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La inauguración de la supremacía blanca

Fuentes: Truthdig.com

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández



El gabinete de Donald Trump no cuenta con ningún latino, la primera vez desde hace veinticinco años que esa minoría, que integra al 18% de los estadounidenses, está ausente. Trump acusó de forma infame a los mexicanos-estadounidenses de ser lo peor de lo peor, de incluir en sus filas a violadores y narcotraficantes y de haber sido deliberadamente enviados por el gobierno mexicano a través de la frontera en lo que considera, por muy grotesco que nos parezca, una gigantesca conspiración.


Trump y sus consejeros neofascistas se sienten hombres blancos heridos y ven en los latinos, y en su inmigración a EEUU, un desafío para el dominio blanco que hay que parar y revertir. No importa que la cuestión de la blancura responda a un constructo y que incluso Benjamin Franklin excluyera a los alemanes, al igual que Trump, de tal categoría. Y tampoco importa que la inmigración latina salve a EEUU del envejecimiento y pérdida de población (problemas muy reales que, por ejemplo, están afectando a Japón), ayudando a mantenerles como potencia económica gracias a su mano de obra.


Al considerar de esta forma las cosas, Trump ve a los musulmanes-estadounidenses como latinos con esteroides y, por tanto, más amenazantes aún para su proyecto de jerarquía racial.


Para colmo, va ayer Tom Barrack, encargado del comité inaugural presidencial, y explica por qué no se le pidió a Kanye West que actuara: «No se lo hemos pedido… Es un tipo genial. Se considera amigo del presidente electo pero no es el momento. El programa que tenemos para el espectáculo está completo. Es perfecto. Va a ser típica y tradicionalmente estadounidense». Parece que Kanye es especialmente objetable debido a su cultura hip hop. La idea de Barrack y de Trump de lo «tradicionalmente estadounidense» es obviamente un ideal de blancura étnica, lo cual, por supuesto, es una fantasía. Alrededor del 5% de los que se describen a sí mismos como sureños blancos tienen una reciente herencia genética africana. Trump y su círculo asocian la Negrura con el delito y con barrios marginales ardiendo, lo que explica los grotescos tweets de Trump sobre el héroe de los derechos civiles John Lewis.


Trump se está llevando consigo a la Casa Blanca a Steve Bannon, director ejecutivo de la basura neonazi «Breitbart«. Hay una razón por la cual los supremacistas blancos se regocijaron con ese nombramiento.


Está tratando también de convertir a Jeff Sessions en fiscal general, del que se dice que ha tildado a NAACP, un grupo de defensa de los afroestadounidenses, de «no ser estadounidense».


¿Estamos empezando a ver un modelo en todo esto? El gabinete de Trump y su grupo de chupópteros piensan que las personas que tienen ascendencia en el norte de Europa son los verdaderos estadounidenses (aunque, eso sí, a principios del siglo XX, grupos europeos como los irlandeses, polacos e incluso griegos no fueran considerados «blancos»). En sus nombramientos, Trump no ha excluido completamente a las minorías, aunque tales designados no están claramente calificados para la tarea (convirtiendo la historia de la supremacía blanca en una ironía) o tan estrechamente vinculados al Establishment de Washington que no suponen amenaza alguna.


Trump tiene también fama de despreciar a las mujeres de manera universal, sean blancas o no. Su nacionalismo blanco y el de su Rasputin, Bannon, va en parte de supremacía masculina. Los machos blancos son la cohorte alfa que puede manosear a voluntad a mujeres extrañas.


Pero, tan fuerte como el racismo evidente y el descarado sexismo del círculo de Trump, es, no deberíamos olvidarlo, la cuestión de la clase social. La clase ayuda a formarse en la «blancura» o a hablar en contra de ella. Los polacos y los irlandeses no eran considerados blancos en parte porque hacían los trabajos no cualificados o porque constituían una sólida clase trabajadora. La blancura tenía que ver con los privilegios de las clases medias o medias altas.


El gabinete de Trump es un gabinete de multimillonarios y billonarios que piensan que los pobres y la clase trabajadora no son ricos porque son perezosos, en vez de considerar que sus luchas económicas se derivan del empleo o salario insuficientes. Andrew Puzder, la elección de Trump para secretario de trabajo, no cree que los trabajadores deban tener descansos y se opone a cualquier aumento del salario mínimo.


Trump y muchos de sus nombramientos y asesores cercanos defienden los privilegios para los blancos y los derechos de las corporaciones manejadas por los asquerosamente ricos que se autodefinen como «blancos» para que nos gobiernen sin impedimentos ni obstáculos, sin regulaciones ni consecuencias. En la superficie, el nacionalismo blanco intenta hacer que parezca como si sólo fuera a atacar a las minorías que considera parasitarias. Pero, en última instancia, ese al que consideran «blanco» es únicamente el que es como ellos, multimillonarios y billonarios. El resto somos todos de alguna forma «nada tradicionales» o «inusuales». La sorpresa que espera a la clase obrera demócrata de Reagan es que Trump tampoco cree que ellos sean realmente blancos.

 

Juan Cole enseña Historia de Oriente Medio y el Sur de Asia en la Universidad de Michigan. Su último libro: The New Arabs: How the Millennial Generation Is Changing the Middle East (Simon and Schuster), apareció publicado  el 1 de julio pasado. Es también autor, entre otras obras, de: Engaging the Muslim World y Napoleon’s Egypt: Invading the Middle East (ambos en Palgrave Macmillan).


 

Fuente:

http://www.truthdig.com/report/item/the_inauguration_of_white_supremacy_20170120


Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.