Las encuestas las carga el diablo. Pero si la realidad terminara confirmando los datos de intención de voto avanzados a primeros de mayo por Metroscopia para Madrid habría que poner entre paréntesis una de las hipótesis que maneja Podemos. En concreto, se trataría de la supuesta imposibilidad de acreditar una marca nueva, aunque esto sirviera […]
Las encuestas las carga el diablo. Pero si la realidad terminara confirmando los datos de intención de voto avanzados a primeros de mayo por Metroscopia para Madrid habría que poner entre paréntesis una de las hipótesis que maneja Podemos. En concreto, se trataría de la supuesta imposibilidad de acreditar una marca nueva, aunque esto sirviera para limar asperezas entre los partidarios de la unidad popular, ante la cristalización de la expectativa de cambio en torno al proyecto de Pablo Iglesias. Pues bien: en la ciudad de Madrid, donde Podemos concurre bajo otra marca y asociado con otros partidos y corrientes sociales, conseguiría 3,6 puntos más (24,3%) que en las elecciones autonómicas (20,7%), donde se presenta con su propio nombre. Prácticamente la misma diferencia a la que apunta la encuesta del CIS del mes de abril, aunque con una rebaja en los resultados totales. Disponemos de pocos datos comparativos para saber lo que ocurrirá en el resto de los municipios y comunidades autónomas, a pesar de que en cualquier caso, la inveterada tendencia de los partidos a utilizar el «efecto bandwagon», también llamado «efecto de arrastre», «de la moda» o «de subirse al carro», influyendo en la cocina de las encuestas, nos ha vuelto bastante escépticos con los resultados. Por ejemplo, una encuesta realizada por la empresa MyWord para la Cadena Ser en el mes de abril señalaba la misma tendencia que Metroscopia para la comunidad autónoma y la ciudad de Valencia, donde Podemos, bajo el nombre de «Valencia en comú», podría quedar 2,4 puntos por encima de su marca propia. Pero esto es justo lo contrario de lo que dice el estudio del CIS, que anuncia una diferencia de 3,3 puntos a favor de Podemos. Con este panorama, sacar conclusiones se convierte en un deporte de riesgo.
Pero si nos atenemos al caso de Madrid, donde los datos del CIS y Metroscopia apuntan en el mismo sentido, es posible aventurar que Podemos podría quedar en la comunidad autónoma algunos puntos por debajo que la candidatura de unidad popular con la que pretende conquistar el ayuntamiento. Quizás esta diferencia se deba a la excepcionalidad de la candidatura de Manuela Carmena, o a la mayor cobertura que los grandes medios de comunicación brindan a los acontecimientos políticos de la capital. Pero estos argumentos no son suficientes. En primer lugar, porque la responsabilidad de cada proyecto es encontrar candidatos y candidatas que sean tan conocidos en sus territorios como Manuela Carmena lo es en Madrid. Y en segundo lugar, porque si Podemos hubiera apoyado la ampliación de la estrategia de Ahora Madrid a los procesos autonómicos, es presumible que la marca «Ahora» se hubiera podido acreditar en el resto del territorio al menos con el mismo nivel de información pública que ha conseguido en Madrid. Sin embargo, la estrategia de Podemos ha sido la de recurrir a un amplio abanico de denominaciones electorales para encuadrar su participación en las elecciones municipales. Solo en la Comunidad de Madrid, Convocatoria por Madrid, el proyecto impulsado por las ex diputadas Tania Sánchez y María Espinosa, ha contado hasta 29 candidaturas de unidad popular, cuyas denominaciones incluyen desde la palabra «Ahora» («Ahora Getafe», por ejemplo) hasta «Ganar» (Fuenlabrada) o «Ganemos» (Pinto), pasando por «Cambiemos» (Parla) y «Somos» (Alcalá), entre otras. A estas alturas, el riesgo de desorientación del electorado es demasiado alto como para esconderlo debajo de la alfombra, y quizás, aunque solo sea para tomar nota, deberíamos preguntarnos si no se podía haber establecido una estrategia más clara, o parafraseando a Oscar Wilde, si de verdad era necesario supeditar la estrategia del asalto a los cielos a la importancia de llamarse Podemos.
Puede que se trate de una tragedia, pero si tenemos que retratar el enredo y la confusión a la que una parte de la ciudadanía se encuentra abocada el 24 de mayo, nada mejor que la comedia de Oscar Wilde. Hagamos un repaso. Por un lado, en los procesos autonómicos, Podemos e IU concurren con sus propias marcas (aunque en ocasiones IU amplía su denominación, como en «Ganar la Región de Murcia», para incluir a sus socios políticos). Por otro lado, en los procesos municipales, Podemos a veces no se presenta, y cuando lo hace, acude bajo otro marca, que no siempre es la misma. Así, en Valencia, lo hace bajo el paraguas de «Valencia En Comú», que no incluye a IU. Sin embargo, la marca «Barcelona En Comú», encabezada por Ada Colau, sí lo hace. En la Región de Murcia se da la circunstancia, nefasta desde el punto de vista del marketing político, de que «Cambiemos Molina de Segura» no es lo mismo que «Cambiemos Murcia». La primera cuenta con el apoyo de Podemos, pero no de IU, y la segunda, al revés. Aunque en el fondo, es más complicado, porque «Cambiemos Murcia» sí que cuenta con el apoyo de un sector de Podemos, mientras que la dirección local de este partido, muy contrariada con los primeros, ha decidido apoyar la candidatura que concurre bajo el nombre de «Ahora Murcia». Y no se confundan, porque para muchos, «Ahora Murcia» es algo muy distinto que «Ahora Madrid». Toda esta situación de enredo se representa, con mejor o peor fortuna, en las salas más importantes de nuestro país, y por mucho que sus actores se esfuercen por darle un contenido nuevo, raro es el caso en que no le venga bien el texto de aquél celebre diálogo entre Archivaldo Moncrieff y Juan Gresford: «Además, tú no te llamas Juan, sino Ernesto», dice el primero. «No, señor; yo no me llamo Ernesto; me llamo Juan», responde el segundo. Y Archivaldo, de nuevo: «Tú siempre me has dicho que te llamabas Ernesto». Y así continúa La importancia de llamarse Ernesto, una comedia ingeniosa desde su mismo título, que juega con el doble sentido que para los oídos de un inglés tiene la palabra «Ernest», similar a la palabra «Earnest», es decir, honesto, sincero. La importancia de llamarse Ernesto se titula, en realidad, La importancia de ser honesto. Algo que saben perfectamente las personas que desde la mejor voluntad y el mayor de los sacrificios han trabajado para construir las candidaturas de unidad popular. La honestidad es probablemente la piedra fundacional del cambio, un valor cuya transparencia no merece la pena poner en riesgo por una cuestión de táctica política. La ciudadanía se ha vuelto, con razón, muy suspicaz cuando se le pide el voto. Si aspiramos a que confíe en la estrategia de la unidad popular, habrá que ponérselo más fácil en el futuro.
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