El sionismo moderno tiene sus raíces en el colonialismo. Este fue el motivo de la oposición de la izquierda judía al sionismo en las décadas de 1930 y 1940, basándose en que es una forma de nacionalismo de derechas e imperialismo que choca frontalmente con el internacionalismo obrero.
La iniciativa del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, de anexionar por la fuerza hasta el 30 % de la Cisjordania ocupada revela la violencia inherente a la imposición de un Estado étnico judío a la población indígena palestina. Aunque el plan de momento se ha aplazado, la organización B’Tselem, defensora de los derechos humanos, informa de que en preparación de la anexión Israel ya intensificó las demoliciones de casas palestinas en Cisjordania en el mes de junio, destruyendo una treintena en ese mes, cifra que no incluye otros derribos en Jerusalén Oriental.
El robo y la destrucción de hogares y comunidades palestinas, no obstante, no son más que un elemento de un proyecto colonial más amplio, y más antiguo. Como escribe la sindicalista palestina Sandra Tamari, “la población palestina ha sido forzada a soportar la política israelí de expulsión y apropiación de tierras durante más de 70 años”. Hoy, esta realidad se ha convertido en un sistema explícito de apartheid: la gente palestina en Israel constituye una ciudadanía de segunda clase, ahora que Israel codifica oficialmente que la autodeterminación solo vale para la población judía. La población palestina de Cisjordania y Gaza está sometida a ocupación militar, sitio, bloqueo y ley marcial, un sistema de dominación violento amparado por el apoyo político y financiero de EE UU.
La opinión antisionista afirma que esta realidad brutal no es tan solo obra de un gobierno de derechas o de la incapacidad de promover efectivamente una solución de dos Estados. Es más bien fruto del mismo proyecto del sionismo moderno, creado en un contexto colonial y basado fundamentalmente en la limpieza étnica y la dominación violenta de la población palestina. Entre quienes se autocalifican de antisionistas hay personas judías de todo el mundo, que desmienten abiertamente la afirmación de que el Estado de Israel representa la voluntad, o los intereses, del pueblo judío.
Sarah Lazare ha hablado con Benjamin Balthaser, profesor asociado de literatura multiétnica de la Universidad de Indiana en South Bend. Su artículo reciente, When Anti-Zionism Was Jewish: Jewish Racial Subjectivity and the Anti-Imperialist Literary Left from the Great Depression to the Cold War, examina la historia borrada del antisionismo de la izquierda obrera judía en las décadas de 1930 y 1940. Balthaser es autor de un libro de poemas que tratan de la antigua izquierda judía, titulado Dedication, y de una monografía académica sobre el modernismo antimperialista. Está escribiendo un libro sobre marxistas judíos, el pensamiento socialista y el antisionismo en el siglo XX.
Ha hablado con Lazare sobre los orígenes coloniales del sionismo moderno y las disputas de la izquierda judía con el mismo sobre la base de que constituye una forma de nacionalismo de derechas, opuesto frontalmente al internacionalismo proletario, y una forma de imperialismo. Balthaser sostiene que esta tradición política desmiente la afirmación de que el sionismo refleja la voluntad del pueblo judío y ofrece orientaciones para el momento actual. “Para las personas judías en EE UU que tratan de reflexionar sobre su relación no solo con Palestina, sino también sobre su propio lugar en el mundo como minoría etno-cultural diaspórica perseguida, hemos de decidir en qué lado nos situamos y con qué fuerzas globales queremos alinearnos”, dice. “Si no queremos estar del lado de los ejecutores de la extrema derecha, del colonialismo y del racismo, existe una fuente cultural judía en la que podemos inspirarnos, una fuente política de la que nutrirnos.”
Sarah Lazare: ¿Puedes explicar por favor cuál es la ideología del sionismo? ¿Quién la desarrolló y cuándo?
