Desde 2011, cada mes de marzo nos invita a hacer una nueva pregunta sobre la revolución de tanta importancia existencial para nosotros como para la misma revolución. Hoy, seis años después de esa revolución, quizá la pregunta siga siendo: ¿Cuál es la esperanza de vida de una revolución? ¿Podría de algún modo tener un límite […]
Desde 2011, cada mes de marzo nos invita a hacer una nueva pregunta sobre la revolución de tanta importancia existencial para nosotros como para la misma revolución. Hoy, seis años después de esa revolución, quizá la pregunta siga siendo: ¿Cuál es la esperanza de vida de una revolución? ¿Podría de algún modo tener un límite de tiempo?
A lo largo de la línea del tiempo con la que estamos familiarizados, la revolución dura hasta ahora seis años. Sin embargo, en esos años se han ido condensando innumerables generaciones de ideas, estados e historias, así como horrores de diferentes proporciones y grados. No obstante, la revolución ha permanecido firme en su lucha, aunque en estos momentos sea difícil definirla o identificar a sus representantes. Esta firmeza está fundamentalmente vinculada a una fuerte amenaza común, reforzada por la crueldad del autoritarismo asadista en su batalla para sobrevivir; esta amenaza es la conciencia pública que ha prevalecido en Siria y que ha crecido para defender la dignidad de su pueblo.
La revolución perdura
Si tuviéramos que responder a la pregunta sobre el carácter permanente de la revolución y si ha quedado, con el discurrir del tiempo, ocultada por «identidades» que han tratado de secuestrarla y atribuirle una conciencia o una etiqueta específicas, podemos sostener que la revolución ha triunfado desde el primer rechazo de sus oponentes; desde su primer tropiezo con los medios del régimen; desde aquella pequeña protesta frente a la Mezquita de los Omeyas; desde la sentada del día siguiente frente al Ministerio del Interior; desde la primera protesta en solidaridad con los manifestantes y mártires de Daraa; desde que Ghiath Matar atrajo la atención sobre ella y sobre nosotros… La expansión de las protestas, y los vibrantes llamamientos a manifestarse, fueron el resplandor de la revolución que alumbró la totalidad de nuestro hogar: Siria.
Cuando discutimos esta narrativa es fundamental evitar sostener la expansión de la revolución por todas las regiones de Siria. El ámbito de la revolución no cambia el hecho de que su gente, los revolucionarios y su base popular, constituían una amplia sección de la población siria, con derechos, reclamaciones y exigencias que no van a abandonar, tampoco van a renunciar a conseguir que sus opresores y saqueadores rindan cuentas.
El triunfo de la revolución se encarnó al comprometerse con las responsabilidades de las consignas que proponía y con los objetivos que proclamaba; y en sus intentos por seguir un curso natural, sin escuchar a quienes desde el principio llamaban a las armas sosteniendo que la resistencia pacífica es inútil contra unos servicios de seguridad despiadados. La revolución triunfó sobre los teóricos y los intelectuales que objetaban las mezquitas de las que primero surgieron las manifestaciones sin tener en cuenta que no se disponía de espacios para la asociación política. También ignoraron obstinadamente que el objetivo persistente de las manifestaciones era alcanzar las plazas públicas de las principales ciudades, que es la mayor expresión civil de protesta y la forma más pacífica y organizada de desobediencia civil, más aún que los indefensos partidos y movimientos políticos.
El triunfo de la revolución se materializó asumiendo la carga de su transformación diaria en diferentes formas. En tal tarea, soportó desde el principio la responsabilidad de idear y desarrollar una alternativa política al régimen y de expresar las quejas y demandas del pueblo, así como su anhelo de justicia, dignidad y libertad. La alternativa a la que aspiraba la revolución era a cambiar drásticamente décadas de monopolio sobre la patria siria, sobre los pensamientos y las palabras y sobre los derechos y la justicia. Trataba de romper la definición del régimen respecto al ganador y al derrotado, a la víctima y al «vengador» al mismo tiempo. Buscaba poner fin a su exclusión del poder que ha convertido Siria en un caldo de cultivo de la corrupción en el que uno no puede vivir sin acabar contaminado.
Sobre víctimas y venganza
Desde el principio mismo, el régimen de Hafez al-Asad implantó los cimientos de su monopolio sobre el poder. Esto pudo iniciarse en la década de 1950, un período muy amargo marcado por una combinación de vitalidad política y diversidad y una serie de golpes de Estado, conspiraciones y alternancia de patrocinadores extranjeros. Fue una era de hambre de poder y de carrera política y militar para conseguirlo, en la que Hafez al-Asad, el actor más importante de la época, estuvo revolviéndose contra todos sus socios en una serie de golpes hasta el golpe final de 1970.
