Cuando las agencias internacionales repiten hasta el cansancio la noticia de que «Israel ha decretado una tregua unilateral», lo primero que nos viene en mente es el recuerdo de aquel otro cese del fuego y posterior retirada sionista, la del 2006 en El Líbano, cuando después de destruir parcialmente a ese país, no pudieron derrotar […]
Cuando las agencias internacionales repiten hasta el cansancio la noticia de que «Israel ha decretado una tregua unilateral», lo primero que nos viene en mente es el recuerdo de aquel otro cese del fuego y posterior retirada sionista, la del 2006 en El Líbano, cuando después de destruir parcialmente a ese país, no pudieron derrotar a la resistencia timoneada por Hizbolah.
Esta vez, frente a la magnitud de la agresión y el despliegue bélico por parte del ejército israelí, volvió a cumplirse la profecía de todos estos últimos años, la de Iraq, Afganistán o Líbano: cuando los uniformados sionistas tuvieron que apelar a la invasión terrestre (después de más de 20 días de bombardeos brutales y destructivos para la infraestructura y la atormentada población civil palestina), comenzaron a sufrir duros reveses en cuanto a hombres y a sus poderosos blindados.
Los combatientes de Hamas se han batido heroicamente en choques desiguales pero donde el conocimiento del terreno, el empleo de tácticas de guerra de guerrillas y la baja moral de los asesinos a los que enfrentaban, les ha permitido en numerosas ocasiones conseguir victorias militares inapelables.
Los mismos soldados israelíes, en declaraciones que recoge el diario «Haaretz» (el único que logra romper parcialmente la férrea censura israelí), confesaron que por la noche veían «escenas fantasmales, en las que los de Hamas nos atacaban en un lado y cuando les respondíamos, ya no estaban allí, y recibíamos fuego desde el otro».
Israel, como hizo en Líbano, ha ocultado férreamente, las bajas sufridas en combate. Sólo informó sobre los daños producidos por los cohetes Kassam, pero prefirió ignorar (para no provocar desánimo en sus propias tropas) que la resistencia palestina unificada logró asestarles golpes de gran envergadura. El ejemplo está en un comunicado dado a conocer por las milicias de Hamas donde se cuenta con lujo de detalles un ataque comando contra una compañía de tanques, en la que cuatro de estos vehículos fueron destruidos y sus conductores murieron incinerados en los mismos.
Es obvio que la cobardía y la superioridad de armamento israelí para embestir a una población encerrada en un guetto peor que el provocado por los nazis, sin posibilidad de romper ese cerco en ninguna circunstancia, no pudo evitar que la Resistencia les infrigiera una contundente derrota, tal cual lo había previsto el propio primer ministro palestino, Ismail Hanniyeh, al señalar que Gaza sería la tumba del expansionismo sionista.
Hamas y todas las organizaciones que conforman el Frente Unido de la Resistencia (constituido apenas comenzaron los ataques israelíes) consideran que el alto el fuego decretado por los invasores es un triunfo de quienes aguantaron a pie firme la avalancha de plomo y uranio empobrecido descargada en estos 22 días de desigual combate. De allí que en la misma mañana del domingo, las calles de Gaza, así como sus mezquitas fueron inundadas de volantes en los que Hamas «felicita a todo el pueblo palestino por la gran victoria que ha conseguido en el campo de batalla». Para los ciudadanos de Gaza, que ahora deberán remover escombros, enterrar los cadáveres de sus familiares o ayudar a que los más de 6.000 heridos no engrosen las listas de muertos, el dolor de tanta bestialidad se convierte entonces en gritos de agradecimiento a Dios y a su coraje como pueblo por haber sabido frenar a las tropas de su peor enemigo.
Otro aspecto de la derrota sionista El contenido de la propia masacre perpetrada en Gaza ha sido otra de las principales caras de su derrota frente a la opinión pública mundial. Esos más de 1.200 mártires palestinos y palestinas, los 400 niños y niñas quemados con bombas de fósforo y napalm, esa multitud de mujeres asesinadas cobardemente, o los cientos de edificios derrumbados a bombazos o embestidos con las topadoras israelíes, representa el verdadero perfil del sionismo expansionista e imperial. Por primera vez en muchos años (en estas seis décadas de ocupación y violencia israelí), el victimismo que han utilizado desde siempre para esconder su malicia congénita, no le ha servido de nada a los «judíos de Eretz Israel». El mundo los ha podido ver en su salsa, a pesar de la férrea censura de prensa y del dinero gastado en comprar medios de comunicación y hasta a sus periodistas estrella.
Imágenes de los cadáveres de niños y niñas calcinadas por las bombas sionistas han dado la vuelta al planeta y han logrado conmover (por fin) a miles y miles de ciudadanos que una y otra vez se lanzaron a la calle exigiendo castigo para estos criminales de lesa humanidad. Las embajadas de Israel en cada uno de nuestros países recibieron oleadas de manifestantes que gritaban su impotencia o en el mejor de los casos arrojaban zapatos o bombas de pintura roja para «ensangrentar» de esta manera las paredes del edificio tan odiado.
