Traducido del inglés por Paloma Valverde para Rebelión
Con políticos profesionales, no se deja al azar nada. Hay un mensaje en las declaraciones que realizan los dirigentes de la izquierda. ¿Cuál es ese mensaje tan importante que está en el cambio que la izquierda ha realizado conscientemente? ¿Cuál es el quid de la cuestión para que aquellos que se consideran a sí mismos una parte de la izquierda den la bienvenida al cambio que han impuesto sus dirigentes? Está bastante claro que la principal corriente de pensamiento político de la izquierda ha cogido su papel tradicional de defender los derechos humanos y lo ha llevado a los márgenes del discurso. Aquellos que apoyan los derechos humanos incondicionalmente son considerados posteriormente «la izquierda radical». ¿Qué hay detrás de la diferencia entre «izquierda» e «izquierda radical?»
La primera es, desde luego, la izquierda que tiene detrás la fuerza económica y organizativa que le permite participar en elecciones democráticas, mientras que la izquierda radical está completamente atomizada, situada en miles de movimientos que no tienen candidatos trabajando en ninguna oficina sino el trabajo de movilizar a las masas para las manifestaciones y organizar las bases de la militancia. La izquierda radical no se centra en las elecciones y, por tanto, su energía está dirigida a los asuntos en cuestión, probablemente con más frecuencia que la izquierda tradicional pudiera, ocupada como está en sus consideraciones políticas. La izquierda radical está anclada en el discurso y la acción que obliga a la gente a pensar sobre asuntos como la legalidad, la igualdad de derechos, la democracia. Efectivamente, no hay nada radical en estos asuntos. Sus valores son básicamente aquellos que desde hace tiempo forman parte del pensamiento generalizado: multiculturalismo, ecología, derechos civiles, derechos humanos, desmilitarización, el ejercicio de la democracia. En cierto sentido, cuando el Vaticano comienza a expresar las mismas ideas que el Foro Social, nos damos cuenta de hasta qué punto han penetrado los valores de la izquierda radical en la mayoría de la gente. Ya no se la teme, no amenaza la democracia por el perdón o la aceptación del terrorismo. Ha dejado incluso de ser una amenaza para el capitalismo.
Tradicionalmente, la corriente mayoritaria de la izquierda ha abrazado las causas de los oprimidos y de las minorías. Esas causas son parte de sus cimientos y valores fundamentales. Y, cuanto más cerca estuvieran esos oprimidos o esos grupos minoritarios de los valores generales de estadounidenses y europeos, más tenía que defenderse su causa. Cuando ocurre eso, no sabíamos en realidad mucho sobre que las minorías de Asia o América Latina eran víctimas de la opresión por parte de los regímenes en el poder. Nuestro interés en las guerras interétnicas en África Central llegó a su culmen en Burundi, pero después se difuminó en el olvido. La campaña contra el apartheid en Sudáfrica ha tenido un poco más de éxito, quizás porque recordaba muchas de las luchas por los derechos civiles en Estados Unidos [EE.UU.], y como tal racismo escandaloso, había pocos puntos de fricción en el discurso. El problema era literalmente blanco y negro. No había dificultad en identificar al opresor y a la víctima. A pesar de ello, costó muchos años derrocar al régimen y muy increíblemente hubo quienes manifestaron que también habían sido opositores [al régimen] a pesar de las pruebas documentadas en contra [1].