Benjamin Balthaser: Es preciso aclarar un par de cosas. En primer lugar, hay una larga historia judía anterior a la ideología del sionismo que mira hacia Jerusalén, al antiguo reino de Judea, como lugar de nostalgia cultural, religiosa y, podemos decir, mesiánica. Si conoces la liturgia judía, hay referencias que se remontan a miles de años atrás al país de Sión, a Jerusalén, al viejo reino que destruyeron los romanos.
A lo largo de la historia judía ha habido intentos desastrosos de volver al territorio de Palestina, siendo el más conocido el de Sabbatai Zevi en el siglo XVII. Sin embargo, en gran parte de la historia judía, por Israel se ha entendido una especie de nostalgia cultural y mesiánica, aunque no ha habido ningún deseo de desplazarse físicamente allí, salvo por parte de pequeñas comunidades religiosas de Jerusalén y, por supuesto, de la escasa población judía que seguía viviendo en Palestina bajo el imperio otomano y que representaba alrededor del 5 % de la población total.
El sionismo contemporáneo, en especial el sionismo político, se nutre de este vasto reservorio de nostalgia cultural y de los textos religiosos para autolegitimarse, y este es el origen de la confusión. El sionismo moderno surgió a finales del siglo XIX como movimiento nacionalista europeo. Y creo que esta es la manera de entenderlo. Fue uno de esos numerosos movimientos nacionalistas europeos de minorías oprimidas que trataban de construir, a partir de las diversas culturas de Europa Occidental y Oriental, Estados nacionales étnicamente homogéneos. Existían muchos nacionalismos judíos a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, entre los que el sionismo no era sino uno más.
Existía la Unión General de Trabajadores Judíos, llamada Bund, que era un movimiento socialista de izquierdas que adquirió notoriedad a comienzos del siglo XX y que articuló un nacionalismo desterritorializado en Europa Oriental. Consideraba que su lugar era Europa Oriental, que su tierra era Europa Oriental, y su lengua era el yidis. Querían luchar por la libertad en Europa, donde vivían. Y a su juicio su lucha por la liberación apuntaba contra los gobiernos capitalistas opresores europeos. Si el holocausto no hubiera acabado con la Bund y otros movimientos socialistas judíos en Europa Oriental, tal vez hoy estaríamos hablando del nacionalismo judío en un contexto muy diferente.
Desde luego, hubo experimentos soviéticos, siendo probablemente el más conocido el de Birobiyán, y también uno muy breve en Ucrania, en que se crearon zonas autónomas judías dentro de los territorios en que había población judía, o en otras partes de la Unión Soviética, basadas en la idea de doykait, el aquí diaspórico, y en la lengua y cultura yidis.
El sionismo era uno de estos movimientos nacionalistas culturales. Lo que lo distinguió fue que se injertó en el colonialismo británico, una relación que se hizo explícita con la Declaración Balfour en 1917, y que trató efectivamente de crear un país a partir de una colonia británica –el Mandato de Palestina– y de utilizar el colonialismo británico para establecerse en Oriente Medio. La Declaración Balfour fue esencialmente una manera de utilizar el imperio británico para sus propios fines. En cierto modo, podemos decir que el sionismo es una mezcla tóxica de nacionalismo europeo e imperialismo británico injertada en un reservorio cultural de tropos y mitologías que provienen de la liturgia y la cultura judías.
SL: Uno de los fundamentos del sionismo moderno es que es una ideología que representa la voluntad de todo el pueblo judío. Sin embargo, en tu artículo dices que la crítica al sionismo era moneda bastante corriente entre la izquierda judía en las décadas de 1930 y 1940, y que esta historia en gran parte ha sido borrada. ¿Puedes explicar cuáles fueron esas críticas y quién las formulaba?
