social y de aspectos burocráticos del modelo político. El público participa plenamente y ovaciona al trovador cuando éste advierte a Harry Potter que la magia de verdad se hace en las cocinas cubanas elaborando platos deliciosos con escasos condimentos, tres veces al día. Lo cierto es que Cuba vive nuevos movimientos, propios de cualquier sociedad en progreso, y así la relación entre el Estado y la llamada sociedad civil es de encuentros y de conflictos. Más de dos mil ONG cubren el mapa de la isla, representando un movimiento imparable que anhela y lucha por una autonomía que permita a las organizaciones su propia soberanía. Una emergente sociedad civil se piensa a sí misma y trabaja por mantener sus lazos con el exterior en el marco del movimiento alterglobalización y de la cooperación, procurando a Cuba nuevos espacios de relación con el mundo. Hay quien piensa que la sociedad cubana tiene más propuestas que las que el sistema puede asimilar; espero que no. El lado conflictivo viene por el afán de algunos estamentos y dirigentes de embutir a la sociedad en el Estado haciendo que de éste salgan respuestas unitarias: una sola federación de mujeres, una sola organización de los jóvenes, una sola central sindical, respuestas que miran sobre todo al pasado anterior a 1959 para nunca más volver a él, no tomando en cuenta que la mayor parte de esas dos mil ONG miran al futuro, no al pasado sino a una revolución mejor. La mitad de las cubanas y cubanos tienen menos de 30 años y quieren más espacios de participación, de decisión, de poder. Queriendo preservar la unidad un sector del poder político teme dar pasos hacia debates necesarios. ¿Cuba construida a la defensiva? Puede ser. No obstante, estoy persuadido que los encuentros vencerán sobre los desencuentros y de este modo los conflictos canalizados adecuadamente serán fuente de una Cuba socialmente más fuerte. Es verdad que la capital, donde vive la quinta parte de la población, es también el campo de juego de realidades cuando menos complejas. Tres economías coexisten: la estatal, la turística y la del mercado negro. La primera funciona en pesos nacionales, la segunda en pesos convertibles un poco por debajo del euro y la tercera en cualquier moneda incluido el dólar ahora penalizado en el cambio. Quien tiene acceso al peso convertible tiene ventajas. El turismo resuelve y el turismo complica. Resuelve los grandes números y la vida de muchos, a la vez que afecta a la equidad. Da divisas y desgasta subjetivamente a las mayorías que viven fuera de sus circuitos. Habana la bella disfruta y padece el necesario movimiento turístico.

Pero vuelvo a la ciudad. Esa que nos mira cuando la contemplamos con deleite, escrutando sus rincones y sus porches, sus paredes a veces acosadas por la salitre del mar, sus suelos empedrados, sus parques que asoman de pronto tomados por jubilados que fuman puros marca «Selectos», y siempre la luz distinta a cada hora. La ciudad amanece cada día superándose a sí misma en este tiempo de mejoras que desdicen diagnósticos obsoletos. No he visitado el campo ni tampoco otras ciudades y por eso no debo decir que toda Cuba prospera, no sería honesto, pero sí digo que La Habana está realmente espléndida. Dejo la ciudad al atardecer y camino del aeropuerto imagino la calle Sol, esquina Bélgica, tomada por jóvenes que mambean al ritmo de la orquesta de Arcaño que interpreta «El que más goza» por medio de un radiocassette. ¡Qué rico mambo! gritarán a coro.