El régimen logró exportar «lo que era necesario» y ejercer sus imperativos sobre los sirios, y en ocasiones sobre otros. En función de uno de esos imperativos, asumió el papel de líder entre los regímenes árabes. Era la víctima cuya tierra, el Golán, estaba ocupada, y el actor regional opositor que se negaba a someterse. Era el buscador principal de venganza; la vanguardia de la guerra de octubre y la guerra de desgaste; el patrocinador de la resistencia y la espina en la carne de Israel.
Esta «taqiyya» (doble rasero) aplicado por el régimen es el mismo que desde hacía mucho tiempo nos había enseñado a rechazar cuando los afectados eran otros. Aprendimos que Israel se ha presentado a sí mismo, desde el momento mismo de su creación, también como víctima, e igualmente como vengador de esa víctima. Así, el nazismo convirtió a los judíos en la víctima absoluta y a Israel en su principal vengador. Después, los árabes se convirtieron en la víctima absoluta de Israel y el régimen sirio se presentó a sí mismo como el principal vengador de su dignidad. Al final, los sirios se convirtieron en la víctima absoluta del régimen, una víctima que está persiguiendo a su enemigo y sigue buscando vengadores para que lleven a cabo represalias en su nombre. Es posible que todos los servicios de inteligencia de los regímenes autoritarios hagan realidad este ciclo.
Fue precisamente entonces, en pleno auge de su fuerza, integración y brillantez cuando la revolución demostró que no intentaba erigirse en el principal vengador ni pretendía ser una víctima absoluta e indefensa con derecho a vengarse. Todos los sirios se habían transformado en víctimas de un poder opresor que ha convertido el país en una propiedad de las mafias de la familia gobernante, armadas de violentas políticas monopolistas y autoritarias.
En un principio, la revolución no buscaba vengar a los sirios por décadas de injusticia. El llamamiento a las armas no resonó inicialmente. Se tenía la determinación de permanecer dentro de un desarrollo revolucionario natural, a pesar de los violentos intentos del régimen para enredar a la revolución en un veloz proceso de militarización. El régimen enfrentó las acciones no violentas de la revolución con fuego, pero la revolución contraatacó esa actuación adhiriéndose durante los largos meses sangrientos a las manifestaciones pacíficas.
El triunfo de la revolución radica en esto, en la percepción general de esta cuestión. Debido a que el régimen de Bashar al-Asad captó rápidamente esto, trató enseguida de ampliar el pie de página a expensas del cuerpo del texto, trabajando incansablemente para desintegrar la conciencia colectiva de la revolución y desgarrar las vinculadas conciencias sirias.
Mediante su criminalidad y brutalidad contra manifestantes y disidentes, el régimen sirio dio a la revolución y a sus masas los elementos de victimización absoluta. Después, junto a otros aliados y adversarios, apoyó y promovió a los peores «vengadores» de todos los tiempos.
La revolución defiende su conciencia
El Ejército Libre Sirio (ELS) nació de la necesidad de proteger las manifestaciones de infiltrados de los servicios de seguridad y de los ataques de venganza contra determinadas barriadas que seguían a cada manifestación, no fue la consecuencia de que el pueblo demandara que se recurriera a la insurrección armada. La guerra del régimen, tanto sobre el terreno como en los medios de comunicación, contra los batallones del ELS fue evidente desde el principio. Ningún régimen, incluidos aquellos que apoyan la revolución, aceptaría la existencia de un poder militar relativamente autónomo. En este contexto, recordamos las palabras inmortales del mártir Abdul Qadir Saleh (Hayyi Marea), el comandante de la Brigada Al-Tawhid en Alepo, en este video que ha circulado ampliamente: «Todos los Estados nos están tomando como ejemplo frente a sus pueblos». En retrospectiva, esto parece ser totalmente exacto después de todos estos años, al igual que parece que ningún partido tiene interés en la existencia de una «conciencia» que sólo luche para protegerse de la barbarie de un régimen.
Ha habido muchos ejemplos de revolucionarios y líderes rebeldes que rechazaron las directivas. La discusión aquí de la narrativa del ELS no contradice la adhesión previamente mencionada a las acciones no violentas. El objetivo no era tanto la defensa de la revolución como de su conciencia, pero la defensa de la conciencia de la revolución en todos sus modos de resistencia: pacífica y armada.