Los asuntos de derechos de mujeres también han tenido un éxito relativo, quizás porque han encontrado un terreno fértil en las sociedades en los que el consenso mayoritario estaba ya encauzado en esta dirección, incluso en los círculos más moderados. En Europa y en EE.UU. la izquierda tradicional siempre ha estado relacionada con organizaciones judías y viceversa. Sin embargo, en los últimos años esta alianza se ha vuelto menos sólida. Desde luego, no hay otra razón para esto que el claro apoyo que las organizaciones judías dan a Israel que es, naturalmente, el asunto fundamental. Como el control de armas o el aborto en los círculos conservadores, es un asunto que de por sí mueve votos y simpatías. Fiamma Nirestein, en su libro L’Abbandono (El Abandono), se lamenta del abandono de los intereses judíos por parte de la izquierda tradicional. El énfasis no lo pone en asuntos relativos a individuos judíos y sus libertades civiles, lo que sería el libre ejercicio de la fe judía y la valoración de la cultura judía. De hecho, al menos en Italia, y me aventuro a imaginar que en el resto del mundo occidental sin excepción, esos son derechos que se adquieren y que ya han dejado de ser «cosas de minorías», en los que la discriminación se puede demostrar. No creo que haya un solo ejemplo de cortapisa para que un individuo pueda vivir su identidad judía en las sociedades multiculturales de Occidente. No, Nirestein lamenta que la izquierda haya abandonado a los judíos porque ya no apoya a Israel en la forma en que ella cree que debería hacerlo.
Para entender lo que significa la centralidad de Israel para el pueblo judío que forma parte de comunidades judías organizadas (en Italia, 22 comunidades suman aproximadamente unas 30.000 personas están representadas por la UCEI); es interesante leer lo que una web que habla sobre el V Congreso tuvo que decir sobre el documento final [2]:
«El V Congreso de la Unión de Comunidades Italojudías (UCIJ) se celebró en Roma del 23 al 25 de junio. El documento publicado es muy sincero, muy ecuánime, en su intento de encontrar un fuerte lazo entre los diversos miembros de la sociedad italojudía y, en concreto, entre los dos grupos mayoritarios: el de centro-derecha «Con Israel» (dirigente Fiamma Nirenstein) y el de centroizquierda «Keillah» (dirigente Gad Lerner.)
«Israel representa para nosotros la esencia de nuestra identidad judía, que ya tenía nuevas y sólidas motivaciones en el desarrollo del movimiento sionista, pero que cambió radicalmente en 1948, cuando se convirtió en pueblo independiente, con su lengua, su cultura, sus instituciones. Un nuevo patrimonio al que no se podía renunciar [y] que había reunido a la Diáspora de la mejor forma, que le había dado el deseo de existir y de resistir, incluso a las comunidades judías con dificultades o en peligro. Este es el trabajo que tenemos que hacer de forma que la opinión pública entienda que la existencia de Israel no es sólo un valor para nosotros los judíos, sino para el conjunto del mundo civilizado.»
Puesto que el apoyo a Israel es un asunto fundamental judío y la esencia de la identidad judía, para los judíos italianos, la izquierda italiana, con el fin de continuar su alianza con la comunidad judía se vería obligada a prestar apoyo a Israel. En muchos casos, así se ha hecho. La izquierda demostraría su compromiso (y lo demuestra) con Israel como un estado judío. Sin embargo, haciendo eso se enfrentaría (y se enfrenta) a aquellos que en la izquierda condenan los crímenes de guerra, las violaciones de los derechos humanos y la ilegalidad que forma parte del modus operandi de Israel, que tiene su origen en el mismo momento de la fundación de Israel y que se hace patente de la manera más brutal y obscena en los horrores de la ocupación y de la violación de los derechos humanos que son parte y esencia de ella. Lo que parece tan obviamente, claramente, ilegal e inmoral a la gente corriente, a aquellos con inteligencia política no es un asunto [a tratar]. Sin ni siquiera entrar en el debate sobre la legitimidad de Israel, desde su fundación y a lo largo de su historia, viendo como la creación de este estado es una realidad y que sus fundamentos fueron la expulsión de la población originaria, la izquierda incluso ignora