Y otro detalle, salvo en muy pocos casos, los sionistas no pudieron (como sí hicieron en otras ocasiones) manifestarse en las calles. Esta vez no les dio el cuero o no tuvieron posibilidades de convencer a sus huestes para que salieran a defender lo indefendible. Claro que no lo necesitan, ya lo sabemos, puesto que controlan a su manera la prensa internacional y también influyen a través de sus lobbies sobre los políticos y algunos mandatarios. Pero no obstante, la reacción generada por las barbaridades cometidas por sus soldados, hizo retroceder a los colaboracionistas sion-fascistas de la diáspora. A esto hay que sumarle las valientes opiniones vertidas por algunos judíos anti-sionistas que desafiando la criminalidad de sus «compatriotas» saltaron el cerco, y alzaron su voz por la matanza en Gaza.
Por último, en este recuento de bofetadas recibidas por el hasta ayer «todopoderoso» Israel, está la impecable actitud de gobiernos como el de Hugo Chávez o Evo Morales, rompiendo relaciones con el agresor del pueblo palestino, o la retirada de embajadores producida por algunos países árabes, o la condena «por criminales y genocidas» generada por el gobierno revolucionario cubano o ecuatoriano.
Mientras estos ejemplos denotan que se va perdiendo el miedo impuesto por el sionismo durante años (en base a jugar espúreamente la baza de ser siempre «víctimas»), también hay que nombrar las vergonzosas actitudes de algunas Cancillerías latinoamericanas (ni qué decir de las árabes) que optaron por ceder a las presiones sionistas, mirando a un costado cuando se les reclamaba ruptura de relaciones con Israel, o repartiendo condolencias para familiares de soldados judíos muertos después de masacrar a inocentes palestinos desarmados. En este espacio para nombrar otro aspecto lamentable del Holocausto palestino, vale decir que sorprendió la falta de definición de muchísimos intelectuales o personalidades de la cultura a nivel internacional. Muy pocos de ellos y ellas, tan generosos en firmar manifiestos o expresar ideas, plantearon su solidaridad plena con la resistencia palestina. En ese aspecto, vale destacar un artículo impecable de Eduardo Galeano, las valientes opiniones de James Petras o las contundentes palabras de Michel Collon, Juan Gelman o Saramago. Otros, muy conocidos, prefirieron hacer mutis por el foro, otros criticaron a «ambos bandos», igualando a los asesinos sionistas con los patriotas palestinos que osaban defenderse, y por último, no fueron pocos los que utilizaron sus medallas y cocardas para cantar loas a Israel en la matanza. Otra vez, la ausencia de pensamiento crítico y la necesidad de una intelectualidad menos cobarde, hizo envidiar la época en que los Jean Paul Sartre, Simonne de Beauvoir, Julio Cortázar, Pablo Neruda, Eva Forest o Rodolfo Walsh brillaban bien alto a la hora de condenar al fascismo. ¿Y ahora qué? De aquí en más vendrán momentos muy turbulentos para esta frágil tregua establecida por israelíes y palestinos. Por un lado, Hamas ya dio un plazo de diez días para que el invasor retire sus tropas y por el otro, Israel amenaza con querer quedarse en Gaza por un tiempo indefinido. En ese caso, lo más probable (como ya ocurriera en las primeras horas del cese del fuego) es que nuevamente haya ataques, combates, lanzamientos de cohetes y por supuesto, más muertos.
En Egipto, país subordinado a los sionistas, los buitres carroñeros europeos tratan -como lo hicieron en Iraq destruido- la «reconstrucción» de lo que su aliado político, comercial y militar, destruyera. Allí también abreva el colaboracionista Mahmud Abbas, quien sigue haciendo equilibrios para no ceder su cargo de presidente de la Autoridad Nacional Palestina a quien legítimamente le corresponde, un hombre de la dirección de Hamas. Todos ellos, europeos, israelíes y mandatarios árabes sumisos, saben que entre las masas palestinas, la resistencia victoriosa desarrollada en estas tres semanas por Hamas y demás organizaciones guerrilleras, ha prendido una luz de esperanza. Y como bien afirmara un conspícuo dirigente de Al Fatah, «si hoy se produjeran elecciones en Palestina, Hamas nos vuelva a arrollar, ya que el pueblo ve en ellos a la auténtica dirigencia para enfrentar al invasor de nuestra tierra».
Por otro lado, los teóricos del «dos pueblos, dos Estados», hacen agua en después de este vendaval de violencia sionista. El odio lógico que cada poblador o pobladora de Palestina ocupada carga en su mochila no va a desvanecerse con el tiempo. Todo lo contrario: hoy más que nunca, la necesidad de un Estado Palestino con fronteras seguras es imprescindible, y en ese caso quienes deberán devolver territorio, permitir que vuelvan los millones de palestinos de la diáspora, liberar a los más de 10.000 presos y presas palestinas y reconocer que ese lugar en el mundo no es el de sus antepasados, son los israelíes. «Si así no lo hicieran, que no esperen paz para sus descendientes», apunta en una entrevista el dirigente de Hamas, Jaled Meshal.
Por causa de la maldad, barbarie y criminalidad impuesta por los sucesivos gobiernos sionistas (da lo mismo «halcones» que «palomas») Israel será de por vida un enclave estigmatizado, o deberá buscarse otro territorio si quiere que su población (que no olvidemos que mayoritariamente, en una relación 9 a 1, apoyó los bombardeos) viva segura.