Que la derecha mundial controle el flujo de la información a su favor es una injusticia, que los gobiernos de izquierda a veces la imiten, es una tragedia. En la Cuba de hoy no basta con ser de izquierda, apoyar las instituciones del país y condenar el bloqueo, también se exige algún tipo de subordinación. […]
Que la derecha mundial controle el flujo de la información a su favor es una injusticia, que los gobiernos de izquierda a veces la imiten, es una tragedia. En la Cuba de hoy no basta con ser de izquierda, apoyar las instituciones del país y condenar el bloqueo, también se exige algún tipo de subordinación. Hasta hace unos años los cambios promovidos por Raúl permitían ser revolucionario por cuenta propia, es decir, participar de forma autónoma en el debate político nacional, como ciudadanos que hemos hecho de la política un patrimonio del pueblo, hoy eso es imposible. Quien se resista a dicha subordinación conocerá lo que es la hegemonía, ya no la de Estados Unidos y sus aliados sino la doméstica.
La capacidad hegemónica del Estado cubano no es comparable con la de la derecha mundial, que tiene más recursos y puede ser más sutil en sus métodos, pero esto no significa que a lo interno sea menos real. El solo hecho de tener tal control sobre otros implica una responsabilidad pública sobre la que se debe rendir cuenta al pueblo. En un gobierno revolucionario, esta debe ponerse en función de amplios intereses sociales, evitando utilizarla para favorecer a grupos o interpretaciones específicas de la economía o la política que no cuenten con el respaldo de la mayoría.
Entre revolucionarios no se debe dar voz a unos y omitir la de otros. No se puede publicar en Granma y Cubadebate lo que dicen algunos funcionarios ideológicos y a la vez ignorar la opinión de intelectuales o Silvio Rodríguez cuando dice algo que no se quiere escuchar. No existe tal cosa como revolucionarios de segunda categoría, lo que sí existe es el ejercicio de la hegemonía para favorecer individuos. En una revolución que hizo confluir en el poder a distintas fuerzas en el 59, que supieron poner a un lado sus diferencias por algo mayor que ellos mismos, es trágico que sesenta años después se alimente jerarquías que premian la carrera política de unos a costa de la enajenación de otros. Como si la microfracción de Aníbal Escalante ganara hoy, sin la presencia de Fidel para evitar que avancen sectores dogmáticos con agenda propia.
Más allá de la izquierda militante, se utiliza la hegemonía a discreción. Ejemplo de ello es la reacción oficial hacia el periodista uruguayo Fernando Ravsberg y su blog Cartas desde Cuba. No es necesario coincidir con él para saber que si logran silenciarlo, sus lectores no irán a parar a Cubadebate sino a El Nuevo Herald y medios de oposición. Quizás el objetivo de nuestros estrategas ideológicos sea aumentar la polarización, porque todas sus acciones desde hace un año van provocando ese efecto, pero cuesta ver un efecto positivo en el aumento de la discordia interna y la promoción personal de quienes alimentan el fuego de las antorchas. Matar al mensajero nunca es método de quien tiene la razón.
Resulta que Ravsberg no es el más crítico de los periodistas extranjeros, pero sí el que más presiones recibe, no por lo que dice sino porque es leído. Es fácil prohibirle trabajar en Cuba, en su lugar deberían ir a la raíz del problema y preguntarse por qué llegan a él sus lectores. La solución seguramente será hacer un periodismo mejor, que problematice el país y sea creíble. El día que esto se logre los cubanos no necesitarán buscar en un periodista uruguayo el reflejo de su realidad, pero la hegemonía crea hábito cuando el decisor no necesita asumir públicamente sus sentencias. Será otro error más a la cuenta de la Revolución.
Las instituciones políticas del país deberían reflexionar en las razones por las que sus blogueros de vanguardia son tan poco leídos e incapaces de generar empatía. Por qué ni siquiera apelando a los medios masivos, promoviéndolos en cuanto escenario televisivo, conferencia universitaria o grupo de extranjeros que visita nuestro país, su mensaje no termina por calar entre la gente. Quizás tener la hegemonía no significa necesariamente tener la razón, quizás tampoco pueda hacerse el futuro con las armas melladas del socialismo, y quizás, piénsenlo bien, la disciplina no sea el principal valor de un revolucionario. A los sesenta años no se puede tener la enfermedad infantil del izquierdismo que señalara Lenin, se tienen otras enfermedades muy distintas.
La hegemonía que no entiende de autonomía, incluso entre sus propias fuerzas, resulta efectiva en desmovilizar políticamente. Numerosos blogs que nacieron espontáneamente hace años, desaparecieron para ser reemplazados por una blogosfera de fantasmas que escriben por encargo. Conozco a quienes tuvieron que escoger entre su bitácora o su empleo, ninguno de ellos fue ni es contrarrevolucionario, pero no eran parte del plan concebido. Por suerte para ellos, mis amigos blogueros que hoy en lugar de participar en la política nacional trabajan para acumular riqueza, viven en paz con sus familias, resulta que hacer dinero en Cuba es más políticamente correcto que escribir y opinar en internet.
La Joven Cuba es un blog sobreviviente, recuerdo de tiempos mejores. Nos van regresando intencionalmente al año 2010 en que la Cuba digital se dividía en las absurdas categorías de «oficialistas» y «disidentes», como si el cambio de mentalidad y el pensamiento crítico que promovió Raúl, fueran borrados y quienes lo siguieron pasaran a convertirse en desfasados o daño colateral.
Últimamente cuando un blog autorizado a opinar sobre Cuba no logra captar la atención deseada o pierde un debate digital, se le publica entonces en Cubadebate o Granma. Estos piñazos digitales sobre la mesa son muestra de hegemonía, pero no de tener la razón. En un país con alto nivel de instrucción debería confiarse en la inteligencia colectiva y el tribunal de la opinión pública, pero no es así. Tampoco fue así en los modelos comunistas que perecieron en el siglo XX. Triste destino depara a las revoluciones que en manos de su burocracia terminan convertidos en poder en sí y dejan de ser poder revolucionario, porque los burócratas entregarán la Revolución primero al capitalismo que a quienes desde sus filas propongan un camino distinto al suyo. Lo hicieron en la URSS y tratarán de hacerlo acá.
Hoy existen en Cuba revolucionarios buenos y revolucionarios malos, los autorizados para hablarle al pueblo y los que no, existe hegemonía y piñazos sobre la mesa con tal de ganar una discusión o que llegue solo la parte conveniente en un debate. Ojalá regresemos al camino de la razón y el pensamiento de hace unos años, porque la injusticia hegemónica de derecha sabemos enfrentarla, pero la hegemonía nacional de izquierda, cuando se usa irresponsablemente, termina por parecerse a la otra. Y entonces para qué diablos se hizo una revolución.
Fuente: http://jovencuba.com/2018/06/13/la-hegemonia-de-izquierda/