los hechos cotidianos que no apoyan la imagen que Israel tiene de sí mismo. La negativa a permitir el retorno de los refugiados, ni siquiera de un solo refugiado, es la continuación de su paradigma fundacional, que es la violación de las convenciones internacionales, tales como de la IV Convención de Ginebra y [las convenciones] de La Haya. Para evitar un pronunciamiento sobre este argumento, porque haciéndolo dejaría al descubierto la naturaleza cruel de Israel y abriría un debate que provocaría el enfrentamiento de los votantes judíos, si ellos son remotamente parecidos en realidad a quienes en Italia aceptan a Israel como su punto fundamental de referencia, la corriente principal de la izquierda ha adoptado el paradigma 2EP2P, «dos estados para dos pueblos». Esta afirmación podría parecer progresista si se mira desde la perspectiva de la historia de Israel. Sólo recientemente han reconocido que los palestinos «son» incluso un pueblo. Con el reconocimiento de una identidad nacional, parece que a los palestinos se les permite la autodeterminación que está garantizada por las leyes y los tratados internacionales. Israel, desde [los acuerdos de] Oslo, por lo menos, ha declarado que está interesado en aceptar, o mejor, permitir la existencia de un tipo de estado palestino junto con otro judío. El derecho palestino a la autodeterminación es interdependiente con el derecho judío a la autodeterminación en Israel. Es un resultado de ello; en otras palabras, está supeditado a este reconocimiento preliminar por parte de los palestinos (gobierno y pueblo) de la legitimidad de Israel como un estado judío. Es muy difícil dar la legitimidad a algo que obviamente no la tiene y, por lo tanto, el discurso nunca debe situarse muy cerca de este dilema inevitable. Debido a los asuntos de autodeterminación de las poblaciones, la corriente mayoritaria de la izquierda en Europa y en EE.UU. ha aceptado el principio de los dos estados sin ningún argumento. Casi parece lógico y justo. Casi. Sin embargo, detrás de este principio se esconde otro y ese es el principio de la supremacía de los derechos de grupo. Mientras los grupos se conceden por sí mismos el derecho a la autodeterminación, (artículo 1 de la Carta de Naciones Unidas y otras leyes), los individuos tienen derechos que también están garantizados, y no exclusivamente aquellos principios de «individualismo», y la mayoría de los juristas consideran que disminuyen los derechos de grupo, también conocidos como «derechos de identidad». En una sociedad en la que existe una cultura dominante, o una identidad dominante, es necesario crear leyes para proteger a las minorías de la discriminación. Los derechos de igualdad y los derechos humanos son sumamente individuales por naturaleza. Cuando un estado, que es el órgano cuya constitución o leyes sirven para validar la supremacía de un grupo sobre el resto, institucionaliza la idea de la supremacía de la mayoría mediante la aprobación de tales leyes nacionales, tenemos lo que puede denominarse sin más un Estado del apartheid. Israel no autoriza a ningún partido que no suscriba el carácter de Israel como un estado judío. Cuestiones tales como la libertad de movimiento, la libertad de pensamiento (que incluye el pensamiento político), el acceso a los servicios, una ley civil y de familia que regule asuntos como el matrimonio, el divorcio y la residencia, las obligaciones militares y etcétera, en Israel se determinan sobre fundamentos raciales. Para un estado secular, no ser judío es en realidad causa de discriminación. Los palestinos en Israel son discriminados sin más. Los palestinos bajo control israelí en los Territorios Ocupados, son oprimidos y discriminados. No es un dibujo bonito y es bastante sencillo condenarlo, puesto que las pruebas son macroscópicas.
En la época del apartheid sudafricano, denunciar la discriminación racial era un imperativo moral de la izquierda. No creo que haya habido jamás una conferencia progresista que presentaran los puntos de vista de los militantes proapartheid. Simplemente parecía evidente que había graves violaciones de los derechos humanos y, como tales, no podían defenderse, y no hubo ningún llamamiento al «equilibrio», ni imposición de la postura de los pro-Boer en el debate.
