En los últimos días asistimos a una nueva alharaca de los emporios mediáticos de este mundo cada vez menos ancho y más ajeno. Como sugiere una declaración de nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores, llamada Fracasa provocación anticubana, primero se solazaron en «la intención del Secretario General de la OEA, Luis Almagro Lemes, de viajar a […]
En los últimos días asistimos a una nueva alharaca de los emporios mediáticos de este mundo cada vez menos ancho y más ajeno. Como sugiere una declaración de nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores, llamada Fracasa provocación anticubana, primero se solazaron en «la intención del Secretario General de la OEA, Luis Almagro Lemes, de viajar a La Habana a fin de recibir un ‘premio’ inventado por un grupúsculo ilegal» antipatriótico, «que opera en contubernio con la ultraderechista Fundación para la Democracia Panamericana, creada en los días de la VII Cumbre de las Américas de Panamá, para canalizar esfuerzos y recursos contra gobiernos legítimos e independientes en Nuestra América».
Conociendo de sobra -la historia lo ha querido así- la profesionalidad y la integridad del Minrex, ningún ser consciente, ningún revolucionario en el orbe habría de dudar de la revelación de un maquiavélico plan, que urdido en un periplo largo por Washington y otras capitales de la región, consistía en montar en La Habana «una abierta y grave provocación contra el Gobierno revolucionario, generar inestabilidad interna, dañar la imagen internacional del país» y, concomitantemente, perjudicar «la buena marcha de los nexos diplomáticos de la Isla con otros Estados».
La nota oficial oreada a los cuatro vientos proclama que tal vez algunos calcularon mal y pensaron que Cuba sacrificaría las esencias a las apariencias. Que permitiría, sin atisbo de rebeldía alguno, sin siquiera un gesto reprobatorio, la vulneración del principio de su soberanía, la independencia vertical de una nación en su actividad interior y su política exterior, que no admite, respaldada por su pueblo, la injerencia extranjera, tan de moda en estos tiempos neoliberales.
Y en este caso la injerencia vendría de la OEA, de la cual los cubanos nos hemos burlado a mandíbula batiente, con el cantautor Carlos Puebla, desde que a principio de los sesenta fuimos expulsados de su seno, por obra y gracia de la presión que los Estados Unidos ejercieron sobre gabinetes fantoches de América Latina, confabulados para, en la octava Reunión de Consulta, celebrada en Punta del Este, Uruguay, acordar la medida por «incompatibilidad con el Sistema Interamericano».
Medida que unió aún más a los cubanos, negados en múltiples ocasiones a la reincorporación a tan desprestigiado organismo, y que han visto con el orgullo enhiesto cómo, en julio de 2009, cuarenta y siete años después de la salida obligada, la OEA se reunió en Honduras y dejó sin efecto la resolución número VI del 31 de enero de 1962, por efecto de la cruzada reivindicativa de Honduras, Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua. Pero se mantiene nuestro NO a pertenecer a ese «Ministerio de Colonias», como han ratificado Fidel y Raúl más de una vez.
Como alguien de sumo tino ha expresado, esa decisión representa una gran victoria de la perseverancia y la verdad de la Revolución, frente a los incontables y al mismo tiempo infructuosos ademanes de destruirla.
A Cuba le basta con pertenecer a entidades de sesgo diferente, tal la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac), sería bueno recordarle a Almagro, cuyo triste papel contra los ejecutivos progresistas quizá recibió la mejor descripción del expresidente uruguayo Pepe Mujica, quien públicamente se reconoció equivocado cuando defendió la candidatura al presente cargo del que fuera su canciller. Critica a la que se han sumado Evo Morales y Rafael Correa, entre otros líderes.
Convengamos en que no hay que ser muy agudo para prever que al espectáculo serían arrastrados el propio Almagro y personajes derechistas que integran la llamada Iniciativa Democrática para España y las Américas (IDEA), la cual, señala la Declaración del Minrex, «también ha actuado de forma agresiva en los últimos años contra la República Bolivariana de Venezuela y otros países con gobiernos progresistas y de izquierda en América Latina y el Caribe».
A quien necesite más pábulo para la certeza recordemos que el intento contó con la connivencia y el apoyo de otras organizaciones con abultadas credenciales anticubanas, como el Centro Democracia y Comunidad; el Centro de Estudios y Gestión para el Desarrollo de América Latina (CADAL); y el Instituto Interamericano para la Democracia, del terrorista y agente de la CIA Carlos Alberto Montaner.
«Además, desde el año 2015, se conoce el vínculo que existe entre estos grupos y la Fundación Nacional para la Democracia de Estados Unidos (NED, por sus siglas en inglés), que recibe fondos del Gobierno de ese país para implementar sus programas subversivos contra Cuba».