La lucha revolucionaria fue de hecho un intento de preservarse como alternativa política al régimen. Representaba la conciencia que había sido objeto de persecución y asesinato masivo durante más de cuatro décadas por la totalidad de la geografía siria, con caracteres, costumbres, tradiciones y paisajes heterogéneos aunque la victimización, sometimiento, injusticia y asesinato masivo fueran homogéneos.
Por el contrario, las especificidades de cada región o ciudad les han llevado a desviarse en sus propias narrativas de revolución permanente, especialmente cuando las protestas diarias se convirtieron en un acto de autodefensa en una desigual batalla. Cada región trató de sobrevivir bajo el fuego, de superar los llamamientos a la venganza, de dar algún sentido al genocidio en curso y a la total impotencia y graves pérdidas.
Continuamos luchando una guerra de autodefensa contra una amenaza existencial real, incluso a nivel de las ideas y narrativas. Continuamos gritando: Estamos aquí en medio del fuego y nuestros intentos de eliminar a los que aventan las llamas no son sino una autodefensa primitiva e instintiva. Cada vez que se acuerda una tregua en alguna zona, la gente del lugar organiza de inmediato manifestaciones; deponiendo las armas y expresándose mediante cantos, gritos y pancartas.
Puede que se me acuse aquí de hacer sólo hincapié en el lado positivo de esto, pero me estoy dirigiendo principalmente a la conciencia de la revolución y a quienes la defienden. Más allá de eso, para mí, todo lo que queda no es sino una nota a pie de página que nunca va a ensombrecer la cualidad principal, sin que importe cuánto se expanda lo anterior.
El camino vuelve al sitio de partida
En esas condiciones de desintegración, violencia y persecución, no muchos revolucionarios han logrado evitar convertirse en algo tan monstruoso como quienes están combatiendo. Por lo tanto, muchos han empezado a sostener un victimismo absoluto y a proclamar su derecho a la venganza. Como la venganza contra el régimen parece ser cada vez más inalcanzable en una guerra tan asimétrica, esas proclamas parecen haberse convertido en una lucha interminable y en una victimización perpetua.
Tras la masacre del este de Alepo y su éxodo masivo, se habló mucho de la derrota de la revolución. Fue entonces cuando se hizo necesario admitir la derrota. Pero yo afirmo que las revoluciones no pueden ser derrotadas, o al menos que su conciencia es indomable. La revolución siria es la toma de conciencia de una geografía que se ha sacudido cuarenta años de autoritarismo. La revolución no es una victoria militar sobre el régimen, tampoco el simple derrocamiento de un gobierno autoritario. Es más bien una evolución de los conceptos relacionados con el hombre y con su naturaleza fundamental. Si las revoluciones hubieran sido anteriormente derrotadas, nunca hubiera sido posible el surgimiento de la revolución siria, o de cualquier otra.
Volviendo al tema de la victimización y venganza, muchos han sido los enemigos de la revolución que han intentado vengarse de ella, así como de los que buscan venganza en su nombre. Cada región tiene un enemigo nuevo y diferente: unas están ocupadas o controladas por el Dáesh y comprometidas en una lucha contra ese grupo; otras en las que el régimen y sus milicias han recuperado el control; y otras bajo el control casi total de las facciones islamistas extremistas. Lo que todos estos opresores comparten es el rechazo de la bandera de la revolución y de sus consignas fundamentales. En medio del éxodo masivo, del asesinato masivo, de la destrucción masiva, de la deformidad cultural y demográfica de ciudades y geografías, de masacres como las que presenciamos en Alepo a finales del pasado año, ¿acaso no es necesario admitir la derrota? Pero la pregunta previa debería ser: ¿Quién surgió victorioso y sobre quién? La entidad que se supone que ha sido vencida y derrotada, ¿era un único partido, una facción, un ejército o un Estado? ¿Puede ser en cualquier caso derrotado?
No, esta entidad era y sigue siendo una conciencia, y mientras la venganza prosiga contra esta conciencia, no sufrirá derrota. Más bien progresará hacia un proceso productivo eficaz. Tal vez la primera prueba de esto sea la capacidad misma de muchos revolucionarios para admitir la derrota, ya sea como crítica, desesperación o esperanza en que cesen el baño de sangre sin fin y la devastación gratuita.
El ataque cruel contra quienes admiten la derrota, o contra quienes se han referido a los últimos acontecimientos como derrota, es la admisión máxima de la derrota. La mayor parte de los atacantes se han autoproclamado jueces que emiten sentencias y acusaciones de traición sobre otros según su grado de victimización, de su carácter absoluto de víctimas. Esto es precisamente lo que hace que al final el camino vuelva al principio si el régimen triunfa al hacernos semejantes a él: personas que reclaman el derecho a la venganza en nombre de la víctima.