No pasa lo mismo con Israel. Si hay una persona que denuncia asesinatos selectivos, demoliciones de casas y asaltos con la detención de toda la población masculina de una ciudad, aún se exige dar «el mismo tiempo» al punto de vista israelí. Simplemente se exige. «Desde luego» deben tener muy buenas las razones para utilizar castigos colectivos y violencia arbitraria. «Porque hay importantes razones» para violar las leyes internacionales tan descaradamente y discriminar personas por razones raciales. Al público en general se le obliga a escuchar sus razones. No es suficiente con que las atrocidades apenas encuentren espacio en el discurso público y sean denunciadas con un susurro, escondidas en alguna página interior de los periódicos más progresistas, sino que tenemos que ser testigos de la justificación de los actos, «las mismas oportunidades», como si esos actos fueran legítimos. Para mí esto es escandaloso.
Aparentemente, para la izquierda no. Aparentemente, esto es lo que se llama un informe justo e imparcial. A veces, algunas de las únicas voces de la izquierda en los medios de comunicación caen tanto en la trampa que son peligrosas para la auténtica causa que deberían apoyar. Hace algún tiempo, Michele Santoro, un periodista comprometido de la RAI cuyas posturas estaban con frecuencia en las antípodas del pensamiento mayoritario de la izquierda (fue crítico con la OTAN en el bombardeo a Serbia, por ejemplo lo que provocó su distanciamiento de la televisión italiana), habló de Palestina en uno de esos programas de tarde de debate de actualidad. Defendiendo el punto de vista israelí estaba Fiamma Nirestein. Representando el punto de vista palestino estaba… prepárense, un niño de 12 años. Desde luego, una periodista profesional, escritora, política, una persona bien informada sobre asuntos israelíes, dado que está casada con un coronel israelí, sabe todos los trucos del negocio de presentar un argumento convincente. Incluso demostró ternura maternal con el chaval y quedó claro que sus habituales aires de superioridad estaban bien guardados. Demostró que no sóolo tenía cabeza, sino también un gran corazón. El joven [palestino] de forma dramática mostró su rabia, pero no hablaba nuestro idioma, no tenía el conocimiento «histórico» para apoyar sus afirmaciones y, al final, fue una mera representación emocional de su punto de vista, un elemento sin relevancia difícil de relacionar [con el asunto]. ¿Eso es equilibrio?
Hay una gran diferencia entre información y comunicación. Lo que se supone que hace la información es presentar hechos y datos sin derivar hacia la emoción. Puesto que somos seres humanos, estamos relacionados muy íntima y profundamente con el sentimiento. Es mediante la comunicación como intentamos consolidar un consenso y para ser un comunicador efectivo, uno hace uso de todos los ases que lleva en la manga.
Cuando los hechos son tan obvios, la información pura está tan clara y tan evidentemente del lado de los palestinos, como lo son sus derechos que son sistemáticamente violados y no los de los judíos, el mundo de la comunicación aumenta su actividad.
Por alguna razón, deseamos ver el conflicto israelopalestino como dos contendientes iguales con razones igualmente válidas e igualmente legítimas reivindicaciones. De alguna manera, estamos simplemente aceptando la violación de las resoluciones de Naciones Unidas 181, 194 y 242, junto con las otras 71 que Israel sigue violando, sin control por parte de los poderes que lo son, como si su comportamiento fuera aceptable y no tuviera consecuencias. Es evidente y natural que sólo hay consecuencias cuando las naciones árabes violan sólo una, como Iraq y la resolución 1441, pero a Israel se le permite este lujo y mucho más. Es NUESTRO consenso el que le ha dado la razón. El doble rasero no nos preocupa, pero debería.
