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Dossier de La Tizza sobre José Martí

¿La hora de los cerdos?

Fuentes: La Tizza

Aquí estoy, solo estoy, despedazado. Ruge el cielo; las nubes se aglomeran, Y aprietan, y ennegrecen, y desgajan. Los vapores del mar la roca ciñen. Sacra angustia y horror mis ojos comen. ¿A qué, Naturaleza embravecida, A qué la estéril soledad en torno De quien de ansia de amor rebosa y muere? ¿Dónde, Cristo sin […]


Aquí estoy, solo estoy, despedazado. Ruge el cielo; las nubes se aglomeran, Y aprietan, y ennegrecen, y desgajan. Los vapores del mar la roca ciñen. Sacra angustia y horror mis ojos comen. ¿A qué, Naturaleza embravecida, A qué la estéril soledad en torno De quien de ansia de amor rebosa y muere? ¿Dónde, Cristo sin cruz, los ojos pones? ¿Dónde, oh sombra enemiga, dónde el ara Digna por fin de recibir mi frente? ¿En pro de quién derramaré mi vida?

Fragmento del poema Isla Famosa. Versos Libres.

A Cuba no le conviene decir que «además de socialista, es martiana». Ello sería casi suponer que ser socialista es un defecto, que debemos pedir disculpas por serlo y José Martí sería el salvoconducto para nuestra expiación. Decir que la Revolución es también martiana, no puede ser un modo de sumar rasgos, tiene que servir para estudiar en qué lo somos, en qué no, en cuáles cosas deberíamos serlo y cuánto de ello forma parte del proyecto de nuestra larga y necesaria transición socialista.

El pensamiento y la práctica revolucionaria de José Martí produjeron una ideología para la lucha social, mucho más avanzada que los estrechos límites del tiempo en que le tocó vivir, combatir, y morir peleando. Los aprendizajes que se derivan de esa ideología tienen absoluta vigencia para Cuba y para los distintos pueblos del mundo que luchan por una sociedad superadora del pérfido, salvaje y asqueroso capitalismo actual.

El primero de esos aprendizajes es que no puede haber lucha revolucionaria si no hay organización. Sin instrumentos organizativos que den cohesión a los distintos movimientos y sin programas de acción, no es posible luchar con posibilidades de triunfo. La creación de ese instrumento organizativo requiere muchísimo esfuerzo personal, paciencia ante el ataque inevitable de propios y contrarios y una gran dosis de liderazgo personal y colectivo.

Un segundo aprendizaje es la necesidad de unir a todos los que estén dispuestos a pelear o a realizar acciones y tareas de lucha y militancia. Es juntar a quienes van a pelear, pero no olvidemos que este es el propósito fundamental. La unidad tiene sentido si es alrededor de un programa de lucha o de acciones para la transformación social.

Tercero, el pensamiento es un terreno en disputa permanente. Se deben desarrollar y desplegar instrumentos intelectuales escritos y discursivos que sirvan para cohesionar a las fuerzas del campo revolucionario y para combatir contra todo aquello negador del proyecto. La reacción y el imperialismo construyen todo el tiempo productos culturales e intelectuales contrarios a nuestros propósitos, pero contra ellos no sirve la censura, además de sus consecuencias nocivas se impide derrotarlos en su propio campo.

Cuarto, la Revolución es por necesidad histórica continental y también mundial, es un pequeño esfuerzo para la Revolución mundial y es parte del complejo mecanismo que debe desatar los nudos que impiden las distintas formas de cambio social. Participar directamente de la lucha de otras y otros es la verdadera escuela de quienes han escogido el camino de la militancia. Por otro lado no es posible liberar un pueblo sin desatar las fuerzas de enemigos muy poderosos.

Quinto, la Revolución es un proyecto más trascendente, que nuestras pequeñas familias, nuestros escritos, nuestros poemas, y nuestras inevitables miserias humanas. Hay una familia más grande, hay la Escritura, hay la Poesía y hay la Miseria Universal a la que están condenados los sectores populares. Ya lo dejó entrever Simón de Beauvoir, hay opresores en el corazón de los excluidos, hay amos dentro del esclavo, pero no olvidemos toda relación de opresión es favorable al opresor. Hay quien echa de menos el modernismo de Martí, lo que pudo haber escrito y no fue. Eso es no entender que la Revolución se nutre de metáforas, pero sobre todo de aquellas con olor a pólvora.

Sexto, no se busca la muerte innecesariamente, pero no se busca vivir a toda costa. Hay una hora señalada para salir a pelear que todos tenemos marcada si sabemos que ese es el objetivo de nuestra vida. La vida de un militante es un canto a los sueños, y es también aceptar la amargura de derrotas, retrocesos, flaquezas propias y traiciones. Pero todos queremos ver ese sueño donde ser felices sea una posibilidad cotidiana. Las cubanas y los cubanos somos privilegiados hemos podido nacer y crecer en un país justo y digno. Dos palabras que no se conocen en la mayor parte del mundo donde la miseria es una realidad común, pero lo más espantoso es que para la mayoría de la gente en nuestros pueblos pobres de América esa miseria sea normal, sea un castigo o una cuestión de suerte. Ese privilegio es el resultado de la vida y la muerte de muchos, y hay que estar dispuestos a hacer lo mismo si fuese necesario. Hay que saber morir en la cruz, como el Maestro y como recordó y cumplió Mella en su breve pero fecundo interregno de lucha.

El imperialismo y la reacción no tienen ni mártires, ni sangre de mártires. Sangre de cerdos ese es su testimonio de lucha. Pero no nos confundamos porque no es la hora de los cerdos; es hora y presente de luchas. Para la Revolución cubana ser socialista y ser comunista deben ser los únicos y deseables modos de ser martiana.

La Tizza propone en este dossier:

Por qué Martí fue un líder diferente, por David Leyva González

Visión de la historia de José Martí: fundamentos y proyectos, por Fernando Martínez Heredia

El polemista y la polémica: pensando a Martí, por Marlen A. Domínguez

Fuente: http://medium.com/la-tiza/la-hora-de-los-cerdos-9628e459289a

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.