Esta mentalidad se ha puesto de manifiesto en muchos debates de reciente memoria, como el que se produjo tras la publicación del artículo de Munther Masri «Ojalá no fuera«. En realidad, ese artículo no era más que la admisión sinceramente expresada de la desesperación y un intento de crítica. Cae bajo la categoría del grito a través del fuego, como víctima y como testigo. En este caso, los juicios se referían principalmente a la posición del autor dentro de los grados de victimismo. Esto es exactamente lo que deberíamos rechazar, por muchas razones. Primero, impide que un gran número de testigos documenten o discutan sus experiencias y testimonios. Esa documentación y discurso es un deber obligado para con la revolución y las víctimas, y es también el derecho de la gente a testificar y discutir sus ideas libre y abiertamente.
Este modo de pensar y de juzgar abre la puerta al monopolio de algunos sobre el martirio de otros y a las acusaciones de traición, por no hablar de lo que supone escarbar en las historias y antecedentes. Esto resultó muy evidente en el caso de la exposición del pintor Yusef Abdelki, que decidió celebrar en Damasco. La expresión de las opiniones sobre este evento acabaron rápidamente en acusaciones de traición y muchos escritores empezaron a indagar en la historia del artista. Con independencia de la posición de cada uno sobre la exposición y el artista, el método de abordarlo se caracterizó por un monopolio similar al que ejerce el régimen, donde los propaladores asumían el derecho a hablar por las víctimas y el derecho a vengarlas.
Es importante abrir caminos para la discusión y expresión de opiniones respecto a ambos acontecimientos. Es también importante que el resto de personas pueda discutir, i.e., aquellos que permanecen en las zonas controladas por el régimen. Sin embargo, ya sea para defensa o procesamiento, debe haber ciertos criterios para juzgar a las personas y valorar sus experiencias.
Pero, ¿cómo podrían abrirse estos caminos y que los resultados sean justos y útiles si los que permanecen en Damasco y otras zonas controladas por el régimen no pueden presentar sus experiencias, porque no son lo suficientemente víctimas como para tener este derecho? Si hemos llegado al punto en el que consideramos a los disidentes en esas zonas como traidores o sospechosos hasta que se demuestre su inocencia, esto significa precisamente que la revolución ha sido derrotada, porque significa que este país es efectivamente la Siria de Bashar al-Asad, no la nuestra.
Si fuéramos a discutir los criterios de enjuiciamiento, y si fuéramos a entrar en el reino de la respuesta y el debate, debería afirmarse que quedan muchos disidentes en Siria que se niegan a llevar a cabo cualquier actividad que pueda beneficiar al régimen. Muchos de ellos han emprendido diversas actividades a pequeña escala que sólo han beneficiado a la revolución.
Por tanto, si fuéramos a juzgar a todos en consecuencia y rechazar cualquier actividad dentro de las zonas controladas por el régimen, ¿no deberíamos oponernos a las actividades culturales en el exterior de Siria en solidaridad con las personas que están dentro del país? Este es solo un argumento por sí mismo porque si ahondamos en preguntas como estas, entonces todo el mundo debería de permanecer en silencio. Lo que necesitamos hoy en día es un debate público que impida que el camino vuelva otra vez al sitio de partida, en donde algunos monopolizan el derecho a hablar del resto.
Esto no es una defensa de alguien; es una defensa de la revolución, de cada uno de nosotros. La revolución siria se caracteriza por el hecho de que no es una revolución ideológica o partidista; es la revolución de la conciencia siria. La vida de la gente durante la revolución no ha sido algo general, tampoco ha podido abarcarse en consignas y cantos. Eran vidas individuales. Cada sirio/a tiene una voz y una patria. La revolución se refiere aún a ellos como manifestantes, detenidos, liberadores, refugiados, mártires, pesimistas, optimistas, creyentes y ateos. La revolución ha sido, y sigue siendo, el núcleo de las conciencias sirias conectadas porque estableció sus propias redes de solidaridad que triunfaron en las calles, barriadas y ciudades del país, de nuestro país… Siria.
(Traducido del árabe original al inglés por Yaser Al-Azayat)
Abdelhamid Yousef forma parte del grupo de jóvenes escritores de Al-Jumhuriya.net
Fuente: https://www.aljumhuriya.net/en/content/interdependent-consciences-syria
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