Y aquí es donde entra en el juego la corriente mayoritaria de la izquierda. Para evitar un enfrentamiento entre sus bases tradicionales y la «base social» que es básicamente la zona en la que se quedan asuntos como Colombia, Palestina, Afganistán -por nombrar sólo unos pocos-, en la esfera pública, donde, por otra parte, volverían al olvido (¿se acuerda alguien de Timor Oriental?), [la izquierda mayoritaria] concentra sus energías en reclutar militantes para empezar a hacer peticiones al pueblo palestino. Se nos sugiere que les animemos a que vean las soluciones «moderadas» como progresistas y justas, [soluciones] como los Acuerdos de Ginebra, que no garantizaron los derechos al agua, a las fronteras o a la defensa de los derechos de los palestinos, pero cuya esencia fue la venta total de los derechos individuales, incluyendo el derecho al retorno, a cambio de algunos actos nebulosos de buena voluntad. Nos animan a olvidar que esos derechos no son arbitrarios y están protegidos por la legislación internacional. Son derechos inalienables y no se pueden cambiar por otros, derechos menores. Arafat fue consciente de eso y ahí está el por qué no pudo firmar la propuesta de Barak, a la que se dio el nombre chistoso de «generosa oferta». Como dirigente de su pueblo y el único firmante del acuerdo, no tenía mandato para claudicar sobre los derechos adquiridos y nadie se lo agradeció a la legislación internacional. Se nos anima desde la izquierda a convencer a nuestros amigos palestinos al compromiso y la aceptación de acuerdos de esta clase. La mofa que la izquierda ha hecho de los Acuerdos de Ginebra, que los presenta como algo en contra de Sharon y de los proyectos de la derecha, iban acompañados por una campaña de dirigentes de la izquierda, junto con el siempre popular contingente de Hollywood, que animaba a que sugiriéramos que los palestinos lograran una solución «más pragmática» a su problema. Se supone que ellos deben ver la renuncia a sus problemas como lo mejor para sus intereses, viendo como nadie obligará a Israel a cumplir con sus deberes y acatar la ley. Incluso EE.UU. ha vetado una resolución que apela a los Estados a respectar el derecho internacional, por tanto es, sea como fuere, una afirmación política razonable que Israel nunca respetará las resoluciones de NNUU y, por lo tanto, algo sigue siendo mejor que nada.
Nos animan a buscar voces moderadas, aquellas que alienten el «diálogo» en el que ambos lados tengan a priori la misma legitimidad. Un colono que destruye la propiedad palestina debe ser idealmente igual que un chaval que defiende su calle de la única forma que sabe, tirando una piedra contra un carro blindado que circula por su pueblo, [un carro] cuya sola llegada promete una destrucción tan terrible que sólo la podemos imaginar. Un estado que construye un muro en territorio palestino, y obliga a un hombre a pedir permiso (normalmente denegado) simplemente para [poder] mantener a su propia familia con su trabajo y su propia cosecha, se equipara a los dirigentes políticos quienes, cuando no están detenidos, deben vivir en la clandestinidad para evitar que los asesinen junto con sus familias.
La diferencia es que a un grupo se le trata como legal y el otro es ilegal. Y, contra toda lógica, es el primer grupo el que da por sentada su legitimidad. Los colonos y todas las infraestructuras que requiere su presencia en las tierras ocupadas, obliga a los palestinos a vivir, bajo la ocupación, un infierno en la tierra. A pesar de que esos residentes ilegales (según la legalidad internacional, pero no según Israel) consideran que tienen derecho a la autodefensa que a los ciudadanos ocupados se les niega. A un chaval que tira una inofensiva piedra contra un tanque mientras invade Nablús se le considera un agresor. El Estado de Israel que viola los derechos humanos tan escandalosamente con sus asaltos, controles militares, disparos contra la multitud de manifestantes y de más formas, se supone que es igual a los pequeños grupos resistentes cuyas operaciones están limitadas.