BB: Lo gracioso de EE UU, y yo diría que esto es cierto con respecto a la mayor parte de Europa, es que antes del final de la segunda guerra mundial, e incluso durante un tiempo después, la mayoría de la gente judía hablaba mal del sionismo. Y no importa si eras comunista o seguidora del judaísmo reformista, el sionismo no era popular. Había muchísimas razones por las que la población judía de EE UU no comulgaba con el sionismo antes de la década de 1940.
Está la crítica liberal al sionismo, siendo la más conocida la que articuló Elmer Berger y el Consejo del Judaísmo de EE UU. La preocupación de esta gente era que el sionismo representaría sobre todo una especie de doble lealtad, que haría que la gente judía sintiera que no era genuinamente estadounidense y que frustraría sus aspiraciones de asimilación dentro de la cultura dominante de EE UU. Elmer Berger también avanzó la idea de que el judaísmo no es una cultura ni un pueblo, sino simplemente una religión, y que por tanto sus creyentes no tienen nada en común aparte de la fe religiosa. Yo diría que esta es una idea asimilacionista propia de las décadas de 1920 y 1930, y que trata de asemejarse a la noción protestante de la comunidad de fe.
En cuanto a la izquierda judía –la izquierda comunista, socialista, trotskista y marxista–, su crítica del sionismo se basó en dos aspectos: una crítica del nacionalismo y una crítica del colonialismo. Veían en el sionismo un nacionalismo de derechas y, en este sentido, burgués, similar a otras formas de nacionalismo: un intento de alinear a la clase obrera con los intereses de la burguesía. Hubo en la época un conocido varapalo contra Vladimir Jabotinsky en New Masses, en 1935, en que el crítico marxista Robert Gessner tilda a Jabotinsky de pequeño Hitler del Mar Rojo. Gessner llama nazis a los sionistas y la izquierda en general vio el nacionalismo judío como una formación de derechas que trataba de crear una cultura militarista unificada que alineaba los interés de la clase obrera judía con los de la burguesía judía.
Esta es una vertiente de la crítica al sionismo. La otra vertiente, que creo que es más contemporánea de la izquierda de hoy, es que el sionismo es una forma de imperialismo. Si lees los panfletos y revistas y discursos que se daban en la izquierda judía en las décadas de 1930 y 1940, verías que equiparaban el sionismo al imperialismo británico. También eran muy conscientes del hecho de que Oriente Medio estaba colonizado, primero por los otomanos y después por los británicos. Consideraban que la lucha de liberación palestina formaba parte del movimiento antiimperialista global.
Por supuesto, las y los comunistas judíos no se veían como ciudadanos de un Estado nacional, sino como parte del proletariado mundial: parte de la clase obrera mundial, parte de la revolución mundial. Así que pensar que su tierra era esa estrecha franja de terreno junto al Mediterráneo –sin hablar ya de su afinidad cultural con Jerusalén– no tenía nada que ver con su mentalidad. Cuando se puso en marcha el holocausto, a comienzos de la década de 1940, y la gente judía comenzó a huir de Europa por cualquier medio a su alcance, algunos miembros del Partido Comunista defendieron que se les permitiera ir a Palestina, cosa que es natural si huyes de la aniquilación y Palestina es el único lugar al que puedes acudir.
Sin embargo, esto no significa que puedes establecer allí un Estado nacional. Tienes que arreglártelas de la mejor manera posible con la gente que vive allí. Existía un partido comunista palestino que abogaba por la colaboración entre judíos y palestinos para echar a los británicos y crear un Estado binacional, que por muchas razones, incluida la naturaleza segregada del asentamiento judío, resultó más difícil en la práctica que en la teoría.
En cualquier caso, la izquierda judía entendía críticamente, en las décadas de 1930 y 1940, que la única manera en que el sionismo sería capaz de establecerse en Palestina pasaba por un proyecto colonial y por la expulsión del territorio de la población palestina indígena. En un discurso pronunciado en el Hipódromo de Manhattan, Earl Browder, presidente del Partido Comunista de EE UU, declaró que solo era posible establecer un Estado judío previa expulsión de un cuarto de millón de personas palestinas, cifra que el público consideró entonces sumamente escandalosa, pero que en realidad resultó ser una trágica subestimación.
