«Tragedia en tres actos: Los juicios sumarísimos del franquismo», de Alfonso M. Villalta Luna, es de esos libros que reflejan investigaciones de largo aliento, que ponen en juego multitud de fuentes y vastas referencias teóricas.
La materia prima fundamental son los expedientes, generados en el ámbito de la «justicia» militar, que proporcionan las marcas fundamentales de lo que eran esos procesos.
Los sumarísimos eran una herramienta para la represión de los vencidos republicanos y asimismo para disciplinar a toda la sociedad española en torno a «la justicia de Franco».
Los vertebraba la ideología y la práctica de deshumanización de los derrotados, reducidos a «hordas marxistas» que el nuevo Estado debía castigar con la muerte o largas penas de prisión. Todo para consolidar a un nuevo orden signado por el catolicismo integrista y el espíritu de una venganza de clase contra los osados pecadores que habían soñado con una España diferente.
A lo largo del trabajo de Villalta aparecen diversas voces en torno al juicio, la mayor parte tomadas de los propios expedientes. Allí aparecen los instructores de los procesos, los delatores que con sus denuncias ponen en funcionamiento el mecanismo, las autoridades civiles, partidarias o religiosas que refuerzan las acusaciones. O, a veces, dan avales para que sobre los presos no caiga todo el peso de la normativa franquista.
Asimismo recorren esas páginas los familiares y amigos que tratan de defender a los presos, y los propios prisioneros que procuran salvarse de la pena de muerte.
Una multiplicidad de protagonistas de lo que culminaba en un «consejo de guerra» en el que se determinaba el destino de los «reos».
Estos juicios, breves y con escasas posibilidades de defensa, encarnaron la forma en que la dictadura española reemplazó las ejecuciones extrajudiciales del comienzo. A cambio estableció procedimientos que dieran una apariencia de «legalidad» y «garantías» a lo que muchas veces adoptaba la forma de verdaderos asesinatos judiciales, que condenaban por «rebelión» a quienes habían defendido la República contra los golpistas que procuraban derrocarla.
Villalta vuelve una y otra vez sobre la “justicia al revés”. Así la denominó a posteriori un altísimo jerarca del régimen como Ramón Serrano Suñer.
El culto al Caudillo y las fórmulas preconcebidas para justificar todos los actos de los adherentes al régimen recorren los documentos. La retórica encomiástia hacia el “Glorioso Movimiento” va en el mismo sentido. Los vencedores lo eran todo, los vencidos eran poco más que polvo a merced de la renovada marcha triunfal de los constructores de la “Nueva España”.
Se buscaba la venganza y la humillación de los contrarios, no sólo respecto a los centenares de miles de presos sino de todxs los que tuvieron algo que ver con las organizaciones identificadas con la república. Bastaba un carnet de afiliación a un sindicato o partido para desatar la furia represiva.
Villalta destaca el particular ensañamiento contra algunos protagonistas de los procesos: Los anarquistas, máximos candidatos a la pena de muerte, y los maestros, vistos como perturbadores del orden social que habían envenenado a niños y jóvenes y por tanto portadores de una culpa inmensa. Se detiene en procesos que tienen ese tipo de víctimas, y expone como el sistema judicial estrecha aún más el cerco sobre ellos, en dirección a la pena capital.
El conjunto de la obra exhibe una perversa ficción de «orden y justicia», que encubre la realidad de destrucción sistemática de los percibidos como enemigos.
Hay que agradecerle a Villalta Luna el haber aportado nuevos elementos para la comprensión de los mecanismos de aniquilación construidos por la represión franquista. Y el haber incorporado una variedad de testimonios, con voces muy diferentes entre sí, para desplegar el tinglado teatral que se despliega en “tragedia” en la que las cuasi divinizadas instancias de la dictadura caen sobre sus víctimas presupuestarias, sin atender a razones ni voluntades.
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