Resulta interesante ver cómo los grupos judíos más progresistas encaran este dilema. Por un lado, echan la culpa a los colonos y a la sección de la administración israelí que ha apoyado esos numerosos asentamientos. Para ellos, el centro del problema reside aquí y no en el absoluto en el verdadera discriminación inherente a la sociedad israelí. De alguna forma sigue siendo importante para ellos que la supremacía judía permanezca intacta, es decir, que el Estado de Israel mantenga su carácter judío a pesar del 20 por ciento o más (las estadísticas sobre la presencia de trabajadores no judíos y no árabes en Israel no da la clave de su número en la sociedad israelí, puesto que muchos de ellos son «ilegales») de las personas que viven aquí, ciudadanos o no, no son judíos. Una gran mayoría tiene que sufrir la discriminación institucionalizada de Israel. Algunos han elegido vivir allí, pero de ninguna manera todos. Las familias de muchos de ellos llevan aquí durante muchísimas generaciones, mucho antes de que el carácter judío del estado se convirtiera en la ley de la tierra.
Por otro lado, los grupos progresistas judíos buscan una solución pragmática que pueda lograrse rápidamente. Rapidez para poner fin al sufrimiento palestino, pero también a la imagen de Israel como un estado paria. Si renunciar a los derechos (palestinos), si renunciar a un ejército (palestino) así como al control total (palestino) de las fronteras (palestinas) es el medio para lograrlo, se considera un desarrollo positivo [de los hechos]. No se pone sobre la mesa la renuncia de Israel a nada, al menos a nada más que a la ocupación ilegal que ha sido vista desde siempre en Israel como una inversión de riesgo. Con un acuerdo como el de Ginebra, Israel seguirá manifestando claramente sus intereses, por tanto hay poco que perder.
En la web de Tikkun, una organización religiosa progresista judía de California hay un foro que pide a sus miembros que debatan si el derecho al retorno palestino debe estar en el centro de la organización. el derecho al retorno judío lo consideran legítimo. El derecho palestino al retorno nunca ha estado en los las reivindicaciones de ninguna organización judía progresista, ni siguiera Gush Shalom. Qué petición tan sorprendente para un grupo progresista pedirlo. ¿No son los derechos humanos ahora supuestamente aceptados como una conquista, una adquisición de los movimientos progresistas? Es evidente para cualquiera que los derechos humanos son el centro fundamental y no un asunto colateral que deba ser añadido o retirado a conveniencia.
¿Qué conclusión se puede sacar de todo esto? Si el aspecto emocional es realmente el preferido para quienes apoyan a Israel, porque la presentación de hechos fríos y duros, no pueden posiblemente demostrar nada favorable a Israel, entonces, como activistas pro-palestinos, permítannos empezar a utilizar ese mecanismo. Lo que la facción proiraelí ha venido utilizando durante años, y que también se puede denominar manipulación o chantaje emocional, ha sido el elemento de culpabilidad que Occidente ha sentido bien por haber sido responsable de la persecución de los judíos en Europa, o bien por no haber hecho suficiente para evitarla. Esto ha sido a menudo un pretexto para asociar a Israel con algo cercano a una empresa humanitaria. Se ha desarrollado un mito sobre esto y en las mentes de la mayor parte de la población occidental Israel ha sido un estado idealista. Una pequeña democracia (la única dicen ellos) hundida en medio de millones de árabes agresivos en un entorno de estados hostiles que buscan su destrucción entre algún antisemitismo inherente a ellos en tanto que naciones y pueblos no occidentales. Esta campaña sirve para inducir a que uno se sienta protector hacia Israel, animando de esta forma la enorme «ayuda» que Israel ha estado obteniendo. Imagínense que una pequeña democracia con una economía desarrollada que necesita más ayuda que una inmensa nación del tercer mundo con problemas ecológicos, sanitarios y humanos. Israel ha disfrutado de este estatus privilegiado durante décadas, y parece que nada puede dañar esta situación adquirida.