SL: En tu reciente artículo escribes que “tal vez la narrativa sobre el sionismo que más ha incidido, incluso en círculos académicos y literarios que reconocen su condición marginal antes de la guerra, es que el holocausto cambió la opinión judía y le convenció de su necesidad”. Señalas varias lagunas importantes en esta narrativa. ¿Puedes explicar cuáles son?
BB: Yo matizaría esto un poco para decir que estoy hablando realmente de la izquierda comunista y marxista en este contexto. Me crié en una familia de izquierda en la que la opinión estaba completamente dividida con respecto al sionismo, aunque cundió la idea de que el holocausto cambió la opinión general y todo el mundo entró en vereda tan pronto como se conocieron los detalles del holocausto, tanto sionistas como antisionistas. Es innegable que sin el holocausto probablemente no existiría Israel, aunque solo fuera por el hecho de que hubo una afluencia masiva de gentes refugiadas judías después de la guerra que de lo contrario se habrían quedado en Europa. Sin esta afluencia de personas que libraron la guerra de 1948 y después poblaron Israel es dudoso que pudiera haberse establecido un Estado de Israel independiente.
Sin embargo, una cosa que me sorprendió muchísimo cuando estudié la prensa judía de izquierdas de la década de 1940 –publicaciones del Partido Socialista de los Trabajadores, trotskista, del Partido Comunista y escritos de Hannah Arendt– es que incluso después de conocerse en general la amplitud del holocausto, su posición oficial siguiera siendo antisionista. Puede que reclamaran que se permitiera a los judíos retornar a los países de los que habían sido expulsados o en que se habían producido las masacres, con plenos derechos y plena ciudadanía, instalarse en EE UU o incluso emigrar a Palestina si no tenían otro lugar a donde ir (como sucedía a menudo). Pero seguían estando totalmente en contra de la partición y el establecimiento de un Estado exclusivamente judío.
Lo que es importante comprender con respecto a ese periodo es que el sionismo era una opción política, no solo de las potencias imperiales occidentales, sino también de la dirección judía. Podrían haber luchado más enérgicamente por la inmigración judía a EE UU, pero en realidad muchos líderes sionistas se opusieron a ella. Hubo toda una serie de historias relatadas en la prensa comunista judía sobre cómo personajes sionistas colaboraron con los británicos y estadounidenses para forzar a familias judías a trasladarse al Mandato de Palestina cuando ellas habrían preferido ir a EE UU o Inglaterra. Hay una famosa cita de Ernest Bevin, el ministro de Exteriores británico, que dijo que la única razón de que EE UU enviara a gente judía a Palestina estribaba en que “no quieren demasiada gente más en Nueva York”. Y los sionistas estaban de acuerdo.
Esto puede parecer una historia antigua, pero es importante porque desmiente la idea común que se tiene de la formación de Israel. “Sí, tal vez pudo haber paz entre judíos y palestinos, pero el holocausto lo hizo del todo imposible.” Yo diría que este debate posterior a 1945 demuestra que hubo todo un largo periodo en que existían otras posibilidades y que podría haberse abierto un futuro distinto.
Curiosamente, tal vez, la Unión Soviética hizo más que cualquier otra fuerza singular por cambiar los planteamientos de la izquierda marxista judía a finales de la década de 1940 con respecto a Israel. Andrei Gromyko, embajador de la Unión Soviética ante las Naciones Unidas, declaró en la ONU en 1947 que apoyaba la partición después de señalar que Occidente no había hecho nada por detener el holocausto; de pronto, este giro de 180 grados. Todas aquellas publicaciones de la izquierda judía que estaban denunciando el sionismo asumieron, literalmente de un día para otro, la partición y la formación del Estado nacional de Israel.