Así que, como al imperialismo y sus adláteres «ni un tantito así», nuestra patria, simple, llanamente, decidió negar el ingreso en ella a ciudadanos foráneos ligados a los hechos expuestos con claridad meridiana a la opinión pública internacional.
¿Cómo discurrió el asunto? «En un intachable acto de transparencia y de apego a los principios que rigen las relaciones diplomáticas entre los Estados», nuestras autoridades se pusieron en contacto con los gobiernos de los países desde donde viajarían esos sujetos, «e informaron, trataron de disuadir y de prevenir la consumación de esos actos».
En apego a las regulaciones de la aviación internacional, las líneas aéreas cancelaron las reservaciones de los pasajeros al conocer que estos no serían bienvenidos y que, además, a la cuenta de ellas pasaría la acción de devolverlos a sus lugares de origen.
La alharaca no termina ahí.
Pero Falsimedia peca de repetitiva. En segundo lugar, ha dado singular cobertura a quienes buscaron manipular los sucesos en función de estrechos intereses políticos dentro de su propio país, de cara a los procesos internos que en ellos tienen lugar.
«Y no faltaron pronunciamientos de defensores de falsos perseguidos, socios de pasadas dictaduras y políticos desempleados dispuestos a aliarse con vulgares mercenarios, al servicio y en nómina de intereses extranjeros, que no gozan de reconocimiento alguno dentro de Cuba, viven de calumnias insostenibles, posan como víctimas y actúan en contra de los intereses del pueblo cubano y del sistema político, económico y social que éste eligió libremente y ha defendido de forma heroica».
¿Del señor Almagro y la OEA? Pues claro que no nos sorprenden sus declaraciones y gestos abiertamente anticubanos. No pecó de exagerado Mujica, no. El hombre, en muy breve lapso al frente de la organización, se ha destacado por generar, sin mandato alguno de los estados miembros, una ambiciosa agenda de autopromoción con ataques contra Venezuela, Bolivia y Ecuador.
¿Quién no se ha percatado de que en ese período se han redoblado las arremetidas imperialistas y oligárquicas contra la integración latinoamericana y caribeña y la institucionalidad democrática en varios de nuestros países?
«En una ofensiva neoliberal millones de latinoamericanos han retornado a la pobreza, cientos de miles han perdido sus empleos, se han visto forzados a emigrar, o fueron asesinados o desaparecidos por mafias y traficantes mientras se expanden en el hemisferio ideas aislacionistas y proteccionistas, el deterioro ambiental, las deportaciones, la discriminación religiosa y racial, la inseguridad y la represión brutal».
Así las cosas, está sobradamente justificada la postura de no reintegrarse a un ente que siempre ha guardado silencio cómplice, oneroso, ante las iniquidades de un sistema que sobrepone la ganancia a la vida misma del ser humano. ¿Acaso alguien con conocimiento de causa se atrevería a preguntarse dónde ha estado la OEA en todos esos momentos? ¿Acaso hemos de traicionar el hecho, colosal valentía, de que ya en febrero de 1962 Cuba se alzó solitaria frente a ese «cónclave inmoral», tal lo denominara Fidel en la Segunda Declaración de La Habana, como evoca el Minrex?
El Minrex, que erguido, en representación de sus ciudadanos, «cincuenta y cinco años después y con la compañía de pueblos y gobiernos de todo el mundo», reitera que, como aseguró ese genuino fidelista llamado Raúl, Cuba jamás regresará a la OEA.
Porque, en contraposición a aquellos aquejados de magra memoria histórica, para este archipiélago más grande que sus poco más de cien mil kilómetros cuadrados -la grandeza no obedece a medidas de área, por supuesto- volver vendría a resultar una suerte de borrón de aquel Martí que alertara: «Ni pueblos ni hombres respetan a quien no se hace respetar (…) hombres y pueblos van por este mundo hincando el dedo en la carne ajena a ver si es blanda o si resiste, y hay que poner la carne dura, de modo que eche afuera los dedos atrevidos».
Aquí no olvidamos las lecciones de la historia, como apunta la nota del Ministerio de Relaciones Exteriores fechada el 22 de febrero de 2017, que ha venido a rasgar el velo de la mentira que acólitos y heraldos del imperialismo -Almagros y medios solazados en el narcisismo de la «objetividad» y la «imparcialidad», cuando el vitriolo anticubano les ciega- han estado propalando por este planeta, ahora menos ancho y que pretenden hacer más ajeno para la inmensa mayoría de la humanidad. Y ahí está su mayor pecado.
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