No es hasta la primera intifada, cuando algo rompe el velo y se empieza a ver a su través. El mundo, por vez primera, empieza a ver las condiciones de vida de los árabes bajo el control judío, especialmente aquellos confinados en campos de refugiados no lejos de donde su gente vivió durante generaciones, y eso fue un choque para muchos. Fue, en realidad un golpe de la peor clase en las relaciones públicas. Los judíos siempre habían sido considerados pacíficos, y ver la violencia que ya no era defensa sino desnuda agresión contra los niños destruyó esa imagen de una manera que permanece indeleble. Lo que resultaba evidente para el conjunto de la nación árabe y sólo para una pequeña parte de los ojos occidentales era ahora evidente para unos y otros. Se hicieron intentos de censura, pero hasta ahora, la causa palestina se ha convertido en el asunto central de las causas sobre derechos humanos que movilizan a Occidente.
Lo que era necesario era recuperar una virginidad y esa fue la campaña para presentar a los palestinos como peligrosos, como una amenaza a la seguridad y qué mejor emblema que un muro. «Son tan peligrosos que tenemos que encerrarnos a nosotros mismos» es el mensaje. «Nos hacemos daños nosotros mismos por la seguridad de nuestros ciudadanos». Más que el escándalo que debería haberse provocado, Occidente ha escuchado las razones que se esconden detrás de esa aberración que Israel denomina una «barrera de seguridad». Se ha dado por sentada su legitimidad. Incluso progresistas como Uri Avnery han dicho que dejaría de ser un problema si estuviera dentro de la Línea Verde Israelí (por su puesto, no está ni remotamente cerca, apoderándose de tierra palestina en cada giro y en cada vuelta [del trazado del muro]). La legitimidad de este muro ha sido dada «en principio» incluso por los amigos que apoyan [el paradigma] 2EP2P [«dos estados para dos pPueblos]. No importa la viabilidad de un estado palestino que ahora se pudiera conseguir con el hecho consumado del Muro.
Si la culpa ha sido efectiva en mantener callada a la gente sobre las violaciones de los derechos humanos y los crímenes que forman parte de la política ilegal de Israel, nosotros progresistas tenemos la tarea de manipular el sentimiento de culpabilidad cómplice en vergüenza. Si las políticas de Israel son discriminatorias, si violan los derechos individuales de cualquiera, especialmente aquellos a los que la ley obliga a su protección, esas políticas deben ser denunciadas por lo que son, y es una práctica honesta avergonzar a Israel hasta que acate la ley y comience a actuar decentemente. Se ha dicho a menudo que Israel está más preocupado sobre su imagen pública de lo que realmente lo está. Si esto es cierto, quizás la única forma que tengan los ciudadanos del mundo para obligar al cambio sea manifestar la retirada de su consentimiento y avergonzar a Israel.
Otro problema en exponer los desmanes de Israel y lo que impide, por otra parte, que la gente tenga tenga cuidado con hacerlo es la acusación de antisemitismo que se lanza contra cualquiera que se atreva a criticar a Israel. Algunos de los argumentos de los progresistas que apoyan a Israel incluyen la acusación de que la gente exige a Israel más que a otros. Dejando de lado la noción israelí de que es una «luz entre las naciones» esta acusación es francamente ridícula. La gente espera que una nación que se considera así misma una democracia, actúe, como mínimo, como tal. Que sea un estado judío es totalmente irrelevante y los grupos progresistas judíos deberían dejar de apoyar a Israel convirtiendo su ceguera en crítica legítima o encontrando justificaciones basadas en afiliaciones tribales o étnicas.
De hecho, es su defensa vehemente la que prueba su racismo. Si los derechos humanos son importantes no deben aplicarse sobre bases selectivas. Si las restricciones de las libertades de las personas se basan en la religión, la raza o la afiliación política están equivocadas, los estados que sistemáticamente violan los derechos humanos de este modo deben ser condenados y abiertamente criticados. En esencia, a Israel se le debe exigir responsabilidad y avergonzarlo hasta que cumpla los mínimos que son aceptables para una democracia. Los progresistas deben adoptar esto como su base sin excepciones.
Notas
[1]. Véase http://peacepalestine.blogspot.com/2004/12/lying-about-israel-and-apartheid-by.html/
[2]. Véase http://www.ragionamentidistoria.it/n05-n06/ucei.htm/