Tienes que entender que para un montón de comunistas e incluso socialistas judías, la Unión Soviética era la tierra prometida, no el sionismo. Ese era el lugar en que, según la propaganda, se había erradicado el antisemisitmo. El imperio ruso fue el lugar más antisemita a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, antes del ascenso del nazismo. Muchos miembros del Partido Comunista Judío venían de Europa Oriental, o al menos sus familias, y conservaban una memoria muy vívida de Rusia como crisol del antisemitismo. Para ellos, la revolución rusa fue una ruptura histórica, una oportunidad para empezar de nuevo. Y, por supuesto, esto fue después de la segunda guerra mundial, cuando la Unión Soviética acababa de derrotar a los nazis.
El hecho de que la Unión Soviética abrazara el sionismo fue un verdadero choque para el mundo judío de izquierdas. La Unión Soviética cambió de política más o menos una década después, declarándose abiertamente antisionista en los años sesenta. Sin embargo, durante aquel breve periodo crucial, la Unión Soviética defendió firmemente la partición, y esto parece que fue lo que hizo que cambiara realmente la izquierda judía. Sin aquella legitimación, pienso que todos empezamos a ver a la izquierda judía realmente existente retornar en buena medida a las posiciones que había sostenido originalmente, a saber, que el sionismo es un nacionalismo de derechas y que también es racista y colonialista. Vemos cómo la izquierda judía recupera sus primeros principios.
SL: Con esto podemos pasara algunas preguntas que quería hacerte sobre la relevancia de la historia del antisionismo para la situación actual. Para mucha gente, el plan israelí de anexionarse una parte enorme del territorio palestino en Cisjordania, por mucho que se haya aplazado, pone de manifiesto la violencia del proyecto sionista de establecer la dominación judía sobre la población palestina. Y vemos a algunos destacados sionistas liberales, como Peter Beinart, proclamar públicamente que la solución de los dos Estados está muerta y que la mejor vía es un Estado único basado en la igualdad de derechos. ¿Crees que es un buen momento para conectar con la historia del antisionismo judío? ¿Ves algún indicio o posibilidad de un cambio de posición de la gente?
BB: De alguna manera, la carta de Beinart llega 70 años tarde. Pero no por ello deja de ser un cambio cultural muy importante, en la medida en que él forma parte del establishment judío liberal. También diría que nos hallamos en un momento histórico diferente. En los años treinta y cuarenta podíamos hablar realmente de una especie de sentido revolucionario universal y una izquierda judía efectiva que militaba en organizaciones como el Partido Comunista, el Partido Socialista de los Trabajadores (SWP) y el Partido Socialista. Esto se vio de nuevo en los años sesenta.
La organización Estudiantes por una Sociedad Democrática (SDS), que también contaba con un sector judío significativo, apoyaba formalmente el antisionismo en la década de 1960, junto con el SWP, y entabló alianzas con el Comité de Coordinación Estudiantil No Violento, que también adoptó oficialmente una posición antisionista a finales de la década de 1960. Cabía pensar entonces en un marco revolucionario global en el que la liberación de Palestina era una parte articulada y cabía pensar en el Frente Popular de Liberación de Palestina y la Organización por la Liberación de Palestina como parte del tejido de los movimientos revolucionarios mundiales.
Hoy nos hallamos en un espacio mucho más fragmentado. Al mismo tiempo, sin embargo, estamos viendo el renacer, o tal vez la continuidad, de los movimientos palestinos por los derechos civiles, y cómo la sociedad civil palestina hace un llamamiento a favor de la descolonización, siempre partiendo de sus propias tradiciones de liberación, pero también observando modelos de la lucha por la libertad en Sudáfrica.
La gente judía contemporánea que es progresista y se considera de izquierdas, de pronto se percata de que realmente ya no existe ningún centro político, ya no existe una posición sionista liberal. El centro ha desaparecido. Y nos enfrentamos a esta dificilísima disyuntiva: o bien te sitúas del lado de la liberación, o bien te alineas con la derecha israelí, que tiene intenciones aniquiladoras y genocidas, que siempre han existido, pero que ahora se ponen de manifiesto aibertamente. Así que pienso que personas como Beinart despiertan y dicen, “no quiero estar del lado de los ejecutores”. La historia de la antigua izquierda judía de los años sesenta nos muestra que esto no es nuevo.
Toda lucha de liberación surgirá de la propia gente oprimida, de manera que el movimiento de liberación palestino fijará sus términos de lucha. Pero para las personas judías en EE UU que tratan de reflexionar sobre su relación no solo con Palestina, sino también sobre su propio lugar en el mundo como minoría etno-cultural diaspórica perseguida, hemos de decidir en qué lado nos situamos y con qué fuerzas globales queremos alinearnos. Si no queremos estar del lado de los ejecutores de la extrema derecha, del colonialismo y del racismo, existe una fuente cultural judía en la que podemos inspirarnos, una fuente política de la que nutrirnos. Esta historia de la izquierda judía antisionista demuestra que un papel histórico importante en la diáspora lo ha desempeñado la solidaridad con otros pueblos oprimidos.
Esta es la fuente que más fuerza nos ha dado históricamente. Así que contemplo aquello y no digo que “vamos a reproducir el Partido Comunista de los años treinta y cuarenta”, sino que “produciremos algo nuevo, pero el pasado puede ser una fuente cultural que podemos aprovechar hoy”.
SL: ¿Quién es responsable o qué ha sido la causa de que esta historia de la izquierda judía antisionista haya sido borrada?
BB: Yo no echaría la culpa únicamente a la Unión Soviética o al sionismo, porque también hemos de pensar en la guerra fría y en cómo esta destruyó a la vieja izquierda judía, la condenó a la clandestinidad y aplastó sus organizaciones. De modo que pienso que hemos de entender cómo el giro a favor del sionismo se vio como algo que normalizaría a los judíos en una era de posguerra. Con la ejecución de los Rosenberg, el temor rojo de finales de los años cuarenta y la década de 1950 y la práctica prohibición del Partido Comunista de EE UU, que en los años treinta y cuarenta era medio judío, para gran parte del establishment judío la alineación con el imperialismo estadounidense era una manera que tenían los judíos de normalizar su presencia en EE UU. Y por suerte, este periodo, hasta cierto punto, ya es historia.
Podemos ver la vacuidad y aridez de alinearnos con el proyecto imperial estadounidense, junto con personas como Bari Weiss y Jared Kushner. ¿Por qué alguien como Bari Weiss, quien se autocalifica de centro-izquierda, iba a alinearse con las fuerzas más reaccionarias de la escena estadounidense? Es una maldita matriz de asimilación y blanquitud que resultó de la suburbanización de los años cincuenta durante la guerra fría. Israel formó parte de este negocio endiablado. Sí, podéis llegar a ser verdaderos estadounidenses: podéis acudir a buenas universidades de EE UU, podéis ir a vivir a las zonas residenciales del extrarradio, formar parte de la buena sociedad de este país, siempre que nos hagáis este pequeño favor de apoyar al imperio estadounidense.
Esperemos que con la aparición de nuevas organizaciones de base en EE UU, entre personas judías y no judías que cuestionan el papel de EE UU en el apoyo al sionismo, este cálculo empiece a desbaratarse. Con el ascenso de Jewish Voice for Peace, IfNotNow, Democratic Socialists of America y el movimiento Black Lives Matter, que adoptan todos una firme postura en contra del apoyo de EE UU al sionismo, en la comunidad judía la opinión ha empezado a moverse en una dirección distinta, particularmente por parte de la generación más joven. La batalla no ha terminado, ni mucho menos, pero me siento un poquito optimista de cara al futuro.
Traducción: viento sur